Ante la falta de respuesta de los canarios, las fuerzas holandesas recibieron
la orden de adentrarse en la isla. Avanzada la mañana del sábado 3 de julio de
1599 un potente ejército de unos cuatro mil hombres avanzó hacia la Vega. Marchaban
distribuidos en cinco escuadrones con quince banderas. La formación invasora
tenía como primer objetivo el hacerse con las riquezas
de la ciudad, que suponían trasladadas y escondidas en la Vega. Los canarios,
cumplidos sus objetivos, esperaban el momento del encuentro conocedores de la
ventaja que les otorgaba el conocimiento del terreno.
Las tropas holandesas, al mando del comandante Gerardt Storm van Weenen, llegaron hasta la altura del pago de Tafira bajo un fuerte calor y un sol abrasador, con una vanguardia de trescientos mosqueteros. Cansados y sedientos, los invasores llegaron a la entrada del Monte Lentiscal, en donde se extendía un frondoso bosque de árboles lentiscos, así como de mocanes y acebuches, propios de la flora canaria de la laurisilva. El comandante ordenó la detención de sus fuerzas antes de seguir adentrándose en el bosque e incorporó un numeroso contingente de hombres a la compañía de mosqueteros, formando un escuadrón de mil quinientos soldados al mando del capitán Diricksen Cloyer.
Mientras tanto, una parte de los milicianos canarios atrajeron hacia el bosque a las fuerzas holandesas, que siguieron a los isleños adentrándose en la fronda. Hay que reseñar que los bosques de laurisilva configuran auténticas selvas impenetrables que dificultan mucho el tránsito y la visibilidad. Las fuerzas isleñas estaban integradas por unos pocos centenares de hombres, no más de quinientos. Envalentonados, los holandeses siguieron avanzando por el bosque, pero el calor continuaba haciendo estragos en aquellos soldados cubiertos de armadura y con equipo pesado, sin poder saciar su sed, ya que los isleños habían cegados los arroyos y acequias de agua.
En el momento elegido para el ataque, el gobernador y capitán general en funciones, Pamochamoso, ordenó al alférez Agustín de Herrera Rojas enarbolar varias veces la bandera a la vista de los holandeses y al capitán Juan Martel Peraza de Ayala redoblar los tambores durante largo rato para intimidar al enemigo aparentando todo el despliegue de una gran batalla.
Las fuerzas canarias, cuya vanguardia estaba integrada por las milicias de la Vega (grandes conocedores del terreno) al mando del capitán Pedro de Torres se lanzaron al ataque, hostigando tan hábil y valientemente a los holandeses, que inútiles sus mosquetes en la frondosidad del bosque, retrocedieron en medio del desorden y la confusión dispersándose entre la arboleda. El pánico cundió en las fuerzas invasoras, que sufrieron centenares de bajas dejando esparcido el campo de hombres y armas. El grueso de las tropas canarias se lanzó entonces en persecución de los holandeses que huían exhaustos.
Al fin el primer escuadrón holandés pudo establecer contacto con el resto de ejército comandado por Van Weenen, emprendiendo la retirada dentro de un orden. Sin embargo una compañía holandesa quedó aislada, siendo atacada por los hombres de Pedro de Torres, quienes aprovechándose de su destreza en deslizarse por los riscos cayeron sobre los invasores, salvándose muy pocos integrantes de este contingente. Entre las bajas holandesas figuraba el capitán Diricksen Cloyer.
De esta forma finalizó la gran expedición del ejército de Van der Doez al interior de Gran Canaria. En la batalla del Monte Lentiscal un reducido grupo de canarios enfrentados a un enemigo muy superior en número habían obtenido la victoria merced a su arrojo y valentía. El lugar en el que se produjeron los combates se conoce a partir de entonces con el nombre de Cruz del Inglés, ya que en principio se había confundido a los holandeses con ingleses.
Maria Gómez Díaz
Marzo de 2014.
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