En la parte inferior derecha de
esta imagen reza una leyenda en latín, cuya traducción podría ser la
siguiente:... no superan nuestra talla; con grandes miembros, bastante audaces
y fuertes y de gran inteligencia..., y tienen cabelleras largas y rubias. Queda
así anunciado el tomo que Berthelot y Webb dedicaron a la descripción
etnográfica de los primeros pobladores de Canarias y a la conquista del archipiélago.
La imagen pretende una estudiada sincronía de elementos característicos de la vida y costumbres de la población guanche, como si se tratara de una postal idiosincrática, aglutinadora de rasgos de identidad: el ganado apelando a su modo de subsistencia, la añepa o bastón de mando de los menceyes de Tenerife, la vara de pastor, las piedras de molino para moler el grano, el collar de cuentas de arcilla, la indumentaria elaborada con pieles de animal..., todo ello incrustado en un paisaje simbólico: sembrado de especies endémicas, como la palmera canaria (Phoenix canariensis) o el cardón (Euphorbia canariensis), y abrupto y escarpado por riscos y barrancos.
Pintaderas y bastones de mando de
Güimar
Los dibujos que vemos en la imagen corresponden a piezas aborígenes halladas en el valle de Güimar (Tenerife). Según Sabino Berthelot, pertenecían a príncipes guanches del menceyato de Güímar, uno de los nueve reinos en que estaba dividida la isla en el momento de la conquista castellana.
Las figuras marcadas con una x representan, desde distintas perspectivas, sellos, a los que en Canarias se les ha dado el nombre de pintaderas. Eran piezas elaboradas con barro cocido y decoradas profusamente por toda su superficie con motivos geométricos muy similares a los de la cerámica aborigen. Mucho se ha discutido acerca de función de las pintaderas, pero no se ha podido llegar aún a conclusiones definitivas, si bien la teoría más generalizada sostiene que pudieron servir como marca familiar o personal o incluso, impreso sobre la piel, como adorno, como una especie de tatuaje.
Los dibujos marcados como Fig. 1 y 2 representan bastones de mando: una añepa y un banot, emblemas jerárquicos del mencey. En las celebraciones solemnes el mencey salía acompañado de un numeroso cortejo, uno de cuyos miembros portaba la añepa como anuncio de la inminente llegada del mencey. El banot, una vara tostada y aguzada, labrada con pequeñas muescas en la parte esférica con el fin de que encajara mejor la mano y no se deslizase, era, además de un bastón de mando, un arma ofensiva.
Tango (herreño)
No es difícil imaginar que Berthelot y Webb incluyeran este dibujo de Williams en sus Misceláneas Canarias seducidos por el deleite de presenciar una bella ejecución del tango herreño. Esta tradición ancestral, pieza fundamental del llamado "folclore de tambor", es un baile de cortejo interpretado por varias parejas. Tras una dura faena agrícola colectiva, o en los festejos dominicales y populares, esta danza amorosa no tardaba en aparecer al ritmo de los tradicionales tambores herreños de grandes dimensiones, pequeñas chácaras, una voz solista, y todo ello usualmente acompañado por la melodía de una flauta travesera o pito. La canción, verdaderamente peculiar, consiste en un estribillo ininteligible ("lan lan liri ni") intercalado por coplas de cuatro versos de "aliento entrecortado", esto es, con palabras partidas en las que las primeras sílabas pertenecen a un verso, y el resto al siguiente.
Gracias a diversas agrupaciones folclóricas esta danza no ha quedado definitivamente en el olvido, relegada paulatinamente a causa de las modas traídas por los indianos a finales del s.XIX en las que sólo se practicaban los bailes de cuerdas. Tanto es así, que hoy en día ya a muchos canarios les cuesta creer que los nombres de "tango de la Florida", "tango jerreño", o el mismo "tango herreño" denominen piezas de folclore popular canario y nada tengan que ver con los tangos sudamericanos.
Maria Gomez Diaz
Abril de 2014.
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