F R A N T Z  F A N O N.
I I I . D E S V E N T U R A
S D E L A CO N C I E N C I A
N A C I O N A L
I V. SO B R E  L A C U L T U R A  N A C I O N A L
Viene de la página anterior.
"De la ciudad donde era
estudiante me fui a la guerrilla. Después de varios meses, tuve noticias de mi
casa. Me enteré de que mi madre había sido asesinada a quemarropa por un
soldado francés y dos de mis hermanas habían sido conducidas al cuartel. Hasta
ahora ignoro lo que ha sido de ellas. Me trastornó terriblemente la muerte de
mi madre. Como mi padre había muerto hacía varios años, yo era el único hombre
de la familia, y mi única ambición fue siempre llegar a ser alguien para
mejorar la existencia de mi madre y de mis hermanas. Un día llegamos a una
propiedad de colonos donde el gerente, colonialista activo, había matado ya a
dos civiles argelinos. Llegamos a su casa por la noche. Pero no estaba. No
había nadie en la casa sino su mujer. Al vernos nos suplicó que no la matáramos:
Sé que vienen por mi marido, pero él no está... cuántas veces le he dicho que
no se meta en política. Decidimos esperar al marido. Pero yo veía a la mujer
y  pensaba  en 
mi  madre.  Estaba sentada en  un 
sillón  y parecía ausente. Me
preguntaba por qué no la matábamos. Y en un momento dado ella se dio cuenta de
que yo la miraba. Se lanzó  sobre  mí gritando: Se lo  suplico... 
no  me mate...  Tengo hijos. Un segundo después estaba
muerta. Yo la había matado con mi cuchillo. El jefe me desarmó y dio orden de
partir. Unos días después me interrogó el jefe de sector. Yo pensaba que iban a
matarme, pero no me importaba.22  
Entonces empecé a vomitar después de las comidas, a dormir mal. Desde
ese mismo momento esa mujer viene cada noche a reclamarme mi sangre. ¿Y dónde
está la sangre de mi madre?"
Por la noche, cuando el enfermo
se acuesta, el cuarto "se llena de mujeres", todas iguales. Es una
reedición en múltiples ejemplares de una sola mujer. Todas tienen un hueco
abierto en el vientre. Están exangües, pálidas y terriblemente delgadas. Esas
mujeres hostigan al joven enfermo y le exigen que les devuelva su sangre
perdida. En ese momento, un ruido de agua que corre llena  el 
cuarto,  se  amplifica 
hasta  evocar  el 
torrente  de  una cascada y el joven enfermo ve cómo se
llena de sangre, de su sangre, el suelo de su cuarto mientras las mujeres se
vuelven cada vez más rozagantes, y sus heridas comienzan a cerrarse. Bañado en
sudor y terriblemente angustiado, el enfermo se despierta y permanece agitado
hasta el amanecer.
El joven enfermo es atendido
desde hace varias semanas y los fenómenos oníricos (pesadillas) han
desaparecido prácticamente. No  obstante,
una gran  falla se  mantiene en su personalidad.  Cuando 
piensa  en  su 
madre,  surge  como  doble
Caso Nº 4. Un agente de policía
europeo víctima de depresión se encuentra en el hospital a una de sus víctimas,
un patriota argelino víctima de pánico.
A..., de 28 años, casado, sin
hijos. Nos enteramos que desde hace varios años su mujer y él se han sometido a
tratamiento, desgraciadamente sin éxito, para tener familia. Sus superiores nos
lo envían por trastornos en el comportamiento.
El contacto inmediato resulta
bueno. Espontáneamente, el enfermo 
nos  habla  de  sus  dificultades; 
entendimiento satisfactorio con su mujer y sus suegros. Buenas
relaciones con sus compañeros de trabajo; goza además de la estimación de sus
superiores. Lo que le molesta es que de noche oye gritos que no lo dejan
dormir. Y nos confiesa que desde hace varias semanas, antes de acostarse,
cierra las persianas y las ventanas (estamos en verano), con gran desesperación
de su mujer que se ahoga de calor. Además, se llena las orejas de algodón para
atenuar la violencia de los gritos. Algunas veces, a medianoche, llega a encender
el aparato de televisión o pone música para no escuchar esos clamores
nocturnos. Entonces, A... empieza a contarnos largamente su drama:
Desde  hace 
varios  meses  lo  han  destacado 
a una  brigada anti-F.L.N. Al
principio estaba encargado de la vigilancia de algunos   establecimientos   o  
cafés.   Pero   después  
de   algunas semanas,   trabaja  
casi   constantemente   en   la  
 Comisaría.   Es
entonces   cuando   practica  
interrogatorios,   lo   que  
nunca   se produce sin "malos
tratos". "Es que no quieren confesar nada."
"Algunas  veces 
—explica—  dan  ganas 
de  decirles  que  si
tuvieran un poco de piedad de nosotros hablarían sin obligarnos a pasar horas
para arrancarles palabra por palabra los informes. Pero, ¡quién va a poder
explicarles nada! A todas las preguntas responden 'No sé'. Ni siquiera sus
nombres. Si se les pregunta dónde viven, dicen 'No sé'. Entonces, por
supuesto... hay que hacerlo. Pero gritan demasiado. Al principio me daba risa.
Pero después  empezó  a 
inquietarme.  Ahora  basta 
con  que  oiga  a
alguien gritar y puedo decirle en qué etapa del interrogatorio está. El que ha
recibido dos puñetazos y un macanazo detrás de la oreja tiene cierta manera de
hablar, de gritar, de decir que es inocente. Después de estar durante dos horas
colgado de las muñecas tiene otra voz. Después de la tina, otra voz. Y así
sucesivamente. Pero sobre todo cuando resulta insoportable es después de la
electricidad. Se diría a cada momento que el tipo se va a morir. Hay por
supuesto los que no gritan: son los duros. Pero se imaginan que van a matarlos
en seguida. No, no nos interesa matarlos. Lo que necesitamos es el informe. A
ésos se trata primero de hacerlos gritar y tarde o temprano gritan. Eso ya es
una victoria. Después seguimos. Le advierto que nos gustaría mucho evitarlo.
Pero no nos facilitan la tarea. Ahora oigo esos gritos hasta en mi casa. Sobre
todo los gritos de algunos que han muerto en la comisaría. Doctor, me repugna
este trabajo. Y si usted me cura pediré mi traslado a Francia. Si me lo niegan
presentaré mi dimisión."
Frente a este cuadro prescribo
una licencia por enfermedad. Como el interesado rechaza la hospitalización, lo
atiendo en consulta privada. Un día, poco antes de la hora de la sesión
terapéutica,  me  llaman 
urgentemente.  Cuando  A... 
llega  a  mi casa, 
mi  mujer  lo 
invita  a  espérame, 
pero  éste  prefiere 
ir  al hospital a buscarme. Unos
minutos después, al volver a mi casa, lo encuentro en el camino. Está apoyado
en un árbol, con un aspecto obviamente agobiado, tembloroso, bañado en sudor,
en plena crisis de angustia. Lo hago subir a mi automóvil y lo llevo a mi casa.
Una vez instalado en el sofá, me cuenta que se encontró en el hospital a uno de
mis enfermos que había sido interrogado en 
los  locales  de  la
policía (es  un  patriota argelino)  y  que  es atendido  
por   "trastornos   posconmocionales   de  
pánico".   Me entero entonces
que ese policía ha participado de una manera activa en las torturas infligidas
a aquel enfermo. Le administro algunos sedantes que calman la angustia de A...
Cuando se va, me dirijo al pabellón donde está hospitalizado el patriota. El
personal no  se  ha  dado  cuenta 
de  nada.  El 
enfermo  no  aparece, 
sin embargo. Por fin se le descubre en un lavabo donde intentaba suicidarse  (el 
enfermo  también  había 
reconocido  al  policía 
y creía que éste había venido a buscarlo para volverlo a conducir al
local de la policía).
Después, A... volvió a verme
varias veces y tras una evidente mejoría consiguió hacerse repatriar por
razones de salud. En cuanto al patriota argelino, el personal dedicó mucho
tiempo a convencerlo de que se trataba de una ilusión, que los policías no
podían venir al hospital, que estaba cansado, que estaba aquí para ser
atendido, etcétera.
Caso Nº 5.  Un inspector europeo tortura a su mujer y a
sus hijos.
R..., de 30 años, viene
espontáneamente a consultarme. Es inspector de policía, y desde hace varias
semanas siente que "algo no marcha". Casado, tres hijos. Fuma mucho:
cinco cajetillas de cigarros diarias. No tiene apetito y frecuentemente es
afectado por pesadillas. Esas pesadillas no tienen características propias. Lo
que más le afecta es lo que él llama sus "crisis de locura". En
primer lugar, no le gusta que lo contraríen: "Doctor explíqueme eso.
Cuando tropiezo con una oposición me dan ganas de golpear. Aun fuera del
trabajo, me dan ganas de maltratar a quien se me atraviese en el camino. Por
cualquier cosa. Por ejemplo, voy a buscar los periódicos al puesto. Hay mucha
gente. Forzosamente hay que esperar. Extiendo el brazo (el dueño del puesto es
mi amigo) para recoger mis periódicos. Alguien de la cola me dice con cierto
desafío: 'Espere su turno.' Pues bien, me dan ganas de golpearlo y me digo.
'Viejo, si te agarrara unas cuantas horas no te quedarían ánimos de hacer
payasadas'." No le gusta el ruido. En su casa siente deseos de golpear a
todo el mundo, constantemente. Y de hecho golpea a sus hijos, aun al pequeño de
20 meses, con un raro salvajismo. Pero lo que lo ha llenado de estupor es que una
noche, cuando su mujer lo criticó demasiado por haber golpeado a los niños
(llegó a decirle: "Por Dios, te estás volviendo loco...,") se lanzó
sobre ella, la pegó y la ató a una silla diciéndole: "Voy a enseñarte de
una vez por todas quien es el amo en esta casa."
Por fortuna, sus hijos empezaron
a llorar y a gritar. Comprendió entonces la gravedad de su comportamiento,
soltó a su mujer y al día siguiente decidió consultar a un médico
"especialista de los nervios". Precisa "que antes no era así",
que casi nunca castigaba a sus hijos y que jamás se peleaba con su mujer. Los
fenómenos actuales han aparecido después de "los
acontecimientos":   "Es   que  
ahora   hacemos   un  
trabajo   de infantería. La semana
pasada, por ejemplo, estuvimos en operaciones como si perteneciéramos al
ejército. Esos señores del gobierno dicen que no hay guerra en Argelia y que
las fuerzas del orden, es decir, la policía, deben restablecer la calma. Pero
sí hay guerra en Argelia y cuando se den cuenta va a ser demasiado tarde. Lo
que me mata son las torturas. ¿Sabe usted lo que esto significa?... Algunas
veces torturo diez horas seguidas..."
— ¿Qué siente al torturar?
—Cansa... Es verdad que hay
relevos, pero se trata de saber en qué momento hay que dejar que el compañero
nos sustituya. Todos piensan que están a punto de obtener los informes y no
quieren ceder el pájaro listo al otro que, naturalmente, recibirá los méritos.
Entonces, lo dejamos... o no lo dejamos...
"A veces hasta le ofrecemos
al tipo dinero, nuestro propio dinero para hacerlo hablar. El problema para
nosotros es, en realidad, el siguiente: ¿eres capaz de hacer hablar a ese tipo?
Es un problema de éxito personal; se establece una competencia... Al final
tenemos los puños derrengados. Entonces se emplea a los 'senegaleses'. Pero
golpean demasiado fuerte y acaban al tipo en media hora, demasiado pronto y eso
no es eficaz.   Hay que ser inteligente
para hacer bien ese trabajo. Hay que saber en qué momento apretar y en qué momento
aflojar. Es una cuestión de olfato. Cuando el tipo está maduro no vale la pena
seguir golpeando.  Por  eso 
uno  mismo  tiene 
que  hacer  el 
trabajo:  se vigila mejor cómo
marcha. Yo no apruebo a los que hacen que otros preparen a los tipos y que cada
hora van a ver cómo va la cosa. Lo que hace falta, sobre todo, es no dar al
tipo la impresión de que no saldrá vivo de nuestras manos. Se preguntaría
entonces para qué hablar si eso no le salvaría la vida. En ese caso no habría
ninguna  posibilidad  de 
poder  obtener  nada. 
Es  absolutamente necesario que
tenga esperanza: es la esperanza lo que lo hace hablar.
"Pero lo que más me afecta
es el problema de mi mujer. Sin duda hay allí algo de trastornado. Usted tiene
que arreglarme eso, doctor."
Como  sus 
superiores  le  negaron 
la licencia y,  además,  el enfermo no quería el certificado de un
psiquiatra, emprendemos un  
tratamiento   "en   plena  
actividad".   Fácilmente   pueden adivinarse las precariedades de
semejante fórmula. Ese hombre sabía perfectamente que todos sus trastornos eran
provocados directamente por el tipo de actividad realizada en las salas de
interrogatorio, aunque hubiera tratado de rechazar globalmente la
responsabilidad hacia "los acontecimientos". Como no pensaba (sería
un contrasentido) dejar de torturar (para ello habría que dimitir) me pidió sin
ambages que lo ayudara a torturar a los patriotas argelinos sin remordimientos
de conciencia, sin trastornos de comportamiento, con serenidad.23
SERIE Β
Aquí hemos reunido algunos casos
o grupos de casos en que el acontecimiento motivador es, en primer lugar, la
atmósfera de guerra total que reina en Argelia.
Caso Nº 1.  Asesinato por dos jóvenes argelinos de 13 y
14 años de su compañero de juegos europeo.
Se trata de un examen
médico-legal. Dos jóvenes argelinos de 13 y 14 años, alumnos de una escuela
primaria, son acusados de  haber  matado 
a  uno  de 
sus  compañeros  europeo. 
Han aceptado haber cometido el delito. El crimen es reconstruido y se
añaden las fotos al expediente. Se ve a uno de los muchachos sujetar a la
víctima mientras el otro la ataca con un cuchillo. Los jóvenes acusados no
rectifican sus declaraciones. Sostenemos con ellos largas entrevistas.
Reproducimos ahora sus declaraciones características:
a) El de 13 años:
"No nos llevábamos mal con
él. Todos los jueves íbamos a cazar juntos al bosque, en la colina, más allá de
la aldea. Era nuestro  camarada.  Ya  no  iba 
a  la  escuela, 
porque  quería  ser albañil como su padre. Un día decidimos
matarlo, porque los europeos quieren matar a todos los árabes. Nosotros no
podemos matar a los 'grandes'. Pero como él tiene nuestra misma edad, sí
podemos. No sabíamos cómo matarlo. Queríamos echarlo a un barranco, pero quizá
sólo hubiera resultado herido. Entonces agarramos un cuchillo de la casa y lo
matamos.
—Pero ¿por qué escogerlo a él?
—Porque jugaba con nosotros. Otro no habría subido con
nosotros hasta allá arriba.
—Y, sin embargo, ¿no era un amigo?
—Entonces, ¿por qué quieren matarnos? Su padre, que es
miliciano, dice que hay que degollarnos a todos.
—Pero, ¿él no te había dicho nada?
—¿Él? No.
—¿Sabes que ahora está muerto?
—Sí.
— ¿Qué es la muerte?
—Es cuando todo se acaba, uno va al cielo.
—¿Fuiste tú quien lo mataste?
—Sí.
—¿No te afecta el haber matado a alguien?
—No, porque ellos quieren matarnos, entonces...
—¿Te molesta estar preso?
—No.
b) El de 14 años:
Este joven acusado contrasta
claramente con su compañero. Es ya casi un hombre, un adulto por el control
muscular, la fisonomía, el tono y el contenido de sus respuestas. Tampoco él
niega haber matado. ¿Por qué ha matado? No responde, pero me pregunta  si 
he  visto  algún 
europeo  en  la 
cárcel.  ¿Ha  habido alguna vez un europeo arrestado por el
asesinato de un argelino? Le respondo que, efectivamente, no he visto europeos
presos.
—Y, sin embargo, son asesinados argelinos todos los días
¿no?
—Sí.
—Entonces  ¿por  qué 
sólo  hay  argelinos 
en  las  cárceles?
¿Puede usted explicármelo?
—No, pero dime ¿por qué mataste a ese muchacho que era
tu amigo?
—Voy a explicarle... ¿Usted habrá oído hablar del asunto de
Rivet?24
—Sí.
—Dos de mis parientes fueron
asesinados ese día. Entre nosotros se dijo que los franceses habían jurado
matarnos a todos, uno tras otro. ¿Se arrestó a algún francés por todos esos
argelinos que fueron asesinados?
—No sé.
—Pues bien, nadie fue arrestado. Yo quería subir al djebel,
pero soy demasiado joven. Entonces decidimos con X... que había que matar a un
europeo.
— ¿Por qué?
— ¿Qué debíamos hacer según usted?
—No sé. Pero tú eres un niño y lo que está sucediendo es
cosa de gente grande.
—Pero también matan a los niños.
—Pero ésa no era una razón para matar a tu amigo.
—Pues lo maté.  Ahora
hagan lo que quieran.
— ¿Te había hecho algo ese muhacho?
—No, no me había hecho nada.
— ¿Entonces?...
—Así es...
Caso Nº 2. Delirio de culpabilidad y conducta suicida
disfrazada de "acto terrorista" en un joven argelino de 23 años.
Este enfermo es enviado al
hospital por la autoridad judicial francesa. La medida se toma tras un examen
médico-legal practicado por psiquiatras franceses que ejercen en Argelia.
Se  trata 
de  un  hombre 
enflaquecido,  en  pleno 
estado  de confusión. El cuerpo
está cubierto de equimosis y dos fracturas de la mandíbula imposibilitan toda
absorción de alimentos. Durante más de dos semanas habrá que alimentar al
enfermo por medio de diversas inyecciones.
Al cabo de dos semanas, se
interrumpe el vacío del pensamiento;  
puede   establecerse   un  
contacto   y   logramos construir la historia dramática de
este joven:
Durante  su 
adolescencia  practicó  con 
extraño  fervor  el escultismo. Se convirtió en uno de los
principales responsables de los boy scouts musulmanes. Pero a los 19 años abandonó
totalmente el escultismo para ocuparse sólo de su profesión. Mecanógrafo,
estudia con tenacidad y sueña con llegar a ser un gran especialista en su
oficio. El 19 de noviembre de 1954 lo sorprende absorbido por problemas
estrictamente profesionales. No tiene por el momento ninguna reacción respecto
de la lucha nacional.  Ya  no 
frecuentaba  a  sus 
antiguos  compañeros.  Se definirá a sí mismo en esa época como
"dedicado a perfeccionar sus capacidades técnicas".
Sin embargo, a mediados de 1955,
durante una velada familiar, tiene súbitamente la impresión de que sus padres
lo consideran   como   un   traidor.   Después  
de   varios   días,  
esa impresión fugitiva se desvanece, pero le queda cierta inquietud,
cierto malestar que no logra comprender.
Decide entonces hacer sus comidas
apresuradamente, evade el  medio  familiar 
y  se  encierra 
en  su  cuarto. 
Evita  todos  los contactos. En esas condiciones se produce
la catástrofe. Un día, en plena calle, como a las doce y media, oye claramente
una voz que lo acusa de cobarde. Se vuelve, pero no ve a nadie. Apresura el
paso y decide no ir a trabajar. Se queda en su cuarto y no cena. Por la noche
estalla la crisis. Durante tres horas escucha toda clase de insultos, voces en
su cerebro y en la noche: "traidor... cobarde... todos los hermanos que
mueren... traidor... traidor..."
Le domina una angustia indescriptible: "Mi corazón
latió durante 18 horas a un ritmo de 130 por minuto. Creía que me iba a
morir."
Desde entonces, el enfermo no
puede tragar nada. Adelgaza a ojos vista, se confina a una oscuridad absoluta
se niega a abrir la puerta de su cuarto a sus padres. Al tercer día, se pone a
rezar. Está arrodillado, me dice, de 17 a 18 horas diarias. Al cuarto día,
impulsivamente, "como un loco", con "una barba que también debía
hacerlo parecer loco", sin saco ni corbata, sale a la ciudad. Una vez en
la calle, no sabe a dónde ir; pero camina y al cabo de cierto tiempo se
encuentra en la ciudad europea. Su aspecto físico (de aspecto europeo) parece
protegerlo de los interrogatorios y controles de las patrullas francesas.
Pero   junto  
a   él   argelinos  
y   argelinas   son  
arrestados, maltratados, insultados, registrados... Paradójicamente, él
no trae consigo ningún documento. Esa amabilidad espontánea de las patrullas
enemigas respecto de él lo confirma en su delirio: "todo el mundo sabe que
está con los franceses. Los soldados mismos tienen consignas: lo dejan
tranquilo".
Además, la mirada de los
argelinos arrestados, con las manos detrás de la nuca, esperando ser
registrados, le parece cargada de desprecio. Víctima de una agitación
incontenible, se aleja a grandes pasos. Es entonces cuando llega frente al
edificio del Estado Mayor francés. En la reja hay varios militares con la
ametralladora en la mano. Se acerca a los soldados, se lanza sobre uno de ellos
y trata de arrebatarle la ametralladora gritando: "Soy argelino."
Rápidamente  dominado, 
es  conducido  a  los  locales 
de  la policía, donde se obstinan
en hacerle confesar los nombres de sus jefes y los de los distintos miembros de
la red a la que pertenece. Al cabo de algunos días los policías y los militares
comprenden que se trata de un enfermo. Se decide un examen, que diagnostica
la  existencia  de 
trastornos  mentales  y 
prescribe  la hospitalización.
"Lo que yo quería, nos dice, era morirme. Aun en el cuartel de la policía,
creía y esperaba que después de las torturas me mataran. Me sentía satisfecho
de los golpes, porque eso probaba que me consideraban también como su enemigo.
Ya no podía escuchar esas 
acusaciones  sin reaccionar.  No 
soy  un cobarde. No soy una mujer.
No soy un traidor."25
Caso Nº 3. Actitud neurótica de una joven francesa cuyo
padre, alto funcionario, es muerto en una emboscada.
Esta joven de 21 años,
estudiante, me consulta por pequeños fenómenos de angustia que la afectan en
sus estudios y en sus relaciones sociales. Las manos constantemente sudorosas,
con periodos verdaderamente inquietantes en que el sudor "le corre por las
manos". Opresiones torácicas acompañadas de jaquecas nocturnas. Se muerde
las uñas. Pero lo que llama la atención es, sobre todo, la facilidad del
contacto, manifiestamente demasiado rápido, 
cuando  se  siente, 
subyacente,  una  gran 
angustia.  La muerte de su padre,
reciente sin embargo según la fecha que cita, es referida por la enferma con
tal ligereza que orientamos rápidamente 
nuestras  investigaciones  a 
las  relaciones  con  su
padre. La exposición que nos hace, clara, absolutamente lúcida, de una lucidez
rayana en la insensibilidad va a revelar, precisamente por su racionalismo, el
trastorno de esta joven, la naturaleza y el origen de su conflicto.
"Mi   padre  
era   un   alto  
funcionario.   Tenía   bajo  
su responsabilidad una inmensa región rural. Desde que empezaron a
suceder cosas se lanzó a la caza de argelinos con una rabia furiosa.  Llegaba 
a  no  comer, 
a no  dormir:  hasta 
ese  punto  lo excitaba el reprimir la rebelión. Asistí,
sin poder hacer nada, a la lenta metamorfosis de mi padre. Por fin decidí no
volver a verlo, quedarme en la ciudad. Efectivamente, cada vez que iba a la
casa permanecía  noches  enteras 
despierta  porque  los 
gritos  que llegaban de abajo no
dejaban de trastornarme: en el sótano y en las piezas vacías se torturaba
argelinos para obtener informes. Usted no puede imaginarse lo espantoso que es
oír gritar así toda la noche. Algunas veces me pregunto cómo un ser humano
puede soportar —no hablo ya de torturar—, sino simplemente oír esos gritos de
sufrimiento. Y aquello duraba. Por fin dejé de ir a la casa. Las pocas veces
que mi padre venía a verme a la ciudad no podía mirarlo de frente sin  sentirme 
horriblemente molesta y horrorizada. Cada vez me resultaba más difícil
besarlo.
"Es que yo viví mucho tiempo
en la aldea. Conozco a casi todas las familias. Los jóvenes argelinos de mi
edad y yo jugamos juntos cuando éramos chicos. Cada vez que llegaba a la casa
mi padre me enteraba de nuevos arrestos. Llegó un momento en que ya no me
atreví a caminar por la calle; tan segura estaba de tropezar con el odio por
todas partes. En el fondo de mí misma, les daba la razón a esos argelinos. Si
yo fuera argelina, estaría en las guerrillas."
Un día, sin embargo, recibe un
telegrama con la noticia de que su padre está gravemente herido. Va al hospital
y encuentra a su padre en estado de coma. Poco después muere. En el curso de
una misión de reconocimiento con un destacamento militar "había sido
herido: la patrulla cayó en una emboscada tendida por el Ejército Nacional
Argelino.
"El entierro me repugnó
—dice—. Todos esos oficiales que venían a llorar por la muerte de mi padre
cuyas 'altas cualidades morales  
habían   conquistado   a  
la   población   indígena'  
me producían náusea. Todo el mundo sabía que era falso. Nadie ignoraba
que mi padre dirigía los centros de interrogatorio de toda la región. Todos
sabían que el número de muertos en la tortura era de diez diarios y venían a
contar mentiras sobre la devoción, la abnegación, el amor a la patria, etc...
Debo decir que ahora las palabras no tienen para mí ningún valor, o no mucho en
todo caso. Inmediatamente regresé a la ciudad y evité ver a todas las
autoridades. Me propusieron subvenciones, pero las rechacé No quiero su dinero.
Es el precio de la sangre vertida por mi padre. No quiero. Trabajaré."
Caso Nº 4.  
Trastornos del comportamiento en niños argelinos menores de 10 años.
Se trata de refugiados. Son hijos
de combatientes o de civiles muertos por los franceses. Están distribuidos en
distintos centros en  Túnez  y 
en  Marruecos.  Esos 
niños  van  a  la  escuela. 
Se organizan partidas de juego, salidas colectivas. Los niños son
vigilados regularmente por médicos. Así tenemos la oportunidad de examinar a
algunos.
a) Existe en los distintos niños
un amor muy marcado por las imágenes paternales. Todo lo que se parece a un
padre o a una madre es buscado con gran tenacidad y celosamente conservado.
b) Se advierte en ellos, de una manera general, una fobia al
ruido. Esos niños se afectan mucho con las reprimendas. Tienen gran sed de
calma y de afecto.
c) En muchos de ellos, hay casos de insomnio con
sonambulismo.
d) Enuresia periódica.
e) Tendencia sádica. Un juego
frecuente: una hoja de papel es perforada rabiosamente haciéndole múltiples
agujeros. Todos los lápices están mordisqueados y se muerden las uñas con una
constancia desesperante. Son frecuentes las disputas entre ellos, a pesar de
que se tienen un gran afecto en el fondo.
Caso Nº 5. Psicosis puerperal entre las refugiadas.
Llamamos psicosis puerperal a los
trastornos mentales que afectan  a la
mujer como  consecuencia de  la maternidad.  Esos trastornos   pueden  
aparecer   inmediatamente   antes  
o   pocas semanas  después 
del  parto.  El 
determinismo  de  estas enfermedades es muy complejo. Pero se
estima que las causas principales  
son   un   trastorno  
en   el   funcionamiento   de  
las glándulas endocrinas y la existencia de un "choque
afectivo". Este último término, aunque vago, designa lo que el vulgo llama
"emoción fuerte".
En las fronteras tunecinas y
marroquíes, después de la decisión tomada por el gobierno francés de practicar
en cientos de kilómetros la política del glacis y la tierra quemada, hay cerca
de 300 000 refugiados. Sabemos en qué estado precario viven. Comisiones  de  la 
 Cruz  Roja  Internacional 
han  acudido  varias veces a esos lugares y, tras haber
comprobado la extrema miseria y la precariedad de las condiciones de vida, han
recomendado a los organismos internacionales la intensificación de la ayuda a
esos refugiados. Era previsible, pues, dada la subalimentación que reina en
esos campos, que las mujeres embarazadas mostraran una predisposición especial
a la psicosis puerperal.
Las frecuentes invasiones de
tropas francesas para aplicar "el derecho de seguir y perseguir", los
ataques aéreos, los ametrallamientos —es sabido que los bombardeos de
territorios marroquíes y tunecinos por el ejército francés son incontables, y
Sakiet-Sidi-Youssef, la aldea mártir de Túnez es el caso más sangriento—,  la 
situación  de  desintegración  familiar, consecuencia de las condiciones del
éxodo, mantienen entre los refugiados una atmósfera de inseguridad permanente.
Son pocas las argelinas refugiadas que hayan dado a luz sin presentar
trastornos mentales.
Esos trastornos revisten diversas
formas. Son agitaciones que pueden tomar algunas veces caracteres de furia, o
fuertes depresiones inmóviles con repetidos intentos de suicidio o, por último,
estados de angustia con llanto, lamentaciones, imploraciones de misericordia,
etc... También el contenido del delirio varía. Encontramos así un delirio de
persecución vago, que se refiere a cualquiera, o una agresividad delirante
contra los franceses, que quieren matar al niño por nacer o recién nacido, o
una impresión de muerte inminente; en este caso, las enfermas imploran a
invisibles verdugos que no maten a sus hijos...
También   aquí  
hay   que   señalar  
que   los   contenidos fundamentales no son borrados por
el alivio y la regresión de los trastornos. La situación de las enfermas
curadas mantiene y nutre esos núcleos patológicos.

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