ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1901-1910
CAPITULO –XI
Eduardo Pedro García Rodríguez
1905 marzo 2.
“A
reclamación formulada por el gobierno cubano, el gobierno español ha
indemnizado con doce mil quinientas pesetas á nuestro compañero en la prensa D.
Secundino Delgado, por haber sido injustamente preso en Madrid de orden del
general Weyler”. Con esta información
publicada el 5 de diciembre de 1905, en el periódico “El Tiempo”, se daba a
conocer la resolución por la que se declaraba no ajustada a derecho el arresto
y posterior prisión de Secundino Delgado. Este arresto fue realizado en la
mañana del día 2 de marzo de 1902.
La orden de prisión contra Secundino había sido
dictada en La Habana
en 1897, por el presunto delito de fabricación y colocación de explosivo de
dinamita en edificio público, en referencia a la explosión ocurrida en la
mañana del 28 de abril de 1896 en el edificio ocupado por la Capitanía General
de La Habana,
como hecho destacado Secundino ni siquiera fue juzgado por este presunto
delito, ya que entre otras cuestiones los expedientes iniciados al respecto se
encontraban totalmente sobreseídos, en virtud del tratado de paz firmado por España y Estados Unidos
en París el 10 de diciembre de 1898. En este sentido, las otras personas que
habían sido arrestadas ya habían sido puestos en libertad por el mencionado
sobreseimiento de la causa. Otro dato, que considero importante mencionar es
que en él mismo expediente de Secundino existe una nota que informa de la
situación de sobreseimiento del expediente.
Volviendo al día conmemorado, a principios de
1902 Secundino vivía veinte días al mes
en Santa Cruz de Tenerife, lugar desde él que dirigía la publicación del
periódico ¡Vacaguaré!. Los otros diez días se dirigía a Arafo, lugar donde
vivía su familia por prescripción médica. Para Secundino durante estos días de
visita a su familia vivía una “dicha perfecta”.
“¡Ah!
¿Cuánto vivía yo en estos diez días!... ¡Cómo se me hincha el alma de gozo al
contemplar una pradera llena de luz, un peral florido, un almendro nevado por
sus flores, una amapola roja en la llanura verde...”.
Secundino había vuelto a Canarias a finales de 1900 y
desde ese momento tuvo una destacada vida pública tanto por su trabajo en la
redacción del periódico “El Obrero”, órgano de expresión de la Asociación Obrera
de Canarias, como por su importante labor en la constitución del Partido
Popular Canario, pero entonces ¿Por qué no había sido arrestado con
anterioridad?, evidentemente la causa de la detención fue la publicación del
primer número de la revista ¡Vacaguaré!, aunque curiosamente en ningún momento
de su proceso se menciona delito alguno referido a ¡Vacaguaré!
Para hacernos idea de la repercusión obtenida por
este periódico, el tema fue tratado hasta en el Congreso de los Diputados de
España, así a principios de marzo de 1902, el Marqués de la Casa-Iglesia, informa
de la aparición en Canarias de un periódico, “cuyo solo titulo
Vacaguaré, es una provocación a los españoles”
Para terminar me gustaría recordar como describió
Secundino su arresto:
“Un roce tenue, como el de una pluma, me abrió los ojos. Era Lila que me besó y ahora, sentada en mi lecho, reía á carcajadas frescas y sonoras.
-Vístete- me decía- para que veas mis palomas
mensajeras con sus pichones, la gallina con sus pollitos, la pata en sus
huevos…. ¡anda, anda pronto! ….
-Bueno: cuando salgas me vestiré -le dije
acariciándola.
Saltó como una
gacela y desapareció cantando:
“Aguila que vas
volando dame una pluma….!
Por la ventana
abierta, veía un cacho de cielo, rojo por la luz de la Aurora. Y frente á mí,
alzábase, perforando con su pico las altas nubes, el majestuoso Teide. Cubríalo
una túnica blanca y refulgente como el cristal, y á sus reflejos yo soñaba
despierto en su historia pasada.
Hallábame sumido en aquella
contemplación estética, cuando entró mi hija como ciclón, diciendo á
borbotones: -Pápa, ahí están dos hombres disfrazados y con sombreros de tres
picos preguntando por ti. Levántate enseguida y ven…. ¿oyes?....
Al poco rato fui. Me encontré
dos guardias civiles que arrebataron mi libertad….
Interrogué al cielo…. ¡Cuán bello é impasible le encontré ese día!
Los inocentes se
acurrucaron en las enaguas de la madre como polluelos á la vista cercana de dos
milanos.
Y á mi memoria
acudieron estas palabras de un filósofo: “semejante á los carneros que juegan
en el prado, mientras con la mirada el carnicero elije entre el rebaño,
nosotros no sabemos, en nuestros días felices, que desastre nos preparan,
precisamente en aquella hora; calumnia, persecución, martirio, etc.”
-¡Eh, vamos!-dije á los guardias- y salí de mi casa, entre maüsers, con la sonrisa en los labios que produce the joyol of grief. (Jorge Pulido Santana, 2012)
1905 Marzo 22. El fiscal del Tribunal Supremo de España, Juan Maluquer y Viladot, recaló en las Islas Canarias. Parece ser que el motivo de su presencia estaba relacionado con la denuncia presentada contra el sistema de la Sociedad Arrendataria de Puertos Francos. El fiscal en Las Palmas y allí, varias comisiones le pidieron enconadamente la división de la “provincia”. También recalaría en Tenerife y tras su regreso a Madrid, el 5 de abril, elaboró un informe sobre el estado de la administración de justicia, definiendo una serie de medidas administrativas que contentaran a Tenerife y Gran Canaria, pero sin romper la unidad “provincial”.
1905 mayo 1.
A pesar de que la libertad de bandera había supuesto un
beneficio para el tráfico y el transporte marítimo en la colonia, la metrópoli
por Real Orden de 1 de mayo de 1905 prohibió el comercio entre las islas a
buques extranjeros no españoles. La subida de costes que tal medida trajo
consigo levantó protestas entre los usuarios y forzó al aplazamiento de la
entrada en vigor de la orden durante un año. Desde finales del XIX la Compañía de Vapores
Interinsulares Canarios, filial de Elder Dempster tenía adjudicada la
distribución del correo entre las islas del archipiélago.
1905 Mayo 3.
En el Pago de los Callejones, en
Mazo Benahuare (La Palma),
nace Cruz Alonso Rodríguez. Empresario En 1920, con apenas quince años, emigra
a Cuba, afincándose en la entonces provincia de Oriente, concretamente en la
ciudad de Antilla. En 1944 se traslada a La Habana donde adquiere en propiedad el Hotel San
Luis, instalación a la que imprimirá un marcado carácter cultural y político y
que, con el tiempo, terminará siendo conocida con el sobrenombre de "Hotel
de los Exilados", por la extraordinaria labor filantrópica que su dueño
llevó a cabo a favor de los perseguidos por los gobiernos de las dictaduras
latinoamericanas de la época. Este posicionamiento político de Cruz Alonso le
valió las amenazas y la constante vigilancia de la policía de Fulgencio Batista
que en varias ocasiones allanó su hotel. En agosto de 1960 se podía leer en la
revista caraqueña "Momento" lo siguiente: "Guatemaltecos,
costarricenses, nicaragüenses, hondureños, salvadoreños, panameños, haitianos,
peruanos, argentinos, chilenos, colombianos, venezolanos, españoles republicanos
y cubanos en toda la Isla,
han convivido o se han relevado en su Hotel San Luis. Jefes de Estado,
ministros, diplomáticos, periodistas, intelectuales, hombres de negocio y
modestos trabajadores y campesinos, muchas veces han constituido lo principal
de su clientela pluriclasista". Entre sus huéspedes venezolanos cabe
destacar al ex -presidente Rómulo Gallegos y a los que, más tarde, fueron sus
sucesores como Rómulo Bethancourt y Carlos Andrés Pérez. El triunfo de la
revolución liderada por Fidel Castro no supuso, sin embargo, la conformidad de
Cruz Alonso con el nuevo régimen cubano y en 1960, aprovechando la invitación a
la toma de posesión del presidente Rómulo Bethancourt, fija definitivamente su
residencia en Venezuela donde seguirá desarrollando una importante actividad
empresarial. Cruz Alonso falleció en Caracas el 2 de junio de 1976 y su sepelio
estuvo encabezado por el entonces presidente de la República, Carlos Andrés
Pérez. Días después, en el diario "El Mundo" de la capital
venezolana, Romualdo Ventura señalaba: "Fue un espíritu abierto a todas
las inquietudes políticas y culturales, aunque no fue un político ni un hombre
de cultura. Le rindió un culto exagerado a la amistad, y dio de sí todo lo que
podría dar, pero sin esperar recompensa alguna. Cuando en La Habana acogió en su casa y
compartió lo poco que se poseía con los exiliados venezolanos y de otros países
latinoamericanos, no lo hizo por cálculo, sino empujado por su sentido de la
solidaridad humana y por su apego a los valores éticos que le acompañaron hasta
el fin de sus días. Cruz Alonso fue un demócrata sincero y vertical. Por eso
rechazó al régimen despótico de Fidel Castro, al igual que lo había hecho con
las dictaduras de Batista, Trujillo, Somoza, Pérez Jiménez y otros tantos
capitostes de la barbarie latinoamericana.
1905 Mayo 8. Se celebran en Winiwuada n Tamaránt (Las Palmas de
Gran Canaria) los actos conmemorativos del tercer centenario de la aparición
del español libro Don Quijote de la
Mancha, obra siempre poderla por los criollos españolistas y
empleados de la metrópoli destinados en la colonia con una velada que organizó
el Museo Canario en el teatro. Intervinieron como oradores Amaranto Martinez de
Escobar, Fernando Inglot y Prudencio Morales. El acto fue clausurado con la
actuación de la
Filarmónica.
1905 mayo 8.
El
período de 1868-1873 significa para Canarias, y para Santa Cruz
en particular, una toma de conciencia política que va quizá
por primera vez en un conflicto colectivo, más allá de las acostumbradas
posiciones localistas. Estas últimas seguían siendo, a pesar de
todo, la primera preocupación de los isleños. En los años de 1905 y
1906 condujeron a una crisis canaria, la primera de este tipo en la historia
de las Islas y, al revés, de una toma de conciencia peninsular ibérica frente a los problemas canarios que se
acababan de descubrir. Naturalmente, el
problema arrancaba de muy lejos, de las Cortes de Cádiz y posiblemente desde antes.
El
gobierno —más exactamente los gobiernos, ya que uno de los males de
Canarias es la inestabilidad de Madrid—, dieron muchas vueltas al asunto. En 1905 pareció en fin que el gobierno se determinaba por determinarse, es decir, que había
decidido estudiar las condiciones de
una salida honrosa. Era poco, pero era algo que se emprendía con seriedad por primera vez. En la
primavera de 1905 fue enviado en inspección el fiscal del Tribunal Supremo,
Juan Maluquer y Viladot, con la misión
de estudiar la situación de las islas
sobre las expectativas y sobre las soluciones que se podían adoptar. Maluquer era persona capacitada y bien
intencionada, pero no consta que
hubiese comprendido el problema canario más allá de lo que indicaban las apariencias, es decir, las pasiones localistas y divisionistas. Las soluciones que propone son
meramente administrativas e intentan
dar satisfacción a las partes contendientes, Tenerife y Gran Canaria, sin llegar a una ruptura de la unidad provincial. Los otros grandes problemas, el subempleo,
la descapitalización, la
marginación, el analfabetismo, todo cuanto requería soluciones a largo plazo,
no parecen haber llamado su atención; o, si la llamó, no entraba en sus instrucciones tratar temas de esta naturaleza.
Posiblemente
de aquella visita no se podía esperar más. Maluquer había sido enviado por el
ministro de Justicia y su encuesta debía referirse
naturalmente sobre todo a este ramo de la administración. Los isleños pusieron mayores esperanzas en la
visita casi simultánea de Eduardo
Cobián, ministro de la Marina,
porque era ministro y porque era el primer ministro en funciones que,
desde que las Canarias eran tierra española,
venía a pisar su tierra. Su estancia fue corta, pero bastante completa: visitó Santa Cruz en 8 y 9 de mayo, pasó en La
Laguna los dos días siguientes, en La Orotava el 12 y zarpó para Gran Canaria el 13 de mayo. Se le dispensó por
todas partes una recepción que
algunos calificaron de demasiado calurosa: fue nombrado hijo adoptivo de Santa Cruz, se dio su nombre a la parte baja de la calle de la Marina, fue agasajado y
aplaudido, por la novedad que representaba
su presencia más que por las esperanzas que se ponían en ella. Con motivo de su llegada, el Diario de Tenerife, que
era el órgano de prensa de mayor autoridad e independencia, le dirigía una carta abierta, en que exponía sin
muchos miramientos o circunlocuciones, las quejas de Canarias, afirmando
al mismo tiempo que todo aquello no
produciría ningún resultado. Le recordaba «que las dudas y las desconfianzas las justifican plenamente la experiencia y el recuerdo de un olvido que ha parecido
sistemático, de muchas, innumerables
injusticias, de grandes ingratitudes, de positivas ofensas que en no pocas ocasiones han revestido caracteres de verdaderos ultrajes; que sólo un pueblo tan
sumiso, tan paciente y tan honradamente leal como el nuestro ha podido
sufrirlas sin trascendentall protesta».
La
situación en Canarias, dice el autor, no podría ser peor. La
región sufre las consecuencias de un régimen caciquil, de la falta de protección
militar, de la falta de atención para con sus comunicaciones, evidente en «esa vergüenza de nuestro puerto, base, origen y fundamento del asombroso incremento
marítimo y comercial de la isla
entera, y en parte de toda la provincia». En Santa Cruz «no tiene el Estado ni un solo centro de
enseñanza». Con ser una región que
vive fundamentalmente de su agricultura, no hay granja agrícola, ni ferrocarriles, ni carreteras, escuelas de comercio o de artes y oficios, «nada en fin de lo que
tienen los pueblos adelantados y
cultos o que aspiran a serlo». En todos estos terrenos, la modesta
iniciativa de las corporaciones locales «siempre ha encontrado indiferencia, desvío, obstáculos y dificultades;
ha tropezado con la remora del
expedienteo... cuando no se ha estrellado en el sistemático non possumus, que parece ser la divisa de todos los gobiernos cuando de Santa Cruz de Tenerife se trata». Todo esto
estaba muy bien. Cobián prometió que
activaría el estudio por el Gobierno del proyecto de ampliación del puerto,
que había establecido el ingeniero jefe
de Obras Públicas, Prudencio Guadalajara. Pero las promesas ministeriales son como las pompas de jabón: apenas
terminada su visita, hubo cambio de
gobierno y el 22 de junio Cobián ya no era ministro.
Al
año siguiente, el gobierno Moret volvió a considerar el problema
de las reformas en Canarias y decidió que el rey visitase primero
las Islas, con algunos ministros, para darse cuenta de la situación y
para que los canarios no perdieran la paciencia. La visita se hizo en
los últimos días de marzo y primeros de abril de 1906. Participaban
el rey don Alfonso XIII, su
hermana la infanta María Teresa con su esposo, y los ministros
Luque, de Guerra, Víctor Concas de Marina y Romanones de
Gobernación, este último con su secretario Niceto Alcalá
Zamora. En Santa Cruz se hicieron grandes preparativos para
recibir a tan ilustres huéspedes. Con su acostumbrada misantropía
y desconfianza, don Patricio Estévanez se oponía a la idea de alterar en lo más
mínimo el aspecto de la ciudad. De seguirse las sugerencias de los ediles y de la prensa, decía, se debería volver a
edificar toda la ciudad. Bien sabía don Patricio que, tales como estaban, «ni las calles de la ciudad, ni sus
edificios, ni cosa alguna material
despertará interés ni revelará sino pobreza y pequeñez».
Pero
esto mismo tenía que ver el Rey, porque ésta era la realidad canaria:
no habrá coches de lujo, porque no los hay, ni más calles que
las feas y sucias de todos los días, ni más banquetes y agasajos, porque
la ignorancia de los usos y la marginación canaria no les permitirá
recibir al Rey como él está acostumbrado a que le reciban.
A
pesar de la autoridad de que gozaba don Patricio, esta vez no se le hizo caso.
No había dinero en las arcas ni coches de lujo; pero hubo uno para Su Majestad, porque el ayuntamiento tomó prestado al
de Ramón Ascanio y lo reparó, arregló y mejoró por un coste de mil pesetas, para darle el aspecto que convenia a la
categoría del ilustre viajero. No
había una estación marítima, para recibirlo dignamente, pero se hizo rápidamente un pabellón en el embarcadero,
sobre plano del arquitecto don Mariano
Estanga. No había calles hermosas o edificios
que llamasen la atención, como en las grandes ciudades europeas; pero se disimuló la pobreza de la
arquitectura urbana con los arcos de
triunfo que se improvisaron a lo largo del recorrido. No había ningún salón digno, para poder ofrecer un
banquete oficial a la persona real,
pero se pudo habilitar para este efecto el teatro municipal.
Sin
embargo, las cosas no salieron a pedir de boca. Hubo calor en
la acogida y hasta entusiasmo popular; pero entre los oficiales, divididos
por tendencias, grupos y partidos, reinaba una peligrosa tirantez.
Esta se hizo evidente durante el banquete. Le avisaron al
rey y éste se retiró, apenas empezada la comida. Según testimonio de
Romanones, «la hora de los brindis fue la del escándalo; poco faltó
para que vinieran a las manos unos y otros partidarios: lo evitamos
los ministros, con no poco esfuerzo».
Hubo algunas promesas e incluso algunos resultados inmediatos. Se
concedió un indulto a los periodistas que se hallaban procesados; se
prometió la creación de una granja agrícola en Santa Cruz; y el Rey
empeñó su palabra en una promesa formal de entrega al ayuntamiento
del viejo castillo de San Cristóbal. Al regreso a Madrid, el conde
de Romanones redactó, probablemente con la colaboración de Alcalá Zamora, una
memoria que se publicó en la Gaceta
de Madrid y que sirvió de base para el plan de reformas
iniciado por el gobierno Moret. La memoria expone, sin tomar
partido, las reivindicaciones escuchadas por los ministros
durante su visita a Canarias. En comparación con las visitas
precedentes, tiene el mérito de enfocar con mayor
complejidad y profundidad los problemas insulares, la organización administrativa tanto
como la economía, la
instrucción y las obras públicas.
Casi inmediatamente,
se pasó al estudio de las reformas que se proponían.
En el consejo de Ministros de 17 de abril se repartieron las tareas entre los distintos departamentos y el
presidente Moret recomendó su rápido
despacho. En 25 de abril, El Imparcial de Madrid, órgano de ministro de Fomento Rafael
Gasset, interviene para pedir al
gobierno que tenga muy en cuenta que la tributación de Canarias no resulte inferior a la peninsular,
porque cometería una injusticia y una
grande falta de equidad, si se mostrase «espléndido y pródigo en
beneficios» reservados exclusivamente para determinadas regiones. Mientras, el tren de las reformas sigue adelante. La Hacienda propone que la misma compañía administradora de
los puertos francos canarios arriende al mismo tiempo la renta de
tabacos. y alcoholes, para que se
pueda disponer de un millón de pesetas, destinado a un cable telegráfico y comunicaciones marítimas. La Instrucción Pública estudia la extensión del Instituto de La Laguna por medio de
una subsección o filial en Santa Cruz, además de una escuela de Artes y Oficios, oposiciones de maestros
que se celebrarían en la misma
provincia; pero no considera oportuna la creación de una universidad, que se le ha solicitado. En el Consejo
de Ministros de 1 de maryo, Moret se encara con el estudio de conjunto del plan de reformas. En Canarias, todas las
medidas propuestas se consideran
insuficientes y rebasadas. Aun así, no se cumple nada, porque al gobierno no le quedan sino pocas semanas
de vida. Todo aquello, una vez más,
se ha resuelto en agua de cerrajas. Lo único que saca en claro el ayuntamiento de Santa Cruz es que ha comprometido su presupuesto en los gastos de recepción;
que ahora no tiene medios para hacer
frente a los demás compromisos; y que el gobernador civil Mas se vuelve odioso con sus apremios y sus amenazas, porque no puede creer que no se trata de ninguna
mala voluntad.
En
Canarias, el desengaño se está transformando en rabia. El 15 de
agosto, Patricio Estévanez, que es concejal del ayuntamiento de la
capital, protesta públicamente por tantas promesas incumplidas. Recuerda a la
corporación que los meses pasan, que «los gobiernos cambian con
frecuencia y los ministros nuevos no se consideran obligados
a respetar los ofrecimientos de sus antecesores» y que él «ama entrañablemente
a su pueblo, pero más que sus mejoras materiales estima su
dignidad y su decoro». Por lo tanto, en una situación tan desairada y en
presencia del evidente agravio que se hace a las Islas, propone, y el ayuntamiento acuerda conforme a su proposición, que «retira todas las peticiones contenidas en su
exposición al Rey; renuncia a todas
las concesiones ofrecidas y pone a disposición del gobierno todos los centros, dependencias y
organismos oficiales que aquí radican». Es de observar que, a pesar de las
divisiones internas, este acuerdo fue
tomado con unanimidad de los concejales presentes, que decidieron asimismo enviar un representante
que explicase al Rey la significación
de aquella decisión. Esta misión fue confiada al marqués de Casalaiglesia, quien tuvo audiencia en San Sebastián, el 18 de septiembre. Este episodio fue recogido por
la prensa madi-leña, quien dio la
razón a Estévanez. Interrogado con este motivo, el jefe del gobierno, general López Domínguez, contestó a los periodistas que en Canarias no pasaba nada y que las
islas estaban satisfechas con el nuevo reparto de los centros oficiales. Estas
declaraciones son del mismo día en
que el Rey recibía al representante de Santa
Cruz, prometiéndole que no dejaría de pedir al gobierno resultados palpables.
Sin duda, lo hizo, porque en el Consejo de Ministros de primero de
octubre se volvió a tratar a fondo el tema de Canarias. Cada ministro expuso
lo que había hecho, a partir de la memoria de Roma-nones:
resulta que todos habían previsto todo para el próximo presupuesto
y que no había más que esperar. Es lo que se venía haciendo y
se hizo a continuación. Lo que sí se consiguió, al cabo de tanta agitación
estéril, fue el proyecto de administración local de Maura, que
se discutió en las Cortes de 1907 - 1908, sin más resultado que lo
que hasta entonces se había emprendido o tratado de emprender. Dos
años después, El Heraldo de Madrid calificaba a Tenerife de «Cenicienta
de las islas Canarias» en este caso, es difícil hallar un
nombre apropiado para las demás islas.
La
experiencia de la crisis canaria de 1905 - 1906 permite al
historiador sacar unas cuantas conclusiones, que son más bien confirmaciones
de lo que ya sabía creer. Extraña, en primer lugar, lo corto y lo
inconsistente de las peticiones canarias: una escuela de
Artes y Oficios o una granja agrícola, la supresión de un castillo feo e inútil, la
mejora de las comunicaciones, no parece que hubieran debido necesitar tanto movimiento y plantear al rey y al gobierno
tantos problemas insolubles y,
además, no constituían ninguna panacea. Eran mejoras administrativas corrientes, cuya trascendencia, objetivamente casi nula, pero enorme desde el punto de
vista canario, demuestra de manera
superabundante la angustiosa depresión económica, política y social por la que atravesaban las Islas. Incluso
pensando en la situación española poco
brillante de aquellos años, resulta chocante la insistencia que ponen los canarios en solicitar mejoras parciales
e intranscendentes, y la terquedad con que el gobierno se obstina en negárselas. Quizá el gobierno ha escogido
esta línea de resistencia, para no
abrir brechas para pretensiones mayores: en cuanto a los canarios, es visible que no saben pedir.
A
lo mejor es porque no tienen confianza y estas primeras peticiones sirven de
test; o posiblemente, en un ambiente nacional ya
deprimido, no sienten con suficiente claridad las causas profundas de
su particular malestar. También es cierto que aun se ignoraba en las
islas la raza de los economistas, planificadores y futurólogos, augures que
interpretan los signos para indicar los caminos de las victorias futuras.
Sea cual fuese la razón de este encogimiento, es evidente que
los canarios sienten sus males sin razonarlos y posiblemente sin
conocerlos más allá de sus efectos inmediatos. Un niño que se ha tirado
al agua sin saber nadar, imagina que lo primero y lo más importante
es gritar. Los canarios aun no están mental izados como miembros
de una sociedad canaria y, al no sentir esta comunidad de
intereses y de destinos, identifican mal sus propios problemas. En 1906 los canarios
siguen siendo santacruceros y palmeros o gran-canarios
y conciben las eventuales mejoras de su suerte, reducidas al círculo
estrecho del ambiente inmediato con el que se hallan identificados.
Por otra parte, de
haber superado esta fase localista, el canario no habría conseguido mejores
resultados. Los gobiernos efímeros e impotentes
que habían demostrado su incapacidad de resolver los problemas a corto plazo, difícilmente podían enfocar
un tratamiento a fondo y a largo
plazo del tema canario. La depresión canaria no era un fenómeno aislado o autónomo, sino la fuerte
resaca de la crisis española después de 1898. El desaliento no había alcanzado
en su día las islas, porque éstas son una caja de resonancia que rinde el
sonido con algún atraso; la desidia
gubernamental, por otra parte explicable hasta cierto punto dentro del marasmo total de la vida pública española, y el fracaso práctico del viaje real,
considerado por los canarios como último recurso o última esperanza,
contagiaron a éstos y contribuyeron a
aumentar la depresión.
Si no hay algún error de óptica por parte del historiador, esta situación
de crisis demuestra, una vez más, que la reacción de los isleños no fue de
canarios, sino de españoles. En situaciones similares, pero en general
menos graves que ésta, los americanos habían reaccionado como americanos: los
cubanos, por ejemplo, como cubanos. En Canarias no se ha sentido la separación
de los destinos como un camino de la
esperanza, ni mucho menos como una necesidad. No se trata de un rechazo de la idea de independencia, porque el
rechazo supone una intentona o una
tentación, y no las hubo. Es difícil buscar explicaciones a esta
insensibilidad a la tentación. La única que se nos ocurre es la ya conocida, del fuerte substrato pasional de
la mentalidad política en Canarias.
El separatismo no tenía probabilidades, simplemente porque el canario se sentía marginado y olvidado, pero
no separado o diferente: el simple
hecho de la marginación implica la pertenencia a un núcleo cuya proximidad se busca. En 1906, la política sigue siendo pasional; y lo seguirá siendo en 1970,
cuando aparecerá el separatismo por
despecho. (Alejandro Ciuranescu,
Historia de Santa Cruz de Tenerife, 1978, t. III: 198 y ss.).
1905 mayo 9.
El periódico "Diario de Tenerife", escribe a propósito de la
visita de del fiscal del Tribunal Supremo del reino de España Maluquer,
"(...) que las dudas y las desconfianzas las justifican plenamente la
experiencia y el recuerdo de un olvido que ha parecido sistemático, de muchas,
innumerables injusticias, de grandes inquietudes, de positivas ofensas que no
en pocas ocasiones han revestido caracteres de verdaderos ultrajes que sólo un
pueblo tan sumiso, tan paciente y tan honradamente leal como el nuestro ha
podido sufrirlas sin trascendental protesta (...) La región sufre las
consecuencias de un régimen caciquil, de la falta de protección militar, de la
desatención con sus comunicaciones, evidente en esa vergüenza de nuestro
puerto, base, origen y fundamento del asombroso incremento marítimo y comercial
(...) En Santa Cruz no tiene el Estado español ni un solo centro de
enseñanza" y además indica que tampoco "existe una granja agrícola,
ni ferrocarriles, carreteras, escuelas de comercio o de artes y oficios"
(...) "Desvíos, obstáculos y dificultades cuando se trata de Santa
Cruz".
La
intervención del poder de la metrópoli en el Archipiélago Canario se acrecienta
durante los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX, con el
telón de fondo de la lucha por la capitalidad entre Santa Cruz de Tenerife y
Las Palmas, cuajada de enfrentamientos, pero también representa un claro
síntoma de que ya existe una toma de conciencia canaria y del poder central
hacia los problemas que acucian al Archipiélago.
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