domingo, 1 de junio de 2014

L O S C O N D E N A D O S D E L A T I E R R A-IV




F R A N T Z  F A N O N. 


Viene de la entrega anterior.

Es, pues, una diplomacia en movimiento, furiosa, que contrasta extrañamente con el mundo inmóvil, petrificado, de la colonización. Y cuando Jruschof blande su zapato en la ONU y golpea la mesa con él, ningún colonizado, ningún representante de los países subdesarrollados ríe. Porque lo que Jruschof demuestra a los países colonizados que lo contemplan es que él, el mujik, que además posee cohetes, trata a esos miserables capitalistas como se lo merecen. Lo mismo que Castro al acudir a la ONU con uniforme militar, no escandaliza a los países subdesarrollados.   Lo   que   demuestra   Castro   es   que   tiene conciencia   de   la   existencia   del   régimen   persistente   de   la violencia. Lo sorprendente es que no haya entrado en la ONU con su ametralladora. ¿Se habrían opuesto quizá? Las sublevaciones, los actos desesperados, los grupos armados con cuchillos o hachas encuentran su nacionalidad en la lucha implacable que enfrenta mutuamente al capitalismo y al socialismo.

En   1945,   los   45.000   muertos   de   Setif   podían   pasar inadvertidos; en 1947, los 90.000 muertos de Madagascar podían ser objeto de una simple noticia en los periódicos; en 1952, las 200.000 víctimas de la represión en Kenya podían no suscitar más que una indiferencia relativa. Las contradicciones internacionales no estaban suficientemente definidas. Ya la guerra de Corea y la guerra de Indochina abrieron una nueva etapa. Pero sobre todo Budapest y Suez constituyen los momentos decisivos de esa confrontación.

Fortalecidos por el apoyo incondicional de los países socialistas, los colonizados se lanzan con las armas que poseen contra   la   ciudadela   inexpugnable   del   colonialismo.   Si   esa ciudadela es invulnerable a los cuchillos y a los puños desnudos, no lo es cuando se decide tener en cuenta el contexto de la guerra fría.

En esta nueva coyuntura, los norteamericanos toman muy en serio su papel de patronos del capitalismo internacional. En una primera etapa, aconsejan amistosamente a los países europeos que deben descolonizar. En una segunda etapa,  no vacilan en proclamar  primero  el  respeto  y  luego  el  apoyo  del  principio: África para los africanos. Los Estados Unidos no temen afirmar oficialmente en la actualidad que son los defensores del derecho de los pueblos a la autodeterminación. El último viaje de Mennen Williams no hace ilustrar la conciencia que tienen los norteamericanos de que el Tercer Mundo no debe ser sacrificado. Se comprende entonces por qué la violencia del colonizado no es desesperada, sino cuando se la compara en abstracto con la maquinaria militar de los opresores. Por el contrario, si se la sitúa dentro de la dinámica internacional, se percibe que constituye una terrible amenaza para el opresor. La persistencia de las sublevaciones  y de  la agitación  Mau-Mau  desequilibra  la  vida económica de la colonia, pero no pone en peligro a la metrópoli. Lo que resulta más importante a los ojos del imperialismo es la posibilidad de que la propaganda socialista se infiltre entre las masas,  las  contamine.  Ya  resulta  un  grave  peligro  durante  la etapa fría del conflicto; ¿pero qué sucedería en caso de guerra caliente, con esa colonia podrida por las guerrillas asesinas?

El capitalismo comprende entonces que su estrategia militar lleva   todas   las   de  perder   en   el   desarrollo   de   las   guerras nacionales.  En  el  marco  de  la  coexistencia  pacífica,  todas  las colonias están llamadas a desaparecer y, en última instancia, la neutralidad ha sido respetada por el capitalismo. Lo que hay que evitar antes que nada es la inseguridad estratégica, el acceso a las masas de una doctrina enemiga, el odio radical de decenas de millones de hombres. Los pueblos colonizados son perfectamente conscientes de esos imperativos que dominan la vida política internacional. Y por eso, aun aquellos que se expresan contra la violencia deciden y actúan siempre en función de esa violencia universal. Actualmente, la coexistencia pacífica entre los dos bloques mantiene y provoca la violencia en los países coloniales. Mañana quizá veamos desplazarse ese campo de la violencia después  de  la  liberación  integral  de  los  territorios  coloniales. Quizá se plantee la cuestión de las minorías. Ya algunas de ellas no vacilan en favorecer los métodos violentos para resolver sus problemas y no es por azar si, como se nos afirma, los extremistas negros en los Estados Unidos forman milicias y en consecuencia se arman. Tampoco se debe al azar que, en el mundo llamado libre,  existan  comités  de  defensa  de  las  minorías  judías  de  la URSS o que el general De Gaulle, en uno de sus discursos, haya derramado algunas lágrimas por los millones de musulmanes oprimidos por la dictadura comunista. El capitalismo y el imperialismo están convencidos de que la lucha contra el racismo y los movimientos de liberación nacional son pura y simplemente trastornos teledirigidos, fomentados "desde el exterior". Entonces deciden utilizar la siguiente táctica eficaz: Radio-Europa Libre, comité de apoyo a las minorías dominadas... Hacen anticolonialismo, como los coroneles franceses en Argelia hacían la guerra subversiva con los S.A.S. o los servicios psicológicos. "Utilizaban al pueblo contra el pueblo." Ya sabemos el resultado de esto.

Esta  atmósfera  de  violencia,  de  amenaza,  esos  cohetes apostados  no  asustan  ni  desorientan  a  los  colonizados.  Hemos visto  cómo  toda  la  historia  reciente  los  predispone  a "comprender" esa situación. Entre la violencia colonial y la violencia  pacífica  en  la  que  está  inmerso  el  mundo contemporáneo  hay  una  especie  de  correspondencia  cómplice, una homogeneidad. Los colonizados están adaptados a esta atmósfera. Son, por una vez, de su tiempo. A veces sorprende que los colonizados, en vez de comprarle un vestido a su mujer, compren un radio de transistores. No debería sorprender. Los colonizados están convencidos de que ahora se juega su destino. Viven en una atmósfera de fin del mundo y estiman que nada debe escapárseles. Por eso comprenden muy bien a Fuma y a Fumi, a Lumumba y a Chombé, a Ahidjo y Mumié, a Kenyatta y a los que periódicamente lanzan para sustituirlo. Comprenden muy  bien  a  todos  esos  hombres  porque  desenmascaran  a  las fuerzas que están tras ellos. El colonizado, el subdesarrollado son actualmente animales políticos en el sentido más universal del término.

La independencia ha aportado ciertamente a los hombres colonizados  la reparación  moral  y  ha  consagrado  su  dignidad. Pero todavía no han tenido tiempo de elaborar una sociedad, de construir y afirmar valores.  El hogar incandescente en que el ciudadano y el hombre se desarrollan y se enriquecen en campos cada vez más amplios no existe todavía. Situados en una especie de indeterminación, esos hombres se convencen fácilmente de que todo va a decidirse en otra parte y para todo el mundo al mismo   tiempo.   En   cuanto   a   los   dirigentes,   frente   a   esta coyuntura, vacilan y optan por el neutralismo.

Habría mucho que decir sobre el neutralismo. Algunos lo asimilan a una especie de mercantilismo infecto que consistiría en aceptar a diestra y siniestra. Ahora bien, el neutralismo, esa creación de la guerra fría, si permite a los países subdesarrollados recibir la ayuda económica de las dos partes, no permite en realidad  a  ninguna  de  esas  dos  partes  ayudar  en  la  medida necesaria a las regiones subdesarrolladas. Esas sumas literalmente astronómicas  que  se  invierten en las  investigaciones militares, esos ingenieros transformados en técnicos de la guerra nuclear podrían aumentar, en quince años, el nivel de vida de los países subdesarrollados en un 60 por ciento. Es evidente entonces que el interés bien entendido de los países subdesarrollados no reside ni en la prolongación ni en la acentuación de la guerra fría. Pero sucede que no se les pide su opinión. Entonces, cuando tienen posibilidad de hacerlo, dejan de comprometerse. ¿Pero pueden hacerlo  realmente?  He  aquí,  por ejemplo,  que  Francia experimenta en África sus bombas atómicas. Si se exceptúan las mociones,  los  mítines  y  las  rupturas  diplomáticas  no  puede decirse que los pueblos africanos hayan pesado, en ese sector preciso, en la actitud de Francia.

El neutralismo produce en el ciudadano del Tercer Mundo una actitud de espíritu que se traduce en la vida corriente por una intrepidez y un orgullo hierático que se parecen mucho al desafío. Ese rechazo declarado de la transacción, esa voluntad rígida  de  no  comprometerse  recuerdan  el  comportamiento  de esos adolescentes orgullosos y desinteresados, siempre dispuestos a sacrificarse por una palabra. Todo esto desconcierta a los observadores occidentales. Porque, propiamente hablando, hay un abismo entre lo que esos hombres pretenden ser y lo que tienen detrás. Esos países sin tranvías, sin tropas, sin dinero no justifican la bravata que despliegan. Sin duda se trata de una impostura. El Tercer Mundo da la impresión, frecuentemente, de que se goza en el drama y necesita su dosis semanal de crisis. Esos dirigentes de países vacíos, que hablan fuerte, irritan. Dan ganas de  hacerlos  callar.  Se  les  corteja.  Se  les  envían  flores.  Se  les invita. Digámoslo: se los disputan. Eso es neutralismo. Iletrados en un 98 por ciento, existe, sin embargo, una colosal bibliografía acerca de ellos. Viajan enormemente. Los dirigentes de los países subdesarrollados,  los  estudiantes  de  los  países  subdesarrollados son la clientela dorada de las compañías de aviación. Los responsables africanos y asiáticos tienen la posibilidad de seguir en un mismo mes un curso sobre la planificación socialista, en Moscú, y sobre los beneficios de la economía liberal, en Londres o en la Columbia University. Los sindicalistas africanos, por su parte, progresan a un ritmo acelerado. Apenas se les confían puestos en los organismos de dirección, cuando deciden constituirse en centrales autónomas. No tienen cincuenta años de práctica sindical en el marco de un país industrializado, pero ya saben  que  el  sindicalismo  apolítico  no  tiene  sentido.  No  han tenido que hacer frente a la maquinaria burguesa, no han desarrollado su conciencia en la lucha de clases, pero quizá no sea necesario. Quizá. Veremos cómo esa voluntad totalizadora, que frecuentemente se caricaturiza como globalismo es una de las características fundamentales de los países subdesarrollados.

Pero volvamos al combate singular entre el colonizado y el colono. Se trata, como se ha visto, de la franca lucha armada. Los ejemplos históricos son: Indochina, Indonesia y, por supuesto, el norte de África. Pero lo que no hay que perder de vista es que habría podido estallar en cualquier parte, en Guinea o en Somalia y que todavía hoy puede estallar en dondequiera que el colonialismo  pretende  durar  aún,  en  Angola por  ejemplo-.  La existencia de la lucha armada indica que el pueblo decide no confiar, sino en los medios violentos. El pueblo, a quien ha dicho incesantemente que no entendía sino el lenguaje de la fuerza, decide expresarse mediante la fuerza. En realidad, el colono le ha señalado desde siempre el camino que habría de ser el suyo, si quería liberarse. El argumento que escoge el colonizado se lo ha indicado el colono y, por una irónica inversión de las cosas es el colonizado el que afirma ahora que el colonialista sólo entiende el lenguaje de la fuerza. El régimen colonial adquiere de la fuerza su legitimidad y en ningún momento trata de engañar acerca de esa naturaleza de las cosas. Cada estatua, la de Faidherbe o Lyautey, la de Bugeaud o la del sargento Blandan, todos estos conquistadores encaramados sobre el suelo colonial no dejan de significar una y la misma cosa: "Estamos aquí por la fuerza de las bayonetas..." Es fácil completar la frase. Durante la fase insurreccional, cada colono razona con una aritmética precisa. Esta lógica no sorprende a los demás colonos, pero resulta importante decir que tampoco sorprende a los colonizados. Y, en primer lugar, la afirmación de principio: "Se trata de ellos o nosotros"  no  es  una  paradoja,  puesto  que  el  colonialismo,  lo hemos visto, es justamente la organización de un mundo maniqueo, de un mundo dividido en compartimientos. Y cuando, preconizando  medios  precisos,  el  colono  pide  a  cada representante de la minoría opresora que mate a 30, 100 o 200 indígenas, se dan cuenta de que nadie se indigna y de que, en última instancia, todo el problema consiste en saber si puede hacerse de un solo golpe o por etapas.5

Este razonamiento, que prevé aritméticamente la desaparición  del  pueblo  colonizado,  no  llena al  colonizado  de indignación moral. Siempre ha sabido que sus encuentros con el colono se desarrollarían en un campo cerrado. Por eso el colonizado  no  pierde  tiempo  en  lamentaciones  ni  trata,  casi nunca, de que se le haga justicia dentro del marco colonial. En realidad, si la argumentación del colono tropieza con un colonizado inconmovible, es porque este último ha planteado prácticamente   el   problema   de   su   liberación   en   términos idénticos. "Debemos constituir grupos de doscientos o de quinientos y cada grupo se ocupara de un colono." Es en esta disposición   de   ánimo   recíproca   como   cada   uno   de   los protagonistas comienza la lucha.

Para el colonizado, esta violencia representa la praxis absoluta. El militante es, además, el que trabaja. Las preguntas que la organización formula al militante llevan la marca de esa visión de las cosas: "¿Dónde has trabajado? ¿Con quién? ¿Qué has hecho?" El grupo exige que cada individuo realice un acto irreversible. En Argelia, por ejemplo, donde la casi totalidad de los  hombres  que  han  llamado  al  pueblo  a  la  lucha  nacional estaban condenados a muerte o eran buscados por la policía francesa, la confianza era proporcional al carácter desesperado de cada caso. Un nuevo militante era "seguro" cuando ya no podía volver a entrar en el sistema colonial. Ese mecanismo existió, al parecer, en Kenya entre los Mau-Mau que exigían que cada miembro del grupo golpeara a la víctima. Cada uno era así personalmente responsable de la muerte de esa víctima. Trabajar es  trabajar  por  la  muerte  del  colono.  La  violencia  asumida permite a la vez a los extraviados y a los proscritos del grupo volver, recuperar su lugar, reintegrarse. La violencia es entendida así como la mediación real. El hombre colonizado se libera en y por la violencia. Esta praxis ilumina al agente porque le indica los medios y el fin. La poesía de Césaire adquiere en la perspectiva


EL REBELDE (duramente)

Mi apellido: ofendido; mi nombre: humillado; mi estado civil: la rebeldía; mi edad: la edad de piedra.

LA MADRE
Mi   raza:   la   raza   humana.       Mi   religión:   la fraternidad...

EL REBELDE
Mi raza: la raza caída. Mi religión...pero no serás tú quien  la prepares  con su desarme...soy yo  con mi rebeldía y mis pobres puños cerrados y mi cabeza hirsuta.
(Muy tranquilo)
Me acuerdo de un día de noviembre; no tenía seis meses [mi hijo] cuando el amo entró en la casucha fuliginosa como una luna de abril y palpó sus pequeños miembros musculosos, era un amo muy bueno, paseaba en una caricia sus dedos gruesos por la carita llena de hoyuelos. Sus ojos azules reían y su boca le decía cosas azucaradas: será una buena pieza, dijo mirándome, y decía otras cosas amables, el amo, que había que empezar temprano, que veinte años no eran demasiados para hacer un buen cristiano y un  buen  esclavo,  buen  súbdito  y  leal,  un  buen capataz, con la mirada viva y el brazo firme. Y aquel hombre  especulaba  sobre  la  cuna  de  mi  hijo,  una cuna de capataz.

Nos arrastramos con el cuchillo en la mano...

LA MADRE
¡Ay! tú morirás

EL REBELDE
Muerto... lo he matado con mis propias manos...
Sí:  de  muerte  fecunda y fértil...era de noche. Nos
arrastramos entre las cañas.
Los  cuchillos  reían  bajo  las  estrellas,  pero  no  nos
importaban las estrellas.
Las cañas nos pintaban la cara de arroyos de hojas
verdes.

LA MADRE
Yo había soñado con un hijo que cerrara los ojos de
su madre.

EL REBELDE
Yo he decidido abrir bajo otro sol los ojos de mi hijo.

LA MADRE
Oh hijo mío... de muerte mala y perniciosa.

EL REBELDE
Madre, de muerte vivaz y suntuosa

LA MADRE
por haber amado demasiado...

EL REBELDE
por haber amado demasiado...

LA MADRE
Evítame todo esto, me asfixian tus ataduras. Sangro
por tus heridas.

EL REBELDE
Y a mí el mundo no me da cuartel...
No  hay  en  el  mundo  un  pobre  tipo  linchado,  un pobre  hombre  torturado,  en  el  que  no  sea  yo asesinado y humillado.

LA MADRE
Dios del cielo, líbralo.

EL REBELDE
Corazón mío, tú no me librarás de mis recuerdos... Era una noche de noviembre...
Y súbitamente los clamores iluminaron el silencio.

Nos habíamos movido, los esclavos; nosotros, el abono; nosotros, las bestias amarradas al poste de la paciencia. Corríamos como arrebatados; sonaron los tiros...
Golpeamos.
El sudor y la sangre nos refrescaban.
Golpeamos entre los gritos y los gritos se hicieron más estridentes y un gran clamor se elevó hacia el este, eran los barracones que ardían y la llama lamía suavemente nuestras mejillas.
Entonces asaltamos la casa del amo. Tiraban desde las ventanas. Forzamos las puertas.
La alcoba del amo estaba abierta de par en par.
La alcoba del amo estaba brillantemente iluminada, y el amo estaba allí muy tranquilo... y los nuestros se detuvieron... era el amo... Yo entré. Eres tú, me dijo, muy tranquilo... Era yo, sí soy yo, le dije, el buen esclavo, el fiel esclavo, el esclavo esclavo, y de súbito sus ojos fueron dos alimañas asustadas en días de lluvia... lo herí, chorreó la sangre: es el único bautismo que recuerdo.6

Se comprende cómo en esta atmósfera lo cotidiano se vuelve simplemente imposible. Ya no se puede ser fellah, rufián ni alcohólico como  antes. La violencia del  régimen  colonial y la contraviolencia  del  colonizado  se  equilibran  y  se  responden mutuamente  con  una  homogeneidad  recíproca  extraordinaria. Ese reino de la violencia será tanto más terrible cuanto mayor sea la sobrepoblación metropolitana. El desarrollo de la violencia en el seno del pueblo colonizado será proporcional a la violencia ejercida por el régimen colonial impugnado. Los gobiernos de la metrópoli son, en esta primera fase del periodo insurreccional, esclavos de los colonos. Esos colonos amenazan a la vez a los colonizados y a sus gobiernos. Utilizarán contra unos y otros los mismos métodos.   El asesinato del alcalde de Évain, en su mecanismo y motivaciones, se identifica con el asesinato de Alí Boumendjel. Para los colonos, la alternativa no está entre una Argelia argelina y una Argelia francesa sino entre una Argelia independiente y una Argelia colonial. Todo lo demás es literatura o intento de traición. La lógica del colono es implacable y no nos desconcierta la contralógica descifrada en la conducta del colonizado sino en la medida en que no se han descubierto previamente los mecanismos de reflexión del colono. Desde el momento en que el colonizado escoge la contraviolencia, las represalias policíacas provocan mecánicamente las represalias de las fuerzas nacionales. No hay equivalencia de resultados, sin embargo, porque los ametrallamientos por avión o los cañonazos de la flota superan en horror y en importancia a las respuestas del colonizado. Ese ir y venir del terror desmixtifica definitivamente a los más enajenados de los colonizados. Comprueban sobre el terreno, en efecto, que todos los discursos sobre la igualdad de la persona humana acumulados unos sobre otros no ocultan esa banalidad que pretende que los siete franceses muertos o heridos en el paso de Sakamody despierten la indignación de las conciencias civilizadas en tanto que "no cuentan" la entrada a saco en los aduares Guergour, de la derecha Djerah, la matanza de poblaciones en masa que fueron precisamente la causa de la emboscada.  Terror,  contra-terror,  violencia,  contraviolencia.  .. He aquí lo que registran con amargura los observadores cuando describen  el  círculo  del  odio,  tan  manifiesto  y  tan  tenaz  en Argelia.

En las luchas armadas, hay lo que podría llamarse el point of no return. Es casi siempre la enorme represión que engloba a todos los sectores del pueblo colonizado, lo que lleva a él. Ese punto fue alcanzado en Argelia, en 1955, con las 12.000 víctimas de Philippeville y, en 1956, con la instauración, por Lacoste, de las milicias urbanas y rurales.7   Entonces se hizo evidente para todo el mundo y aun para los colonos que "eso no podía volver a empezar" como antes. De todos modos, el pueblo colonizado no lleva la contabilidad de sus muertos. Registra los enormes vacíos causados en sus filas como una especie de mal necesario. Porque tan pronto como ha decidido responder con la violencia, admite

7   Hay que volver sobre este periodo para medir la importancia de esta decisión del poder francés en Argelia. Así en el Nº 4 del 28/3/1957 de Résistance Algérienne, puede leerse:
"En respuesta a la declaración de la Asamblea General de las Naciones
Unidas, el gobierno francés acaba de decidir en Argelia la creación de milicias urbanas. Ya se ha vertido mucha sangre, había dicho la ONU. Lacoste responde: Creemos milicias. Cese al fuego, aconsejaba la ONU, Lacoste vocifera: Armemos a los civiles. Las dos partes son invitadas a entrar en contacto para llegar a un acuerdo acerca de una solución democrática y pacífica, recomendaba la ONU. Lacoste decreta que en lo sucesivo todo europeo estará armado y deberá disparar sobre cualquiera que le parezca sospechoso. La represión salvaje, inicua, que linda con el genocidio deberá ser combatida antes que nada por las autoridades, se estimaba entonces. Lacoste responde: Hay que sistematizar la represión, organizar la cacería de argelinos. Y simbólicamente entrega los poderes civiles a los militares, los poderes militares a los civiles. El círculo se ha cerrado   en   torno   al   argelino,   desarmado,   hambriento,   acosado, atropellado, golpeado, linchado, asesinado como sospechoso. Actualmente, en Argelia, no hay un sólo francés que no esté autorizado, incluso invitado a hacer uso de su arma. Ni un sólo francés en Argelia, un mes después de la llamada de la ONU a la calma, que no tenga permiso, obligación de descubrir, de inventar, de perseguir sospechosos.
"Un mes después de votada la moción final de la Asamblea General de las Naciones Unidas, ni un solo europeo en Argelia ha sido ajeno a la más tremenda empresa de exterminio de los tiempos modernos. ¿Solución democrática? De acuerdo, concede Lacoste, comencemos por suprimir a los  argelinos.  Para  ello,  armemos  a  los  civiles  y  dejémosles  hacer.  La prensa parisiense en general ha acogido sin reservas la creación de esos grupos armados. Milicias fascistas, se ha dicho. Sí. Pero en el nivel del individuo y del derecho de gentes ¿qué es el fascismo sino el colonialismo en el seno de países tradicionalmente colonialistas? Asesinatos sistemáticamente legalizados, recomendados, se ha afirmado. Pero ¿no muestra la carne argelina desde hace ciento treinta años heridas cada vez todas sus consecuencias. Sólo exige que tampoco se le pida que lleve la contabilidad de los muertos de los otros. A la fórmula "Todos los indígenas son iguales", el colonizado responde: "Todos los colonos son iguales."8 El colonizado, cuando se le tortura, cuando matan a su mujer o la violan, no va a quejarse a nadie. El gobierno que oprime podría nombrar cada día comisiones de encuesta y de información. A los ojos del colonizado, esas comisiones no existen. Y de hecho, ya han pasado siete años de

más  abiertas,  cada  vez  en  mayor  número,  cada  vez  más  radicales? Atención, aconseja Mr. Kenne-Vignes, parlamentario del M.R.P. ¿no se corre el riesgo, al crear las milicias, de abrir un abismo entre las dos comunidades  de  Argelia?  Sí.     Pero  ¿no  es  el  estatuto  colonial  la servidumbre organizada de todo un pueblo? La Revolución argelina es precisamente  la  impugnación  afirmada  de  esa  servidumbre  y  de  ese abismo. La Revolución argelina se dirige a la nación ocupante y le dice: "¡Retirad los garfios de la carne argelina, asesinada y herida!   ¡Dadle voz al pueblo argelino!"

"La creación de esas milicias —se dice—, permitirá aligerar las tareas del ejército.  Liberará  unidades  cuya  misión  será  proteger  las  fronteras tunecina y marroquí. Un ejército de seiscientos mil hombres. La casi totalidad de la Marina y la Aviación. Una policía enorme, expeditiva, de sorprendentes expedientes, que ha absorbido a los ex torturadores de los pueblos tunecino y marroquí.  Unidades territoriales de cien mil hombres. Hay que aligerar al ejército. Hay que crear milicias urbanas. El frenesí histérico y criminal de Lacoste impone aun a los franceses perspicaces. La verdad es que la creación de esas milicias lleva en  su justificación  su propia contradicción. Las tareas del ejército francés son infinitas.  Se le fija como objetivo volver a colocar la mordaza en la boca de los argelinos y se cierra la puerta al futuro. Sobre todo, no se analiza, no se comprende, no se mide la profundidad ni la densidad de la Revolución argelina; jefes de distrito, jefes de manzana, jefes de calle, jefes de edificio, jefes de piso... Al encuadramiento superficial se añade ahora el encuadramiento vertical.

"En  48  horas,  dos  mil  candidaturas  son  registradas.  Los  europeos  de Argelia respondido de inmediato a la llamada de Lacoste al asesinato. Cada europeo, desde ahora, deberá censar en su sector a los argelinos supervivientes.  Información, respuesta rápida al terrorismo, denuncia de sospechosos, liquidación de 'proscritos', refuerzo de los  servicios  de la policía. Por supuesto, hay que aligerar las tareas del ejército. A la 'cacería de ratas' que tiene lugar en la superficie se añade ahora la cacería en la altura.   Al asesinato artesanal, se añade ahora el asesinato planificado. Detengan el derramamiento de sangre, había aconsejado la ONU. El mejor crímenes en Argelia y ni un solo francés ha sido presentado a un tribunal francés por el asesinato de un argelino. En Indochina, en Madagascar, en las colonias, el indígena siempre ha sabido que no tenía nada que esperar del otro lado. La labor del colono es hacer imposible hasta los sueños de libertad del colonizado. La labor del colonizado es imaginar todas las combinaciones eventuales para aniquilar al colono. En el plano del razonamiento, el maniqueísmo  del  colono  produce  un  maniqueísmo  del colonizado.   A   la  teoría   del   "indígena  como   mal   absoluto" responde la teoría del "colono como mal absoluto".

La  aparición  del  colono  ha  significado  sincréticamente  la muerte de la sociedad autóctona, letargo cultural, petrificación de los individuos. Para el colonizado, la vida no puede surgir sino del cadáver en descomposición del colono. Tal es, pues, esa correspondencia estricta de los dos razonamientos.

Pero resulta que para el pueblo colonizado esta violencia, como  constituye  su  única  labor,  reviste  caracteres  positivos, medio para lograrlo, replica Lacoste, es que no haya más sangre que derramar. El pueblo argelino, después de ser entregado a las hordas de Massu, es confiado a los cuidados de las milicias urbanas. Al decidir la creación de esas milicias, Lacoste advierte claramente que no dejará que nadie interfiera con su guerra. Prueba de que existe un infinito en la podredumbre. Es verdad que está prisionero, pero ¡qué satisfacción perder a todo el mundo con él!

"El pueblo argelino, después de cada una de estas decisiones, aumenta la
contracción  de  sus  músculos  y  la  intensidad  de  su  lucha.  El  pueblo argelino, después de cada uno de esos asesinatos, solicitados y organizados, estructura más aún su toma de conciencia y solidifica su resistencia. Sí. Las tareas del ejército francés son infinitas. ¡Porque la unidad del pueblo argelino es, hasta qué punto, infinita!"

8 Por eso al principio de las hostilidades no hay prisioneros. Sólo mediante la politización de los cuadros los dirigentes llegan a hacer admitir a las masas: 1) que los que vienen de la metrópoli no siempre son voluntarios y algunas veces hasta les repugna esta guerra; 2) que el interés actual de la lucha exige que el movimiento manifieste en su acción el respeto a ciertos convenios internacionales; 3) que un ejército que hace prisioneros es un ejército y deja de ser considerado como un grupo de asaltantes de caminos;
4) que, en todo caso, la posesión de prisioneros constituye un medio de presión no despreciable para proteger a nuestros militantes detenidos por el enemigo. formativos. Esta praxis violenta es totalizadora, puesto que cada uno se convierte en un eslabón violento de la gran cadena, del gran  organismo violento surgido  como reacción a la violencia primaria del colonialista. Los grupos se reconocen entre sí y la nación futura ya es indivisible. La lucha armada moviliza al pueblo, es decir, lo lanza en una misma dirección, en un sentido único.

La movilización de las masas, cuando se realiza con motivo de  la  guerra  de  liberación,  introduce  en  cada  conciencia  la noción   de   causa   común,   de   destino   nacional,   de   historia colectiva. Así la segunda fase, la de la construcción de la nación, se facilita por la existencia de esa mezcla hecha de sangre y de cólera. Se comprende mejor entonces la originalidad del vocabulario utilizado en los países subdesarrollados. Durante el periodo  colonial,  se  invitaba  al  pueblo  a  luchar  contra  la opresión. Después de la liberación nacional, se le invita a luchar contra la miseria, el analfabetismo, el subdesarrollo. La lucha, se afirma, continúa. El pueblo comprueba que la vida es un combate interminable.

La violencia del colonizado, lo hemos dicho, unifica al pueblo. Efectivamente, el colonialismo es, por su estructura, separatista y regionalista. El colonialismo no se contenta con comprobar la existencia de tribus; las fomenta, las diferencia. El sistema colonial alimenta a los jefes locales y reactiva las viejas cofradías morabíticas. La violencia en su práctica es totalizadora, nacional. Por este hecho, lleva en lo más íntimo la eliminación del regionalismo y del tribalismo. Los partidos nacionalistas se muestran  particularmente  despiadados  con  los  caids  y  con  los jefes tradicionales. La eliminación de los caids y de los jefes es una condición previa para la unificación del pueblo.

En el plano de los individuos, la violencia desintoxica. Libra
al colonizado de su complejo de inferioridad, de sus actitudes contemplativas o desesperadas. Lo hace intrépido, lo rehabilita ante  sus  propios  ojos.  Aunque  la  lucha  armada  haya  sido simbólica y aunque se haya desmovilizado por una rápida descolonización, el pueblo tiene tiempo de convencerse de que la liberación ha sido labor de todos y de cada uno de ellos, que el dirigente no tiene mérito especial. La violencia eleva al pueblo a la altura del dirigente. De ahí esa especie de reticencia agresiva hacia la maquinaria protocolar que los jóvenes gobiernos se apresuran a instalar. Cuando han participado, mediante la violencia,  en  la  liberación  nacional,  las  masas  no  permiten  a nadie posar como "liberador". Se muestran celosas del resultado de su acción y se cuidan de no entregar a un dios vivo su futuro, su destino, la suerte de la patria. Totalmente irresponsables ayer, ahora quieren comprender todo y decidir todo. Iluminada por la violencia, la conciencia del pueblo se rebela contra toda pacificación. Los demagogos, los optimistas, los magos tropiezan ya con una tarea difícil. La praxis que las ha lanzado a un cuerpo a cuerpo desesperado confiere a las masas un gesto voraz por lo concreto. La empresa de mistificación se convierte, a largo plazo, en algo prácticamente imposible.

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