Frantz Fanón
El
partido debe ser la expresión directa de las masas
En
un país subdesarrollado, el partido debe organizarse de
tal manera que no se contente con mantener contactos
con las masas. El partido debe ser la expresión directa de las masas. El
partido no es una administración encargada de trasmitir las
órdenes del gobierno. Es el portavoz enérgico y el defensor
incorruptible de las masas. Para llegar a esta concepción del partido, es
necesario antes que nada desembarazarse de la idea muy
occidental, muy burguesa y, por tanto, muy despreciativa de que
las masas son incapaces de dirigirse. La experiencia prueba, en
realidad, que las masas comprenden perfectamente los
problemas más complicados. Uno de los mayores
servicios que la revolución argelina habrá prestado a los
intelectuales argelinos es haberlos puesto en contacto con
el pueblo, haberles permitido contemplar la extrema,
inefable miseria del pueblo y asistir, al mismo tiempo, al
despertar de su inteligencia, a los progresos de su
conciencia. El pueblo argelino, esa masa de hambrientos y analfabetos, esos
hombres y mujeres sumergidos durante siglos en la oscuridad más terrible se han
sostenido contra los tanques y los aviones, contra las bombas
incendiarias y los servicios psicológicos, pero sobre
todo contra la corrupción y el lavado de cerebro, contra los
traidores y los ejércitos «nacionales» del general Bellounis.
Ese pueblo se ha sostenido a pesar de los débiles, de los
vacilantes, de los aprendices de dictadores. Este pueblo se
ha sostenido porque durante siete años su lucha le ha abierto
campos cuya existencia ni siquiera sospechaba. Ahora
trabajan armerías en pleno djebelvzúos metros bajo
tierra, los tribunales del pueblo funcionan en todos los niveles, comisiones locales de planificación organizan el
desmembramiento de las grandes
propiedades, elaboran la
Argelia de mañana. Un
hombre aislado puede mostrarse rebelde a la comprensión de un problema, pero el grupo, la aldea,
comprende con una rapidez
desconcertante. Es verdad que si se toma la precaución de emplear un lenguaje sólo comprensible para los licenciados en derecho o en ciencias
económicas, se probará fácilmente que las masas deben ser dirigidas.
Pero si se habla el lenguaje concreto, si no se está
obsesionado por la voluntad perversa de confundir las cartas, de desembarazarse
del pueblo, se advierte entonces que las masas captan todos los matices, todas
las astucias. Recurrir a un lenguaje técnico significa que se quiere considerar
a las masas como profanas. Ese
lenguaje disimula mal el deseo de los conferenciantes de engañar al pueblo, de dejarlo fuera. La empresa de oscurecimiento del lenguaje es una máscara
tras la cual se perfila una más
amplia empresa de despojo. Se pretende
al mismo tiempo arrebatarle al pueblo sus bienes y su soberanía. Todo puede explicarse al pueblo a
condición de que se quiera que
comprenda realmente. Y si se piensa que no se necesita de él, que por el
contrario amenaza con romper la buena marcha de las múltiples sociedades
privadas y de responsabilidad
limitada cuyo fin es hacer al pueblo todavía más miserable, el problema está zanjado.
La revolución exige soluciones radicales
Si
se piensa que puede dirigirse perfectamente un país sin
que el pueblo meta las narices, si se piensa que el pueblo
por su sola presencia obstaculiza el juego, sea porque lo
retrase o porque por su natural inconsciencia lo sabotee, no debe haber
ninguna vacilación: hay que apartar al pueblo. Pero resulta que el pueblo, cuando se le invita
a la dirección del país no retrasa, sino que
acelera el movimiento. Nosotros, los argelinos, hemos tenido en el curso de
esta guerra la oportunidad, la fortuna
de palpar algunas cosas. En ciertas regiones rurales, los responsables político-militares de la
revolución se han enfrentado en
efecto a situaciones que han exigido soluciones radicales. Abordaremos algunas de esas situaciones.
En el curso
de los años 1956-1957, el colonialismo francés
había prohibido ciertas zonas, y la circulación de personas en
esas regiones estaba estrictamente reglamentada. Los
campesinos no tenían, pues, la posibilidad de acudir
libremente a la ciudad para renovar sus provisiones. Los abarroteros
acumularon enormes utilidades durante ese periodo. El
té, el café, el azúcar, el tabaco y la sal alcanzaron precios
exorbitantes. El mercado negro triunfaba con una singular insolencia. Los
campesinos que no podían pagar en especie
hipotecaban sus cosechas, sus tierras, o desmembraban a pedazos el patrimonio familiar y, en una segunda etapa, ya lo trabajaban a cuenta del
abarrotero. Los comisarios políticos,
cuando tomaron conciencia de ese peligro, reaccionaron de manera inmediata. Así
se instituyó un sistema racional de aprovisionamiento: el abarrotero que va a la ciudad está obligado a hacer sus compras en
los almacenes de dueños
nacionalistas que le entregan una factura donde se precisan los precios de las
mercancías. Cuando el detallista
llega al aduar, debe presentarse antes que nada al comisario político, que
controla la factura, fija el margen de utilidades y determina el precio de
venta. Los precios fijados son anunciados en la tienda y un miembro del
aduar, una especie de inspector, está presente para informar al fellah sobre los precios a que deben ser vendidos los productos. Pero el detallista descubre
rápidamente un amaño y, después de
tres o cuatro días, declara que se han agotado
sus existencias. Por debajo, reanuda su tráfico y continúa la venta en el
mercado negro. La reacción de la autoridad
político-militar fue radical. Importantes sanciones se formularon;
las multas recogidas y pagadas a la caja de la aldea
sirvieron para obras sociales o de interés colectivo. Algunas veces, se decidió cerrar durante algún tiempo el comercio. Y en caso de reincidencia, los fondos
del comercio son inmediatamente requisados y un comité de gestión electo los administra, entregando una mensualidad al ex
propietario. A partir de estas
experiencias, se explicó al pueblo el
funcionamiento de las grandes leyes económicas basándose en casos concretos. La acumulación del
capital dejó de ser una teoría para
convertirse en un comportamiento muy real
y muy presente. El pueblo comprendió cómo a base de un comercio es posible enriquecerse y agrandar el
comercio. Sólo entonces los
campesinos contaron cómo ese abarrotero
les prestaba a tasas de usura; otros recordaron cómo los habían expulsado de sus tierras y cómo se
habían convertido de propietarios en
obreros. A medida que el pueblo comprende
mejor, se hace más vigilante, más consciente de que en definitiva todo depende de él y de que su salvación reside en su cohesión, en el conocimiento de sus
intereses y la identificación de sus enemigos. El pueblo comprende que la riqueza no es el fruto del trabajo, sino el
resultado de un robo organizado y
protegido Los ricos dejan de ser hombres respetables, no son ya sino bestias carnívoras, chacales y cuervos que se ceban en la sangre del pueblo. En
otra perspectiva, los comisarios políticos han tenido que decidir que ya nadie trabajaría para nadie. La tierra es de
quienes la trabajan. Es un principio
que se ha convertido en ley fundamental
de la Revolución
argelina. Los campesinos que empleaban peones se han visto obligados a dar
participación a sus antiguos
empleados.
Se
advirtió entonces que el rendimiento por hectárea se
triplicaba, a pesar de los asaltos numerosos de los
franceses, los bombardeos aéreos y la dificultad de adquisición de abonos. Los fellabs
que, en el momento de la cosecha, podían apreciar y pesar los productos
obtenidos, trataron de comprender el fenómeno. Fácilmente
descubrieron que el trabajo no es una noción simple, que la
esclavitud no permite el trabajo, que el trabajo supone la libertad, la
responsabilidad y la conciencia.
En
esas regiones donde pudimos realizar experiencias edificantes, donde asistimos
a la construcción del hombre por la institución revolucionaria,
los campesinos comprendieron muy claramente el principio que establece
que se trabaja con tanto mayor gusto cuando uno se
compromete más lúcidamente en el esfuerzo. Se pudo hacer
entender a las masas que el trabajo no es un gasto de energía,
ni el funcionamiento de ciertos músculos, sino que se trabaja más con el
cerebro y el corazón que con los músculos y el
sudor. Igualmente, en esas regiones liberadas, pero al
mismo tiempo excluidas del antiguo circuito comercial hubo que modificar la
producción, dirigida antes únicamente hacia las ciudades y la exportación. Se
estableció una producción de consumo para el pueblo y para
las unidades del ejército de liberación nacional. Se cuadruplicó la producción de lentejas y se organizó la obtención de
carbón de madera. Las legumbres
verdes y el carbón se dirigieron de las
regiones del Norte hacia el Sur por las montañas, mientras que las zonas del Sur enviaban carne hacia el
Norte. Fue el F.L.N. quien decidió esa coordinación, quien implantó el sistema
de comunicaciones. No teníamos técnicos,
planificadores procedentes de las grandes escuelas occidentales. Pero en esas
regiones liberadas, la ración diaria
alcanzaba la cifra hasta entonces desconocida de 3.200 calorías. El pueblo no
se contentó con triunfar de esa prueba. Se planteó problemas teóricos. Por
ejemplo: ¿Por qué ciertas regiones no
veían jamás una naranja antes de la
guerra de liberación, cuando se expedían anualmente millares de toneladas hacia el extranjero? ¿Por qué las uvas eran desconocidas para un gran número
de argelinos cuando millones de
racimos hacían las delicias de los
pueblos europeos? El pueblo tiene ahora una noción muy clara de lo que le
pertenece. El pueblo argelino sabe ahora que es el propietario exclusivo del
suelo y del subsuelo de su país. Y si algunos no comprenden la decisión del F.L.N. de no tolerar ninguna violación
de esa propiedad y su feroz voluntad
de rechazar toda transacción en
cuestión de principios, unos y otros harían bien en recordar que el pueblo argelino es ahora un pueblo adulto,
responsable, consciente. En resumen, el pueblo argelino es un pueblo
propietario.
Importancia
de la lucha para tomar conciencia
Si hemos tomado el
ejemplo argelino para aclarar nuestros
puntos de vista no es para enaltecer a nuestro pueblo, sino simplemente
para mostrar la importancia que ha tenido
su lucha para llegar a tomar conciencia Es claro que otros pueblos han llegado a otros resultados por
vías diferentes. En Argelia, ahora lo sabemos mejor, la prueba de fuerza era inevitable, pero otras regiones han
conducido a sus pueblos a los mismos
resultados a través de la lucha política
y el trabajo de clarificación realizado por el partido. En Argelia, comprendimos que las masas están a la
altura de los problemas con los que
se enfrentan. En un país sub-desarrollado,
la experiencia prueba que lo importante no es que trescientas personas
conciban y decidan, sino que todos, aun al
precio de un tiempo doble o triple, comprendan y decidan. En realidad, el tiempo perdido en explicar, el «perdido» en humanizar al trabajador será
recuperado en la ejecución. La gente
debe saber hacia donde va y por qué. El político no debe ignorar que el futuro permanecerá cerrado mientras la conciencia del pueblo sea
rudimentaria, primaria, opaca.
Nosotros, políticos africanos debemos tener ideas muy claras sobre la
situación de nuestro pueblo. Pero esa lucidez
debe ser profundamente dialéctica. El despertar de todo el pueblo no se
hará de un solo golpe, su dedicación racional
a la obra de edificación nacional será lineal, primero porque las vías de comunicación y los medios
de trasmisión están poco desarrollados y además porque la temporalidad debe
dejar de ser la del instante o de la próxima cosecha para convertirse
en la del mundo; porque, por último, el
desaliento instalado muy hondamente en el cerebro por el dominio colonial siempre está a flor de piel.
Pero no debemos ignorar que la victoria
sobre los nudos de menor resistencia,
herencias del dominio material y espiritual del país es una necesidad
que ningún gobierno podría evadir.
Veamos
el ejemplo del trabajo en régimen colonial. El colono no ha
dejado de afirmar que el indígena es lento. Ahora, en algunos
países independientes, oímos a los cuadros repetir esa acusación. En verdad,
el colono quería que el esclavo fuera entusiasta. Quería, por una especie de
mixtificación que constituye la más sublime enajenación, persuadir al esclavo
de que la tierra que trabaja le pertenece, que las minas donde pierde su salud
son de su propiedad. El colono olvidadaza singularmente que se enriquecía con
la agonía del esclavo. Prácticamente, el colono decía al colonizado: “Muérete,
pero que yo me enriquezca.” Ahora debemos proceder de otra manera. No debemos
decir al pueblo: “Muérete, pero que se enriquezca el país.” Sí queremos
aumentar el ingreso nacional, disminuir la importación de ciertos productos
inútiles o nocivos, aumentar la producción agrícola y luchar contra el
analfabetismo, tenemos que explicar. Es necesario que el pueblo comprenda la
importancia de lo que está en juego. La cosa pública debe ser cosa del público.
Se desemboca, pues, en la necesidad de multiplicar las células de base. Con demasiada
frecuencia, en efecto, se instalan solo organismos nacionales en la cima y
siempre y siempre en la capital: la
Unión de Mujeres, la
Unión de Jóvenes, los sindicatos etcétera. Pero si se va a
buscar detrás de la oficina instalada en la capital, si se pasa a la trastienda
donde deberían estar los archivos, se asusta el vacío, la nada, el bluff. Hace falta una base, células que
dan precisamente el contenido y dinamismo. Las masas deben poder reunirse,
discutir, proponer, recibir instrucciones. Los ciudadanos deben tener la
posibilidad de hablar, de expresarse, de inventar. La reunión de célula, la reunión del comité
es un acto litúrgico. Es una ocasión privilegiada que tiene el hombre para oír
y decir. En cada reunión, el cerebro multiplica sus vías de asociación, el ojo
descubre un panorama cada vez más humanizado.
La juventud: Problemas
específicos
La
gran proporción de jóvenes en los países subdesarrollados plantea al gobierno
problemas específicos que debe abordar lúcidamente. La
juventud urbana inactiva y con frecuencia analfabeta se
entrega a toda clase de experiencias disolventes. A la
juventud subdesarrollada se le ofrecen casi siempre
distracciones de los países industrializados. Normalmente,
en efecto, existe homogeneidad entre el nivel mental
y material de los miembros de una sociedad y los placeres que brinda esa sociedad.
Pero, en los países subdesarrollados, la
juventud dispone de distracciones pensadas para la juventud de los países capitalistas: novelas policíacas,
máquinas traganíqueles, fotografías obscenas, literatura
pornográfica, filmes prohibidos a los menores de dieciséis años, y sobre
todo el alcohol... En Occidente, el marco
familiar, la escolarización, el nivel de vida relativamente elevado de las masas trabajadoras sirven de
barrera relativa a la acción nefasta
de esas distracciones. Pero en un país
africano donde el desarrollo mental es desigual, donde el choque violento de dos mundos ha quebrantado
considerablemente las viejas tradiciones y ha dislocado el universo de la percepción, la afectividad del joven
africano, su sensibilidad están a merced de las distintas agresiones contenidas en la cultura occidental. Su familia se
muestra con frecuencia incapaz de oponer a esas violencias la estabilidad, la
homogeneidad.
En
este campo, el gobierno debe servir de filtro y de estabilizador. Los comisarios
encargados de la juventud en los países
subdesarrollados cometen frecuentemente errores. Conciben su papel a la manera
de los comisarios encargados de la
juventud en los países desarrollados. Hablan de fortalecer el alma, de
desarrollar el cuerpo, de facilitar la
manifestación de cualidades deportivas. En nuestra opinión, deben
cuidarse de esta concepción. La juventud de
un país subdesarrollado es frecuentemente
una juventud ociosa. Primero hay que darle ocupación. Por eso el comisario para la juventud debe depender institucionalmente del Ministerio del
Trabajo. El Ministerio del Trabajo,
que es una necesidad en un país subdesarrollado,
funciona en estrecha colaboración con el Ministerio de Planificación, otra necesidad en un país subdesarrollado. La juventud africana no debe dirigirse
a los estadios, sino al campo, al campo y a las escuelas. El estadio no es ese sitio de exhibición instalado en las
ciudades, sino un espacio en medio de
las tierras que se siembran, que se trabaja
y se ofrece a la nación. La concepción capitalista del deporte es fundamentalmente distinta de la que
debería existir en un país
subdesarrollado. El político africano no debe preocuparse por formar deportistas sino hombres conscientes que, además, sean deportistas. Si el deporte
no se integra a la vida nacional,
es decir, a la construcción nacional, si se forman deportistas nacionales y no hombres conscientes pronto se contemplará la podredumbre del deporte
por el profesionalismo, el
comercialismo. El deporte no debe ser un juego, una distracción que se brinda
la burguesía de las ciudades. La tarea más importante es comprender en todo momento
lo que sucede en el país. No hay que cultivar lo excepcional, buscar el héroe, otra forma del líder. Hay que elevar al pueblo, ampliar el cerebro del pueblo,
llenarlo, diferenciarlo,
humanizarlo.
La
politización: Educación de las masas
Volvemos
a caer en la obsesión que nos gustaría ver compartida por todos los
políticos africanos, la necesidad de
ilustrar el esfuerzo popular, de iluminar el trabajo, cíe desembarazarlo de su
opacidad histórica. Ser responsable en un país subdesarrollado es saber
que todo descansa en definitiva en la educación de las masas, en la elevación del pensamiento, en lo que suele
llamarse demasiado apresuradamente
la politización.
Con
frecuencia se cree, en efecto, con una ligereza criminal,
que politizar a las masas es dirigirles episódicamente
un gran discurso político. Se piensa que le basta al
líder o a un dirigente hablar en tono doctoral de las
grandes cosas de la actualidad para cumplir con ese
imperioso deber de politización de las masas. Pero politizar es
abrir el espíritu, despertar el espíritu, dar a luz el
espíritu. Es como decía Césaire: «inventar almas». Politizar a
las masas no es, no puede ser hacer un discurso político.
Es dedicarse con todas las fuerzas a hacer comprender a
las masas que todo depende de ellas, que si nos
estancamos es por su culpa y si avanzamos también es por
ellas, que no hay demiurgo, que no hay hombre ilustre y
responsable de todo, que el demiurgo es el pueblo y que las
manos mágicas no son en definitiva sino las manos del
pueblo. Para realizar esas cosas, para encarnarlas verdaderamente,
hay que repetirlo, es necesario descentralizar al extremo. La circulación de
la cima a la base y de la base a la cima debe ser un principio rígido, no por
preocupación de formalismo, sino porque simplemente el respeto de
ese principio es la garantía de la salvación. Es de la base de
donde suben las fuerzas que dinamizan a la cima y le permiten
dialécticamente dar un nuevo paso hacia adelante. También
en este caso los argelinos hemos comprendido rápidamente estas cosas porque
ningún miembro de ninguna cima ha tenido la posibilidad de revestirse de
ninguna misión de salvación. Es la base la
que pelea en Argelia y esa base no
ignora que sin su combate cotidiano, heroico y difícil, la cima no se sostendría. Como sabe que sin
una cima y sin una dirección, la base
se dispersaría en la incoherencia y
la anarquía. La cima no recibe su valor y su solidez, sino de la existencia del
pueblo en el combate. Literalmente, es el
pueblo el que se da libremente a la cima y no la cima la que tolera al
pueblo.
Las
masas deben saber que el gobierno y el partido están a su servicio. Un pueblo
digno, es decir, consciente de su dignidad es un pueblo que no
olvida jamás esas evidencias. Durante la ocupación colonial se
dijo al pueblo que era necesario que diera su vida por el triunfo
de la dignidad. Pero los pueblos africanos comprendieron
pronto que su dignidad no sólo era impugnada por el
ocupante. Los pueblos africanos comprendieron en seguida
que había una equivalencia absoluta entre la dignidad y la soberanía. En
realidad, un pueblo digno y libre es un pueblo soberano. Un
pueblo digno es un pueblo responsable. Y de nada sirve
«demostrar» que los pueblos africanos son infantiles o
débiles. Un gobierno y un partido tienen el pueblo que se
merecen. Y en un plazo más a menos largo un pueblo tiene el gobierno que se merece.
La
experiencia concreta en ciertas regiones compaieba estas
posiciones. En el curso de reuniones, sucede a veces que
algunos militantes, para resolver los problemas difíciles, se
refieren a la fórmula: «no hay más que...». Esta reducción
voluntarista donde culminan peligrosamente espontaneidad,
sincretismo simplificado!", falta de elaboración intelectual,
triunfa con frecuencia. Cada vez que encontramos esta
abdicación de la responsabilidad en un militante no basta con
decirle que está equivocado. Hay que hacerlo responsable,
invitarlo a llegar al final de su razonamiento y hacerle
comprender el carácter, con frecuencia atroz, inhumano y en
definitiva estéril de ese «no hay más que...». Nadie posee
la verdad, ni el dirigente ni el militante. La busca de la verdad
en situaciones locales es asunto colectivo. Algunos
tienen una experiencia más rica, elaboran más rápidamente su
pensamiento, han podido establecer en el pasado un mayor número de asociaciones
mentales. Pero deben evitar sofocar al pueblo, porque el éxito de
la decisión adoptada depende de la participación coordinada y
consciente de todo el pueblo. Nadie puede retirar su alfiler
del juego. Todos serán muertos o torturados y en el marco de la
nación independiente todos tendrán hambre y
participarán del marasmo. El combate colectivo supone una
responsabilidad colectiva en la base y una responsabilidad colegiada en la cuna. Sí, hay que comprometer a todo el mundo en
el combate por la salvación común. No
hay manos puras, no hay inocentes,
no hay espectadores.
Todos nos
ensuciamos las manos en los pantanos de nuestro suelo y el vacío tremendo de
nuestros cerebros. Todo espectador es un cobarde o un
traidor.
El deber de una
dirección es tener a las masas con ella.
Pero la adhesión supone la conciencia, la comprensión de la misión a
cumplir, una intelectualización aunque sea embrionaria.
No hay que hechizar al pueblo, no hay que disolverlo en la emoción y la confusión. Sólo los países subdesarrollados dirigidos por élites revolucionarias
salidas del pueblo pueden permitir en
la actualidad el acceso de las masas
al escenario de la historia. Pero, una vez más, debemos oponernos vigorosa y definitivamente al
surgimiento de una burguesía
nacional, de una casta de privilegiados. Politizar a las masas es actualizar a toda la nación en cada ciudadano. Es hacer de la experiencia de la
nación la experiencia de cada
ciudadano. Como lo recordó tan oportunamente el presidente Sekou Touré en su mensaje al Segundo Congreso de Escritores Africanos: «En el campo del
pensamiento, el hombre puede
pretender ser el cerebro del mundo, pero en el plano de la vida
concreta donde toda intervención afecta al
ser físico y espiritual, el mundo es siempre el cerebro del hombre porque es en
ese nivel donde se encuentran la totalización de sus potencias y unidades
pensantes, las fuerzas dinámicas de desarrollo y perfeccionamiento, es allí
donde se opera la fusión de las energías y donde se inscribe en definitiva la
suma de los valores intelectuales del hombre.” La experiencia individual, por
ser nacional, eslabón de la existencia
nacional, deja de ser individual, limitada, restringida y puede desembocar en
la verdad de la nación y del mundo. Lo mismo en cada etapa de lucha cada
combatiente tenía la nación al alcance de la mano, en la face de la
construcción nacional cada ciudadano debe continuar, en su acción concreta de
todos los días, asociado a la tot6alidad de la nación, encarnando la verdad
constantemente dialéctica de la nación, propugnando aquí y ahora por el triunfo
del hombre tota. Sí la construcción de un puente no ha de enriquecer la
conciencia de los que trabajan allí, vale más que no se construya el puente,
que los ciudadanos sigan atravesando el río a nado o en barcazas. El puente no
debe caer en paracaídas, no debe ser impuesto por un deus ex machina al panorama social, sino que debe surgir por el
contrario de los músculos y del cerebro de los ciudadanos. Y por supuesto harán
falta quizás ingenieros y arquitectos absolutamente extranjeros, pero los
responsables locales del partido deben estar presentes para que la técnica se
infiltre en el desierto cerebral del ciudadano, para que el puente, en sus
detalles y en su conjunto, sea deseado, concebido y asumido. Hace falta que el
ciudadano se apropie el puente. Sólo entonces todo es posible.
Integrar a la juventud en la
nación
Un gobierno que se
proclama nacional debe asumir la totalidad de la nación y en los países
subdesarrollados la juventud representa uno de los sectores más
importantes. Hay que elevar la conciencia de los jóvenes,
esclarecerla. Es esa juventud la que encontramos en el
ejército nacional. Si la labor de explicación se ha hecho al
nivel cíe los jóvenes, si la
Unión Nacional de la Juventud ha cumplido si tarea que es
integrar a la juventud en la nación, entonces podrán
evitarse los errores que han hipotecado y minado e futuro de las repúblicas de América Latina. El
ejército no e: nunca una escuela de guerra sino una escuela de civismo una escuela política. El soldado de una nación
adulta no e un mercenario, sino un
ciudadano que defiende a la nación por
medio de las armas. Por eso es fundamental que el sol dado sepa que está al servicio del país y no de un
oficia por prestigioso que éste sea.
Hay que aprovechar el servid nacional,
civil y militar, para elevar el nivel de la conciencia nacional, para destribalizar y unificar. En un
país subdesarrollado hay que
esforzarse, lo más rápidamente posible por
movilizar a hombres y mujeres. El país subdesarrollado debe abstenerse de perpetuar las tradiciones
feudales que consagran la prioridad
del elemento masculino sobre el elementó
femenino. Las mujeres recibirán un lugar idéntico los hombres, no sólo en los artículos de la
constitución sino en la vida cotidiana,
en la fábrica, en la escuela, en 1: asambleas.
Si en los países occidentales se acuartela a 1os militares, eso no quiere decir
que sea siempre la mejor fe muía. No
es indispensable militarizar a los reclutas. El Se vicio puede ser civil
o militar y de todas maneras es recomendable
que cada ciudadano capacitado pueda ingresar en cualquier momento en una
unidad de combate y defender las conquistas
nacionales y sociales.
Milicias: La nación entera trabaja y
combate
Las grandes
obras de interés colectivo deberían ser ejecutadas por los soldados. Es un
medio prodigioso para activar las regiones inertes, para dar a conocer a un
mayor número de ciudadanos las realidades del país. Hay que evitar la
conversión del ejercito en un cuerpo autónomo que tarde o temprano ocioso y sin
misión, se dedicará ha “hacer política” y a amenazar al poder. Los generales de
salón, a fuerza de frecuentar las antecámaras del poder, sueñan con los
pronunciamientos. El único medio de evitarlo es politizar al ejército, es
decir, nacionalizarlo. Igualmente es urgente multiplicar las milicias. En caso
de guerra, es la nación entera la que combate y trabaja. No debe haber soldados
de oficio y el número de oficiales de carrera al mínimo, Primero, porque con
mucha frecuencia los oficiales son escogidos entre los cuadros universitarios
que podrían ser mucho más útiles en otra parte: un ingeniero es mil veces más
indispensable a la nación que un
oficial. Después porque hay que evitar la cristalización de un espíritu de
casta.
Nacionalismo:
De la conciencia nacional a la conciencia política y social
Hemos visto en las páginas
anteriores que el nacionalismo, ese canto magnifico que sublevó a las masas
contra el opresor, se desintegra después de la independencia. El nacionalismo
no es una doctrina política, no es un programa. Sí se quiere evitar realmente
al país ese retroceso, esas interrupciones, esas fallas hay que pasar
rápidamente de la conciencia nacional a la conciencia política y social.
La nación no existe en ninguna parte, si
no es en un programa elaborado por una dirección revolucionaria
y recogido lúcidamente y con entusiasmo las masas.
Hay que situar constantemente el esfuerzo nacional en el
marco general de los países subdesarrollados frente del
hambre y la oscuridad, el frente de la miseria conciencia embrionaria debe
estar presente en el espíritu en los músculos de hombres y
mujeres. El trabajo de masas, su voluntad de vencer las plagas que
las han excluido de la historia del pensamiento humano durante
siglos deben
fundarse en los de todos los pueblos subdesarrollados. Las noticias que interesan a los pueblos del Tercer Mundo no son las
que se refieren al matrimonio del Balduino
o a los escándalos de la burguesía italiana. Lo que queremos saber son las experiencias de los argentinos
o birmanos en el marco de la lucha
contra el analfabetismo contra las tendencias dictatoriales de los
dirigentes. Esos son elementos que nos
fortalecen, nos instruyen y decuplican nuestra
eficacia. Como se ve, un gobierno que quiera re mente liberar política y
socialmente al pueblo necesita programa.
Programa económico, pero también doctrina, del hombre la distribución de las riquezas y sobre las
relaciones sociales. En realidad, hace falta una concepción del hombre, una concepción del futuro de la humanidad. Lo
que quiere decir que ninguna fórmula
demagógica, ninguna complicidad con
el antiguo ocupante sustituye a un programa. Los pueblos, primero inconscientes, pero cada vez más todos exigirán vigorosamente ese programa. Los
pueblos a canos, los pueblos
subdesarrollados -al contrario de lo que
suele creerse- edifican
rápidamente su conciencia política y social.
Lo que puede ser grave es que con mucha frecuencia llegan a esa conciencia social antes de la fase
nacional, y es posible
encontrar en los países subdesarrollados la emergencia violenta de una justicia social que, paradójicamente está aliada a un tríbalismo con frecuencia
primitivo.
Los
pueblos subdesarrollados tienen un comportamiento de gente
hambrienta. Lo que significa que los días de quienes se divierten
en África están rigurosamente contados. Queremos decir
con esto que su poder no podría prolongarse indefinidamente. Una burguesía que
da a las masas el único alimento del nacionalismo
fracasa en su misión y se enreda necesariamente en una sucesión
de desventuras. El nacionalismo, si no se hace
explícito, si no se enriquece y se profundiza, si no se transforma
rápidamente en conciencia política y social, en humanismo, conduce a un
callejón sin salida. La dirección burguesa de los países subdesarrollados confina a la conciencia nacional en un
formalismo esterilizante. Sólo la
dedicación masiva de hombres y mujeres
a tareas inteligentes y fecundas presta contenido y densidad a esta conciencia. Si no es así, la bandera
y el palacio de gobierno dejan de
ser los símbolos de la nación. La nación
se aleja de esos sitios iluminados y ficticios y se refugia en el campo donde recibe vida y dinamismo. La
expresión viva de la nación es la conciencia dinámica de todo el pueblo. Es la práctica coherente e inteligente de
hombres y mujeres. La construcción
colectiva de un destino supone asumir una responsabilidad a la medida de
la historia. De otra manera es la anarquía,
la represión, el surgimiento de partidos
tribalizados, del federalismo, etcétera. El gobierno nacional, si quiere ser nacional, debe gobernar
por el pueblo y para el pueblo, por los desheredados y para los desheredados. Ningún líder, cualquiera que sea su
valor, puede sustituir a la voluntad
popular, y el gobierno nacional debe, antes de preocuparse por el
prestigio internacional, devolver la
dignidad a cada ciudadano, poblar los cerebros, llenar los ojos de cosas humanas, desarrollar un panorama humano,
habitado por hombres conscientes y soberanos.
Tomado de: Textos anticoloniales
Ediciones La Marea
ISBN: 84-93021-3-7 (Para la portada)
Deposito Legal. TF.2044/98
Islas Canarias 1998.
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