viernes, 20 de junio de 2014

ANTONIO CAMACHO PEREZ




1932.
Falleció en la ciudad de Montevideo, Antonio Camacho Pérez (1854-1932) emigrante, maestro inspector, catedrático y rector interino de la Universidad de La Republica de Uruguay, sus restos reposan desde entonces en la capital uruguaya.


Hijo de zapatero, don  Antonio  Camacho  Pérez  inició la carrera de  Magisterio en Tenerife, pero antes de concluir su carrera contrajo matrimonio y emigró a Brasil, atraído por la campaña propagandística que por esos años se hizo en Canarias. Pero al chocar con la cruda realidad dio pruebas de amor a sus paisanos al preocuparse desde aquel continente por los incautos que estaban prestos a emigrar a dicho país, remitiendo una carta a la prensa en la que relataba la experiencia negativa de los canarios que allí estaban, hablando de las mil y una dificultades para cultivar la tierra, de los múltiples problemas de comunicación y abastecimiento, etc.; dicha carta tuvo un amplio eco e influyó en que muy pocos isleños emigrasen al enorme país sudamericano. Pasó luego a la República Oriental del Uruguay, donde terminó sus estudios y obtuvo el título de Maestro de Primera Enseñanza; ejerció en distintas localidades y luego fue designado inspector de escuelas. En Maldonado fundó una sección de Enseñanza preparatoria y secundaria, anexa a la prestigiosa “Escuela Ramírez”. Más tarde, se le confió la Jefatura de Trabajos Prácticos de Historia Natural, así como diversas asignaturas en la Universidad de la República y, a pesar de su humilde cuna y de las grandes dificultades que había tenido que superar en su vida de emigrante, llegó a ser catedrático y rector interino de dicha Universidad, demostrando que con tesón, inteligencia e ideas claras se puede conseguir casi todo lo que uno se propone. Fue, sin duda, un destacado personaje del Sur tinerfeño.

Maestro interino de Vilaflor y emigrante en Brasil

Nuestro biografiado nació en la calle de La Ladera del pueblo de Vilaflor el 1 den noviembre de 1854, siendo hijo de don Antonio Camacho y Cerdeña, natural de La Antigua en la isla de Fuerteventura, y de doña Antonia Pérez Tacoronte, que lo era del pueblo tinerfeño. Cuatro días después recibió el bautismo en la iglesia matriz del Apóstol San Pedro, de manos del cura párroco don José Lorenzo Grillo y Oliva; se le puso por nombre “Antonio del Patrocinio” y actuó como padrino don Pedro Fumero.

Creció en el seno de una familia humilde que logró superarse, pues su padre no era más que un modesto artesano zapatero, que salió de Fuerteventura en búsqueda de mejor fortuna. De sus hermanos, nacidos en Vilaflor, conocemos a los tres siguientes: don Domingo Camacho y Pérez (1849-?), sargento de Milicias y tallador de quintos en el Ayuntamiento de su pueblo natal; don Luis Camacho Pérez (?-1938), que emigró a Uruguay, donde contrajo matrimonio y murió, tras haber residido unos 30 años en dicho país; y don Alonso Camacho Pérez,  que vivió en Vilaflor, localidad de la que fue alcalde  y juez  municipal, dejando destacada sucesión.

Tras  aprender las  primeras letras  en  su  pueblo natal,  don  Antonio Camacho  fue adquiriendo de forma autodidacta una notable cultura. Por ese motivo, el 18 de mayo de 1873 fue  nombrado  maestro  interino  de  la  escuela  pública  de  niños  de  Vilaflor,  por  el Ayuntamiento de dicho pueblo; no obstante, algunos concejales se opusieron porque aún carecía de título profesional y reunía las mismas condiciones que el que desempeñaba dicha plaza con anterioridad, don Pedro Tacoronte Fumero. Esta fue la causa por la que nuestro biografiado decidió cursar la carrera de Magisterio, de modo que en el curso 1875-76 se matriculó en la Escuela Normal de Maestros de La Laguna e inició los estudios2.

Por entonces, el 8 de mayo de 1876, a los 21 años de edad, contrajo matrimonio en la parroquia matriz de Ntra. Sra. de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife con doña María del Carmen Camacho Domínguez, natural y vecina de dicha ciudad, hija de don Manuel Camacho y doña María Josefa Domínguez; los casó y veló don José Manuel Hernández, capellán párroco castrense de 1ª clase, con licencia de don Claudio Marrero Delgado, Lcdo. en Sagrada Teología, beneficiado rector ecónomo y arcipreste juez eclesiástico del distrito, y actuaron como testigos el padre de la novia, doña María Dolores Camacho y don Juan Pérez, de dicha vecindad.

Pero antes de concluir su carrera, en esa misma década de los setenta, emigró a Brasil, atraído por la campaña propagandística que por esos años se hizo en Canarias. Sin embargo, al establecerse en aquel país las ilusiones iniciales se desvanecieron, pues chocaron con la cruda realidad. Por esta razón, al enterarse años después de que se estaba preparando una contrata  por  Francisco  Ferreira  de  Moraes  para  llevar  nuevos  canarios  al  gran  país sudamericano, envió una carta desde Tala de Canelones en la República Oriental del Uruguay, donde ya residía, al periódico “El Memorandum” que se editaba en Santa Cruz de Tenerife, donde vio la luz el 1 de octubre de 1881.

Gracias a la publicación de esta carta en la prensa tinerfeña, hemos podido saber algo de los primeros años de la estancia en América de nuestro biografiado, a la par que nos sirve para  conocer  cual  era  la  situación  de  los  emigrantes  canarios  en  algunos  países  de Sudamérica, como era el caso de Brasil. En la misma (extractada y comentada por el profesor Julio  Hernández  García)3   comenzaba  justificándose  por  haber  tardado  tanto  tiempo  en escribir, pues no lo había creído oportuno al ocuparse ampliamente la prensa canaria de combatir la emigración a Brasil; pero que ahora lo hacía porque se había enterado, por unas cartas recibidas de Canarias, de que los isleños se aprestaban en gran número a partir para ese país. El Sr. Camacho hablaba luego de su experiencia personal, pues “ha estado en Brasil y recorrido casi todas sus provincias” y apercibía al canario de que, aparte del clima, la mayor dificultad la había de encontrar en la ocupación agrícola a la que se le quería destinar, […] debido a que los terrenos que tratan de colonizarse están en el interior del territorio, ya que las costas están pobladas,  cubiertos de gigantescos árboles,  a los que hay que cortar  y reducir a cenizas, para  poder hacer la tierra  laborable,  lo que no siempre se consigue por ser excesivamente gruesos. Una vez realizadas  estas costosas operaciones hay que sembrar en los espacios que quedan algo de maíz, café y mandioca, que apenas han crecido cuando aparecen  multitud de hierbas  y arbustos  que los han de destruir, trabajo que ha de repetirse con frecuencia y que consume la mayor parte del tiempo, no permitiendo por tanto a una familia canaria  mas que cultivar sino una superficie muy reducida.

A los inconvenientes propios del suelo, había que sumar la circunstancia de que muchos terrenos se hallaban situados a grandes distancias de los puntos de exportación y de las poblaciones consumidoras, lo que implicaba unos fuertes desembolsos económicos, no compensables. Por otro lado, la lejanía en esas inmensas selvas hacía realmente difícil el avituallamiento: “el infeliz labrador...  no tendrá ni un pedazo de pan con qué alimentarse y verá recompensadas sus fatigas con un poco de maíz cocido o una raíz de mandioca, pues en los puntos a que me refiero no son otras comidas accesibles ni aún a los hacendados, si se exceptúa la carne de tasajo introducida allí de estas Repúblicas, que por tener un elevado precio, no está al alcance de todos”. Comentaba luego don Antonio que había visto muchos canarios “desnudos y descalzos y gimiendo en la miseria y no crean los que de todo culpan a la pereza, no; ellos trabajaban  mucho más que el envilecido esclavo brasileño, pero como eso de vestir y calzar es allí lujo (en el campo), no está el lujo al alcance de todas las fortunas. (He visto tantos que maldecían la hora en que dejaron su patria y que darían la mitad de su vida por volver a ella!”. Agregaba más adelante:
No se alucinen nuestros paisanos: los que se constituyen en propagandistas  de la emigración, cualquiera que ella sea, no son más que explotadores que ven en la desgracia del prójimo el medio de ganar  algunos pesos. Aquellos que escriben y publican hojas y folletos para  repartir  gratis, no lo hacen por hacerlos felices, sino que esperan alguna recompensa con la infelicidad de los demás. Yo he entrado en el número de los que se alucinaron  con fantásticas descripciones  y es por  ello que quisiera  que los que han nacido bajo el cielo siempre azul de las Afortunadas, dejaran  de ser tan crédulos y se conformaran  con vivir en su país, alejando  de sí la idea ingénita en nosotros de ir a buscar a países extraños la felicidad que no encontrarán jamás.
Y concluía su crítica carta:
Yo visité algunas colonias agrícolas  del Brasil, cuyos pobladores carecían de lo necesario a la vida en unas; en otras pudiera decirse con razón que no hay un palmo de terreno que no sea la tumba de un colono: tal es la de Santa Leopoldina, fundada por alemanes, poblada varias veces después por italianos, suizos, etc., de los cuales no podrá describir ninguno, pues todos han caido víctimas de malignas fiebres que se padecen en aquellos lugares. Testigo de ello ha sido el crecido número de viudas y huérfanos que el gobierno envió a Europa en el año 1876, y lo saben bien los autores de folletos y agentes de emigración, pero no les conviene decirlo.
La carta tuvo un amplio eco entre los canarios de entonces y, junto con la campaña desatada en la prensa local contra la mencionada contrata, consiguió que muy pocos isleños emigrasen a aquel país americano.

Maestro, inspector, catedrático y rector de la Universidad de Monhtevideo

Como  ya  hemos  apuntado,  Antonio  Camacho  pasó  desde  Brasil  a  la  limítrofeRepública Oriental del Uruguay, donde consta que ya residía al menos desde el año 1881.
Convencido de que la mejor fórmula para prosperar pasaba por aumentar su preparación y su cultura, continuó los estudios que había iniciado en Tenerife y en dicho país sudamericano obtuvo el título de Maestro de Primera Enseñanza.

Después de ejercer la docencia en distintas localidades, fue designado inspector de Escuelas, cargo que desempeñó en tres de los diecinueve Departamentos de la República: Cerro Largo, Artigas y Maldonado. En la ciudad capital de este último Departamento fundó una  sección  de  Enseñanza  preparatoria  y  secundaria,  anexa  a  la  prestigiosa  “Escuela Ramírez”, cuyas cátedras, que eran gratuitas, estaban casi todas a su cargo4.

La labor desarrollada en dicho centro docente fue recogida por Atilio Cassinelli en un artículo titulado “Inmigrantes canarios en Maldonado”, publicado en el suplemento literario del diario El Día de Montevideo el 15 de abril de 1979 (reproducido el 29 de dicho mes por El Eco de Canarias),  en el que destacaba como don Mamerto Gutiérrez le había hablado “sobre  la  fundación  de  la  Escuela  Ramírez  –que  dirigiéramos   también  en  nuestras mocedades–  y sobre  la  esclarecida  obra  de  algunos  de  sus  distinguidos  docentes  –los educacionistas casi de excepción, don José Dodera y Rodolfo Rodríguez– el Inspector Deptal, don Antonio Camacho y aún con la generosa contribución del Dr. Román Bergalll, quienes contribuyeron no poco al encumbramiento del prestigio de aquélla y al de la enseñanza pos- escolar que a continuación se impartiera”.

Más tarde, y como reconocimiento a su elevada formación cultural y amor por las Ciencias Naturales, el jurisconsulto, economista, periodista y ministro uruguayo don Eduardo Acevedo (Buenos Aires 1857-Montevideo 1948), por entonces rector de la Universidad de la República Oriental del Uruguay (1904-1907), le confió la Jefatura de Trabajos Prácticos de Historia Natural, así como clases de Mineralogía, Zoología, Botánica y Gramática, en el máximo centro educativo de dicho país5. En esta Universidad de la República, con sede en Montevideo, continuó sus estudios y obtuvo más tarde la plaza de catedrático de Historia Natural y llegó a ser rector interino de la misma al final de su actividad docente.

En 1924, don Isaac Viera nos hablaba en sus “Costumbres Canarias”  de los canarios distinguidos en América, y entre ellos de: “Otro canario distinguido, el gran Camacho, que desde  el  humilde puesto  de  maestro  de  instrucción  primaria  llegó  a  catedrático  de  la Universidad de Montevideo, sonríe hoy satisfecho en el ocaso del vivir, en el retiro de su hogar, recordando siempre con cariño su pobre cuna, su Vilaflor adorable”6.

El ilustre educador y naturalista Antonio Camacho Pérez falleció en la ciudad de Montevideo en el año 1932, a los 77 años de edad, y sus restos reposan desde entonces en la capital uruguaya7.

Con su esposa, doña María del Carmen Camacho Domínguez, había procreado seis hijos que, según el investigador palmero don David W. Fernández, llegaron a figurar entre los uruguayos más ilustres de la época reciente, pues ocuparon cargos políticos y culturales de importancia   en   la   sociedad   uruguaya:   don   Teodofredo   Bolívar   Camacho   Camacho (1885-1949), profesor y primer subdirector de la Escuela Naval de Montevideo; don Franklin Camacho Camacho (1886-?), químico farmacéutico; don Segismundo Camacho Camacho (?-1953), químico farmacéutico, inspector de Farmacia y autor de un libro muy conocido de jurisprudencia farmacéutica; don Edison Camacho Camacho, médico y senador por el Departamento  de  Flores;  doña  María   del  Carmen  y  doña  Ana  Camacho  Camacho, educadoras8.

Su padre, don Antonio Camacho y Cerdeña, murió en Vilaflor el 17 de julio de 1883, a las diez de la noche, a consecuencia de perlecía; contaba 58 años de edad, no había testado y sólo recibió el Sacramento de la Extremaunción, “por hallarse destituido de sus sentidos”. Al día siguiente se oficiaron las honras fúnebres en la iglesia de San Pedro por el beneficiado propio don José Lorenzo Grillo y Oliva y a continuación recibió sepultura en el cementerio de dicha localidad, de lo que fueron testigos don Domingo Tacoronte Trujillo y don Faustino Hernández, labradores de dicha naturaleza y vecindad. Figuraba como artesano, natural de La Antigua (Fuerteventura), hijo de don Domingo Camacho y doña María del Carmen Cerdeña, y viudo de doña Antonia Pérez Tacoronte, de Vilaflor.

El 26 de abril de 1938, con motivo de la muerte de su hermano Luís, también en Montevideo, el corresponsal de Gaceta de Tenerife en Vilaflor recordaba a este paisano y a su ilustre hermano: “El extinto, hombre ilustrado  y bondadoso, era  hermano de don Antonio Camacho, también fallecido en aquella capital, donde, por su preclara  inteligencia llegó a ser catedrático de Historia Natural de la Universidad de Montevideo y rector de la misma en sus últimos años de ejercicio profesional”.

Como curiosidad, en 1962 la Revista de Historia  Canaria  informaba de la intensa actividad desarrollada por la Sociedad “Islas Canarias” de Montevideo, que realizaba una provechosa labor de acercamiento y solidaridad entre los individuos de la colonia isleña, devolviéndoles el  añorado ambiente de la patria de origen. En dicha labor destacaba la inauguración de una “galería  iconográfica de canarios  notables en el Uruguay”, en la que figuraba en lugar destacado don Antonio Camacho Pérez.

Asimismo, el 13 de enero de 1963, el semanario Antena de Lanzarote se hacía eco de que la misma Sociedad “Islas Canarias” se había dirigido a la Junta Departamental solicitando que  se  diese  el  nombre  de  Avenida  Islas  Canarias  a  alguna  importante  avenida  de Montevideo; para apoyar la petición, manifestaban que estas islas no solo habían sido la patria de los fundadores de dicha capital, sino también de los emigrantes que “con su labor personal labraron páginas imperecederas en la historia de Uruguay”, entre ellos “el profesor Antonio Camacho”.

(Octavio Rodríguez Delgado) [blog.octaviordelgado.es]

Notas:

1  Sobre este personaje puede verse también otro artículo de este mismo autor: “Personajes del Sur (Vilaflor): Don Antonio Camacho y Pérez, catedrático de la Universidad de Montevideo”. El Día (La Prensa del domingo), 9 de julio de 1989. Con posterioridad, la reseña biográfica se ha visto enriquecida con nuevos datos.

2 José Antonio ORAMAS LUIS (1992). La Escuela Normal de La Laguna en el siglo XIX. Pág. 211.
3 Julio HERNÁNDEZ GARCÍA (1981). La emigración de las Islas Canarias en el siglo XIX. Págs. 365-366.
4   Elfidio  ALONSO  (1987).  De  Tenerife  a  Montevideo. Pág.  122;  David  W.  FERNÁNDEZ  (1989).
Diccionario biográfico canario-americano. Págs. 49-50.
5 Ibidem.
6 Isaac VIERA (1924). Costumbres canarias. Edición de 1994, pág. 200.
7 FERNÁNDEZ (1989). Op. cit., pág. 49.
8 Ibidem, págs. 49-50.




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