1936 noviembre 30.
Fallece Juan Hernando
de Paz.
A comienzos de 1992, un
grupo de alumnos del maestro nacional Juan Hernández de Paz –entre ellos
Eudoxio Hernández Ortega, Jaime Hernández de Paz y Narciso Hernández Cruz–
promovieron un homenaje póstumo a la memoria del docente insigne del que habían
aprendido en sus años mozos los apreciables valores de querer y poder ser más y
mejores personas desde el conocimiento. Coincide la circunstancia de que los
tres alumnos citados pudieron realizar unos pocos años después estudios
superiores, gracias al buen quehacer y orientación de su maestro y la
influencia que ejerció en sus respectivos padres, en una época de estrecheces
económicas.
El empeño de aquellos
alumnos agradecidos encontró de inmediato el apoyo necesario y consiguieron que
el pleno de la corporación local de Fuencaliente de La Palma, en tiempos del
alcalde Pedro Nolasco Pérez y Pérez, concediera el nombre de Juan Hernández de
Paz a una calle del municipio, lo que se verificó, previo acuerdo plenario y
por unanimidad, en acto público celebrado el 28 de agosto del citado año en el
barrio de Las Indias, ocasión emotiva en la que tuvimos el honor de estar
presentes.
Juan Hernández de Paz
nació el 6 de mayo de 1891 en Las Indias, primogénito del matrimonio formado
por Francisco Hernández Hernández y Manuela de Paz Armas. Le seguirían otros
seis hermanos: Leonardo, Antonio, Manuela, Petra, Mateo y Maruca Hernández de
Paz. Su padre, conocido como don Pancho Hernández, era un gran amante de la
lectura –poseía un baúl lleno de libros de diferentes materias– y se
convirtió en promotor constante y destacado de la primera escuela en su pueblo natal desde su posición de síndico del
ayuntamiento local, como se refleja en los libros de actas y en su condición de
juez de paz (1901-1903).
En 1908, a la edad de
17 años, el joven Juan Hernández de Paz emigró a Cuba y en Cabaiguán trabajó en
la contabilidad de las casas dedicadas al cultivo y comercialización del
tabaco. Regresó a La Palma
en 1914, posiblemente a bordo del trasatlántico “Valbanera” y en 1920 contrajo
matrimonio con Josefa Antonia Torres Martín, natural y residente en el barrio
de Los Quemados, de cuya unión nacieron tres hijos varones: Pedro, Juan y Justo
Pastor Hernández Torres.
Su vocación por el
aprendizaje y su constante afán por el conocimiento le inclinaron por la
enseñanza y sustituyó interinamente a los maestros nacionales Enriclay Ávila y
Luciano Hernández Díaz, aún sin disponer del título correspondiente. Por
entonces ya cursaba estudios de Magisterio en la Escuela Normal de
Las Palmas de Gran Canaria, donde finalizó y ganó oposiciones, con total éxito,
en 1924.
Regentó su primera
escuela en Galguitos (San Andrés y Sauces) y en 1927 se trasladó a Adeje,
regresando dos años después a Fuencaliente, su pueblo natal, con destino en la
escuela unitaria de Los Canarios. Amante de la lectura, de las ciencias
físico-matemáticas, de la gramática y, en general, de todas las ramas del
saber, sintió especial predilección por Freud, Ortega y Gasset, así como Cervantes,
Víctor Hugo, Luis de Camoens y los clásicos griegos Homero y Aristóteles y el
romano Ovidio.
Se formó como excelente
pedagogo siguiendo las directrices de Johann Heinrich Pestalozzi (1746-1827),
el gran educador y pedagogo suizo y aún hoy sus alumnos octogenarios le
recuerdan con la alegría del aprendizaje sin esfuerzo. Además, fue un
apasionado defensor de los intereses de su pueblo y realizó estudios sobre la Fuente Santa que
fueron publicados en los periódicos palmeros de la época. Le interesaban también
las situaciones relacionadas con la economía, la política y la sociedad de su
tiempo, todo ello interrelacionado con las experiencias obtenidas durante su
estancia en Cuba[1].
Fiel cumplidor de sus conceptos religiosos
cristianos, durante la
Segunda República fue presidente local de la Unión Republicana
hasta el 25 de julio de 1936, una semana después de la sublevación militar
contra la República.
Como consecuencia de envidias y odios injustificados, fue
perseguido y falleció el 30 de noviembre de 1936 en circunstancias trágicas, a
la edad de 45 años, “dejando como herencia y ejemplo los eternos valores de
voluntad, trabajo, honradez y dignidad humanas, enmarcado en un alma buena y
libre, con proyección futura de altos vuelos sobre la familia y la Patria, vectorizados en
deseos y convicciones de evolución cósmica y eternizados en la trascendencia
anclada en el amor y en el ser más”[2].
([1] Díaz Lorenzo, Juan Carlos.
“Fuencaliente. Historia y tradición”. p. 325. Madrid, 1994. [2] Consideraciones de su hijo
Pedro Hernández Torres (1921-1988), en escrito remitido en agosto de 1984 a
este cronista oficial. )
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