UNA HISTORIA
RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1911-1920
CAPITULO-XIX
Eduardo Pedro
García Rodríguez
Viene de la página anterior.
Un dato a añadir a esta
extraordinaria reverencia por parte de García Ximénez fue la instauración de la
fiesta de la octava de la
Candelaria en La
Palma, es decir, la fundación de la Bajada de Nuestra Señora de
las Nieves en 1680. Lo curioso es que con el tiempo las alusiones palmenses a la Candelaria se perdieron
por completo, primando sobre cualquier otra referencia el culto y milagros de la Virgen local. El que
Ximénez reconozca en el texto fundacional el fervor de los palmeros por la
imagen de las Nieves no deja de ser una prueba de la manera en que planificó
enlazar el objeto de mayor pleitesía de la isla vecina con su personal
predilección dentro de las advocaciones
marianas: la Candelaria39. Una
inclinación del prelado que, incluso, le condujo a realizar una interpretación
de las letras grabadas en la imagen.
De 1714 data una relación
de milagros atribuidos a las principales imágenes isleñas debida al afán
recolector del franciscano grancanario Diego Henríquez (nacido en 1643). El
manuscrito original se conserva en la British Library
(Londres). Entre sus páginas se recogen fundamentalmente milagros y hechos
prodigiosos considerados intervención de Nuestra Señora del Pino de Teror
(efigie a la que se dedica el libro y un buen fragmento de la obra). Junto a
ello, las virtudes de otras imágenes isleñas como las Nieves o la Candelaria ocupan unas
cuartillas. En relación con la
Candelaria (ff. 21-33), lo más destacado es el matiz de
preeminencia que se le otorga a la efigie tinerfeña. Valga una muestra: sin
bien de la patrona de La Palma
se colacionan hasta dieciséis milagros, en el otro polo, sobre la Candelaria su autor no
cree conveniente registrar ni uno sólo. Según Henríquez la razón para esta
decisión es que ya los prodigios celestiales atribuidos a la talla candelariera
habían sido asentados en trabajos anteriores y, por tanto, era innecesario
materializar de nuevo esta labor. Se fija, de este modo, el escritor seráfico
en otro aspecto más prevaleciente en relación con la imagen: reafirmar la
hechura de la estatua mariana de Tenerife por seres angelicales. Se trata, a
fin de cuentas, de un texto cargado de misticismo en una sociedad donde la
veracidad del milagro se daba como un asunto normal. Sirva como muestra de
estas mentalidades la confección de otros compendios semejantes como el
formalizado en Adeje concerniente a Nuestra Señora de la Encarnación o,
incluso, la asignación de facultades similares a otras imágenes devocionales
como las del Rosario, el Nazareno y San Gonzalo de Amarante, todas ellas
veneradas en el convento dominico de San Miguel de las Victorias de Santa Cruz
de La Palma y
cuyas virtudes fueron sintetizadas en 1759 por Cristóbal de Vinatea.
En 1749 se produjo un
sonado incidente entre el entonces obispo de Canarias, Juan Francisco Guillén,
y el pueblo de Tenerife. El motivo fue la figura de la Virgen. Esta disputa
propició la difusión de una literatura de corte satírico relacionada con la
talla mariana, muy distinta a la comentada hasta ahora. Conviene recordar los
hechos dado que el desencadenante de todo lo sucedido fue el desmedido arraigo
devocional que la imagen disfrutaba en el seno de la población tinerfeña. En el
año antedicho se acordó, con motivo de la pertinaz sequía que azotaba la isla,
un traslado de la efigie de la
Candelaria hasta La Laguna. La coincidencia de una de las celebraciones
de aquella visita con la festividad del Corpus Christi determinó al prelado a
prohibir que se descubriese la escultura mientras estuviera presente la sagrada
forma eucarística. La oposición de los vecinos o el Cabildo ante esa postura
del mitrado confluyó en la propagación de numerosos sueltos con versos y
dictámenes contra Guillén y en defensa de la presencia firme de la Virgen en todos los actos
religiosos.
Durante esas fechas se
imprimieron asimismo las primeras novenas ofrendadas a esta renombrada
escultura. Sin embargo, es preciso recordar que, dadas las características de
este tipo de literatura, es probable que con anterioridad circulasen entre los
devotos especimenes manuscritos. De mediados del siglo XVIII datan las primeras
impresiones de los mismos como lo refrendan el que Francisco Vicente Muñoz
editó en El Puerto de Santa María46 y otros estampados en 1750, con dos
ediciones, 1794, 1826 y 183547.
La segunda novena datada en
1750 fue recogida por Palau (194864). De la misma no hemos podido localizar su
ubicación bibliotecaria, siendo su descripción bibliográfica como sigue: Novena
de Nuestra Señora de Candelaria, aparecida en la Isla de Tenerife…Reimpresa
en la Puebla:
en la Imprenta
de la Viuda de
Miguel de Ortega, en el Portal de las Flores, 1750. 16º, 16 h. El Museo
Internacional Canario de Artes Decorativas Cayetano Gómez Felipe, en La Laguna, conserva un
ejemplar de la Novena
de 1794.
Del éxito y demanda de los
textos marianos da cuenta el hecho de que, desde entonces, las principales
imágenes marianas del archipiélago se dotaran de sus propios novenarios
tipográficos: las Nieves, por mano del dominico Luís Tomás Leal (1753); el
Pino, gracias a la pluma de Diego Álvarez de Silva y Fernando Hernández Zumbado
(1755 y 1782 respectivamente). Sobre esta proliferación de novenas es indudable
la existencia de una cierta rivalidad entre los principales santuarios marianos
de Canarias.
Para cerrar el siglo es
preciso mencionar alguna pieza histórica como la que ordenó compilar el
comandante general Andrés Bonito Pignatelli en 1743; otra historia, ésta
perdida, debida al empeño del citado Luís Tomás Leal (1688-1757); las notas
redactadas por el erudito escritor Pedro Agustín del Castillo (1669-1741)52,
las de Dámaso Quesada y Chaves (1728-h. 1805) o las correspondientes al viajero
británico George Glas (¿?-h. 1766)54. Coetánea a estas referencias es la
constancia documental sobre la intención de imprimir una Historia de María
Santísima de Candelaria, recogida en sendas escrituras, por Domingo José de
Herrera y Ayala, marqués de Adeje y conde de La Gomera, en las que incluyó
una cláusula por la que cedía 300 pesos para este cometido. Es presumible que
esta última cita aluda a uno de los asientos citados con anterioridad (en
especial al vinculado con Leal) aunque de momento no sea posible confirmarlo.
También de estas fechas se conocen algunos versos de alabanza a la Virgen, entre los cuales
figuran las composiciones de José Antonio de Anchieta y Alarcón (1705-1767) que
embellecían las puertas del antiguo camarín de la Virgen o las octavas reales
con las que el polígrafo José de Viera y Clavijo (1731-1813) cantó las
excelencias de Candelaria.
El paso al Ochocientos
trajo consigo alguna crítica a muchas de las formas de la religiosidad popular.
Con frecuencia las manifestaciones de los fieles se encontraban más cercanas a
la superstición que a la propia doctrina católica. Así lo manifestó Juan Primo
de la Guerra
(1775-1810) cuando visitó
el lugar de Candelaria durante la fiesta de febrero de 1810. En su Diario,
este ilustrado describió, por ejemplo, el rezo de los gozos (una oración que se
pronunciaba cada noche y que se incluye en las páginas finales de algunas de
las novenas mencionadas) y trasmitió su juicio sobre los milagros de la Virgen: «se escribían
libros para sostener estas maravillas y la opinión del público era llevada sin
examen de una doctrina tan inaccesible a la explicación».
Unas décadas previas, Viera
y Clavijo ya había apuntado en el mismo sentido en un informe de censura sobre
una obra piadosa que remitió a la Real Academia de la Historia. En él
desliza el arcediano la idea de que las obras dedicadas a vírgenes y milagros,
escritas «sin conocimiento de crítica, de filosofía, de elegancia ni de letras
humanas, no se deben ya multiplicar por no poder ceder en honor del presente
siglo, ni en lustre de la
literatura española».
Estas posturas contrastan
con el aluvión de poemas de corte popular que florecieron a lo largo de la
centuria decimonona, algunos de los cuales seguían insistiendo en el carácter
mitológico de la imagen (el marco de su aparición, la naturaleza divina de la
representación escultórica o todos los hechos prodigiosos atribuidos a sus
designios). Bajo estos parámetros se podrían medir algunas poesías anónimas
redactadas con motivo de las festividades anuales de la Virgen. Otras
referencias poseedoras de ese cariz popular (anteriores y coetáneas a estas
fechas) y que se podrían enumerar, serían: la Salve de los mareantes, oída
entonar en 1826 por Sabin Berthelot en una visita al santuario mariano; los
versos que se colocaban en unos paneles transparentes a mediados del siglo XIX
en el exterior del templo y con motivo de las pertinentes celebraciones
públicas; el opúsculo confeccionado por el clérigo Antonio Verde, Vamos a
Candelaria, impreso en 1889 con ocasión de la coronación canónica de la
efigie mariana; o el abanico de canciones, oraciones, arrullos, coplas (algunas
burlescas) y creencias recogidos por el doctor Juan Bethencourt Alfonso en sus Costumbres
populares canarias. En una vertiente más culta que las anteriores cabría
emplazar el romance compuesto en 1873 por Francisco Fernández de Bethencourt
(1851-1916)65.
De igual modo, en América
se imprimieron algunas obras sobre la Candelaria.
Las mismas desvelan las reminiscencias
del culto a la imagen entre los canarios emigrados, necesitados de mantener
vínculos con su tierra de origen. Una de estas publicaciones fue la Novena a la Santísima y muy
milagrosa imagen de Nuestra Señora de Candelaria patrona de las islas Canarias,
impresa en La Habana
en 1835. Otro asiento más es la edición de la Crónica de las
fiestas de la Candelaria
celebradas en Matanzas por los hijos y oriundos de las islas Canarias,
en los días 1, 2 3 y 4 de febrero de 1872 con general regocijo y con el
concurso de sus hermanos, los hijos de las demás provincias españolas,
en uno de los momentos álgidos del proceso emigratorio canario-americano del
XIX. De la rareza de este impreso proporciona testimonio el hecho de que en
Canarias no se conozcan por esas fechas crónicas de festejos insulares en
formato libro; lo máximo que se localizan son relaciones publicadas en prensa.
En este rápido balance
cronológico acerca de las dignidades escriturarias de la Virgen de Candelaria se
debe subrayar la gran cantidad de páginas vinculadas a esta figura mariana. A
lo largo de más de cinco siglos, las letras que han puesto de relieve sus
excelencias han sido cuantiosas. De esos textos han brotado casi todos los
géneros humanísticos: desde una divertida comedia hasta la teología más grave.
Y en todas las situaciones enunciadas el brillo de la devoción nunca ha
faltado. Por esta razón hubiera sido nuestro deseo registrar la totalidad de
las referencias concernientes a la Sagrada Musa. Pero de momento, debido a la
complejidad de la materia, esta tarea se ha revelado como inabordable. Además,
durante los siglos XX y XXI han continuado elaborándose piezas y fragmentos
trabados con esta hermosa tradición y que han tenido que permanecer al margen
de estas líneas. Por todo ello sólo queda rubricar lo mucho que aún falta por
registrar y mostrar pública reparación a esas otras musas que nos han
facilitado el camino propuesto. (Manuel Poggio Capote, 2009)
1913 Enero 22.
Por R.O. del
ministro español de Fomento, Villanueva, se crea la Jefatura de Obras
Públicas de Las palmas, con jurisdicción sobre las otras dos Islas. Recuerda al
R. D. de 7 de abril de 1910, de Calbetón, suspendido.
La Diputación se reunió el
18 de abril, y los diputados orientales, cumpliendo acuerdo de su cabildo,
pidieron la entrega de los hospitales de San Martín y San Lázaro. Se acordó en
contra, por reputarlos centros provinciales.
En su vista, el
cabildo grancanario, en sesión del 23, acordó posesionarse por si mismo de los
referidos establecimientos, entregando su administración a la comisión de
Beneficencia.
Asi se hizo. Los
ayuntamientos de Gran Canaria, reunidos el día 2 de mayo, acordaron entregar a la Diputación el
contingente provincial; y se sabía que lo mismo harían los cabildos de
Lanzarote y Fuerteventura.
Una real orden
de 15 de abril de 1917 aprueba el presupuesto de la Diputación provincial y
crea al cabildo de aran Canaria una difícil situación.
Varias
sentencias del Tribunal Supremo, años adelante, se inclinaron a la tesis de los
cabildos frente a la
Diputación, en materia de cesión de la administración de
establecimientos sitos en cada isla, aunque tuvieran ámbito que excediere de lo
local. Queda claro:
Primero: Que los
Cabildos son entidades que toman su sustancia de lo municipal y de 1o
provincial, como se puso de manifiesto en el debate de las Cortes,
singularmente entre Canalejas, Azcárate y Maura.
Segundo: Que la Diputación provincial
de Canarias –que aún habría de subsistir trece años- quedó, como con frase
feliz dijo Maura en el Congreso (sesión de 25 de junio de 1912), ..como quedan
en las playas las cuadernas de los barcos que naufragaron"; o
"reducida a la mínima expresión", como dijo ese mismo día don
Gumersindo de Azcárate; o, en la misma jornada Luís Morote, "como una
sombra, como un esqueleto, como un espectro de organismo".
Tercero: Que la
pugna siguió. Para quienes deseaban la división de la “provincia” no era
solución la creación de los cabildos insulares, aunque algo fueran ya ganando
con ello.
Seguirían
luchando por la división, que conseguirían en 1927.
Cuarto: Que -en
un principio al menos- la nueva legislación no satisfizo a quienes pensaban en
una autonomía “regional”. Así, pueden verse las críticas de Maluquer, Domínguez
Alfonso, Rebollar y Ossuna: -Nuestro antiguo conocido Don Juan Maluquer y
Viladot a la sazón presidente de la
Academia de Jurisprudencia y Legislación de Barcelona
(España)- pronuncia el discurso de inauguración del curso 1912-1913, que titula
Noticias acerca del nuevo derecho político-administrativo de Canarias. No es
partidario de los cabildos, por la desmembración que suponen para la Diputación provincial,
con lo cual en lugar de descentralizar se concentra; dice que no es dar
autonomía a la región sino quitársela, pues que, como en Asturias y Baleares,
ésta era una diputación regional. Reconoce que en descentralización ganan todas
las islas menos Tenerife, "que pierde como el Archipiélago su
personalidad".
En octubre de
1913, Domínguez Alfonso dirige al ministro español de la gobernación, don Santiago
Alba Bonifaz, una Carta, en la que critica la reciente reglamentación de los
cabildos. Pide crear la región canaria y se declara contrario a la división.
El 29 de abril
de 1914 fecha en La Laguna
don Hipólito González Rebollar su libro La nueva politica. Criticas de
Actualidad. Primera parte. El ambiente, que aparece dedicado a la memoria de
Joaquín Costa. Estima que los cabildos fueron una concesión del poder central
para alejar el famoso pleito sobre la hegemonía y la capitalidad, que sigue vivo.
La critica más
dura a las nuevas corporaciones viene del eminente historiador regional don
Manuel de Ossuna y Van Den Heede, en su conocida obra El regionalismo, tomo 2°,
cuyo prólogo fecha en La Laguna
a 15 de agosto de 1916. (Marcos Guimerá Peraza, en: Millares Torres,
1997:240-256).
1913 febrero
1.
Resumen
histórico documentado de la autonomía de Canarias.
A los hijos del Archipiélago
Canario.
Ha terminado la batalla: el iris
de la paz se extiende por el archipiélago afortunado, y ya constituyen las siete islas Canarias siete
familias unidas por los vínculos del amor,
la justicia y el trabajo; y se aprestan a conquistar el
puesto a que les da derecho la Historia y la Geografía.
Mi pequenez no me exime del deber
de declarar y publicar verdades que deben saber todos los
hijos de Canarias, para honrar debidamente a
los espíritus nobles y generosos que contribuyeron a redimirnos: es más, entiendo
que estoy obligado a ello, por circunstancias especiales que me han encadenado al desenvolvimiento de los sucesos.
No es la vanidad, ni la
pedantería las que me obligan a hacer estas manifestaciones, sino un sentimiento de justicia y de gratitud, y el
derecho de legítima defensa de mi persona, que precisamente por su pequenez, no debo tolerar que se la disminuya más,
calificándola de tinerfeña o de acanariada, según cuadró a la prensa de Las
Palmas o de Santa Cruz, y dando la callada por respuesta cuando me dirijo a los
directores de los periódicos pidiendo
rectificación de sus gratuitas afirmaciones.
La batalla se ha librado en toda la línea; los
ejércitos beligerantes acumularon durante
muchos años poderosos medios ofensivos y defensivos en el campo de batalla; y ésta se ha desarrollado hasta en sus más pequeños detalles con toda precisión y claridad; y
como ha sido principalmente con la
pluma, no hay peripecia que no esté documentada.
Los términos o extremos de la
batalla eran claros y precisos: el Archipiélago canario, sujeto como las demás provincias españolas, a la Ley provincial vigente, era absorbido por la capital provincial, sin que
los servicios de la organización de la Ley alcanzaran, por su
condición insular, a las demás islas
del Archipiélago; y Tenerife, al amparo de la Ley, defendía el saneado usufructo del contingente provincial y sus adherencias. Gran
Canaria, que por su vitalidad creciente, se consideró con fuerzas para romper la coyunda de Santa Cruz, planteó la batalla,
invocando su engrandecimiento, para obtener la creación
de una nueva provincia de las tres islas orientales
y territorios africanos. Las razones que en pro y en contra se alegaron, se omiten, en honor a la brevedad. Las
cinco islas restantes, sujetas política y económicamente, cada grupo a su
cabeza respectiva, carecían de toda
voluntad e iniciativa, y hasta sus corporaciones oficiales no se atrevían a negar sus firmas, para todo lo que
se les ordenase. Santa Cruz y Las
Palmas eran los dos únicos cerebros directores del Archipiélago; e invocando la
misma Ley provincial, ambas deducían, a fuerza de lógica, conclusiones diametralmente opuestas: la primera,
que era necesaria la unidad
provincial, hasta como base de la unidad nacional; la segunda, que se imponía la división, como base esencial de la
vida de las tres islas orientales:
pero todo sobre la base de la Ley
provincial. Las cinco islas restantes, que veían iban ganando poco con cambiar
de amo, y se exponían a un recargo de impuestos provinciales; los más débiles
callaban, por miedo o por la persuasión de su impotencia, y los más fuertes
protestaban por conveniencia.
Ya en 1892, las islas de
Lanzarote y Fuerteventura habían experimentado un movimiento de aproximación,
para obtener representación en la Diputación Provincial, con el fin de realizar sus aspiraciones; pero encadenada por
compromisos a Gran Canaria no pudo realizarlos Lanzarote; y Fuerteventura sólo obtuvo de los políticos y
propietarios canarios la contestación de
«que podían nombrar un diputado provincial hijo de Fuerteventura,
siempre que se pusiera a las órdenes de don Fernando de León y Castillo». Hay que decir que el propuesto fue el firmante del
presente folleto; como también que
rechazó la investidura, por considerarla indecorosa, para sí y para su
isla, con tal condición.
Pero la solidaridad entre Lanzarote y Fuerteventura
fue creciendo al calor de la alta
personalidad de don Leandro Fajardo; y ya en 1896 libraron ambas islas unidas la batalla contra los
políticos canarios; y por primera vez se
sentaron en los escaños de la Diputación Provincial, diputados, conejeros y majoreros, que carecieran de toda clase
de compromisos con políticos tinerfeños ni
canarios. Pero ¡dolorosa victoria que costó la vida del ídolo de
Lanzarote, arrebatada por su asesino la noche misma de la elección!
Durante los cuatro años en que el
firmante se honró con la investidura
provincial adquirió el convencimiento pleno, y así lo comprueba la historia no interrumpida de la Diputación en lo que
alcanza la memoria, de que los intereses de cada isla no solamente son
distintos, sino hasta opuestos entre
sí, al extremo de no poderse, en justicia, resolver ninguna cuestión provincial sino cuando interesa a las islas que
disponen de la mayoría de la
Diputación; pues ésta no se reúne, sino cuando conviene a los
políticos respectivos. Ejemplos palpables de ello se le ofrecieron repetidos y
a cual más notable.
Deseando realizar la aspiración
de Lanzarote y Fuerteventura, propuso en unión de sus compañeros que la Diputación pidiera al
Gobierno la creación del distrito electoral
para diputado a Cortes por ambas islas: los diputados por Tenerife se opusieron, como un solo hombre, alegando que
era darle un diputado más a Gran Canaria; los
políticos canarios se habían opuesto antes, alegando que no
podían consentir en la independencia de ambas
islas. ¡Y todos reconocían que era legal y justa la pretensión!
Desde 1860, un ilustre hijo de
Fuerteventura legó una cantidad para levantar un hospital en aquella isla, cuya cantidad usufructuaba un
protegido de la política: fue de necesidad que el
firmante formara el número quince y
estuvieran sin aprobarse los presupuestos provinciales cuatro días, para que soltaran la presa. Se construyó el
hospital, y ¡hace diez años que está
cerrado, ya sin techo y amenazando ruina; habiendo consignación para montarlo!
En 1898, y por las necesidades de
nuestros desastres antillanos, se gravó la
industria hullera con un impuesto sobre el carbón, correspondiéndolé
a esta provincia 500.000 pesetas: entonces se unieron los diputados por Las Palmas y por Santa Cruz y propusieron a la Diputación que solicitara del Gobierno que levantara la contribución de
las casas carboneras, y ¡la derramara
sobre las siete islas del Archipiélago! Tal monstruosidad no pudo prosperar,
porque los diputados rurales formaron bloques con el firmante; y se
impidió tal injusticia.
¿A qué seguir? Sería interminable
y todos los canarios saben al grado de
abyección moral, política y administrativa a que se llegó con los pactos
políticos; los Puertos Francos, etc., etc., que llegó a asquear a los políticos honrados de la Metrópoli.
Entonces vio el firmante la
imposibilidad de remediar el mal dentro del régimen provincial establecido; constituido, como se hallaba, un cacicazgo,
que como grapa de hierro inmovilizaba todo movimiento redentor de cada isla; y comprendió que sólo
rompiendo la Ley
provincial en sus aplicaciones de
unidad al Archipiélago, para que cada isla se administrara a sí propia,
y que como entidad natural tuviera personalidad legal y política, podía aspirar a su redención.
Pero a la vez comprendió que era punto menos que imposible
la realización de este ideal, y convencido de la inutilidad de sus esfuerzos dentro de un organismo hábilmente combinado por
el caciquismo, y enrarecido de todo ambiente moral, renunció en marzo
de 1900 su acta de diputado provincial;
porque entendió que el hombre que tiene conciencia de lo que debe a su
pueblo, y lo que se debe a sí mismo, no puede prestarse, bajo ningún pretexto, a contribuir a envilecer al
primero, ni a abyectarse a sí propio, a pesar de lo imperiosas que resultan las
necesidades de la naturaleza humana.
Retirado a su hogar, entrevio un
rayo de esperanza, para la realización de la regeneración de
Canarias, con lo que aparentemente más parecía
negarla; con el resurgimiento divisionista de la isla de Gran Canaria.
Comprendió que la potencialidad
económica, cada día creciente, de esta isla no podía resignarse a tolerar la expoliación de una capital
inferior en riqueza y porvenir; y aguardó con una paciencia
felina durante diez años, en que se
realizaron, aunque anticipados, sus cálculos.
En 1906, y con motivo del viaje
de S.M. al Archipiélago canario, el Ministro
que le acompañó, Sr. Conde de Romanones, actual Presidente del Consejo de Ministros, escribió una memoria,
resucitando el viejo pleito de la división
de la provincia de Canarias. Esto prendió el fuego de viejos ideales y
de nuevas aspiraciones de independencia en Gran Canaria; y como por encanto surge un partido poderoso levantando la
bandera de la división de la
provincia, sin paliativos ni reformas; literal el programa de los divisionistas
de 1850.
Pero los años y la civilización
no transcurren en balde; y dentro de la ciudad de
Las Palmas, del núcleo divisionista, se levantaron voces de espíritus fuertes, anteponiendo las ideas
autonómicas a las ideas divisionistas,
iniciando la campaña el valiente periodista Ramírez Doreste, lo que le
valió el que las turbas quisieran apedrearle la Redacción de su periódico; pero los partidarios de la división,
temerosos de que la falta de unidad en las falanges de las tres islas orientales,
pudieran comprometer el éxito de la batalla, se cierran a toda clase de razones
y empleando desde el ridículo y la coacción hasta la amenaza, hicieron
enmudecer a los espíritus amantes de la libertad y de la justicia. Sólo el
partido republicano federal, con su
jefe Franchy y Roca a la cabeza, sostuvo gallardamente sus convicciones
en la prensa y en la tribuna, hasta la terminación de la jornada, en que libró
ruda batalla en Madrid, para la aprobación de la Ley.
Y la batalla empezó a
desenvolverse en toda la línea: las prensas de las dos capitales pasaron, en temperatura, del cárdeno al rojo, y del
rojo al blanco; sosteniendo cada una que la felicidad del archipiélago canario
estaba en administrar una o las dos el contingente
provincial de las siete islas: y sostenía, cada una, que
peligraba hasta la unidad nacional si no se la
dejaba en el pacífico usufructo del producto del trabajo de las demás. Y llovieron paladines de aquende y allende los mares,
para defender tan nobles causas, aunque con finalidades más o menos
parlamentarias. Y cayeron sobre la Villa y Corte numerosas y
poderosas comisiones, para convencer a los
directores de la política nacional de que la regeneración de Cananas
consistía exclusivamente en que nos administrara sólo Santa Cruz, o ésta y Las Palmas.
Los espíritus fuertes y justos se
dan en todos los pueblos; y en Santa Cruz
como en Las Palmas, se levantaron amantes de la autonomía, que volvieron
por los fueros de la equidad y de la justicia, en defensa de las islas menores. Pero les cupo, aunque no en tanto
grado, porque el peligro era tan inminente, igual suerte que los
autonomistas de Las Palmas; los hicieron enmudecer ante la suprema razón
del salud populis.
Pero la batalla arrecía con una
R.O. del 16 de abril de 1910, en que el Gobierno presenta un cuestionario, que debían contestarlo todas las
entidades y corporaciones de Canarias; y los
políticos de Santa Cruz vieron en peligro su derecho de beato possidenti (bienaventurado
el que posee) y comprendiendo el avance de las doctrinas
autonomistas y el efecto favorable que
surtiría en las demás islas, empiezan a proclamar las primeras doctrinas autonomistas: y su Comisión en
Madrid, en julio de 1910, al contestar al Cuestionario dice
literalmente:
«Observaciones relativas a una
nueva organización de la provincia de
Canarias».
«Importa no hacer una excepción
de la provincia de Canarias en lo que se refiere a la organización que las
leyes han dado a las peninsulares y por
ello que se preconice en este trabajo, que debe subsistir la Diputación Provincial conforme lo ha estudiado la Constitución del
Estado, como entidad representativa de la que se
denomina Provincia. Las diferencias que en este sentido traten de establecerse por el influjo de personalidades
políticas o por disposiciones
gubernativas poco estudiadas, serán siempre perturbadoras de la
tranquilidad de las islas.
-La Diputación Provincial de Canarias se constituirá con la representación de cada uno de los diez partidos
judiciales que existen en lasislas en la
actualidad; cada uno de los cuales elegirá tres diputados provin
ciales.
ciales.
—
Ninguna otra
alteración se hará respecto al funcionamiento dela Corporación provincial de Canarias que continuará como lo preceptúa
laLey. A los ayuntamientos de la islas se les dará
aquel realce que debentener por su significación
y por el importante papel que desempeñan.
—
Los Cabildos
insulares se establecerán con los prestigios debidos para representar la
personalidad de cada isla».
—
Tales son
los organismos que deben existir en Canarias en lo que se relaciona con los asuntos a que se contrae el
cuestionario para la información dispuesta por la R.O. de 16 de abril de 1910.
—
Las atribuciones y deberes que
les asignan a los Cabildos se sintetizan en «Rodearlo de todos los prestigios,
para que pueda excitar el celo de los
Ayuntamientos; pero nada de administrar el contingente provincial».
—
Los
políticos de Las Palmas no se quedaron atrás; y respondiendo a la información ordenada por la R.O. citada de 16 de abril de
1910, concibieron y realizaron la idea,
única en su género por lo peregrina, de hacer que los treinta y ocho municipios de las tres islas orientales contestaran
al cuestionario presentado por el
Gobierno, copiado literalmente uno de otro con puntos y comas, desde la cruz a la fecha.
—
Entresacamos,
por lo extenso, los párrafos principales de la «Organización
político-administrativa», que pedían para la nueva provincia:
—
«El régimen
vigente en todo el territorio nacional, con sus ventajas e
inconvenientes intrínsecos, que unas serán ampliadas y otros corregidos por el Poder legislativo, en el tiempo y en la
medida que impongan la experiencia
de las necesidades públicas, debe subsistir en Canarias, sin adoptar
otro especial que establezca diferenciación, ocasionada a menoscabar la absoluta
identificación del territorio insular con el peninsular».
—
«Dos
provincias, con los organismos y Autoridades que les son propios,
es la organización más adecuada al modo de ser del Archipiélago».
—
«Dentro de ella pueden disfrutar
las islas de conveniente autonomía,
aplicando con amplio sentido descentralizador la ley Municipal, y estimulando
y formando las asociaciones o mancomunidades de los Ayuntamientos de cada isla
autorizadas por el art. 80 de la propia ley para fines de interés común».Con lo expuesto queda
sintetizado el concepto que hasta julio de 1910 tenían los políticos de Santa
Cruz y de Las Palmas de la autonomía que
necesitaba el Archipiélago canario.
—
Huelga decir
que, como asteroides de los mismos sistemas planetarios, todas las entidades oficiales, de recreo y particulares,
recorrieron las mismas órbitas, con insignificantes desviaciones.
—
Entonces
entendió el firmante que había llegado el momento de exponer a la faz de la
Nación las verdaderas necesidades del Archipiélago canario, según las había conocido en los cuatro años
que se sentó en los escaños de la Diputación Provincial.
—
Entonces
redactó el plebiscito; malo seguramente por ser obra suya, pero
sincero por haber derramado en él toda su alma, todo su amor a las peñas
canarias. No le preocuparon las probables, casi seguras, contrariedades y amarguras, que no pudo menos de prever;
por el estado de excitación a que
habían llegado los ánimos; porque entendió que la redención de la tierra
canaria estaba exclusivamente en la Autonomía plebiscitaria. Sólo dudó de sus
fuerzas, pero acudió a las más poderosas mentalidades cananas, y siente al manifestarlo así el momento de
más legítimo orgullo de su vida;
porque se vio apoyado por ellas, empezando por el Dr. Teófilo Martínez de Escobar, el Ingeniero León Castillo y otros que
no cita por no herir modestias;
quienes no solamente aprobaron la idea, sino que coadyuvaron y le animaron a realizarla; aunque dudando siempre de
su éxito por el estado político insular y
nacional.
—
Pero era
tal la firmeza de sus convicciones, estaba tan arraigada en su espíritu la persuasión de la justicia de la causa
que defendía, que no vaciló un momento en
sacrificarlo todo, para convertir en realidad sus sueños de regeneración de
Canarias, o por lo menos dejar sembrada la semilla para que algún día brillara
sobre este Archipiélago el sol de la equidad y de la Justicia.
—
Entonces
convocó a los hijos de las islas menores residentes en Las Palmas, para exponerles su proyecto, que acogieron
con entusiasmo; y como centro de propaganda, para
recoger firmas en las cuatro islas plebiscitarias. Y el día 21 de julio de 1910 salieron en los correos, para los dos
grupos, los ejemplares del documento que literalmente dice:
Continua.
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