1932.
Falleció en la ciudad de Montevideo, Antonio Camacho Pérez
(1854-1932) emigrante, maestro inspector, catedrático y rector interino de la Universidad de La Republica de Uruguay, sus
restos reposan desde entonces en la capital uruguaya.
Hijo de zapatero, don Antonio
Camacho Pérez inició la carrera de Magisterio en Tenerife, pero antes de
concluir su carrera contrajo matrimonio y emigró a Brasil, atraído por la
campaña propagandística que por esos años se hizo en Canarias. Pero al chocar
con la cruda realidad dio pruebas de amor a sus paisanos al preocuparse desde
aquel continente por los incautos que estaban prestos a emigrar a dicho país,
remitiendo una carta a la prensa en la que relataba la experiencia negativa de
los canarios que allí estaban, hablando de las mil y una dificultades para
cultivar la tierra, de los múltiples problemas de comunicación y abastecimiento,
etc.; dicha carta tuvo un amplio eco e influyó en que muy pocos isleños
emigrasen al enorme país sudamericano. Pasó luego a la República Oriental
del Uruguay, donde terminó sus estudios y obtuvo el título de Maestro de
Primera Enseñanza; ejerció en distintas localidades y luego fue designado
inspector de escuelas. En Maldonado fundó una sección de Enseñanza preparatoria
y secundaria, anexa a la prestigiosa “Escuela Ramírez”. Más tarde, se le confió
la Jefatura
de Trabajos Prácticos de Historia Natural, así como diversas asignaturas en la Universidad de la República y, a pesar de
su humilde cuna y de las grandes dificultades que había tenido que superar en
su vida de emigrante, llegó a ser catedrático y rector interino de dicha
Universidad, demostrando que con tesón, inteligencia e ideas claras se puede
conseguir casi todo lo que uno se propone. Fue, sin duda, un destacado
personaje del Sur tinerfeño.
Maestro interino de
Vilaflor y emigrante en Brasil
Nuestro biografiado nació en la
calle de La Ladera
del pueblo de Vilaflor el 1 den noviembre de 1854, siendo hijo de don Antonio
Camacho y Cerdeña, natural de La
Antigua en la isla de Fuerteventura, y de doña Antonia Pérez
Tacoronte, que lo era del pueblo tinerfeño. Cuatro días después recibió el
bautismo en la iglesia matriz del Apóstol San Pedro, de manos del cura párroco
don José Lorenzo Grillo y Oliva; se le puso por nombre “Antonio del Patrocinio”
y actuó como padrino don Pedro Fumero.
Creció en el seno de una familia
humilde que logró superarse, pues su padre no era más que un modesto artesano
zapatero, que salió de Fuerteventura en búsqueda de mejor fortuna. De sus
hermanos, nacidos en Vilaflor, conocemos a los tres siguientes: don Domingo
Camacho y Pérez (1849-?), sargento de Milicias y tallador de quintos en el
Ayuntamiento de su pueblo natal; don Luis Camacho Pérez (?-1938), que emigró a
Uruguay, donde contrajo matrimonio y murió, tras haber residido unos 30 años en
dicho país; y don Alonso Camacho Pérez,
que vivió en Vilaflor, localidad de la que fue alcalde y juez
municipal, dejando destacada sucesión.
Tras aprender las
primeras letras en su
pueblo natal, don Antonio Camacho fue adquiriendo de forma autodidacta una
notable cultura. Por ese motivo, el 18 de mayo de 1873 fue nombrado
maestro interino de
la escuela pública
de niños de
Vilaflor, por el Ayuntamiento de dicho pueblo; no obstante,
algunos concejales se opusieron porque aún carecía de título profesional y
reunía las mismas condiciones que el que desempeñaba dicha plaza con
anterioridad, don Pedro Tacoronte Fumero. Esta fue la causa por la que nuestro
biografiado decidió cursar la carrera de Magisterio, de modo que en el curso
1875-76 se matriculó en la
Escuela Normal de Maestros de La Laguna e inició los
estudios2.
Por entonces, el 8 de mayo de
1876, a los 21 años de edad, contrajo matrimonio en la parroquia matriz de
Ntra. Sra. de la Concepción
de Santa Cruz de Tenerife con doña María del Carmen Camacho Domínguez, natural
y vecina de dicha ciudad, hija de don Manuel Camacho y doña María Josefa
Domínguez; los casó y veló don José Manuel Hernández, capellán párroco
castrense de 1ª clase, con licencia de don Claudio Marrero Delgado, Lcdo. en
Sagrada Teología, beneficiado rector ecónomo y arcipreste juez eclesiástico del
distrito, y actuaron como testigos el padre de la novia, doña María Dolores
Camacho y don Juan Pérez, de dicha vecindad.
Pero antes de concluir su
carrera, en esa misma década de los setenta, emigró a Brasil, atraído por la
campaña propagandística que por esos años se hizo en Canarias. Sin embargo, al
establecerse en aquel país las ilusiones iniciales se desvanecieron, pues
chocaron con la cruda realidad. Por esta razón, al enterarse años después de
que se estaba preparando una contrata
por Francisco Ferreira
de Moraes para
llevar nuevos canarios
al gran país sudamericano, envió una carta desde Tala
de Canelones en la
República Oriental del Uruguay, donde ya residía, al
periódico “El Memorandum” que se editaba en Santa Cruz de Tenerife, donde vio
la luz el 1 de octubre de 1881.
Gracias a la publicación de esta
carta en la prensa tinerfeña, hemos podido saber algo de los primeros años de
la estancia en América de nuestro biografiado, a la par que nos sirve para conocer
cual era la
situación de los
emigrantes canarios en
algunos países de Sudamérica, como era el caso de Brasil. En
la misma (extractada y comentada por el profesor Julio Hernández
García)3 comenzaba justificándose por
haber tardado tanto
tiempo en escribir, pues no lo
había creído oportuno al ocuparse ampliamente la prensa canaria de combatir la
emigración a Brasil; pero que ahora lo hacía porque se había enterado, por unas
cartas recibidas de Canarias, de que los isleños se aprestaban en gran número a
partir para ese país. El Sr. Camacho hablaba luego de su experiencia personal,
pues “ha estado en Brasil y recorrido casi todas sus provincias” y apercibía al
canario de que, aparte del clima, la mayor dificultad la había de encontrar en
la ocupación agrícola a la que se le quería destinar, […] debido a que los
terrenos que tratan de colonizarse están en el interior del territorio, ya que
las costas están pobladas, cubiertos de
gigantescos árboles, a los que hay que
cortar y reducir a cenizas, para poder hacer la tierra laborable,
lo que no siempre se consigue por ser excesivamente gruesos. Una vez
realizadas estas costosas operaciones
hay que sembrar en los espacios que quedan algo de maíz, café y mandioca, que
apenas han crecido cuando aparecen
multitud de hierbas y
arbustos que los han de destruir,
trabajo que ha de repetirse con frecuencia y que consume la mayor parte del
tiempo, no permitiendo por tanto a una familia canaria mas que cultivar sino una superficie muy
reducida.
A los inconvenientes propios del
suelo, había que sumar la circunstancia de que muchos terrenos se hallaban
situados a grandes distancias de los puntos de exportación y de las poblaciones
consumidoras, lo que implicaba unos fuertes desembolsos económicos, no
compensables. Por otro lado, la lejanía en esas inmensas selvas hacía realmente
difícil el avituallamiento: “el infeliz labrador... no tendrá ni un pedazo de pan con qué
alimentarse y verá recompensadas sus fatigas con un poco de maíz cocido o una
raíz de mandioca, pues en los puntos a que me refiero no son otras comidas
accesibles ni aún a los hacendados, si se exceptúa la carne de tasajo
introducida allí de estas Repúblicas, que por tener un elevado precio, no está
al alcance de todos”. Comentaba luego don Antonio que había visto muchos
canarios “desnudos y descalzos y gimiendo en la miseria y no crean los que de
todo culpan a la pereza, no; ellos trabajaban
mucho más que el envilecido esclavo brasileño, pero como eso de vestir y
calzar es allí lujo (en el campo), no está el lujo al alcance de todas las
fortunas. (He visto tantos que maldecían la hora en que dejaron su patria y que
darían la mitad de su vida por volver a ella!”. Agregaba más adelante:
No se alucinen nuestros paisanos:
los que se constituyen en propagandistas
de la emigración, cualquiera que ella sea, no son más que explotadores
que ven en la desgracia del prójimo el medio de ganar algunos pesos. Aquellos que escriben y
publican hojas y folletos para
repartir gratis, no lo hacen por
hacerlos felices, sino que esperan alguna recompensa con la infelicidad de los
demás. Yo he entrado en el número de los que se alucinaron con fantásticas descripciones y es por
ello que quisiera que los que han
nacido bajo el cielo siempre azul de las Afortunadas, dejaran de ser tan crédulos y se conformaran con vivir en su país, alejando de sí la idea ingénita en nosotros de ir a
buscar a países extraños la felicidad que no encontrarán jamás.
Y concluía su crítica carta:
Yo visité algunas colonias
agrícolas del Brasil, cuyos pobladores
carecían de lo necesario a la vida en unas; en otras pudiera decirse con razón
que no hay un palmo de terreno que no sea la tumba de un colono: tal es la de
Santa Leopoldina, fundada por alemanes, poblada varias veces después por
italianos, suizos, etc., de los cuales no podrá describir ninguno, pues todos
han caido víctimas de malignas fiebres que se padecen en aquellos lugares.
Testigo de ello ha sido el crecido número de viudas y huérfanos que el gobierno
envió a Europa en el año 1876, y lo saben bien los autores de folletos y
agentes de emigración, pero no les conviene decirlo.
La carta tuvo un amplio eco entre
los canarios de entonces y, junto con la campaña desatada en la prensa local
contra la mencionada contrata, consiguió que muy pocos isleños emigrasen a
aquel país americano.
Maestro, inspector, catedrático y rector de la Universidad de
Monhtevideo
Como ya
hemos apuntado, Antonio
Camacho pasó desde
Brasil a la
limítrofeRepública Oriental del Uruguay, donde consta que ya residía al
menos desde el año 1881.
Convencido de que la mejor
fórmula para prosperar pasaba por aumentar su preparación y su cultura,
continuó los estudios que había iniciado en Tenerife y en dicho país
sudamericano obtuvo el título de Maestro de Primera Enseñanza.
Después de ejercer la docencia en
distintas localidades, fue designado inspector de Escuelas, cargo que desempeñó
en tres de los diecinueve Departamentos de la República: Cerro Largo,
Artigas y Maldonado. En la ciudad capital de este último Departamento fundó
una sección de
Enseñanza preparatoria y
secundaria, anexa a
la prestigiosa “Escuela Ramírez”, cuyas cátedras, que eran
gratuitas, estaban casi todas a su cargo4.
La labor desarrollada en dicho
centro docente fue recogida por Atilio Cassinelli en un artículo titulado
“Inmigrantes canarios en Maldonado”, publicado en el suplemento literario del
diario El Día de Montevideo el 15 de abril de 1979 (reproducido el 29 de dicho
mes por El Eco de Canarias), en el que
destacaba como don Mamerto Gutiérrez le había hablado “sobre la
fundación de la
Escuela Ramírez –que
dirigiéramos también en
nuestras mocedades– y sobre la
esclarecida obra de
algunos de sus
distinguidos docentes –los educacionistas casi de excepción, don
José Dodera y Rodolfo Rodríguez– el Inspector Deptal, don Antonio Camacho y aún
con la generosa contribución del Dr. Román Bergalll, quienes contribuyeron no
poco al encumbramiento del prestigio de aquélla y al de la enseñanza pos-
escolar que a continuación se impartiera”.
Más tarde, y como reconocimiento
a su elevada formación cultural y amor por las Ciencias Naturales, el
jurisconsulto, economista, periodista y ministro uruguayo don Eduardo Acevedo
(Buenos Aires 1857-Montevideo 1948), por entonces rector de la Universidad de la República Oriental
del Uruguay (1904-1907), le confió la Jefatura de Trabajos Prácticos de Historia
Natural, así como clases de Mineralogía, Zoología, Botánica y Gramática, en el
máximo centro educativo de dicho país5. En esta Universidad de la República, con sede en
Montevideo, continuó sus estudios y obtuvo más tarde la plaza de catedrático de
Historia Natural y llegó a ser rector interino de la misma al final de su
actividad docente.
En 1924, don Isaac Viera nos
hablaba en sus “Costumbres Canarias” de
los canarios distinguidos en América, y entre ellos de: “Otro canario
distinguido, el gran Camacho, que desde
el humilde puesto de
maestro de instrucción
primaria llegó a
catedrático de la Universidad de Montevideo, sonríe hoy satisfecho
en el ocaso del vivir, en el retiro de su hogar, recordando siempre con cariño
su pobre cuna, su Vilaflor adorable”6.
El ilustre educador y naturalista
Antonio Camacho Pérez falleció en la ciudad de Montevideo en el año 1932, a los
77 años de edad, y sus restos reposan desde entonces en la capital uruguaya7.
Con su esposa, doña María del
Carmen Camacho Domínguez, había procreado seis hijos que, según el investigador
palmero don David W. Fernández, llegaron a figurar entre los uruguayos más
ilustres de la época reciente, pues ocuparon cargos políticos y culturales de
importancia en la
sociedad uruguaya: don
Teodofredo Bolívar Camacho
Camacho (1885-1949), profesor y primer subdirector de la Escuela Naval de
Montevideo; don Franklin Camacho Camacho (1886-?), químico farmacéutico; don
Segismundo Camacho Camacho (?-1953), químico farmacéutico, inspector de
Farmacia y autor de un libro muy conocido de jurisprudencia farmacéutica; don
Edison Camacho Camacho, médico y senador por el Departamento de
Flores; doña María
del Carmen y
doña Ana Camacho
Camacho, educadoras8.
Su padre, don Antonio Camacho y
Cerdeña, murió en Vilaflor el 17 de julio de 1883, a las diez de la noche, a
consecuencia de perlecía; contaba 58 años de edad, no había testado y sólo
recibió el Sacramento de la
Extremaunción, “por hallarse destituido de sus sentidos”. Al
día siguiente se oficiaron las honras fúnebres en la iglesia de San Pedro por
el beneficiado propio don José Lorenzo Grillo y Oliva y a continuación recibió
sepultura en el cementerio de dicha localidad, de lo que fueron testigos don
Domingo Tacoronte Trujillo y don Faustino Hernández, labradores de dicha
naturaleza y vecindad. Figuraba como artesano, natural de La Antigua (Fuerteventura),
hijo de don Domingo Camacho y doña María del Carmen Cerdeña, y viudo de doña
Antonia Pérez Tacoronte, de Vilaflor.
El 26 de abril de 1938, con
motivo de la muerte de su hermano Luís, también en Montevideo, el corresponsal
de Gaceta de Tenerife en Vilaflor recordaba a este paisano y a su ilustre
hermano: “El extinto, hombre ilustrado y
bondadoso, era hermano de don Antonio
Camacho, también fallecido en aquella capital, donde, por su preclara inteligencia llegó a ser catedrático de Historia
Natural de la Universidad
de Montevideo y rector de la misma en sus últimos años de ejercicio
profesional”.
Como curiosidad, en 1962 la Revista de Historia Canaria
informaba de la intensa actividad desarrollada por la Sociedad “Islas Canarias”
de Montevideo, que realizaba una provechosa labor de acercamiento y solidaridad
entre los individuos de la colonia isleña, devolviéndoles el añorado ambiente de la patria de origen. En
dicha labor destacaba la inauguración de una “galería iconográfica de canarios notables en el Uruguay”, en la que figuraba
en lugar destacado don Antonio Camacho Pérez.
Asimismo, el 13 de enero de 1963,
el semanario Antena de Lanzarote se hacía eco de que la misma Sociedad “Islas
Canarias” se había dirigido a la Junta Departamental solicitando que se
diese el nombre
de Avenida Islas
Canarias a alguna
importante avenida de Montevideo; para apoyar la petición,
manifestaban que estas islas no solo habían sido la patria de los fundadores de
dicha capital, sino también de los emigrantes que “con su labor personal
labraron páginas imperecederas en la historia de Uruguay”, entre ellos “el
profesor Antonio Camacho”.
(Octavio Rodríguez Delgado) [blog.octaviordelgado.es]
Notas:
1
Sobre este personaje puede verse también otro artículo de este mismo
autor: “Personajes del Sur (Vilaflor): Don Antonio Camacho y Pérez, catedrático
de la Universidad
de Montevideo”. El Día (La
Prensa del domingo), 9 de julio de 1989. Con posterioridad,
la reseña biográfica se ha visto enriquecida con nuevos datos.
2 José Antonio ORAMAS LUIS (1992). La Escuela Normal de La Laguna en el siglo XIX.
Pág. 211.
3 Julio HERNÁNDEZ GARCÍA (1981). La emigración de las Islas
Canarias en el siglo XIX. Págs. 365-366.
4 Elfidio ALONSO
(1987). De Tenerife
a Montevideo. Pág. 122;
David W. FERNÁNDEZ
(1989).
Diccionario biográfico canario-americano. Págs. 49-50.
5 Ibidem.
6 Isaac VIERA (1924). Costumbres canarias. Edición de 1994,
pág. 200.
7 FERNÁNDEZ (1989). Op. cit., pág. 49.
8 Ibidem, págs. 49-50.
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