F R A N T Z F A N O N.
Viene de la entrega anterior.
Es, pues, una diplomacia en
movimiento, furiosa, que contrasta extrañamente con el mundo inmóvil,
petrificado, de la colonización. Y cuando Jruschof blande su zapato en la ONU y golpea la mesa con él,
ningún colonizado, ningún representante de los países subdesarrollados ríe.
Porque lo que Jruschof demuestra a los países colonizados que lo contemplan es
que él, el mujik, que además posee cohetes, trata a esos miserables
capitalistas como se lo merecen. Lo mismo que Castro al acudir a la ONU con uniforme militar, no
escandaliza a los países subdesarrollados.
Lo que demuestra
Castro es que
tiene conciencia de la
existencia del régimen
persistente de la violencia. Lo sorprendente es que no haya
entrado en la ONU
con su ametralladora. ¿Se habrían opuesto quizá? Las sublevaciones, los actos
desesperados, los grupos armados con cuchillos o hachas encuentran su
nacionalidad en la lucha implacable que enfrenta mutuamente al capitalismo y al
socialismo.
En 1945,
los 45.000 muertos
de Setif podían
pasar inadvertidos; en 1947, los 90.000 muertos de Madagascar podían ser
objeto de una simple noticia en los periódicos; en 1952, las 200.000 víctimas
de la represión en Kenya podían no suscitar más que una indiferencia relativa.
Las contradicciones internacionales no estaban suficientemente definidas. Ya la
guerra de Corea y la guerra de Indochina abrieron una nueva etapa. Pero sobre
todo Budapest y Suez constituyen los momentos decisivos de esa confrontación.
Fortalecidos por el apoyo
incondicional de los países socialistas, los colonizados se lanzan con las
armas que poseen contra la ciudadela
inexpugnable del colonialismo. Si
esa ciudadela es invulnerable a los cuchillos y a los puños desnudos, no
lo es cuando se decide tener en cuenta el contexto de la guerra fría.
En esta nueva coyuntura, los
norteamericanos toman muy en serio su papel de patronos del capitalismo
internacional. En una primera etapa, aconsejan amistosamente a los países
europeos que deben descolonizar. En una segunda etapa, no vacilan en proclamar primero
el respeto y
luego el apoyo
del principio: África para los
africanos. Los Estados Unidos no temen afirmar oficialmente en la actualidad
que son los defensores del derecho de los pueblos a la autodeterminación. El
último viaje de Mennen Williams no hace ilustrar la conciencia que tienen los
norteamericanos de que el Tercer Mundo no debe ser sacrificado. Se comprende
entonces por qué la violencia del colonizado no es desesperada, sino cuando se
la compara en abstracto con la maquinaria militar de los opresores. Por el
contrario, si se la sitúa dentro de la dinámica internacional, se percibe que
constituye una terrible amenaza para el opresor. La persistencia de las
sublevaciones y de la agitación
Mau-Mau desequilibra la
vida económica de la colonia, pero no pone en peligro a la metrópoli. Lo
que resulta más importante a los ojos del imperialismo es la posibilidad de que
la propaganda socialista se infiltre entre las masas, las
contamine. Ya resulta
un grave peligro
durante la etapa fría del
conflicto; ¿pero qué sucedería en caso de guerra caliente, con esa colonia
podrida por las guerrillas asesinas?
El capitalismo comprende entonces
que su estrategia militar lleva
todas las de perder en
el desarrollo de
las guerras nacionales. En
el marco de
la coexistencia pacífica,
todas las colonias están llamadas
a desaparecer y, en última instancia, la neutralidad ha sido respetada por el
capitalismo. Lo que hay que evitar antes que nada es la inseguridad
estratégica, el acceso a las masas de una doctrina enemiga, el odio radical de
decenas de millones de hombres. Los pueblos colonizados son perfectamente
conscientes de esos imperativos que dominan la vida política internacional. Y
por eso, aun aquellos que se expresan contra la violencia deciden y actúan
siempre en función de esa violencia universal. Actualmente, la coexistencia
pacífica entre los dos bloques mantiene y provoca la violencia en los países
coloniales. Mañana quizá veamos desplazarse ese campo de la violencia
después de la
liberación integral de
los territorios coloniales. Quizá se plantee la cuestión de
las minorías. Ya algunas de ellas no vacilan en favorecer los métodos violentos
para resolver sus problemas y no es por azar si, como se nos afirma, los
extremistas negros en los Estados Unidos forman milicias y en consecuencia se arman.
Tampoco se debe al azar que, en el mundo llamado libre, existan
comités de defensa
de las minorías
judías de la
URSS o que el general De Gaulle, en uno de sus discursos,
haya derramado algunas lágrimas por los millones de musulmanes oprimidos por la
dictadura comunista. El capitalismo y el imperialismo están convencidos de que
la lucha contra el racismo y los movimientos de liberación nacional son pura y
simplemente trastornos teledirigidos, fomentados "desde el exterior".
Entonces deciden utilizar la siguiente táctica eficaz: Radio-Europa Libre,
comité de apoyo a las minorías dominadas... Hacen anticolonialismo, como los
coroneles franceses en Argelia hacían la guerra subversiva con los S.A.S. o los
servicios psicológicos. "Utilizaban al pueblo contra el pueblo." Ya
sabemos el resultado de esto.
Esta atmósfera
de violencia, de
amenaza, esos cohetes apostados no
asustan ni desorientan
a los colonizados.
Hemos visto cómo toda
la historia reciente
los predispone a "comprender" esa situación. Entre
la violencia colonial y la violencia
pacífica en la que está
inmerso el mundo contemporáneo hay
una especie de
correspondencia cómplice, una
homogeneidad. Los colonizados están adaptados a esta atmósfera. Son, por una
vez, de su tiempo. A veces sorprende que los colonizados, en vez de comprarle
un vestido a su mujer, compren un radio de transistores. No debería sorprender.
Los colonizados están convencidos de que ahora se juega su destino. Viven en
una atmósfera de fin del mundo y estiman que nada debe escapárseles. Por eso
comprenden muy bien a Fuma y a Fumi, a Lumumba y a Chombé, a Ahidjo y Mumié, a
Kenyatta y a los que periódicamente lanzan para sustituirlo. Comprenden
muy bien
a todos esos
hombres porque desenmascaran
a las fuerzas que están tras
ellos. El colonizado, el subdesarrollado son actualmente animales políticos en
el sentido más universal del término.
La independencia ha aportado
ciertamente a los hombres colonizados la
reparación moral y ha consagrado
su dignidad. Pero todavía no han
tenido tiempo de elaborar una sociedad, de construir y afirmar valores. El hogar incandescente en que el ciudadano y
el hombre se desarrollan y se enriquecen en campos cada vez más amplios no
existe todavía. Situados en una especie de indeterminación, esos hombres se
convencen fácilmente de que todo va a decidirse en otra parte y para todo el
mundo al mismo tiempo. En
cuanto a los
dirigentes, frente a
esta coyuntura, vacilan y optan por el neutralismo.
Habría mucho que decir sobre el
neutralismo. Algunos lo asimilan a una especie de mercantilismo infecto que
consistiría en aceptar a diestra y siniestra. Ahora bien, el neutralismo, esa
creación de la guerra fría, si permite a los países subdesarrollados recibir la
ayuda económica de las dos partes, no permite en realidad a
ninguna de esas
dos partes ayudar
en la medida necesaria a las regiones
subdesarrolladas. Esas sumas literalmente astronómicas que
se invierten en las investigaciones militares, esos ingenieros
transformados en técnicos de la guerra nuclear podrían aumentar, en quince
años, el nivel de vida de los países subdesarrollados en un 60 por ciento. Es
evidente entonces que el interés bien entendido de los países subdesarrollados
no reside ni en la prolongación ni en la acentuación de la guerra fría. Pero
sucede que no se les pide su opinión. Entonces, cuando tienen posibilidad de
hacerlo, dejan de comprometerse. ¿Pero pueden hacerlo realmente?
He aquí, por ejemplo,
que Francia experimenta en África
sus bombas atómicas. Si se exceptúan las mociones, los
mítines y las
rupturas diplomáticas no
puede decirse que los pueblos africanos hayan pesado, en ese sector
preciso, en la actitud de Francia.
El neutralismo produce en el
ciudadano del Tercer Mundo una actitud de espíritu que se traduce en la vida
corriente por una intrepidez y un orgullo hierático que se parecen mucho al
desafío. Ese rechazo declarado de la transacción, esa voluntad rígida de
no comprometerse recuerdan
el comportamiento de esos adolescentes orgullosos y
desinteresados, siempre dispuestos a sacrificarse por una palabra. Todo esto
desconcierta a los observadores occidentales. Porque, propiamente hablando, hay
un abismo entre lo que esos hombres pretenden ser y lo que tienen detrás. Esos
países sin tranvías, sin tropas, sin dinero no justifican la bravata que
despliegan. Sin duda se trata de una impostura. El Tercer Mundo da la
impresión, frecuentemente, de que se goza en el drama y necesita su dosis
semanal de crisis. Esos dirigentes de países vacíos, que hablan fuerte,
irritan. Dan ganas de hacerlos callar.
Se les corteja.
Se les envían
flores. Se les invita. Digámoslo: se los disputan. Eso
es neutralismo. Iletrados en un 98 por ciento, existe, sin embargo, una colosal
bibliografía acerca de ellos. Viajan enormemente. Los dirigentes de los países
subdesarrollados, los estudiantes
de los países
subdesarrollados son la clientela dorada de las compañías de aviación.
Los responsables africanos y asiáticos tienen la posibilidad de seguir en un
mismo mes un curso sobre la planificación socialista, en Moscú, y sobre los
beneficios de la economía liberal, en Londres o en la Columbia University.
Los sindicalistas africanos, por su parte, progresan a un ritmo acelerado.
Apenas se les confían puestos en los organismos de dirección, cuando deciden
constituirse en centrales autónomas. No tienen cincuenta años de práctica
sindical en el marco de un país industrializado, pero ya saben que el sindicalismo
apolítico no tiene
sentido. No han tenido que hacer frente a la maquinaria
burguesa, no han desarrollado su conciencia en la lucha de clases, pero quizá
no sea necesario. Quizá. Veremos cómo esa voluntad totalizadora, que
frecuentemente se caricaturiza como globalismo es una de las características
fundamentales de los países subdesarrollados.
Pero volvamos al combate singular
entre el colonizado y el colono. Se trata, como se ha visto, de la franca lucha
armada. Los ejemplos históricos son: Indochina, Indonesia y, por supuesto, el
norte de África. Pero lo que no hay que perder de vista es que habría podido
estallar en cualquier parte, en Guinea o en Somalia y que todavía hoy puede
estallar en dondequiera que el colonialismo
pretende durar aún,
en Angola por ejemplo-.
La existencia de la lucha armada indica que el pueblo decide no confiar,
sino en los medios violentos. El pueblo, a quien ha dicho incesantemente que no
entendía sino el lenguaje de la fuerza, decide expresarse mediante la fuerza.
En realidad, el colono le ha señalado desde siempre el camino que habría de ser
el suyo, si quería liberarse. El argumento que escoge el colonizado se lo ha
indicado el colono y, por una irónica inversión de las cosas es el colonizado
el que afirma ahora que el colonialista sólo entiende el lenguaje de la fuerza.
El régimen colonial adquiere de la fuerza su legitimidad y en ningún momento
trata de engañar acerca de esa naturaleza de las cosas. Cada estatua, la de
Faidherbe o Lyautey, la de Bugeaud o la del sargento Blandan, todos estos
conquistadores encaramados sobre el suelo colonial no dejan de significar una y
la misma cosa: "Estamos aquí por la fuerza de las bayonetas..." Es
fácil completar la frase. Durante la fase insurreccional, cada colono razona
con una aritmética precisa. Esta lógica no sorprende a los demás colonos, pero
resulta importante decir que tampoco sorprende a los colonizados. Y, en primer
lugar, la afirmación de principio: "Se trata de ellos o nosotros" no
es una paradoja,
puesto que el
colonialismo, lo hemos visto, es
justamente la organización de un mundo maniqueo, de un mundo dividido en
compartimientos. Y cuando, preconizando
medios precisos, el
colono pide a cada
representante de la minoría opresora que mate a 30, 100 o 200 indígenas, se dan
cuenta de que nadie se indigna y de que, en última instancia, todo el problema
consiste en saber si puede hacerse de un solo golpe o por etapas.5
Este razonamiento, que prevé
aritméticamente la desaparición del pueblo
colonizado, no llena al
colonizado de indignación moral.
Siempre ha sabido que sus encuentros con el colono se desarrollarían en un
campo cerrado. Por eso el colonizado
no pierde tiempo
en lamentaciones ni
trata, casi nunca, de que se le
haga justicia dentro del marco colonial. En realidad, si la argumentación del
colono tropieza con un colonizado inconmovible, es porque este último ha
planteado prácticamente el problema
de su liberación
en términos idénticos.
"Debemos constituir grupos de doscientos o de quinientos y cada grupo se
ocupara de un colono." Es en esta disposición de
ánimo recíproca como
cada uno de
los protagonistas comienza la lucha.
Para el colonizado, esta
violencia representa la praxis absoluta. El militante es, además, el que
trabaja. Las preguntas que la organización formula al militante llevan la marca
de esa visión de las cosas: "¿Dónde has trabajado? ¿Con quién? ¿Qué has
hecho?" El grupo exige que cada individuo realice un acto irreversible. En
Argelia, por ejemplo, donde la casi totalidad de los hombres
que han llamado
al pueblo a
la lucha nacional estaban condenados a muerte o eran
buscados por la policía francesa, la confianza era proporcional al carácter
desesperado de cada caso. Un nuevo militante era "seguro" cuando ya
no podía volver a entrar en el sistema colonial. Ese mecanismo existió, al
parecer, en Kenya entre los Mau-Mau que exigían que cada miembro del grupo
golpeara a la víctima. Cada uno era así personalmente responsable de la muerte
de esa víctima. Trabajar es
trabajar por la
muerte del colono.
La violencia asumida permite a la vez a los extraviados y
a los proscritos del grupo volver, recuperar su lugar, reintegrarse. La
violencia es entendida así como la mediación real. El hombre colonizado se
libera en y por la violencia. Esta praxis ilumina al agente porque le indica
los medios y el fin. La poesía de Césaire adquiere en la perspectiva
EL REBELDE (duramente)
Mi apellido: ofendido; mi nombre: humillado; mi estado
civil: la rebeldía; mi edad: la edad de piedra.
LA MADRE
Mi raza: la
raza humana. Mi
religión: la fraternidad...
EL REBELDE
Mi raza: la raza caída. Mi religión...pero no serás tú
quien la prepares con su desarme...soy yo con mi rebeldía y mis pobres puños cerrados y
mi cabeza hirsuta.
(Muy tranquilo)
Me acuerdo de un día de
noviembre; no tenía seis meses [mi hijo] cuando el amo entró en la casucha
fuliginosa como una luna de abril y palpó sus pequeños miembros musculosos, era
un amo muy bueno, paseaba en una caricia sus dedos gruesos por la carita llena
de hoyuelos. Sus ojos azules reían y su boca le decía cosas azucaradas: será
una buena pieza, dijo mirándome, y decía otras cosas amables, el amo, que había
que empezar temprano, que veinte años no eran demasiados para hacer un buen
cristiano y un buen esclavo,
buen súbdito y
leal, un buen capataz, con la mirada viva y el brazo
firme. Y aquel hombre especulaba sobre
la cuna de
mi hijo, una cuna de capataz.
Nos arrastramos con el cuchillo
en la mano...
LA MADRE
¡Ay! tú morirás
EL REBELDE
Muerto... lo he matado con mis propias manos...
Sí: de muerte
fecunda y fértil...era de noche. Nos
arrastramos entre las cañas.
Los cuchillos reían
bajo las estrellas,
pero no nos
importaban las estrellas.
Las cañas nos pintaban la cara de arroyos de hojas
verdes.
LA MADRE
Yo había soñado con un hijo que
cerrara los ojos de
su madre.
EL REBELDE
Yo he decidido abrir bajo otro
sol los ojos de mi hijo.
LA MADRE
Oh hijo mío... de muerte mala y
perniciosa.
EL REBELDE
Madre, de muerte vivaz y
suntuosa
LA MADRE
por haber amado demasiado...
EL REBELDE
por haber amado demasiado...
LA MADRE
Evítame todo esto, me asfixian
tus ataduras. Sangro
por tus heridas.
EL REBELDE
Y a mí el mundo no me da cuartel...
No hay en
el mundo un
pobre tipo linchado,
un pobre hombre torturado,
en el que
no sea yo asesinado y humillado.
LA MADRE
Dios del cielo, líbralo.
EL REBELDE
Corazón mío, tú no me librarás de mis recuerdos... Era una
noche de noviembre...
Y súbitamente los clamores iluminaron el silencio.
Nos habíamos movido, los esclavos; nosotros, el abono;
nosotros, las bestias amarradas al poste de la paciencia. Corríamos como
arrebatados; sonaron los tiros...
Golpeamos.
El sudor y la sangre nos refrescaban.
Golpeamos entre los gritos y los gritos se hicieron más
estridentes y un gran clamor se elevó hacia el este, eran los barracones que
ardían y la llama lamía suavemente nuestras mejillas.
Entonces asaltamos la casa del amo. Tiraban desde las
ventanas. Forzamos las puertas.
La alcoba del amo estaba abierta de par en par.
La alcoba del amo estaba brillantemente iluminada, y el amo
estaba allí muy tranquilo... y los nuestros se detuvieron... era el amo... Yo
entré. Eres tú, me dijo, muy tranquilo... Era yo, sí soy yo, le dije, el buen
esclavo, el fiel esclavo, el esclavo esclavo, y de súbito sus ojos fueron dos
alimañas asustadas en días de lluvia... lo herí, chorreó la sangre: es el único
bautismo que recuerdo.6
Se comprende cómo en esta
atmósfera lo cotidiano se vuelve simplemente imposible. Ya no se puede ser
fellah, rufián ni alcohólico como antes.
La violencia del régimen colonial y la contraviolencia del
colonizado se equilibran
y se responden mutuamente con
una homogeneidad recíproca
extraordinaria. Ese reino de la violencia será tanto más terrible cuanto
mayor sea la sobrepoblación metropolitana. El desarrollo de la violencia en el
seno del pueblo colonizado será proporcional a la violencia ejercida por el
régimen colonial impugnado. Los gobiernos de la metrópoli son, en esta primera
fase del periodo insurreccional, esclavos de los colonos. Esos colonos amenazan
a la vez a los colonizados y a sus gobiernos. Utilizarán contra unos y otros
los mismos métodos. El asesinato del
alcalde de Évain, en su mecanismo y motivaciones, se identifica con el
asesinato de Alí Boumendjel. Para los colonos, la alternativa no está entre una
Argelia argelina y una Argelia francesa sino entre una Argelia independiente y
una Argelia colonial. Todo lo demás es literatura o intento de traición. La
lógica del colono es implacable y no nos desconcierta la contralógica
descifrada en la conducta del colonizado sino en la medida en que no se han
descubierto previamente los mecanismos de reflexión del colono. Desde el
momento en que el colonizado escoge la contraviolencia, las represalias
policíacas provocan mecánicamente las represalias de las fuerzas nacionales. No
hay equivalencia de resultados, sin embargo, porque los ametrallamientos por
avión o los cañonazos de la flota superan en horror y en importancia a las
respuestas del colonizado. Ese ir y venir del terror desmixtifica
definitivamente a los más enajenados de los colonizados. Comprueban sobre el
terreno, en efecto, que todos los discursos sobre la igualdad de la persona
humana acumulados unos sobre otros no ocultan esa banalidad que pretende que
los siete franceses muertos o heridos en el paso de Sakamody despierten la
indignación de las conciencias civilizadas en tanto que "no cuentan"
la entrada a saco en los aduares Guergour, de la derecha Djerah, la matanza de
poblaciones en masa que fueron precisamente la causa de la emboscada. Terror,
contra-terror, violencia, contraviolencia. .. He aquí lo que registran con amargura los
observadores cuando describen el círculo
del odio, tan
manifiesto y tan
tenaz en Argelia.
En las luchas armadas, hay lo que
podría llamarse el point of no return. Es casi siempre la enorme represión que
engloba a todos los sectores del pueblo colonizado, lo que lleva a él. Ese punto
fue alcanzado en Argelia, en 1955, con las 12.000 víctimas de Philippeville y,
en 1956, con la instauración, por Lacoste, de las milicias urbanas y
rurales.7 Entonces se hizo evidente
para todo el mundo y aun para los colonos que "eso no podía volver a
empezar" como antes. De todos modos, el pueblo colonizado no lleva la
contabilidad de sus muertos. Registra los enormes vacíos causados en sus filas
como una especie de mal necesario. Porque tan pronto como ha decidido responder
con la violencia, admite
7 Hay que volver sobre este periodo para medir
la importancia de esta decisión del poder francés en Argelia. Así en el Nº 4
del 28/3/1957 de Résistance Algérienne, puede leerse:
"En respuesta a la declaración
de la Asamblea
General de las Naciones
Unidas, el gobierno francés acaba
de decidir en Argelia la creación de milicias urbanas. Ya se ha vertido mucha
sangre, había dicho la
ONU. Lacoste responde: Creemos milicias. Cese al fuego,
aconsejaba la ONU,
Lacoste vocifera: Armemos a los civiles. Las dos partes son invitadas a entrar
en contacto para llegar a un acuerdo acerca de una solución democrática y
pacífica, recomendaba la
ONU. Lacoste decreta que en lo sucesivo todo europeo estará
armado y deberá disparar sobre cualquiera que le parezca sospechoso. La
represión salvaje, inicua, que linda con el genocidio deberá ser combatida
antes que nada por las autoridades, se estimaba entonces. Lacoste responde: Hay
que sistematizar la represión, organizar la cacería de argelinos. Y
simbólicamente entrega los poderes civiles a los militares, los poderes
militares a los civiles. El círculo se ha cerrado en
torno al argelino,
desarmado, hambriento, acosado, atropellado, golpeado, linchado,
asesinado como sospechoso. Actualmente, en Argelia, no hay un sólo francés que
no esté autorizado, incluso invitado a hacer uso de su arma. Ni un sólo francés
en Argelia, un mes después de la llamada de la ONU a la calma, que no tenga permiso, obligación
de descubrir, de inventar, de perseguir sospechosos.
"Un mes después de votada la
moción final de la
Asamblea General de las Naciones Unidas, ni un solo europeo
en Argelia ha sido ajeno a la más tremenda empresa de exterminio de los tiempos
modernos. ¿Solución democrática? De acuerdo, concede Lacoste, comencemos por
suprimir a los argelinos. Para
ello, armemos a
los civiles y
dejémosles hacer. La prensa parisiense en general ha acogido
sin reservas la creación de esos grupos armados. Milicias fascistas, se ha
dicho. Sí. Pero en el nivel del individuo y del derecho de gentes ¿qué es el
fascismo sino el colonialismo en el seno de países tradicionalmente
colonialistas? Asesinatos sistemáticamente legalizados, recomendados, se ha
afirmado. Pero ¿no muestra la carne argelina desde hace ciento treinta años
heridas cada vez todas sus consecuencias. Sólo exige que tampoco se le pida que
lleve la contabilidad de los muertos de los otros. A la fórmula "Todos los
indígenas son iguales", el colonizado responde: "Todos los colonos
son iguales."8 El colonizado, cuando se le tortura, cuando matan a su
mujer o la violan, no va a quejarse a nadie. El gobierno que oprime podría
nombrar cada día comisiones de encuesta y de información. A los ojos del
colonizado, esas comisiones no existen. Y de hecho, ya han pasado siete años de
más abiertas,
cada vez en
mayor número, cada
vez más radicales? Atención, aconseja Mr. Kenne-Vignes,
parlamentario del M.R.P. ¿no se corre el riesgo, al crear las milicias, de
abrir un abismo entre las dos comunidades
de Argelia? Sí.
Pero ¿no es
el estatuto colonial
la servidumbre organizada de todo un pueblo? La Revolución argelina es
precisamente la impugnación
afirmada de esa
servidumbre y de ese
abismo. La Revolución
argelina se dirige a la nación ocupante y le dice: "¡Retirad los garfios
de la carne argelina, asesinada y herida!
¡Dadle voz al pueblo argelino!"
"La creación de esas
milicias —se dice—, permitirá aligerar las tareas del ejército. Liberará
unidades cuya misión
será proteger las
fronteras tunecina y marroquí. Un ejército de seiscientos mil hombres.
La casi totalidad de la Marina
y la Aviación. Una
policía enorme, expeditiva, de sorprendentes expedientes, que ha absorbido a
los ex torturadores de los pueblos tunecino y marroquí. Unidades territoriales de cien mil hombres.
Hay que aligerar al ejército. Hay que crear milicias urbanas. El frenesí
histérico y criminal de Lacoste impone aun a los franceses perspicaces. La
verdad es que la creación de esas milicias lleva en su justificación su propia contradicción. Las tareas del
ejército francés son infinitas. Se le
fija como objetivo volver a colocar la mordaza en la boca de los argelinos y se
cierra la puerta al futuro. Sobre todo, no se analiza, no se comprende, no se
mide la profundidad ni la densidad de la Revolución argelina; jefes de distrito, jefes de
manzana, jefes de calle, jefes de edificio, jefes de piso... Al encuadramiento
superficial se añade ahora el encuadramiento vertical.
"En 48
horas, dos mil
candidaturas son registradas.
Los europeos de Argelia respondido de inmediato a la
llamada de Lacoste al asesinato. Cada europeo, desde ahora, deberá censar en su
sector a los argelinos supervivientes.
Información, respuesta rápida al terrorismo, denuncia de sospechosos,
liquidación de 'proscritos', refuerzo de los
servicios de la policía. Por
supuesto, hay que aligerar las tareas del ejército. A la 'cacería de ratas' que
tiene lugar en la superficie se añade ahora la cacería en la altura. Al asesinato artesanal, se añade ahora el
asesinato planificado. Detengan el derramamiento de sangre, había aconsejado la ONU. El mejor crímenes en
Argelia y ni un solo francés ha sido presentado a un tribunal francés por el
asesinato de un argelino. En Indochina, en Madagascar, en las colonias, el
indígena siempre ha sabido que no tenía nada que esperar del otro lado. La
labor del colono es hacer imposible hasta los sueños de libertad del
colonizado. La labor del colonizado es imaginar todas las combinaciones
eventuales para aniquilar al colono. En el plano del razonamiento, el
maniqueísmo del colono
produce un maniqueísmo
del colonizado. A la
teoría del "indígena como
mal absoluto" responde la
teoría del "colono como mal absoluto".
La aparición del
colono ha significado
sincréticamente la muerte de la
sociedad autóctona, letargo cultural, petrificación de los individuos. Para el
colonizado, la vida no puede surgir sino del cadáver en descomposición del
colono. Tal es, pues, esa correspondencia estricta de los dos razonamientos.
Pero resulta que para el pueblo
colonizado esta violencia, como
constituye su única
labor, reviste caracteres
positivos, medio para lograrlo, replica Lacoste, es que no haya más
sangre que derramar. El pueblo argelino, después de ser entregado a las hordas
de Massu, es confiado a los cuidados de las milicias urbanas. Al decidir la
creación de esas milicias, Lacoste advierte claramente que no dejará que nadie
interfiera con su guerra. Prueba de que existe un infinito en la podredumbre.
Es verdad que está prisionero, pero ¡qué satisfacción perder a todo el mundo
con él!
"El pueblo argelino, después
de cada una de estas decisiones, aumenta la
contracción de
sus músculos y la intensidad
de su lucha.
El pueblo argelino, después de
cada uno de esos asesinatos, solicitados y organizados, estructura más aún su
toma de conciencia y solidifica su resistencia. Sí. Las tareas del ejército
francés son infinitas. ¡Porque la unidad del pueblo argelino es, hasta qué
punto, infinita!"
8 Por eso al principio de las
hostilidades no hay prisioneros. Sólo mediante la politización de los cuadros
los dirigentes llegan a hacer admitir a las masas: 1) que los que vienen de la
metrópoli no siempre son voluntarios y algunas veces hasta les repugna esta
guerra; 2) que el interés actual de la lucha exige que el movimiento manifieste
en su acción el respeto a ciertos convenios internacionales; 3) que un ejército
que hace prisioneros es un ejército y deja de ser considerado como un grupo de
asaltantes de caminos;
4) que, en todo caso, la posesión
de prisioneros constituye un medio de presión no despreciable para proteger a
nuestros militantes detenidos por el enemigo. formativos. Esta praxis violenta
es totalizadora, puesto que cada uno se convierte en un eslabón violento de la
gran cadena, del gran organismo violento
surgido como reacción a la violencia
primaria del colonialista. Los grupos se reconocen entre sí y la nación futura
ya es indivisible. La lucha armada moviliza al pueblo, es decir, lo lanza en
una misma dirección, en un sentido único.
La movilización de las masas,
cuando se realiza con motivo de la guerra
de liberación, introduce
en cada conciencia
la noción de causa
común, de destino
nacional, de historia colectiva. Así la segunda fase, la
de la construcción de la nación, se facilita por la existencia de esa mezcla
hecha de sangre y de cólera. Se comprende mejor entonces la originalidad del
vocabulario utilizado en los países subdesarrollados. Durante el periodo colonial,
se invitaba al
pueblo a luchar
contra la opresión. Después de la
liberación nacional, se le invita a luchar contra la miseria, el analfabetismo,
el subdesarrollo. La lucha, se afirma, continúa. El pueblo comprueba que la
vida es un combate interminable.
La violencia del colonizado, lo
hemos dicho, unifica al pueblo. Efectivamente, el colonialismo es, por su
estructura, separatista y regionalista. El colonialismo no se contenta con
comprobar la existencia de tribus; las fomenta, las diferencia. El sistema
colonial alimenta a los jefes locales y reactiva las viejas cofradías
morabíticas. La violencia en su práctica es totalizadora, nacional. Por este
hecho, lleva en lo más íntimo la eliminación del regionalismo y del tribalismo.
Los partidos nacionalistas se muestran
particularmente despiadados con los caids
y con los jefes tradicionales. La eliminación de
los caids y de los jefes es una condición previa para la unificación del
pueblo.
En el plano de los individuos, la
violencia desintoxica. Libra
al colonizado de su complejo de
inferioridad, de sus actitudes contemplativas o desesperadas. Lo hace
intrépido, lo rehabilita ante sus propios
ojos. Aunque la
lucha armada haya
sido simbólica y aunque se haya desmovilizado por una rápida
descolonización, el pueblo tiene tiempo de convencerse de que la liberación ha
sido labor de todos y de cada uno de ellos, que el dirigente no tiene mérito
especial. La violencia eleva al pueblo a la altura del dirigente. De ahí esa
especie de reticencia agresiva hacia la maquinaria protocolar que los jóvenes
gobiernos se apresuran a instalar. Cuando han participado, mediante la
violencia, en la
liberación nacional, las
masas no permiten
a nadie posar como "liberador". Se muestran celosas del
resultado de su acción y se cuidan de no entregar a un dios vivo su futuro, su
destino, la suerte de la patria. Totalmente irresponsables ayer, ahora quieren
comprender todo y decidir todo. Iluminada por la violencia, la conciencia del
pueblo se rebela contra toda pacificación. Los demagogos, los optimistas, los
magos tropiezan ya con una tarea difícil. La praxis que las ha lanzado a un
cuerpo a cuerpo desesperado confiere a las masas un gesto voraz por lo
concreto. La empresa de mistificación se convierte, a largo plazo, en algo
prácticamente imposible.
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