miércoles, 14 de mayo de 2014

EFEMERIDES CANARIAS






UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1911-1920



CAPITULO-XIX




                                Eduardo Pedro García Rodríguez

Viene de la página anterior.

Un dato a añadir a esta extraordinaria reverencia por parte de García Ximénez fue la instauración de la fiesta de la octava de la Candelaria en La Palma, es decir, la fundación de la Bajada de Nuestra Señora de las Nieves en 1680. Lo curioso es que con el tiempo las alusiones palmenses a la Candelaria se perdieron por completo, primando sobre cualquier otra referencia el culto y milagros de la Virgen local. El que Ximénez reconozca en el texto fundacional el fervor de los palmeros por la imagen de las Nieves no deja de ser una prueba de la manera en que planificó enlazar el objeto de mayor pleitesía de la isla vecina con su personal predilección dentro de las advocaciones
marianas: la Candelaria39. Una inclinación del prelado que, incluso, le condujo a realizar una interpretación de las letras grabadas en la imagen.

De 1714 data una relación de milagros atribuidos a las principales imágenes isleñas debida al afán recolector del franciscano grancanario Diego Henríquez (nacido en 1643). El manuscrito original se conserva en la British Library (Londres). Entre sus páginas se recogen fundamentalmente milagros y hechos prodigiosos considerados intervención de Nuestra Señora del Pino de Teror (efigie a la que se dedica el libro y un buen fragmento de la obra). Junto a ello, las virtudes de otras imágenes isleñas como las Nieves o la Candelaria ocupan unas cuartillas. En relación con la Candelaria (ff. 21-33), lo más destacado es el matiz de preeminencia que se le otorga a la efigie tinerfeña. Valga una muestra: sin bien de la patrona de La Palma se colacionan hasta dieciséis milagros, en el otro polo, sobre la Candelaria su autor no cree conveniente registrar ni uno sólo. Según Henríquez la razón para esta decisión es que ya los prodigios celestiales atribuidos a la talla candelariera habían sido asentados en trabajos anteriores y, por tanto, era innecesario materializar de nuevo esta labor. Se fija, de este modo, el escritor seráfico en otro aspecto más prevaleciente en relación con la imagen: reafirmar la hechura de la estatua mariana de Tenerife por seres angelicales. Se trata, a fin de cuentas, de un texto cargado de misticismo en una sociedad donde la veracidad del milagro se daba como un asunto normal. Sirva como muestra de estas mentalidades la confección de otros compendios semejantes como el formalizado en Adeje concerniente a Nuestra Señora de la Encarnación o, incluso, la asignación de facultades similares a otras imágenes devocionales como las del Rosario, el Nazareno y San Gonzalo de Amarante, todas ellas veneradas en el convento dominico de San Miguel de las Victorias de Santa Cruz de La Palma y cuyas virtudes fueron sintetizadas en 1759 por Cristóbal de Vinatea.

En 1749 se produjo un sonado incidente entre el entonces obispo de Canarias, Juan Francisco Guillén, y el pueblo de Tenerife. El motivo fue la figura de la Virgen. Esta disputa propició la difusión de una literatura de corte satírico relacionada con la talla mariana, muy distinta a la comentada hasta ahora. Conviene recordar los hechos dado que el desencadenante de todo lo sucedido fue el desmedido arraigo devocional que la imagen disfrutaba en el seno de la población tinerfeña. En el año antedicho se acordó, con motivo de la pertinaz sequía que azotaba la isla, un traslado de la efigie de la Candelaria hasta La Laguna. La coincidencia de una de las celebraciones de aquella visita con la festividad del Corpus Christi determinó al prelado a prohibir que se descubriese la escultura mientras estuviera presente la sagrada forma eucarística. La oposición de los vecinos o el Cabildo ante esa postura del mitrado confluyó en la propagación de numerosos sueltos con versos y dictámenes contra Guillén y en defensa de la presencia firme de la Virgen en todos los actos religiosos.

Durante esas fechas se imprimieron asimismo las primeras novenas ofrendadas a esta renombrada escultura. Sin embargo, es preciso recordar que, dadas las características de este tipo de literatura, es probable que con anterioridad circulasen entre los devotos especimenes manuscritos. De mediados del siglo XVIII datan las primeras impresiones de los mismos como lo refrendan el que Francisco Vicente Muñoz editó en El Puerto de Santa María46 y otros estampados en 1750, con dos ediciones, 1794, 1826 y 183547.

La segunda novena datada en 1750 fue recogida por Palau (194864). De la misma no hemos podido localizar su ubicación bibliotecaria, siendo su descripción bibliográfica como sigue: Novena de Nuestra Señora de Candelaria, aparecida en la Isla de Tenerife…Reimpresa en la Puebla: en la Imprenta de la Viuda de Miguel de Ortega, en el Portal de las Flores, 1750. 16º, 16 h. El Museo Internacional Canario de Artes Decorativas Cayetano Gómez Felipe, en La Laguna, conserva un ejemplar de la Novena de 1794.

Del éxito y demanda de los textos marianos da cuenta el hecho de que, desde entonces, las principales imágenes marianas del archipiélago se dotaran de sus propios novenarios tipográficos: las Nieves, por mano del dominico Luís Tomás Leal (1753); el Pino, gracias a la pluma de Diego Álvarez de Silva y Fernando Hernández Zumbado (1755 y 1782 respectivamente). Sobre esta proliferación de novenas es indudable la existencia de una cierta rivalidad entre los principales santuarios marianos de Canarias.

Para cerrar el siglo es preciso mencionar alguna pieza histórica como la que ordenó compilar el comandante general Andrés Bonito Pignatelli en 1743; otra historia, ésta perdida, debida al empeño del citado Luís Tomás Leal (1688-1757); las notas redactadas por el erudito escritor Pedro Agustín del Castillo (1669-1741)52, las de Dámaso Quesada y Chaves (1728-h. 1805) o las correspondientes al viajero británico George Glas (¿?-h. 1766)54. Coetánea a estas referencias es la constancia documental sobre la intención de imprimir una Historia de María Santísima de Candelaria, recogida en sendas escrituras, por Domingo José de Herrera y Ayala, marqués de Adeje y conde de La Gomera, en las que incluyó una cláusula por la que cedía 300 pesos para este cometido. Es presumible que esta última cita aluda a uno de los asientos citados con anterioridad (en especial al vinculado con Leal) aunque de momento no sea posible confirmarlo. También de estas fechas se conocen algunos versos de alabanza a la Virgen, entre los cuales figuran las composiciones de José Antonio de Anchieta y Alarcón (1705-1767) que embellecían las puertas del antiguo camarín de la Virgen o las octavas reales con las que el polígrafo José de Viera y Clavijo (1731-1813) cantó las excelencias de Candelaria.

El paso al Ochocientos trajo consigo alguna crítica a muchas de las formas de la religiosidad popular. Con frecuencia las manifestaciones de los fieles se encontraban más cercanas a la superstición que a la propia doctrina católica. Así lo manifestó Juan Primo de la Guerra
(1775-1810) cuando visitó el lugar de Candelaria durante la fiesta de febrero de 1810. En su Diario, este ilustrado describió, por ejemplo, el rezo de los gozos (una oración que se pronunciaba cada noche y que se incluye en las páginas finales de algunas de las novenas mencionadas) y trasmitió su juicio sobre los milagros de la Virgen: «se escribían libros para sostener estas maravillas y la opinión del público era llevada sin examen de una doctrina tan inaccesible a la explicación».

Unas décadas previas, Viera y Clavijo ya había apuntado en el mismo sentido en un informe de censura sobre una obra piadosa que remitió a la Real Academia de la Historia. En él desliza el arcediano la idea de que las obras dedicadas a vírgenes y milagros, escritas «sin conocimiento de crítica, de filosofía, de elegancia ni de letras humanas, no se deben ya multiplicar por no poder ceder en honor del presente
siglo, ni en lustre de la literatura española».

Estas posturas contrastan con el aluvión de poemas de corte popular que florecieron a lo largo de la centuria decimonona, algunos de los cuales seguían insistiendo en el carácter mitológico de la imagen (el marco de su aparición, la naturaleza divina de la representación escultórica o todos los hechos prodigiosos atribuidos a sus designios). Bajo estos parámetros se podrían medir algunas poesías anónimas redactadas con motivo de las festividades anuales de la Virgen. Otras referencias poseedoras de ese cariz popular (anteriores y coetáneas a estas fechas) y que se podrían enumerar, serían: la Salve de los mareantes, oída entonar en 1826 por Sabin Berthelot en una visita al santuario mariano; los versos que se colocaban en unos paneles transparentes a mediados del siglo XIX en el exterior del templo y con motivo de las pertinentes celebraciones públicas; el opúsculo confeccionado por el clérigo Antonio Verde, Vamos a Candelaria, impreso en 1889 con ocasión de la coronación canónica de la efigie mariana; o el abanico de canciones, oraciones, arrullos, coplas (algunas burlescas) y creencias recogidos por el doctor Juan Bethencourt Alfonso en sus Costumbres populares canarias. En una vertiente más culta que las anteriores cabría emplazar el romance compuesto en 1873 por Francisco Fernández de Bethencourt (1851-1916)65.

De igual modo, en América se imprimieron algunas obras sobre la Candelaria.

Las mismas desvelan las reminiscencias del culto a la imagen entre los canarios emigrados, necesitados de mantener vínculos con su tierra de origen. Una de estas publicaciones fue la Novena a la Santísima y muy milagrosa imagen de Nuestra Señora de Candelaria patrona de las islas Canarias, impresa en La Habana en 1835. Otro asiento más es la edición de la Crónica de las fiestas de la Candelaria celebradas en Matanzas por los hijos y oriundos de las islas Canarias, en los días 1, 2 3 y 4 de febrero de 1872 con general regocijo y con el concurso de sus hermanos, los hijos de las demás provincias españolas, en uno de los momentos álgidos del proceso emigratorio canario-americano del XIX. De la rareza de este impreso proporciona testimonio el hecho de que en Canarias no se conozcan por esas fechas crónicas de festejos insulares en formato libro; lo máximo que se localizan son relaciones publicadas en prensa.

En este rápido balance cronológico acerca de las dignidades escriturarias de la Virgen de Candelaria se debe subrayar la gran cantidad de páginas vinculadas a esta figura mariana. A lo largo de más de cinco siglos, las letras que han puesto de relieve sus excelencias han sido cuantiosas. De esos textos han brotado casi todos los géneros humanísticos: desde una divertida comedia hasta la teología más grave. Y en todas las situaciones enunciadas el brillo de la devoción nunca ha faltado. Por esta razón hubiera sido nuestro deseo registrar la totalidad de las referencias concernientes a la Sagrada Musa. Pero de momento, debido a la complejidad de la materia, esta tarea se ha revelado como inabordable. Además, durante los siglos XX y XXI han continuado elaborándose piezas y fragmentos trabados con esta hermosa tradición y que han tenido que permanecer al margen de estas líneas. Por todo ello sólo queda rubricar lo mucho que aún falta por registrar y mostrar pública reparación a esas otras musas que nos han facilitado el camino propuesto. (Manuel Poggio Capote, 2009)

1913 Enero 22.
Por R.O. del ministro español de Fomento, Villanueva, se crea la Jefatura de Obras Públicas de Las palmas, con jurisdicción sobre las otras dos Islas. Recuerda al R. D. de 7 de abril de 1910, de Calbetón, suspendido.

La Diputación se reunió el 18 de abril, y los diputados orientales, cumpliendo acuerdo de su cabildo, pidieron la entrega de los hospitales de San Martín y San Lázaro. Se acordó en contra, por reputarlos centros provinciales.

En su vista, el cabildo grancanario, en sesión del 23, acordó posesionarse por si mismo de los referidos establecimientos, entregando su administración a la comisión de Beneficencia.

Asi se hizo. Los ayuntamientos de Gran Canaria, reunidos el día 2 de mayo, acordaron entregar a la Diputación el contingente provincial; y se sabía que lo mismo harían los cabildos de Lanzarote y Fuerteventura.

Una real orden de 15 de abril de 1917 aprueba el presupuesto de la Diputación provincial y crea al cabildo de aran Canaria una difícil situación.

Varias sentencias del Tribunal Supremo, años adelante, se inclinaron a la tesis de los cabildos frente a la Diputación, en materia de cesión de la administración de establecimientos sitos en cada isla, aunque tuvieran ámbito que excediere de lo local. Queda claro:

Primero: Que los Cabildos son entidades que toman su sustancia de lo municipal y de 1o provincial, como se puso de manifiesto en el debate de las Cortes, singularmente entre Canalejas, Azcárate y Maura.

Segundo: Que la Diputación provincial de Canarias –que aún habría de subsistir trece años- quedó, como con frase feliz dijo Maura en el Congreso (sesión de 25 de junio de 1912), ..como quedan en las playas las cuadernas de los barcos que naufragaron"; o "reducida a la mínima expresión", como dijo ese mismo día don Gumersindo de Azcárate; o, en la misma jornada Luís Morote, "como una sombra, como un esqueleto, como un espectro de organismo".

Tercero: Que la pugna siguió. Para quienes deseaban la división de la “provincia” no era solución la creación de los cabildos insulares, aunque algo fueran ya ganando con ello.

Seguirían luchando por la división, que conseguirían en 1927.

Cuarto: Que -en un principio al menos- la nueva legislación no satisfizo a quienes pensaban en una autonomía “regional”. Así, pueden verse las críticas de Maluquer, Domínguez Alfonso, Rebollar y Ossuna: -Nuestro antiguo conocido Don Juan Maluquer y Viladot a la sazón presidente de la Academia de Jurisprudencia y Legislación de Barcelona (España)- pronuncia el discurso de inauguración del curso 1912-1913, que titula Noticias acerca del nuevo derecho político-administrativo de Canarias. No es partidario de los cabildos, por la desmembración que suponen para la Diputación provincial, con lo cual en lugar de descentralizar se concentra; dice que no es dar autonomía a la región sino quitársela, pues que, como en Asturias y Baleares, ésta era una diputación regional. Reconoce que en descentralización ganan todas las islas menos Tenerife, "que pierde como el Archipiélago su personalidad".

En octubre de 1913, Domínguez Alfonso dirige al ministro español de la gobernación, don Santiago Alba Bonifaz, una Carta, en la que critica la reciente reglamentación de los cabildos. Pide crear la región canaria y se declara contrario a la división.

El 29 de abril de 1914 fecha en La Laguna don Hipólito González Rebollar su libro La nueva politica. Criticas de Actualidad. Primera parte. El ambiente, que aparece dedicado a la memoria de Joaquín Costa. Estima que los cabildos fueron una concesión del poder central para alejar el famoso pleito sobre la hegemonía y la capitalidad, que sigue vivo.

La critica más dura a las nuevas corporaciones viene del eminente historiador regional don Manuel de Ossuna y Van Den Heede, en su conocida obra El regionalismo, tomo 2°, cuyo prólogo fecha en La Laguna a 15 de agosto de 1916. (Marcos Guimerá Peraza, en: Millares Torres, 1997:240-256).

1913 febrero 1.
Resumen histórico documentado de la autonomía de Canarias.

A los hijos del Archipiélago Canario.
Ha terminado la batalla: el iris de la paz se extiende por el archipié­lago afortunado, y ya constituyen las siete islas Canarias siete familias unidas por los vínculos del amor, la justicia y el trabajo; y se aprestan a conquistar el puesto a que les da derecho la Historia y la Geografía.
Mi pequenez no me exime del deber de declarar y publicar verda­des que deben saber todos los hijos de Canarias, para honrar debidamente a los espíritus nobles y generosos que contribuyeron a redimirnos: es más, entiendo que estoy obligado a ello, por circunstancias especiales que me han encadenado al desenvolvimiento de los sucesos.
No es la vanidad, ni la pedantería las que me obligan a hacer estas manifestaciones, sino un sentimiento de justicia y de gratitud, y el dere­cho de legítima defensa de mi persona, que precisamente por su peque­nez, no debo tolerar que se la disminuya más, calificándola de tinerfeña o de acanariada, según cuadró a la prensa de Las Palmas o de Santa Cruz, y dando la callada por respuesta cuando me dirijo a los directores de los pe­riódicos pidiendo rectificación de sus gratuitas afirmaciones.
La batalla se ha librado en toda la línea; los ejércitos beligerantes acumularon durante muchos años poderosos medios ofensivos y defensi­vos en el campo de batalla; y ésta se ha desarrollado hasta en sus más pequeños detalles con toda precisión y claridad; y como ha sido principal­mente con la pluma, no hay peripecia que no esté documentada.
Los términos o extremos de la batalla eran claros y precisos: el Ar­chipiélago canario, sujeto como las demás provincias españolas, a la Ley provincial vigente, era absorbido por la capital provincial, sin que los servi­cios de la organización de la Ley alcanzaran, por su condición insular, a las demás islas del Archipiélago; y Tenerife, al amparo de la Ley, defendía el saneado usufructo del contingente provincial y sus adherencias. Gran Ca­naria, que por su vitalidad creciente, se consideró con fuerzas para romper la coyunda de Santa Cruz, planteó la batalla, invocando su engrandeci­miento, para obtener la creación de una nueva provincia de las tres islas orientales y territorios africanos. Las razones que en pro y en contra se alegaron, se omiten, en honor a la brevedad. Las cinco islas restantes, su­jetas política y económicamente, cada grupo a su cabeza respectiva, care­cían de toda voluntad e iniciativa, y hasta sus corporaciones oficiales no se atrevían a negar sus firmas, para todo lo que se les ordenase. Santa Cruz y Las Palmas eran los dos únicos cerebros directores del Archipiélago; e invocando la misma Ley provincial, ambas deducían, a fuerza de lógica, conclusiones diametralmente opuestas: la primera, que era necesaria la unidad provincial, hasta como base de la unidad nacional; la segunda, que se imponía la división, como base esencial de la vida de las tres islas orien­tales: pero todo sobre la base de la Ley provincial. Las cinco islas restan­tes, que veían iban ganando poco con cambiar de amo, y se exponían a un recargo de impuestos provinciales; los más débiles callaban, por miedo o por la persuasión de su impotencia, y los más fuertes protestaban por con­veniencia.
Ya en 1892, las islas de Lanzarote y Fuerteventura habían experi­mentado un movimiento de aproximación, para obtener representación en la Diputación Provincial, con el fin de realizar sus aspiraciones; pero enca­denada por compromisos a Gran Canaria no pudo realizarlos Lanzarote; y Fuerteventura sólo obtuvo de los políticos y propietarios canarios la contes­tación de «que podían nombrar un diputado provincial hijo de Fuerteventura, siempre que se pusiera a las órdenes de don Fernando de León y Castillo». Hay que decir que el propuesto fue el firmante del presen­te folleto; como también que rechazó la investidura, por considerarla indecorosa, para sí y para su isla, con tal condición.
Pero la solidaridad entre Lanzarote y Fuerteventura fue creciendo al calor de la alta personalidad de don Leandro Fajardo; y ya en 1896 libraron ambas islas unidas la batalla contra los políticos canarios; y por prime­ra vez se sentaron en los escaños de la Diputación Provincial, diputados, conejeros y majoreros, que carecieran de toda clase de compromisos con políticos tinerfeños ni canarios. Pero ¡dolorosa victoria que costó la vida del ídolo de Lanzarote, arrebatada por su asesino la noche misma de la elección!
Durante los cuatro años en que el firmante se honró con la investi­dura provincial adquirió el convencimiento pleno, y así lo comprueba la historia no interrumpida de la Diputación en lo que alcanza la memoria, de que los intereses de cada isla no solamente son distintos, sino hasta opues­tos entre sí, al extremo de no poderse, en justicia, resolver ninguna cues­tión provincial sino cuando interesa a las islas que disponen de la mayoría de la Diputación; pues ésta no se reúne, sino cuando conviene a los políti­cos respectivos. Ejemplos palpables de ello se le ofrecieron repetidos y a cual más notable.
Deseando realizar la aspiración de Lanzarote y Fuerteventura, pro­puso en unión de sus compañeros que la Diputación pidiera al Gobierno la creación del distrito electoral para diputado a Cortes por ambas islas: los diputados por Tenerife se opusieron, como un solo hombre, alegando que era darle un diputado más a Gran Canaria; los políticos canarios se habían opuesto antes, alegando que no podían consentir en la independencia de ambas islas. ¡Y todos reconocían que era legal y justa la pretensión!
Desde 1860, un ilustre hijo de Fuerteventura legó una cantidad para levantar un hospital en aquella isla, cuya cantidad usufructuaba un prote­gido de la política: fue de necesidad que el firmante formara el número quince y estuvieran sin aprobarse los presupuestos provinciales cuatro días, para que soltaran la presa. Se construyó el hospital, y ¡hace diez años que está cerrado, ya sin techo y amenazando ruina; habiendo consignación para montarlo!
En 1898, y por las necesidades de nuestros desastres antillanos, se gravó la industria hullera con un impuesto sobre el carbón, correspondiéndolé a esta provincia 500.000 pesetas: entonces se unieron los diputados por Las Palmas y por Santa Cruz y propusieron a la Diputación que solicita­ra del Gobierno que levantara la contribución de las casas carboneras, y ¡la derramara sobre las siete islas del Archipiélago! Tal monstruosidad no pudo prosperar, porque los diputados rurales formaron bloques con el firmante; y se impidió tal injusticia.
¿A qué seguir? Sería interminable y todos los canarios saben al gra­do de abyección moral, política y administrativa a que se llegó con los pac­tos políticos; los Puertos Francos, etc., etc., que llegó a asquear a los políti­cos honrados de la Metrópoli.
Entonces vio el firmante la imposibilidad de remediar el mal dentro del régimen provincial establecido; constituido, como se hallaba, un cacicazgo, que como grapa de hierro inmovilizaba todo movimiento re­dentor de cada isla; y comprendió que sólo rompiendo la Ley provincial en sus aplicaciones de unidad al Archipiélago, para que cada isla se adminis­trara a sí propia, y que como entidad natural tuviera personalidad legal y política, podía aspirar a su redención.
Pero a la vez comprendió que era punto menos que imposible la realización de este ideal, y convencido de la inutilidad de sus esfuerzos dentro de un organismo hábilmente combinado por el caciquismo, y enra­recido de todo ambiente moral, renunció en marzo de 1900 su acta de di­putado provincial; porque entendió que el hombre que tiene conciencia de lo que debe a su pueblo, y lo que se debe a sí mismo, no puede prestarse, bajo ningún pretexto, a contribuir a envilecer al primero, ni a abyectarse a sí propio, a pesar de lo imperiosas que resultan las necesidades de la natu­raleza humana.
Retirado a su hogar, entrevio un rayo de esperanza, para la realiza­ción de la regeneración de Canarias, con lo que aparentemente más pare­cía negarla; con el resurgimiento divisionista de la isla de Gran Canaria.
Comprendió que la potencialidad económica, cada día creciente, de esta isla no podía resignarse a tolerar la expoliación de una capital inferior en riqueza y porvenir; y aguardó con una paciencia felina durante diez años, en que se realizaron, aunque anticipados, sus cálculos.
En 1906, y con motivo del viaje de S.M. al Archipiélago canario, el Ministro que le acompañó, Sr. Conde de Romanones, actual Presidente del Consejo de Ministros, escribió una memoria, resucitando el viejo pleito de la división de la provincia de Canarias. Esto prendió el fuego de viejos ideales y de nuevas aspiraciones de independencia en Gran Canaria; y como por encanto surge un partido poderoso levantando la bandera de la división de la provincia, sin paliativos ni reformas; literal el programa de los divisionistas de 1850.
Pero los años y la civilización no transcurren en balde; y dentro de la ciudad de Las Palmas, del núcleo divisionista, se levantaron voces de espíritus fuertes, anteponiendo las ideas autonómicas a las ideas divisionistas, iniciando la campaña el valiente periodista Ramírez Doreste, lo que le valió el que las turbas quisieran apedrearle la Redacción de su periódico; pero los partidarios de la división, temerosos de que la falta de unidad en las falanges de las tres islas orientales, pudieran comprometer el éxito de la batalla, se cierran a toda clase de razones y empleando desde el ridículo y la coacción hasta la amenaza, hicieron enmudecer a los espíritus amantes de la libertad y de la justicia. Sólo el partido republicano federal, con su jefe Franchy y Roca a la cabeza, sostuvo gallardamente sus convic­ciones en la prensa y en la tribuna, hasta la terminación de la jornada, en que libró ruda batalla en Madrid, para la aprobación de la Ley.
Y la batalla empezó a desenvolverse en toda la línea: las prensas de las dos capitales pasaron, en temperatura, del cárdeno al rojo, y del rojo al blanco; sosteniendo cada una que la felicidad del archipiélago canario es­taba en administrar una o las dos el contingente provincial de las siete islas: y sostenía, cada una, que peligraba hasta la unidad nacional si no se la dejaba en el pacífico usufructo del producto del trabajo de las demás. Y llovieron paladines de aquende y allende los mares, para defender tan no­bles causas, aunque con finalidades más o menos parlamentarias. Y caye­ron sobre la Villa y Corte numerosas y poderosas comisiones, para conven­cer a los directores de la política nacional de que la regeneración de Cana­nas consistía exclusivamente en que nos administrara sólo Santa Cruz, o ésta y Las Palmas.
Los espíritus fuertes y justos se dan en todos los pueblos; y en Santa Cruz como en Las Palmas, se levantaron amantes de la autonomía, que volvieron por los fueros de la equidad y de la justicia, en defensa de las islas menores. Pero les cupo, aunque no en tanto grado, porque el peligro  era tan inminente, igual suerte que los autonomistas de Las Palmas; los hicieron enmudecer ante la suprema razón del salud populis.
Pero la batalla arrecía con una R.O. del 16 de abril de 1910, en que el Gobierno presenta un cuestionario, que debían contestarlo todas las entidades y corporaciones de Canarias; y los políticos de Santa Cruz vie­ron en peligro su derecho de beato possidenti (bienaventurado el que po­see) y comprendiendo el avance de las doctrinas autonomistas y el efecto favorable que surtiría en las demás islas, empiezan a proclamar las prime­ras doctrinas autonomistas: y su Comisión en Madrid, en julio de 1910, al contestar al Cuestionario dice literalmente:
«Observaciones relativas a una nueva organización de la provincia de Canarias».
«Importa no hacer una excepción de la provincia de Canarias en lo que se refiere a la organización que las leyes han dado a las peninsulares y por ello que se preconice en este trabajo, que debe subsistir la Diputación Provincial conforme lo ha estudiado la Constitución del Estado, como enti­dad representativa de la que se denomina Provincia. Las diferencias que en este sentido traten de establecerse por el influjo de personalidades po­líticas o por disposiciones gubernativas poco estudiadas, serán siempre perturbadoras de la tranquilidad de las islas.
-La Diputación Provincial de Canarias se constituirá con la repre­sentación de cada uno de los diez partidos judiciales que existen en lasislas en la actualidad; cada uno de los cuales elegirá tres diputados provin­
ciales.
   Ninguna otra alteración se hará respecto al funcionamiento dela Corporación provincial de Canarias que continuará como lo preceptúa laLey. A los ayuntamientos de la islas se les dará aquel realce que debentener por su significación y por el importante papel que desempeñan.
   Los Cabildos insulares se establecerán con los prestigios debi­dos para representar la personalidad de cada isla».
   Tales son los organismos que deben existir en Canarias en lo que se relaciona con los asuntos a que se contrae el cuestionario para la informa­ción dispuesta por la R.O. de 16 de abril de 1910.
   Las atribuciones y deberes que les asignan a los Cabildos se sinte­tizan en «Rodearlo de todos los prestigios, para que pueda excitar el celo de los Ayuntamientos; pero nada de administrar el contingente provincial».
   Los políticos de Las Palmas no se quedaron atrás; y respondiendo a la información ordenada por la R.O. citada de 16 de abril de 1910, concibie­ron y realizaron la idea, única en su género por lo peregrina, de hacer que los treinta y ocho municipios de las tres islas orientales contestaran al cues­tionario presentado por el Gobierno, copiado literalmente uno de otro con puntos y comas, desde la cruz a la fecha.
   Entresacamos, por lo extenso, los párrafos principales de la «Orga­nización político-administrativa», que pedían para la nueva provincia:
   «El régimen vigente en todo el territorio nacional, con sus ventajas e inconvenientes intrínsecos, que unas serán ampliadas y otros corregidos por el Poder legislativo, en el tiempo y en la medida que impongan la expe­riencia de las necesidades públicas, debe subsistir en Canarias, sin adoptar otro especial que establezca diferenciación, ocasionada a menoscabar la absoluta identificación del territorio insular con el peninsular».
   «Dos provincias, con los organismos y Autoridades que les son pro­pios, es la organización más adecuada al modo de ser del Archipiélago».
   «Dentro de ella pueden disfrutar las islas de conveniente autono­mía, aplicando con amplio sentido descentralizador la ley Municipal, y es­timulando y formando las asociaciones o mancomunidades de los Ayunta­mientos de cada isla autorizadas por el art. 80 de la propia ley para fines de interés común».Con lo expuesto queda sintetizado el concepto que hasta julio de 1910 tenían los políticos de Santa Cruz y de Las Palmas de la autonomía que necesitaba el Archipiélago canario.
   Huelga decir que, como asteroides de los mismos sistemas planetarios, todas las entidades oficiales, de recreo y particulares, reco­rrieron las mismas órbitas, con insignificantes desviaciones.
   Entonces entendió el firmante que había llegado el momento de exponer a la faz de la Nación las verdaderas necesidades del Archipiélago canario, según las había conocido en los cuatro años que se sentó en los escaños de la Diputación Provincial.
   Entonces redactó el plebiscito; malo seguramente por ser obra suya, pero sincero por haber derramado en él toda su alma, todo su amor a las peñas canarias. No le preocuparon las probables, casi seguras, contrarie­dades y amarguras, que no pudo menos de prever; por el estado de excita­ción a que habían llegado los ánimos; porque entendió que la redención de la tierra canaria estaba exclusivamente en la Autonomía plebiscitaria. Sólo dudó de sus fuerzas, pero acudió a las más poderosas mentalidades cana­nas, y siente al manifestarlo así el momento de más legítimo orgullo de su vida; porque se vio apoyado por ellas, empezando por el Dr. Teófilo Martínez de Escobar, el Ingeniero León Castillo y otros que no cita por no herir modestias; quienes no solamente aprobaron la idea, sino que coadyuvaron y le animaron a realizarla; aunque dudando siempre de su éxito por el estado político insular y nacional.
   Pero era tal la firmeza de sus convicciones, estaba tan arraigada en su espíritu la persuasión de la justicia de la causa que defendía, que no vaciló un momento en sacrificarlo todo, para convertir en realidad sus sue­ños de regeneración de Canarias, o por lo menos dejar sembrada la semilla para que algún día brillara sobre este Archipiélago el sol de la equidad y de la Justicia.
   Entonces convocó a los hijos de las islas menores residentes en Las Palmas, para exponerles su proyecto, que acogieron con entusiasmo; y como centro de propaganda, para recoger firmas en las cuatro islas plebiscitarias. Y el día 21 de julio de 1910 salieron en los correos, para los dos grupos, los ejemplares del documento que literalmente dice:
Continua.

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