ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1901-1910
CAPITULO –XIVIII
Eduardo Pedro Garcia Rodriguez
1907.
Uno de los establecimientos con más tradición de los
ubicados en Triana (Las Palmas de Gran Canaria) fue el de los Rivero, afamado
comercio de tejidos fundado a principios del siglo XX
Triana ha sido cuna y lugar de asentamiento de los más
representativos comerciantes de Gran Canaria. En efecto, en el barrio y en la
calle del mismo nombre, se establecieron históricamente gran número de empresas
dedicadas a las más variadas actividades: desde las que tenía por objeto los
productos relacionados con la alimentación, el comercio de víveres y
ultramarinos, las ferreterías, las droguerías o los negocios bancarios.
Lógicamente, el tipo de comercio allí establecido ha variado al ritmo que ha
cambiado la economía y la sociedad de la isla; sí en el siglo XIX era el lugar
donde se establecían los comerciantes que distribuían las mercancías que
llegaban por el puerto de Las Palmas, posteriormente ha añadido otras funciones
para acoger a empresas bancarias o a las relacionadas con la moda.
Uno de los establecimientos con más tradición de los
ubicados en Triana fue el de los Rivero, afamado comercio de tejidos fundado a
principios del siglo XX y hoy en día en trance de desaparecer. Muchos
recordarán la tradicional tienda de los Rivero, regentada por los hermanos del
mismo nombre y situada en un lugar estratégico de nuestra Calle Mayor, donde se
podían adquirir desde piezas de tela para confeccionar todo tipo vestimenta,
hasta mantelería, ropa de cama, etc. Allí acudían personas de cualquier clase y
condición, desde habitantes de los barrios capitalinos a parroquianos de los
pueblos más alejados de la isla, siendo atendidos siempre con exquisitez y encontrando
siempre las máximas facilidades.
Los hermanos Rivero comenzaron su actividad en la calle
Remedios a principios del siglo XX (1907), cuando el mayor, Luis, fundó un
comercio de tejidos, el cual fue origen de un próspero negocio que florecería
más tarde en la Calle
Mayor (a partir de 1931) en un espléndido edificio, en
tiempos propiedad de Don Diego Miller y hoy parte de él sede de un moderno
establecimiento de modas. A partir de ahí, el negocio, con el nombre de Tejidos
Rivero, no hizo más que crecer hasta conformar una de las firmas más señeras
del comercio local. Su trayectoria merece prestarle atención por cuanto es un
ejemplo típico de la burguesía canaria que prosperó al calor del desarrollo,
generado en las islas desde finales del siglo XIX y principios del XX, cuando
la construcción de los puertos, el ahorro de los emigrantes y la propia
evolución de la economía capitalista propiciaron el crecimiento de la economía
y la modernización de la sociedad canaria. Asimismo, nos permite el acercamiento
a un ejemplo típico de la pequeña empresa familiar canaria, la cual no ha sido
suficientemente valorada como agente impulsor de la economía de las islas. El
caso de los Rivero es, pues, un ejemplo típico de empresario hecho a mí mismo,
de los que abundaron en aquella época tales como los Molina, los Campos, los
Lozano, etc.
Proceden los Rivero del ámbito rural del municipio de Guía
de Gran Canaria, donde sus progenitores (Félix Rivero González y sus sucesivas
tres esposas) eran dueños de una pequeña propiedad. El cuarto de sus nueve
hijos, de nombre Luis, se vino a Las Palmas en 1898 con tan sólo 17 años,
recién comenzada la guerra de Cuba y se empleó de dependiente en un comercio
local propiedad de D. Diego Moreno. El muchacho mostraba dotes naturales para el
negocio de venta de tejidos, oficio que desempañó durante 8 ó 9 años a cambio
de 125 pesetas de salario. Aprendido el oficio, sus dotes de emprendedor le
llevan a fundar su propio negocio a los 25 años, gracias al empujón y la ayuda
de un conocido y paisano, Blas Molina, quien le concedió un oportuno préstamo
que se sumó a la ayuda de sus padres.
El espíritu familiar le induce a llamar a sus hermanos y
animarlos a colaborar en el negocio, de tal manera que se termina por conformar
la empresa a modo empresa familiar en el que laboraban el conjunto de los
hermanos varones, además del propio Luis: Severiano, Pepe, Ezequiel, Federico y
Gregorio; las hermanas eran María de Guía, Gabriela, Felisa y María, que
también participaba esta última con una parte proporcional en la empresa. Los
Rivero comprendieron que para gestionar más eficazmente su empresa debían
prepararse, para ello asistieron a clases nocturnas después de agotadoras horas
de trabajo, pues en aquellos lejanos tiempos los comercios tenían un largo horario,
permaneciendo abiertos 12 o más horas. De esa manera, con grandes esfuerzos,
los animosos jóvenes empresarios aprendieron las herramientas básicas, de
cultura general y de contabilidad que le fueron muy útiles en su negocio.
La razón del éxito de esta empresa familiar radicó en la
tenacidad, la austeridad y el amor al trabajo de sus dueños. La eficaz gestión,
la laboriosidad y una favorable coyuntura económica, fueron la clave del rápido
crecimiento del negocio, de tal manera que en los años 30 del siglo pasado la
tienda de los Rivero tuvo más de 16 dependientes. Su actividad se extendía a
toda la isla, pues suministraban la mercancía, como mayorista, a muchos
comerciantes de todos los pueblos grancanarios y, aún es más, sus géneros
llegaban al resto del Archipiélago; asimismo, vendían al detalle a la numerosa
clientela insular.
Sus principales proveedores eran las fábricas catalanas,
como fue tradicional en Canarias, pero los paños que distribuían también podían
tener procedencia de Italia, Inglaterra, Francia e incluso Japón. Es curioso
señalar que los géneros nipones hacían por esos años una dura competencia a los
nacionales, pues invadieron las islas con tejidos mejores y más baratos que los
españoles. Evidentemente, nuestras franquicias propiciaban la presencia de
artículos de todas las partes del mundo.
La notoriedad económica de la firma les permitió participar
en la vida social y política local, siendo nombrado Luis concejal del
Ayuntamiento capitalino, si bien su actuación política fue corta pues en su
proyecto vital primó su vocación empresarial.
Superadas las dificultades de la Guerra Civil
(1936-1939), el comercio de los Rivero remontó el vuelo en la posguerra y tuvo
un buen desenvolvimiento, sin que sucumbiera a la amenaza de las grandes empresas
que comenzaron a operar en los años sesenta. La pequeña empresa seguía teniendo
ventajas respecto a los grandes almacenes: la atención individualizada, el
trabajo infatigable y una gestión eficaz les permitía competir y obtener buenos
resultados. Sin embargo, los embates de la globalización parece que han hecho
mella en la empresa y los herederos han optado por otras opciones
profesionales.
La familia Rivero tiene su origen en el municipio gran
canaria de Guía. De los nueve hijos que tuvo el progenitor Félix Rivero
González, sólo cuatro laboraron en el comercio de Triana. Éstos, como tantos
otros canarios de la época emigraron del campo a la ciudad para buscar fortuna
en la próspera ciudad capitalina. Posteriormente, en una segunda generación, el
comercio pasó a manos de los descendientes de José Rivero que lo han regentado
hasta la actualidad. (Miguel Suárez Bosa, 2007)
1907.
Nace en
Telde, Tamaránt (Gran Canaria) Luís Báez. Tras una breve estancia familiar en
Cuba, retorna a Canarias y estudia en las universidades de Eguerew (La Laguna) y Madrid (España).
Después vuelve a residir durante dos años en Cuba, donde colabora en prensa.
Entre 1930 y 1936 lleva a cabo una intensa actividad literaria en el
Archipiélago. Su obra poética no ha llegado a recogerse en un libro. Muere en
1941. Obras: 96 poetas de las Islas Canarias
(1970), antología colectiva.
1907.
Josefina de la Torre Millares nace en 1907 en Las Palmas de Gran
Canaria, ocupando el sexto lugar de los hijos de Bernardo de la Torre Comminges y
Francisca Millares. Fallece en Madrid (España) en el 2002.
Es una de las grandes figuras de las letras canarias, y
españolas, del siglo XX, y una personalidad, desbordante, que desarrolla su
labor creadora en ámbitos tan diversos como la literatura, el cine, el teatro y
la música, aunque, de todos, sería la poesía la escalera por la que subiría a
la cima de la literatura española, entrando a formar parte de los poetas de la Generación del 27, con
quienes compartía no sólo el gusto por la sencillez formal, el lirismo interior
y el uso de un lenguaje cercano a la expresión popular, sino la atención a las
innovaciones aportadas por las vanguardias artísticas.
Sólo dos mujeres, Ernestina de Champourcín y Josefina de la Torre, figuran en la nómina
que Gerardo Diego confeccionó en su ‘Poesía española Antología’
(Contemporáneos), de 1934. Josefina de la Torre es, ciertamente, un espíritu de vanguardia,
pero también en sus versos se percibe la huella de los poetas modernistas
canarios como Saulo Torón, Tomás Morales o Alonso Quesada (a este último dedicó
su primer poema escrito con ocho años), no en vano, sobre las rodillas del
padre de todos ellos, Domingo Rivero, la niña Josefina comenzaría a escribir
sus primeros versos. Una herencia que supo ver Pedro Salinas, autor del prólogo
del primer poemario de Josefina, ‘Versos y estampas’ (1927), cuando acuño la
definición de "muchacha-isla" para referirse a las resonancias
claramente insulares de la poética de Josefina de la Torre Millares y
que resultaría, a la postre, el rasgo diferenciador de su poesía en el conjunto
de la Generación
del 27. Luego vendrían Poemas de la isla (1930), poemario emblemático de toda
su obra, y, con posterioridad, su tercer poemario, Marzo incompleto (1968), y,
dos décadas después, ‘Medida del tiempo’, recogido este último en la colección
Biblioteca Básica Canaria en 1989. Nunca dejó de escribir aunque muchos de sus
poemas no vieron la luz, como es el caso del poemario ‘Él’, un manuscrito
dedicado a su marido, el actor Ramón Corroto, tras el fallecimiento de éste a
comienzos de los años ochenta y todavía hoy inédito.
Su temprana vocación literaria corre en paralelo con su
gusto por el teatro, que descubre, casi como un juego, en la casa familiar de
la playa de Las Canteras, donde, al comienzo de los años veinte, participa en
el Teatro Mínimo, un pequeño escenario que dirigía su hermano Claudio llevando
a escenas obras de Ibsen o Chejov y que fue referido en las paginas de la
prensa madrileña de la época como una suerte de Gran Teatro Mínimo, asemejado
al ‘Mirlo Blanco’ de Pío Baroja.
Motivada por sus padres, Francisca Millares y Bernardo de la Torre y Cominges, de clara
vocación anglosajona, Josefina culmina su formación como soprano en la escuela
de Damian Chao (Madrid) y comienza a dar sus primeros conciertos; memorable el
que ofrecería en 1936 en la
Residencia de Estudiantes de Madrid y que le abrió las
puertas de la
Orquesta Sinfónica de Madrid. Su voz se convertiría en su
sustento -durante décadas formó parte del cuadro de actores del ‘Teatro Invisible’
de Radio Nacional- y sería su pasaporte hacia una industria emergente en el
cine: el doblaje. En 1934 llega a los estudios de la Paramount en Jonville
(Francia), para ponerse a las órdenes de su hermano Claudio, por entonces
adaptador de guiones y director de los doblajes para la productora
norteamericana. Una tarea, el doblaje, que comparte con un viejo amigo, Luis
Buñuel, y que, con el tiempo, se convertiría en testimonio eterno para el cine:
Josefina de la Torre
Millares es la voz en castellano de Marlene Dietrich.
Durante la
Guerra Civil regresa, junto a su hermano Claudio y la esposa
de éste, Mercedes Ballesteros, conocida como la ‘Baronesa Alberta’ en la
revista satírica ‘La Codorniz’,
a Gran Canaria. Fundan la editorial La novela Ideal, donde Josefina escribe
bajo el seudónimo de ‘Laura de Comminges’, con el cual, años después,
cosecharía el único éxito rotundo que le brindó la industria del cine. En 1940
regresa a Madrid por la puerta grande de los escenarios: en la reinauguración
del Teatro Nacional María Guererro, donde esa temporada se sitúa como primera
actriz. Son los años de coqueteo con el incipiente séptimo arte. Su
personalidad, su formación y su decidida vocación de vanguardia -fueron los
miembros de la Generación
del 27 quienes celebraron la llegada del cinematógrafo- la llevarían a indagar
las posibilidades del celuloide, donde trabaja, además de con su hermano
Claudio, con directores como Miguel Pereyra, Julio de Fletchner, José María
Castellví o Edgar Neville, y donde fue, además, ayudante de dirección y
guionista.
Pero su relación con el cine sería frustrante; ni siquiera
el accésit al mejor guión de los Premios Nacionales de Cinematografía
conseguido por su guión de la película ‘Una herencia en París’ (1943), que
dirigió el mexicano Miguel Pereyra y basada en la novela ‘Tú eres él’ de Laura
de Cominges, evitó que en 1945 Josefina de la Torre Millares
pusiera fin a su relación con el celuloide. Edgar Neville la reclama para
interpretar junto a Conchita Montes y Rafael Durán un papel en su película ‘La
vida en un hilo’. Ésta sería su última aparición en el cine.
Años después publicará una novela, Memorias de una
estrella, donde la protagonista es una actriz que abandona en pleno éxito
"decepcionada" con un entorno que considera "frívolo" y
"mezquino".
Josefina se vuelca de nuevo en el teatro y en la
literatura. Funda su propia compañía de Comedias y trabaja en otras de
prestigio como la de Amparo Soler Leal o Nuria Espert. La actriz se encuentra a
gusto entre las bambalinas pero, su espíritu de vanguardia nuevamente, la lleva
a explorar un nuevo medio: la televisión. Entra en el elenco de actores de TVE
donde, entre otros, protagoniza una versión excepcional de ‘Esperando a Godot’
(los personajes son femeninos). En 1983 rueda a las órdenes de Pedro Masó la
serie ‘Anillos de Oro’, pero ésta será su despedida de la vida pública. Acababa
de morir su esposo, Ramón Corroto, y Josefina opta por el silencio voluntario
del que ya no saldrá hasta comienzos de los años noventa, cuando un homenaje en
la Residencia
de Estudiantes de Madrid la rescata del olvido y le devuelve la amplia sonrisa,
cautivadora, con que triunfaba en los escenarios. Josefina de la Torre Millares
falleció en el verano de 1992 en su casa madrileña de la Ribera del Manzanares,
donde llevaba años volcada en la poesía. Y fue a lomos de los versos como
Josefina regresó al paraíso de su infancia, donde, un siglo atrás, había
comenzado todo: la playa de Las Canteras.
Bajo el sol de Canarias
Durante los años 1940 a 1944 dedica la mayor parte de su
actividad al cine, bien como actriz, bien como guionista bien como articulista
o, incluso, como ayudante de dirección. Fue coguionista, junto a su hermano
Claudio y Adolfo Luján, de una película que se llamaría ‘Bajo el sol de
Canarias’, que debía rodarse íntegramente en las Islas, con elenco de actores
canarios, a excepción del protagonista, y con producción isleña a cargo de Luis
Díaz Amado. El proyecto se frustra por problemas económicos cuando estaban a
punto de comenzar el rodaje.
Cronobiografía
1907 Nace en Las Palmas de Gran Canaria
1927 Publica su primer poemario, ‘Versos y
estampas’, con prólogo de Pedro Salinas.
1930 Publica ‘Poemas de la isla’.
1937 Aparece la Novela Ideal,
colección en la que publica con el seudónimo de Laura de Comminges.
1940 Primera actriz del Teatro Nacional María
Guerrero.
1941 Comienza su trabajo en el cine como actriz,
ayudante de dirección y guionista.
1944 Se incorpora como primera actriz del ‘Teatro
Invisible’ de Radio Nacional.
1946 Funda la Compañía de Comedias Josefina de la Torre.
1989 Se publica, bajo el título ‘Poemas de la isla’,
su obra poética reunida, que incluye el inédito ‘Medida del tiempo’.
2000 Es nombrada Miembro de honor de la Academia Canaria
de la Lengua.
2001 La Associated University
Press de New York publica el ensayo ‘Absence and Presence’, de Catherine G.
Bellvev, donde se incluye a Josefina de la Torre Millares como
una de las cinco poetas españolas más relevantes de los años veinte y treinta
del siglo XX.
2002 El Gobierno de Canarias le concede la Cruz de la Orden «Islas Canarias».
2002 Fallece el 12 de julio en su casa de Madrid. (Alicia Mederos, 2007. En: Fundación
Canaria MMXXI)
1907 Marzo 3.
Nace en el municipio de El Paso, Isla de Benahuare (La Palma), Vicente Capote
Herrera. Cursó bachillerato en el Instituto de Canarias en Eguerew (La Laguna), y al finalizarlo,
se trasladó a Cuba, para estudiar medicina en la Universidad de La Habana. Tras varios
cursos de carrera, los graves acontecimientos políticos del país, obligaron al
cierre de la Universidad,
y por ello el retorno a Benahuare (La
Palma). Posteriormente se trasladó a la Metropolis para
estudiar Farmacia, donde permaneció hasta que terminó sus estudios el 13 de
junio de 1933.
Durante el último período de la
carrera, trabajó en el laboratorio del afamado Dr. Don Teofilo Hernando, en
aquellos años lugar de elevado prestigio. Continuó después de licenciarse, su
formación en dicho lugar.
Se estableció como analista en
Tedote (Santa Cruz de La Palma),
abriendo su primer laboratorio en la calle Pérez Galdós, muy cerca de la Clínica Camacho,
Centro con el que colaboró muy estrechamente, manteniendo desde los tiempos de
Cuba una entrañable amistad con el director del Centro, Dr.Pérez
Camacho.
Amplió su laboratorio al
abrir Oficina de Farmacia en la calle O'Daly de dicha ciudad, donde se instaló
definitivamente, ocupándose siempre de revisar y mejorar las técnicas para
obtener el mejor nivel de calidad, que fue reconocido por los facultativos de
su época con los que mantuvo estrechos lazos de colaboración
¿Quién podría ser, en la Medicina de los años 30 y
40, más necesario que don Vicente?. Sin duda, nadie; porque no había un
solo médico en toda la ciudad de Tedote que pudiese practicar una medicina
científica de vanguardia sin su ayuda. De esta madera y de esta talla era Don
Vicente Capote Su historia es bien conocida: Gran Analista y Bacteriólogo
durante los Años 30 y 40 del siglo XX. Prácticamente el único en toda la Isla. Le caracterizaba,
como ninguna otra cosa, la capacidad de la lección del gesto. El gesto que
apenas se ve, una idea, una noción, una sugestión, que muchos no advierten, con
el que él sugería, al compañero médico, cualquier prueba esclarecedora.
Fue un profesional perfecto en la técnica y maravillosamente humano en la
caridad. De trato, sencillamente, exquisito y con un Señorío impresionante.
Recuerdo de mi adolescencia, con
toda nitidez, la referencia cariñosa de mi padre, Francisco Toledo Pérez, a lo
que entre los médicos llamaron “La Cátedra” para significar las reuniones que
diariamente se celebraban en la Farmacia Capote, casi a diario, a partir de las 7
pm. Animada tertulia, a la que asistía entre otros los Doctores, Pérez Camacho,
F. Toledo Pérez, Basilio Galván, Antonio Martín, Eugenio Abreu, a veces Manuel
Morales y Amilcar Morera. Allí disertaban todos y cada uno de ellos. Los
temas relacionados con la medicina eran los que centraban las conversaciones
Era continuo el intercambio de libros, artículos e impresiones. Don
Vicente, les ponía al día sobre lo que pasaba en el mundo en lo que a nuevas
técnicas y pruebas de Laboratorio se refería. Inmediatamente ponía en
marcha en su laboratorio lo último de lo último. Fue Inspector Municipal de
Farmacia y Vicepresidente del Excmo. Cabildo Insular de Benahuare (La Palma). Se mantuvo
trabajando en su Farmacia y Laboratorio hasta pocas semanas antes del 24 de
julio de 1981, día en el que falleció en su ciudad.
1907. Josefina de la Torre Millares nace en Winiwuada n Tamaránt (Las
Palmas de Gran Canaria) es una de188 grandes figuras de las letras
canarias, del siglo XX.
Personalidad desbordante que se
expande a ámbitos tan diversos como la literatura, el cine, el teatro y la
música, aunque, de todos, la poesía será el tiovivo que circunda toda su
existencia. Josefina de la Torre
es miembro de la Generación
de1 27, con quienes compartía no sólo el gusto por la sencillez formal, el
lirismo interior y el uso de un lenguaje cercano a la expresión popular, sino
la atención a las innovaciones aportadas por las vanguardias artísticas. Sólo dos mujeres, Ernestína de Champourcin y
Josefina de la Torre,
figuran en "Poesía española Antología" (Contemporáneos), que publica
Gerardo Diego en 1934.
Josefina es, ciertamente, un
espíritu de vanguardia, pero también sus versos dejan ver la huella de los
poetas modernistas canarios como Saulo Torón, Tomás Morales o Alonso Quesada, a
este último dedicó su primer poema escrito con ocho años. No en vano, sobre las
rodillas del padre de todos ellos, Domingo Rivero, la niña Josefina comenzaría
a escribir sus primeros versos. Una herencia que supo ver Pedro Salinas, autor
del prólogo de su primer poemario, Versos y estampas ( 1927), cuando acuño la
definición de "muchacha-isla" para referirse a las resonancias
insulares en la poética de Josefina de la Torre, y que resultaría, a la postre, su rasgo
diferenciador en el conjunto de la Generación del 27. Luego vendría Poemas de la
isla (1930), poemario emblemático de toda su obra; con posterioridad, su tercer
libro, Marzo incompleto (1968), y, dos décadas después, Medida del tiempo,
recogido este último en la colección Biblioteca Básica Canaria en 1989.
Inédito, aún, su último poemario, Él, escrito tras la muerte de su marido,
Ramón Corroto.
Su temprana vocación literaria
corre en paralelo con su gusto por el teatro. A comienzos de los años veinte,
ponen en pie el Teatro Mínimo, un pequeño escenario familiar que dirige su
hermano Claudio y en el que ella actúa. Llevan a escena obras de Ibsen o Chejov
y fue referido en las páginas de la prensa madrileña de la época como una
suerte de Gran Teatro Mínimo, asemejado al Mirlo Blanco de Pío Baroja. Teatro
por vocación
y música como formación. Josefina
culmina sus estudios de canto (soprano), logrando una peculiar voz que se
convertiría en su sustento.
En 1934 llega a los estudios de la Paramount en Jonville
(Francia), de la mano de su hermano Claudio, por entonces adaptador de guiones
y director de los doblajes para la productora norteamericana. Una tarea, el
doblaje, que Josefina compartirá con un viejo amigo, Luis Buñuel, y que, con el
tiempo, habría de convertirse en testimonio eterno para el cine: Josefina de la Torre Millares es
la voz en castellano de Marlene Dietrich.
En 1940 se reinaugura el Teatro
Nacional español María Guererro, en cuyo
elenco figura Josefina de la
Torre que logra esa temporada situarse como primera actriz.
Son años de coqueteo con el incipiente séptimo arte. Su personalidad, su
formación y su decidida vocación de vanguardia, -fueron los miembros de la Generación del 27 quie-
nes celebraron la llegada del cinematógrafo-, la llevaron a explorar las
posibilidades del nuevo Arte. Rodó a las órdenes no sólo de su hermano Claudio,
sino de directores como Miguel Pereyra, Julio de Fletchlier, José María
Castellví o Edgar Neville, y ejerció como ayudante de dirección y guionista.
Pero su relación con el cine
sería frustrante. Ni siquiera el accésit de los Premios Nacionales españoles de
Cinematografía, conseguido por su guión de la película Una herencia en París
(1943), basada en la novela Tú eres él, de Laura de Cominges (la propia
Josefina), y dirigida por el mexicano Miguel Pereyra, evító que, en 1945,
Josefina de la Torre
Millares pusiera fin a su relación con el celuloide.
Se vuelca de nuevo en el teatro y
en la literatura; funda su propia Compañía de comedias. Ramón Corroto, y Josefina opta por el
silencio voluntario del que ya no saldrá hasta comienzos de los años noventa,
cuando un homenaje en la
Residencia de Estudiantes de Madrid (España) la rescata del
olvido y le devuelve la amplia sonrisa, cautivadora, con que seducía dentro y
fuera de los escenarios.
Josefina de la Torre Millares
falleció en el verano de 2002, en su casa madrileña de la Ribera del Manzanares,
donde vivió sus últimos años volcada en la poesía, a cuyo lomo había vuelto de
nuevo al paraíso de su infancia, aquél donde un siglo atrás comenzara Todo.
(Alicia R. Mederos, 2007)
1907. Con la creación de la Junta de Obras del Puerto, comenzó la
construcción en Añazu n Chinet (Santa Cruz de Tenerife) de la Dársena de Anaga: Muelle
Sur (1951), Muelle Norte y el Muelle de Ribera (1960 - 63 - 82). La Dársena de El Este se
realizaría entre los años 1965, 1970 y 1983. La Dársena Pesquera
en 1983.
1907. En Tedote n Benahuare (Santa Cruz de La Palma) viene al mundo José Pérez Vidal.
Investigador y erudito. Doctor en Filosofía y licenciado en Derecho. Académico
correspondiente de la
Real Academia Española y de diversos organismos y
asociaciones geográficas etnológicas de España e Hispanoamérica. Su obra se ha
dedicado fundamentalmente a la lingüística y a la etnología insulares, a las relaciones
entre las Canarias y el mundo Atlántico y a diversos aspectos de la obra y la
personalidad de Pérez Galdós. Destacaremos entre sus muchísimos trabajos los
siguientes: Contribución al estudio de la medicina en Canarias (1945), La Imprenta en Canarias
(1942), Endechas populares en trístrofos monorrimos (1952), Poesía tradicional
canaria (1968), Folklore infantil canario (1986). Así como varias publicaciones
sobre tema galdosiano. Obtuvo el Premio Canarias sobre acervo histórico y
patrimonio histórico artístico y documental en 1984. Fallece en 1990.
1907. Se crea la Junta de Obras del Puerto,
de Añazu n Chinet (Santa Cruz de Tenerife) organismo que se encargaría de la
conclusión de las obras. Un nuevo ingeniero, Pedro Matos, propone y se le
autoriza en 1911, una prolongación del dique exterior o muelle sur, a la vez
que la creación de un nuevo dique o rompeolas que hoy conocemos como Muelle
Norte, propuesto años antes por su predecesor Prudencio Guadalfajara. Estos
trabajos sufrieron varias rectificaciones a lo largo de los años. El concepto
de puerto tal como lo conocemos hoy es algo relativamente reciente.
1907. En Eguerew (La Laguna). Se coloca un piso
de damero al templo de la secta católica La Concepción.
1907.
Margaret d'Este escribió este
libro durante el recorrido que llevó a cabo en 1907 por Tenerife, Gran Canaria
y La Palma. Esta
obra, como las otras que había escrito años antes, recoge sus impresiones y su
experiencia de la vida y el paisaje a su paso por los pueblos y caminos de las
islas. Las acuarelas de este libro muestran la predilección de Margaret d'Este
por la pintura de rincones y paisajes dominados por la vegetación. Fijó su
mirada en las flores, los árboles, las costumbres más populares, la
indumentaria de las mujeres y la vida campesina. Esas imágenes, que adornan un
texto centrado en la descripción de lo pintoresco o singular de las islas,
componen un conjunto que termina asemejándose a las obras escritas por aquellos
turistas adinerados que, desde las últimas décadas del siglo XIX, llegaban a
Canarias con la intención de pasar una temporada haciendo excursiones en este
territorio, cercano a Europa, pero todavía exótico (por su clima y su
naturaleza) a los ojos de los europeos.
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