1784 octubre 5.
Falleció en su domicilio de Guíade
Isora, José Antonio de León Ferrera (1711-1784), Párroco de los Realjos, Valle
de Santiago y Guía de Isora, amenazado de muerte por el señor de la Villa de Santiago1
Este artículo está dedicado a uno
de los numerosos sacerdotes nacidos en la Villa de La Orotava que, a lo largo de la historia, pasaron
gran parte de su vida en el Sur de Tenerife. Tras su ordenación estuvo
destinado en las parroquias de Los Realejos, hasta que obtuvo en propiedad la
parroquia de San Fernando en el Valle de Santiago. En ésta ejerció su labor de
apostolado durante casi diez años, hasta que debido a su enemistad con el Señor
de dicha Villa tuvo que huir definitivamente de ella para salvar su vida. Se
estableció en el vecino pueblo de Guía de Isora, donde permanecería unos 24
años, hasta su muerte. No obstante, mantuvo siempre la propiedad de la
parroquia de San Fernando, a donde intentó regresar sin éxito en alguna
ocasión.
Nuestro biografiado nació en la Villa de La Orotava hacia 1711, siendo
hijo de don Andrés García de León y doña Francisca Luis Ferrera García
Rodríguez, naturales de dicha villa2. Fue bautizado en la iglesia parroquial de
San Juan Bautista de la Villa
de Arriba, donde estaban avecindados.
Cura de Los Realejos,
párroco propio de la Villa
de Santiago y de la ayuda de parroquia de Guía de Isora.
Siguió la carrera eclesiástica,
de la que de momento no tenemos información. Tras ser ordenado de Presbítero,
hacia 1741 comenzó su apostolado en las parroquias de los dos Realejos, a cuyo
frente permaneció durante unos diez años con el beneplácito de sus vecinos.
En abril de 1751 fue nombrado,
por oposición, cura propio de la parroquia de San Fernando de la Villa de Santiago y de la
ayuda de parroquia de Ntra. Sra. de la
Luz de Guía de Isora, de las que tomó posesión en el mes de
junio inmediato, avecindándose en la citada villa. Permaneció al frente de
ambas parroquias a lo largo de 33 años, hasta su muerte.
Durante los ocho años que vivió
en el Valle, la ayuda de parroquia de Ntra. Sra. de la Luz de Guía fue atendida por
dos presbíteros servidores: don Nicolás Valentín de Farias, comisario del
Tribunal de la Santa
Cruzada, desde el 8 de abril de 1851 hasta el 8 de abril de
1757; y don José Agustín Perdomo, desde el 28 de mayo de 1757 hasta el 4 de noviembre
de 1759. No obstante, el párroco propio se acercaba con frecuencia hasta dicha
localidad, sobre todo para celebrar las principales solemnidades.
Enfrentamiento con el IV señor de la Villa de Santiago y huida de esta para salvar su vida3
Durante los primeros años de su
estancia en la Villa
de Santiago, don José Antonio llegó a mantener relaciones de buena amistad con
el III Señor de dicha villa, don Fernando Javier del Hoyo Solórzano y Sotomayor
(1703-1770), coronel del Regimiento provincial de Garachico, prioste de la Vera Cruz y patrono de
la parroquia de San Fernando.
Pero en 1758 el Señorío pasó a un
hijo de aquel, el polémico don Fernando Alonso del Hoyo Solórzano e Interián
(1731-1776), IV Señor de la
Villa de Santiago, capitán de Milicias y, como su padre,
prioste de la Vera Cruz
y patrono de la parroquia de San Fernando. Llevó una vida desarreglada y
libertina, que a la postre acabó con su vida cuando solo contaba 46 años de
edad y permanecía soltero; además, su comportamiento no era el más adecuado ni
estaba en consonancia con la moral oficial de su época, lo que le llevó a
chocar enseguida con el cura párroco de dicha villa.
Según el párroco de León Ferrera,
en una carta dirigida al obispo de Canarias que estaba fechada en Guía de Isora
el 12 de octubre de 1779, sus problemas con el Señor del Valle surgieron cuando
le aconsejó que no siguiera por el mal camino que llevaba su vida amorosa,
comunicándole por escrito lo siguiente:
“Que procurase evitar el continuo escándalo que causaba con unas
mujeres (de esas andantes) que admitía en su casa por mucho tiempo, con quienes
se las vieron y oyeron muchas indecencias”. Debido al carácter fuerte y
prepotente de don Fernando Alonso, éste lo tomó muy mal y se enemistó con el
cura hasta el punto de hacerle la vida imposible, lo que acabó casi en un
intento de linchamiento, que obligó al sacerdote a abandonar su iglesia, huir
de la villa y refugiarse en el pueblo de Guía.
Los problemas que desembocaron en
dicha decisión los señalaba dicho párroco en la mencionada carta dirigida al
obispo, en la que entre otras cosas decía: “hizo vivas diligencias a fin de que
yo me retirase de aquel su Valle, pidiéndome la casa de vivienda de la que le
pago alquiler; y haciéndome otras varias extorsiones y viendo que no conseguía
su intención por estos medios, tomó el de apedrearme los tejados y puertas y
llenar estas de inmundicias, al tiempo que yo estaba cenando la noche de la Ascensión del año 1762
en que subsistieron un cuarto de hora franco”. Y continuaba su carta señalando
la gravedad de los intentos de agresión sufridos: “algunas veces escapé de sus
garras por trascorrales, saltando paredes, cayendo y levantando sin poder
correr, ni aún andar, por estar de pies
a cabeza lleno de granos, originados de tantos sustos que me
dio”.
Dichos enfrentamientos fueron
ratificados en otra carta que un religioso de Garachico, don José Antonio de
Silva Rixo, dirigió al mismo prelado y que estaba fechada en dicho puerto el 1
del mismo mes de octubre de 1779. Así, en un párrafo de dicha carta destacaba
que: “en otra ocasión por fortuna le avisaron que huyera porque el Señor le iba
a envestir (él que era muy fuerte de genio y fatal de cabeza) y se salió
huyendo por unos corrales”.
Lo cierto es que don Fernando le
amargó la vida al cura y utilizó toda su influencia sobre los vecinos del Valle
para predisponerlos en contra del párroco, logrando que lo dejasen solo y le
negasen cualquier ayuda hasta imposibilitarle sus actividades religiosas. Ello
se confirma en la mencionada carta del párroco, al afirmar: “privándome muchos
días de celebrar misa porque me quitó los sacristanes y ninguno se animaba a
ayudarme, ni a tocar campana cuando yo no podía por estar presente en las
procesiones sin acompañarme a esto Bartolomé García que lo hacía ordinariamente
por complacer a su Señor don Fernando”.
Asimismo, según la tradición oral
recogida por don Abraham Trujillo Ferrer y don Abraham García Trujillo, la
divergencia mayor surgida entre el Señor y el cura párroco, que debió “colmar
el vaso”, tuvo que ver con el pleito de la tribuna que existía en la iglesia de
San Fernando, desde la que los Señores de Santiago oían misa sin ser vistos por
los vecinos, privilegio que tenía esta familia desde el auto de fundación de la
parroquia a cambio de cumplir con determinadas obligaciones en ella. Pero al
producirse la desavenencia con el cura, don Fernando debió de incumplir dichos
compromisos, tal como confirmaba en la carta dirigida al obispo el religioso
don José Antonio de Silva: “El Señor negó todo socorro y cumplimiento de sus
obligaciones a aquella parroquia, negándose por algún tiempo a dar el aceite
para la lámpara o luminaria de su Majestad, costeándola el Cura para que no
estuviese oscura y verse precisado por esta falta a consumirlo”.
Rotas las hostilidades entre
ambos, se alcanzó tal enemistad que el párroco decidió un día destruir la
tribuna y, al enterarse de ello, el Señor montó en cólera y fue a por el cura,
asaltando la casa parroquial. Afortunadamente, algún vecino le avisó y esa
noche escapó alocadamente y a campo traviesa hacia Guía, pero debido a la
oscuridad se vio obligado a pedir amparo en el caserío de Las Manchas, con
objeto de que alguno de sus moradores lo acogiese en su casa para poder pasar
la noche. El que le dio refugio esa noche, con muestras de consideración y
respeto, fue don Pedro Correa, humilde pastor de dicho caserío, que entró en la
historia del municipio por su valentía, al no importarle poner en peligro su
vida por dar amparo al párroco. A causa de dicha actuación, según la tradición
oral: “Al día siguiente, Pedro Correa es llamado a la casa del noble, quien lo
recibe en una habitación en la cual sólo hay dos sillas, una mesa, una daga y
un pistolón de la época. Frente a frente quedan ambos. El Señor hace
demostraciones agresivas, el aldeano no se intimida, antes bien, con dominio de
sí mismo echa mano de la silla que había y se dirige al noble y la dice: No
haga su merced ademán alguno que indique que me va a acometer porque al primero
que haga, con una silla a guisa de escudo, cubriré mi cuerpo y con la otra
sirviéndome de masa la estrellaré en su cabeza. El noble no sale de su asombro,
depone su actitud, estrecha la mano a Pedro Correa y le concede el honor de
sentarlo a su mesa”.
Don Fernando debió mantener su
estilo de vida a lo largo de toda su vida, pues tras enemistarse con nuestro
biografiado por sus consejos sobre su vida amorosa, se siguió llevando mal con
todos los demás sacerdotes que se hicieron cargo de la parroquia de San Fernando
en los años siguientes, hasta que fue nombrado teniente de cura de ella el
sacerdote franciscano fray José Antonio de Estrada, con quien entabló una buena
amistad, se supone que por su coincidencia
sobre el “comportamiento íntimo”, pues
éste llegó a
ser denunciado ante la Inquisición por haber convivido durante nueve
años, mientras estaba al frente de la parroquia, con una medianera del Señor
del Valle, con quien incluso tuvo hijos.
Establecimiento definitivo en Guía de Isora
A causa de los problemas
expuestos, en el mes de noviembre de 1759 don José Antonio
de León Ferrera ya había
trasladado su residencia al pueblo de Guía de Isora, cuya iglesia de Ntra. Sra.
de la Luz era
auxiliar de la del Valle y por entonces se encontraba sin teniente de cura, por
cese de don José Agustín Perdomo. Con anterioridad, mientras aún estaba al
frente de la iglesia de San Fernando, nuestro biografiado también había
permanecido algunos días al frente de la de Guía, del 17 al 19 de julio de
1758, probablemente en una de las ocasiones en que huyó de los desmanes del
Señor de la Villa
de Santiago. Después de su traslado, la parroquia del Valle quedó atendida
por los tenientes
de párroco o
curas servidores: fray
Miguel Córdova (1759-1760), fray
Pedro de Fuentes (1760) y fray Sebastián Álvarez de Ledesma, religioso de San
Agustín (1761).
Creyendo que su persecución por
el Señor del Valle ya había cesado, en julio de 1761 don José Antonio regresó a
su parroquia de la Villa
de Santiago. Pero la situación no había cambiado y continuaron los
enfrentamientos con don Fernando, quien le siguió haciendo la vida imposible,
por lo que justo un año después, a
comienzos de julio de 1762 se
estableció definitivamente en Guía de Isora, donde ya residió el resto
de su vida, no regresando más al Valle de Santiago, ni aún después del
fallecimiento del Señor del Valle, ocurrido el 25 de diciembre de 1776.
No obstante, hasta su muerte el
Sr. de León Ferrera siguió figurando como titular la parroquia de San Fernando,
de la que se hicieron cargo en esta segunda etapa, como tenientes de párroco:
el mencionado fray Sebastián Álvarez
de Ledesma (1762-1763), fray Pedro José
Sánchez (1763-1764) y fray Juan Martínez Vento (1764-1769). A partir de este
último año, 1769, la parroquia de San Fernando quedó atendida por el ya
mencionado fray José Antonio de Estrada, predicador jubilado y lector de Moral,
que ejerció como cura servidor desde enero de 1769 hasta el 13 de octubre de
1781, tiempo en el que entabló una gran amistad con el Señor de la Villa,
con el que compartió
su vida libertina. Cuando
el obispo le quitó el
curato, le sucedieron, también como párrocos servidores: fray Antonio
Manuel Villarreal, de la Orden
de San Francisco y teniente de cura en propiedad nombrado por el obispo fray
Joaquín de Herrera, desde el 21 de noviembre de 1781 hasta el 2 de abril de
1783; fray Cristóbal Díaz, predicador jubilado y contador de provincia de la Orden franciscana, desde el
mes de abril hasta el 10 de junio de 1783; y fray Pedro de los Monteros y
Fuentes, de la Orden
de Predicadores, director del Santísimo Rosario y teniente de cura en
propiedad, desde el 28 de julio de 1783 hasta el 25 de noviembre de 1784.
Tras huir de la Villa de Santiago, don José
Antonio se estableció en Guía de Isora,
permaneciendo al frente de su
parroquia durante 25 años, hasta su muerte.
Volviendo a nuestro biografiado,
el 21 de diciembre de 1768 fue sepultada en la iglesia de Guía de Isora su
hermana, doña Jerónima Antonia García Ferrera, que había estado avecindada con
él en la Villa
de Santiago y en dicho pueblo de Guía. Pero otras tres hermanas continuaron en
su compañía, tal como se aprecia en el padrón vecinal de Guía de Isora del año 1779,
que se conserva en el archivo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de
Tenerife; según éste, en dicho pueblo vivían: “D. José Ferrera, de 68 años,
pasa regularmente, párroco. / Polonia Agustina, hermana de 60. / Mariana,
hermana de 59, ejercitada en planchar ropa. / María Catalina, hermana de 57”.
Como curiosidad, en una carta
fechada el 20 de enero de 1770, don José Antonio informaba de que: “Guía de
Isora cuenta con una casa que los vecinos han puesto al servicio del cura,
rentando 12 pesos anuales y doce botijas de aceite para el Santísimo; siendo
necesario en ocasiones que el mayordomo se valga de la justicia para
cobrarlos”.
En 1771, el párroco de León
Ferrera, con el apoyo del alcalde don Agustín Delgado Suárez, entregó la imagen
de Ntra. Sra. de la Luz
de Guía a las autoridades de Garachico, para hacerle un novenario en la
parroquia matriz de dicho puerto. La venerada imagen de la Virgen salió de Guía de
Isora el 8 de julio y regresó a su iglesia el 27 de ese mismo mes, después de
haber visitado todas las iglesias y monasterios de dicha villa, en medio del
fervor popular.5
Por un informe dirigido al obispo
el 16 de julio de 1781, sobre la mala conducta de ciertos vecinos, conocemos
algunos datos de la vida del párroco León Ferrera, quien afirmaba que: “ha
tiempo de quarenta años que estoi en el empleo de Párrocho en los dos Realejos,
Valle de Santiago y este Lugar de Guía”6.
Fallecimiento
El venerable párroco don José
Antonio de León Ferrera falleció en su domicilio de Guía
de Isora el 5 de octubre de 1784,
cuando contaba 73 años de edad y tras recibir los Santos Sacramentos. Al día
siguiente se oficiaron las honras fúnebres en la iglesia de Ntra. Sra. de la Luz, haciéndosele
encomendación de alma, y a continuación recibió sepultura en el mismo templo
parroquial. El día 7 se le hizo oficio de honras y el día 8 el de cabo de año.
Llevaba 24 años ejerciendo en el
pueblo de Guía, a los que habría que sumar otros nueve y medio que había estado
en la Villa de
Santiago.
(Octavio R4odriguez Delgado, 2014) [blog.octaviordelgado.es]
Notas:
1
Sobre este personaje puede verse también otro artículo de este mismo
autor: “Personajes del Sur
(Guía-Santiago del Teide):
Párrocos de Nuestra Señora de la
Luz” (I y II), El Día (La Prensa del domingo), 20 y
27 de septiembre de 1992. Con
posterioridad, la reseña biográfica se ha visto enriquecida con nuevos datos.
2 Casados en la parroquia de San
Juan Bautista en 1696. Don Andrés era hijo de don Francisco de León y doña
María García. Agradecemos estos datos a nuestro amigo Moisés Raya, de la Sociedad de Estudios
Genealógicos y Heráldicos de
Canarias (SEGEHECA).
3 Colectivo Arguayo. “El Señorío del Valle de Santiago (2ª
parte)”. Chinyero, nº 3 (1996), págs. 28-37.
4 José LAVANDERA
LÓPEZ. “Hambre y
miseria en Canarias:
1768-1772. el papel de la
Iglesia”.
Almogaren 25 (diciembre de 1999), pág. 16. La carta se
conserva en el Archivo Histórico Diocesano (Sección
20. Espolios y Vacantes. Caja h).
5 Carlos ACOSTA GARCÍA (1991). Isora, Garachico y la Virgen de la Luz. Págs. 28-32.
6 Archivo Diocesano de Las Palmas de Gran Canaria.
Documentación por pueblos.
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