Lanzarote, Fuerte ventura: He
aquí dos pedazos de la tierra canaria, a quienes la ironía de los hombres
denomina "Afortunadas". Tal vez, allá, en edades pretéritas de la Atlántida, cuando
formaban parte del delicioso jardín que producía los frutos áureos, tan
codiciados por el dios Heracles, pudieran haber disfrutado de sin igual y
paradisiaca ventura, pero desde que el caballero
normando Juan de Bethencourt, en nombre de Enrique III de Castilla, clavó su
bandera de conquista en sus arenosas y dilatadas playas, parece que las últimas
Hespérides huyeron despavoridas llevándose las pocas manzanas de oro que
abandonó en su célebre robo el hijo de Júpiter. La historia no cuenta si la
bota de los soldados castellanos al hollar la sagrada tierra de los guanches,
cegó también sus cantarínas fuentes de transparente linfa, que mantenían el
perenne verdor de aquellos campos. ¡Quizá fuera la maldición de los dioses
guanchinescos espantados ante el crimen y el despojo de aquellos conquistadores!
Lo que sí no deja lugar a dudas, es que desde ese momento histórico las ínsulas
de Fuerteventura y Lanzarote fueron marchitándose poco a poco, desapareciendo
sus hermosas selvas, cubriéndose con un manto de dolor y de muerte, como si
sobre ellas hubieran pasado escalofriantes y extermi-nadores los jinetes del
Apocalipsis. Tal es la visión que ellas ofrecen en la actualidad. La crisis que
están atravesando estas islas hermanas es verdaderamente trágica. Su grito de
angustia y desesperación llega en vano a los gobiernos españoles que nunca se
han ocupado de estas "Afortunadas" sin fortuna. El hambre y la miseria
pasea su cortejo de espectros sobre aquellas islas por las largas y pertinaces
sequías que están agostando sus campos, los cuales ya no producen trigo, el
principal o casi único alimento de los pobres hogares canarios. En
Fuerteventura hay pueblos enteros que no tienen una gota de agua. Es necesario
traerla de otras islas, pero como no hay un servicio organizado eficiente, la
llegada del ansiado líquido sufre las consiguientes demoras y las funestas
consecuencias que esto trae consigo. La pipa de agua se está pagando a cinco y
a seis pesetas, precio exorbitante para las familias necesitadas. Vense por los
caminos grupos de mujeres y niños hambrientos implorando un poco de gofio y un
cántaro de agua. El poco ganado que queda, los bueyes, tan apreciados por el
agricultor canario para el laboreo de sus predios se está muriendo por la sed y
la falta de pastos. Como no llueve y los campos no se riegan es inútil arrojar
simientes a los surcos. Nuestros paisanos interrogan sin respuesta a la
inclemencia del cielo y al corazón de los hombres... « TOMAS CAPOTE, TC, La Habana, octubre de 1930.
Maria
Gómez Díaz
Abril
de 2014.
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