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UNA HISTORIA RESUMIDA DE
CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1901-1910
CAPITULO –V
Eduardo Pedro García Rodríguez
1902.
Se funda en La Orotava Tenerife el Orotava Bowling Recration
Club, pronto vio incrementado su número de socios. Llevaba a cabo diversas
actividades deportivas, entre las que destacaban las competiciones de juegos de
pelota, golf, croquet, tenis, badmington, etc. (M.ª Isabel González Cruz)
1902. Nace em Añazu n
Chinech (Santa Cruz d Tenerife) Eduardo Westerdahl. Estudió Comercio y trabajó como empleado de
banca. Estuvo interesado en la filosofía y los idiomas. Fue miembro fundador de
las revistas [i] Letras y Gaceta
de Arte. Colaborador y redactor-jefe de la revista Hespérides y de los diarios La
Tarde y La Prensa. Organizó
la Exposición
Surrealista de Chinet (Tenerife, 1935). También colaboró con
las revistas Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos y Destino. Obras: Poemas de sol lleno, poesía.
1902. La
Alcaldía
de Agulo en La Gomera
decreta la clausura del templo de San Marcos debido a su ruinoso estado.
1902.
El Ayuntamiento de Santa Brigida,
Gran Canaria instala la primera central telefónica del pueblo en una tienda de
aceite y vinagre de La
Alcantarilla, propiedad del comerciante y alcalde en
funciones, Juan Jesús Rodríguez, natural de Teror.
1902
enero 23.
«¡Vacaguaré...!»:
primer periódico nacionalista de Canarias
“El
23 de enero de 1902, haciendo oídos sordos a la vieja, y por entonces
recrudecida, pugna insularista que sostenían las islas centra les
del Archipiélago, apareció «¡Vacaguaré!...». Subtitulado «Periódico
Autonomista de Noticias e Intereses Generales», aunque su director nominal
era Manuel Déniz Caraballo, su auténtico mentor era Secun-dino Delgado. Cegado
por una fuerte vocación archipielágica limpia de
todo atisbo de insularismo, sin hacer ninguna concesión a la prudencia, el editorial fundacional, una vez que
antepuso su vocación regional a la específicamente tinerfeña, justificó su
presencia en el panorama
periodístico isleño por la consecución de autonomía para el Archipiélago. Con tales supuestos, que le
imposibilitaron contar con un mínimo
apoyo social o económico, conoció una trayectoria tan renqueante que pronto tuvo que renunciar a su
pretendida periodicidad semanal, espaciando cada vez más la edición de sus
ejemplares. Cuando tan sólo había
editado cuatro números, las autoridades militares de la Isla procedieron al
encarcelamiento y traslado a la Cárcel Modelo de
Madrid de Secundino Delgado. Con ello, terminó su aventura el primer periódico nacionalista del Archipiélago.
Prensa
católica
En
consonancia con su carácter de sede principal de la cúpula eclesiástica
de la Isla, La Laguna conoció una
espectacular proliferación de la prensa confesional, en número que
no en entidad, pues la fugacidad en permanencia (con la excepción de «La Laguna»), la modestia de
los formatos, la discontinuidad de las ediciones y las estrecheces
económicas, fueron sus notas caracterizantes. Aún así, las publicaciones
confesionales, al amparo de los curas párrocos de los pueblos
del Archipiélago, desbordaron los límites del término municipal en
intensidad superior a los restantes.
El pionero del sector, «El Eco de La Laguna», apareció el 8 de noviembre
de 1877 a
periodicidad decenal, luego semanal, editado en la imprenta
de José Melque en formato pequeño con 4 páginas. Dirigido
por Mateo Alonso Del Castillo, adoptando el lema «Religión, Patria
e Instrucción», compaginó el más insulso de los amarillismos, con un
continuo ataque contra periódicos de las más diversas tendencias, pues
no veía más que órganos de la masonería, en la defensa de la más recalcitrante
moral cristiana. Todos sus contenidos, hasta el folletín, en el
que llegó a publicar las cartas pastorales del Obispo de Tenerife, rezumaban
catolicismo e intransigencia. Cuando apenas llevaba 4 meses
de existencia, y tras lanzar un desesperado SOS a los suscripto-res
morosos del interior de la Isla,
cesó el 21 de marzo de 1879 agobiado por las estrecheces
económicas.
Tendrían
que transcurrir diez años, para que La Laguna presenciara la
edición de una nueva publicación católica en sus lares. «La Candelaria», que tal era su
intitulación, apareció el 20 de julio de 1889 en formato revista con 4 páginas
a periodicidad semanal, editada en la imprenta de
José Cabrera Núñez a instancias del Obispado. Una vez que
cumplió su objetivo, que no era otro que encauzar la peregrinación al
santuario de la Virgen
de Candelaria con motivo de su coronación pontificia
como soberana del Archipiélago, cesó el 26 de octubre de 1889
habiendo editado un total de 15 números.
Tras
otro paréntesis de diez años, en concreto el 7 de octubre de 1899,
apareció el semanario «La
Verdad», editado en la imprenta de los hermanos
Álvarez en formato pequeño con 4 páginas. Dirigido, sucesivamente, por
Benjamín Renshaw y Manuel Tarife, aunque en el editorial
fundacional anunció su propósito de defender la «verdad católica»
permaneciendo al margen de las luchas políticas, en más de una
ocasión, aunque con cierta elegancia, polemizó con los periódicos locales
por salir en defensa del político Imeldo Serís. En su tramo final,
cuando agobiado por las estrecheces económicas reclamaba con desesperación
la actualización de las cuotas a los suscriptores, dejó evidenciada
la vasta difusión que por las áreas rurales, al amparo de la implantación
de la Iglesia,
siempre consiguió la prensa confesional la morosidad de su clientelaje de
compromiso. Así, agobiado por las deudas,
cesó antes de finalizar el año.
Antes
de volver a transcurrir otro prolongado paréntesis de diez años,
a comienzos de 1902, a
periodicidad quincenal, en formato cuadernillo, casi libro, con 8
páginas y editada en la imprenta de los hermanos Álvarez, apareció «La Propaganda». Dirigida,
sucesivamente, por los jóvenes Leoncio Rodríguez
y Juan Blardony López, la publicación nació con el propósito de recaudar
fondos para la fiesta del Cristo de La Laguna, tras lo cual, cesó
una vez había editado 15 números.
A finales del año
siguiente, en concreto, el 12 de diciembre de 1903, apareció el
periódico de más entidad del sector, «La Laguna», editado
en la imprenta de los hermanos Álvarez a periodicidad semanal en formato
grande con 4 páginas. Fundado por el propio Manuel Álvarez Vera y dirigido por Antonio Luque Alcalá,
el neófito dejó clara su neutralidad
política mostrando sus respetos a los órganos de las fuerzas del sistema en la localidad, «Heraldo de La Laguna» y «La Región
Canaria», y dejando
claro que su finalidad, tras ofrecimiento aceptado por la comisión, no era otra
que recaudar fondos para las próximas fiestas del Cristo. Obsesionado
por remarcar su despolitización,
ofreció a todas las fuerzas políticas de la localidad, aunque en vano, una
«Sección Libre» ajena a la redacción, destinó las páginas 3 y 4 de los sucesivos números a un folletín
reagrupable en libro una vez subdivididas
en cuatro partes, insertó numerosas notas de sociedad y, en definitiva, adquirió la inevitable insulsez de
las publicaciones despolitizadas de
la época. Aún así, la publicación alcanzó la suficiente estabilidad como para adoptar a los seis meses el
formato tabloide.
Tras cumplir con su cometido inicial, «La Laguna» prosiguió bajo la
dirección de Mateo Alonso Del Castillo intentando conservar su fundacional
clientela. A partir de entonces, a su catolicismo unió un cierto tirón
conservador y una mayor preocupación por los problemas locales
que no le hizo perder las buenas maneras de su etapa anterior. Sólo
en ocasiones muy puntuales, como cuando Leoncio Rodríguez denunció
desde las páginas de «Noticiero Canario» el fallecimiento de un
niño en el hospital de la localidad por atención inadecuada, «La Laguna» se mezcló en controversias para salir en
defensa de los religiosos denunciados. Con tales bases, y sin ocultar las
dificultades, fue cumpliendo años sin apenas alterar su línea editorial, tal y
como evidencian los sucesivos editoriales que conmemoraban sus
centenarios, que repetían al pie de la letra balances sobre el pasado y propósitos para el futuro. Por entonces, el sacerdote
Silverio Alonso Del Castillo, Manuel
de Ossuna, Feliciano Pérez Zamora y Juan y Bernardo Blar-dony López, publicaron esporádicamente en sus
páginas.
A mediados de 1907, cuando Mateo Alonso Del Castillo renunció a
la dirección alegando problemas de salud y ocupaciones personales, «La Laguna» alteró, aunque sin
exceso, su consabida trayectoria. Tal mutación se hizo visible en aspectos
ajenos a la orientación ideológica del periódico, tales como la periodicidad bisemanal
que adquirieron sus ediciones. 10°
Pero también, en su línea editorial, pues fue a partir de entonces cuando
arremetió con más saña contra «El Progreso» de Santa Cruz y, en particular,
contra las tesis regionalistas de su redactor-jefe de entonces, Leoncio Rodríguez. En su tramo final, evidenciando la acentuación de su componente
confesional, «La Laguna»
introdujo dos lemas en su cabecera,
a saber, «Unidad Católica y obediencia
a la Iglesia»
y «Con licencia y censura eclesiástica». Cuando había editado un total
de 366 números, lo que ocurrió el 26 de mayo de
1909, cesó.
La restante cabecera
confesional que nació en La
Laguna por aquellos años,
llevaba por título «El Templo Catedral de Tenerife». Editada por la Junta Diocesana en
la imprenta de los hermanos Álvarez,
la publicación apareció el 5 de noviembre de 1905 en formato boletín con 8
páginas anunciando el propósito de adquirir periodicidad trimestral, a lo que
pronto renunció. Tras cumplir con su objetivo, que no era otro que dar cuenta
del destino de las colectas para restaurar la Catedral, desapareció a mediados de 1912 cuando había
publicado un total de 10 números.
Revistas
científicas, literarias y satíricas
En
estos años, las revistas especializadas, carentes del incondicional
arropamiento que disfrutaban los órganos de partido, continuaron con sus estrecheces
de siempre. La modestia, la fugacidad en grado extremo, la
reducidísima difusión y el excesivo espaciamiento, cuando no discontinuidad, de
las ediciones, fueron las notas dominantes en la prensa del
sector. Aún así, la vocación literaria y las ansias por difundir
la cultura canarias, fueron acicates suficientes para la élite ilustrada isleña
que, sobreponiéndose a todas las dificultades, perseveró en las tentativas de
gestación cabeceras.
Entre el 18 de diciembre de 1878 y noviembre del año siguiente, en
formato casi de libro, con 16 páginas blancas arropadas por 8 exteriores en
color, las primeras destinadas a contenidos y las otras a la portada
y anuncios diversos, apareció la «Revista de Canarias». Editada
en la Imprenta Isleña
a periodicidad quincenal, en coherencia con una materia
que no tenía la caducidad de la noticia, adoptó una numeración
correlativa entre las páginas de los distintos números con vistas a posteriores
encuademaciones anuales en libros. Dirigida por Elias Zerolo
con el asesoramiento de Francisco María Pinto, crítico literario,
y de Mariano Reymundo Reig, catedrático de Física y Química
del Instituto de Bachillerato de Canarias, en consonancia con el positivismo y
el realismo de la vanguardia de entonces, adquirió un tono
más científico que literario y una notable difusión, pues incluso contó
con suscriptores en Cuba y Puerto Rico. De inmediato, la publicación
captó a lo más granado de la intelectualidad canaria, accediendo a
sus páginas el novelista Benito Pérez Galdós, el etnógrafo Sabino Berthelot
cuando era inminente su fallecimiento, el político Nicolás Estévanez
(que publicó su controvertida poesía sobre el almendro de Gracia),
el músico Teobaldo Power y los historiadores Agustín Millares
y Manuel de Ossuna. Tras una primera etapa lagunera, a partir de noviembre
de 1879, la publicación se domicilió en Santa Cruz, lü2 donde
pervivió hasta el 23 de abril de 1882, cuando cesó a consecuencia del traslado
de Elias Zerolo a París por motivos personales.
Tras
un largo paréntesis provocado, más que probablemente, por la
enorme altura a la que colocó el listón la «Revista de Canarias», a caballo
entre los dos siglos, aparecieron dos fugaces revistas exclusivamente
literarias editadas en la imprenta de los hermanos Álvarez. La primera
de ellas, «La Unión»,
apareció el 19 de noviembre de 1899
a periodicidad quincenal con
formato arrevistado de 4 páginas. Dirigida por Juan Blardony López, la
publicación justificó su presencia en el panorama periodístico de las Islas por
la defensa de las tradiciones canarias. Entre otros, Leoncio Rodríguez,
«Emilio Saavedra» y Enrique Madan, colaboraron con cierta frecuencia en sus
páginas. En su corta existencia, publicó dos números extraordinarios, uno
dedicado al españolismo de los canarios y otro, el último, al Cristo de La Laguna. Cesó el
14 de septiembre de 1900 con la edición del número 21.
Antes de desaparecer «La
Unión», en concreto, el 13 de julio de 1900, a
periodicidad semanal y en formato tabloide de 4 páginas, bajo la
cabecera «Siglo XX», había
aparecido una revista similar. Dirigida, sucesivamente, por «Emilio Saavedra» y
Domingo J. Manrique, la publicación contó con un nutrido
plantel de colaboradores entre los que figuraban
Leoncio Rodríguez, Antonio Zerolo, «Ángel Guerra», Benito
Pérez Armas, Bernardo Chevilly, Francisco González Díaz, José Tabares
Bartlet, Luis Maffiotte y Manuel de Ossuna. Tras editar un total de
33 números, cesó el 18 de marzo de 1901.
Años
más tarde, el 8 de junio de 1906, con papel satinado en formato
arrevistado con 8 páginas, apareció el semanario «La Lid». Dirigido por Carlos Cruz
(«Ramiro»), en su editorial fundacional asumió con
resignación el «fatal desenlace» 11B que le aguardaba, como a todas las
publicaciones despolitizadas del momento. Entre sus colaboradores figuraban
Joaquín Estrada, Mateo Alonso Del Castillo, José Hernández
Amador («R. de Bustamante»), Domingo J. Manrique, Benito Pérez
Armas y Leoncio Rodríguez. Tras editar un total de 6 números, cesó
el 28 de julio de 1906.
Más
fugaz aún fue «El Cuento Regional», que apareció el 15 de julio
de 1909 en formato arrevistado con 16 páginas, a periodicidad mensual. Dirigido
por Joaquín Estrada Pérez, el editorial fundacional justificaba su presencia en
las Islas por el deseo de impulsar la
Literatura Canaria, para lo cual pretendía convertirse en
plataforma de lanzamiento de los jóvenes escritores isleños.
Carlos Cruz, Benito Pérez Armas, Dolores Pérez Martel y Leoncio
Rodríguez, se contaron entre sus colaboradores. Su vocación
esencialmente isleña, no fue óbice para que intentara
superar el localismo al que estaban condenadas las
publicaciones del sector, recabando corresponsalías, no sólo en las
principales localidades del Archipiélago, sino también en La Habana,
Matanzas-Cuba y Buenos Aires. Con tan alta pretensión, empero, no
pudo editar más de 3 números.
Las
publicaciones satíricas corrieron una suerte similar a las revistas
literarias. La pionera en La
Laguna fue «El Murciélago», que apareció el 19 de marzo de 1885 a periodicidad
quincenal en formato boletín con 4 páginas. Editada en la imprenta de Francisco
Solís, la publicación tan sólo pudo publicar tres números.
Acaso, en este capítulo quepa el singular periódico «El
Plumero» que, dirigido como «Semanario Potpourrit» por
Francisco González, apareció en vísperas de la
guerra europea, en concreto, el 20 de enero de 1912, anunciando una
línea editorial coherente con su cabecera «... en su doble acepción...
(esto es)... dispuesto a sacudir el polvo... (pero)... con el suficiente
tacto para no dañar el objeto de su acción...» Con tales bases, captó
colaboraciones de Guillermo Perera Álvarez, «R. de Bustaman-te»,
Manuel Déniz Caraballo y José Tabares Bartlet. Tras permanecer 5
meses en candelera inmerso en continuas polémicas por cuestiones locales,
enmudeció tras la agresión que sufrió su director a manos de los hijos del
contratista de las obras de la
Catedral de La
Laguna.” (La
Laguna 500 años de historia. Tomo III. María F. Núñez Muñoz,
1998: 297 y ss.)
Publicaciones
financieras y pedagógicas.
“Las
publicaciones de índole económica compartieron venturas y desventuras
con el resto de la prensa lagunera especializada, si bien, las fomentadas por
instituciones con un amplio número de asociados, al menos
contaron con un cierto arropamiento. Aún así, periódicos de instituciones
como La Real Sociedad
Económica de Amigos del País de Tenerife, en ocasiones
circularon por espacio inferior a los tres meses. Tal
fue el caso del editado, a periodicidad quincenal y en formato boletín con 16
páginas, en la imprenta Isleña de Santa Cruz entre el 15 de noviembre de 1880 y
el 30 de enero de 1881. Al parecer, la creciente
depreciación de la cochinilla en el mercado británico, sirvió de espoleta para
su publicación, ocupando monográficamente la crisis la atención
de los escasos 6 números que vieron la luz pública. Como quiera
que aún no se veía un recambio apropiado a la cochinilla, una vez
desechados el tabaco, la vid, el café y el naranjo, el boletín centró su
línea editorial en la búsqueda de soluciones al marasmo de la cochinilla.
La creación de un banco agrícola, la asociación de los cosecheros,
la eliminación de los intermediarios y la creación de sendos depósitos
en Santa Cruz y Las Palmas para imponer un precio mínimo a la exportación,
eran las soluciones barajadas. La irreversibilidad de la crisis
y la inviabilidad de las propuestas, por lo demás, explican la inmediata
desaparición de la publicación.
El
boletín no reapareció hasta 1899, esto es, inmediatamente después de la guerra
de Cuba, cuando lo hizo a periodicidad semanal, en formato arrevistado con 8
páginas y, en consonancia con el momento histórico, con una línea editorial
fuertemente condicionada por las secuelas del «desastre». Esta vez, su interés
informativo abarcaba aspectos más diversos que reclamaron
secciones específicas, a saber, una doctrinal a modo
editorial; otra de carácter legislativo e histórico; otra científica;
y, finalmente, una cuarta para rememorar las efemérides canarias
más significativas. Tal diversificación informativa no fue óbice para
que siguiera dando prioridad a los objetivos materiales, ahora planteados
en una triple dimensión: la difusión del cultivo de la remolacha, una vez que
la crisis de la cochinilla había confirmado su irreversibilidad,
el desarrollo del comercio y el alumbramiento de aguas en
el Archipiélago.
Pero
con su nueva orientación, la publicación asumió otros objetivos
de carácter científico, caso de la restauración de la universidad; y políticos,
pues de inmediato exteriorizó su adhesión al llamamiento de la Cámara Agrícola
del Alto Aragón en favor, como era inevitable por entonces, de
la erradicación de la corrupción y el caciquismo. A tal fin,
reclamó la gestación de un partido político regenerador sobre unas bases
de regusto conservador reducción del gasto público, simplificación del aparato
del Estado, sufragio gremial para acabar, según decía, con el fraude electoral y, acaso, por la reciente experiencia cubana, descentralización administrativa. Toda la
publicación rezumaba ansias renovadoras, pues ni la zarzuela, a la que censuró
por sus «impudicias», escapaba de sus críticas. Tras elevar continuos alegatos
en favor de su programa, como si con
eso bastara, al que fue añadiendo otras
propuestas como la repoblación forestal, el establecimiento de un tranvía eléctrico y la mejora del jardín botánico
del Puerto de la Cruz,
desapareció en los meses estivales, cuando había editado un total de 26 números, por ir de veraneo el grueso de sus
redactores.
Año
y medio más tarde, en concreto, el 19 de enero de 1901, editado en la imprenta
de los hermanos Álvarez en formato libro con 16 páginas, que
cambió a revista con 8 páginas desde finales de mayo,
apareció a periodicidad semanal «El Porvenir
Agrícola de Canarias». Dirigida, sucesivamente, por Enrique Madan y Manuel
Déniz Caraballo con el apoyo de la Real Sociedad
Económica de Amigos del País de Tenerife y las cámaras
agrícolas de la Isla,
la publicación cifró su principal objetivo en el desarrollo
del sector agrícola lagunero. Para llevar a cabo su
programa, «El Porvenir Agrícola de Canarias» estableció una serie
de secciones nada originales, con la inevitable legislativa, la no menos
típica «Crónica» de la época (donde alternaban noticias y anuncios
muy diversos con notas de sociedad), las socorridas transcripciones
de publicaciones foráneas y las diversas colaboraciones de intelectuales
isleños como Leoncio Rodríguez, Mateo Alonso Del Castillo y Manuel
de Ossuna. Intentando trascender el ámbito isleño, la publicación
recabó un notable número de corresponsales en Sudamérica, a saber,
Juan Cambreleng en Buenos Aires, Gregorio Borges en Montevideo,
Roberto Madan y Enrique Renshaw en La
Habana, Pablo Díaz Gramas en
Tabasco de México, Benigno Gil en Caracas y Tomás Mckay en
Colombia. Con un número de suscriptores que no debió superar
los ciento cincuenta, la publicación sobrevivió hasta el 3 de agosto
de 1901, cuando había editado un total de 27 números.
Como no podía ser de otra manera, dado su relevante rol docente en
el Archipiélago, La Laguna
incubó el nacimiento del primer periódico escolar
isleño. «La Estudiantina»,
que tal era su intitulación, salió a la luz pública el 25 de
marzo de 1882 en formato boletín con 4 páginas,
redactado por los estudiantes del Instituto de Bachillerato de Canarias,
editando, al menos, tres números. Propiamente pedagógico fue «El Centinela»,
que apareció dos años más tarde intentando cubrir el hueco
que, transitoriamente, dejara «El Auxiliar» de Santa Cruz. Dirigido
por Fernando Suárez Saavedra y editado en la Imprenta Isleña
a periodicidad decenal, el neófito apareció el 8 de enero de 1884 en formato
boletín con 8 páginas, numeradas correlativamente entre los sucesivos números
con vistas a encuademaciones posteriores. Su titubeante trayectoria, pues
conoció un largo silencio en la segunda mitad de 1884, terminó cuando había
editado 26 números, lo que sucedió el 18 de marzo
de 1885, con el fallecimiento de su director.
También
docente se puede considerar al sucesor de «La Laguna», el periódico católico de más amplia
trayectoria del momento, que prosiguió a partir del 10 de julio
de 1909 bajo la cabecera «La
Región Canaria» con la intención de centrar su línea
editorial en la enseñanza. Tal orientación
acentuó meses más tarde, cuando asumió el carácter de órgano de una asociación del Magisterio Canario.
Dado que siempre conservó un residuo confesional, a lo largo de su existencia,
la publicación sostuvo frecuentes
polémicas con su homologa «Escuela Canaria»
de Santa Cruz, cesando finalmente el 8 de agosto de 1912.
Dos años más tarde, en vísperas de la guerra europea, en concreto,
el 7 de mayo de 1914, en formato pequeño con 4 páginas y a periodicidad
semanal, apareció «Eco del Magisterio Canario». Dirigido por Efraín
Albertos Ruiz, la publicación nació con la intención de defender
al cuerpo docente y, en particular, a las reivindicaciones de las asociaciones
del magisterio canario. El aumento de las partidas para enseñanza, la subida
de los salarios de los docentes, la consecución de la gratificación
por residencia, la erradicación de las interinidades, la mejora
higiénico-sanitaria de los locales-escuelas, la dotación de recursos
pedagógicos y, en definitiva, todos los males que asolaban a la enseñanza
canaria, atrajeron la atención de la publicación. Cuando el estallido
de la guerra era inminente, en manos de Alfredo Daroca Yanes,
la publicación alardeaba ser «Órgano de la Asociación Provincial del Magisterio de Primera Enseñanza», al tiempo
que había adoptado el formato folleto con 12 páginas. Por entonces, su consejo
de redacción estaba integrado por Efraín Albertos Ruiz,
José Suárez Núñez, Sebastián Darias Padilla, Federico Doreste Betancort, José
Pérez Martín, Juan Salas y Manuel García. «Eco del Magisterio
Canario», haciendo gala de un poder acomodaticio enorme, será el
periódico pedagógico tinerfeño de más prolongada trayectoria, pues sobrevivirá
a la guerra civil.
Periódicos
con indicios de vocación informativa.
Aunque
los tiempos del periodismo informativo estaban aún lejanos en la Canarias de anteguerra,
en aquellos años nacieron periódicos sin
militancia política que, al menos, en tramos de su existencia, intentaron
sobrevivir con la mera información. Obra, alguno que otro, de vocaciones y
anhelos por contribuir a la mejora de la realidad socioeconómica
isleña, todos, por lo demás, compartieron penosas y fugaces, aunque
desiguales, trayectorias ante los arcaísmos de la formación social canaria.
Acaso en este capítulo, y como exponente de las publicaciones
autonominadas independientes que no cayeron en el mero amarillismo,
quepa situar a «El Intransigente», que apareció el 3 de junio de 1900 a
periodicidad semanal en formato normal con 4 páginas. Editado
en la imprenta santacrucera de Anselmo Benítez bajo la dirección de
Domingo Gutiérrez Bello («Domingo Arañita»), apelando a una supuesta independencia
en materia política y religiosa, en sus escasos dos meses de existencia arremetió, casi monográficamente, contra el alcalde de la localidad, Lucas Vega, y su órgano «La Región Canaria».
Sin evidenciar adscripción ideológica clara ni acusar el típico amarillismo
de los periódicos informativos del momento, desapareció sin rebasar
las diez ediciones.
Años
más tarde, en uno de esos paréntesis en que La Laguna había
quedado huérfana de periódicos, en formato pequeño de 2 páginas
apareció «Diario de Avisos de la
Ciudad de La
Laguna», según decía, «... por amor a este
pueblo, porque sentimos vergüenza que esta ciudad, la tercera de la provincia,
no cuente con un solo periódico que defienda sus sagrados
intereses...» Salvo en lo de «diario»,
pues en ocasiones salió a periodicidad semanal e incluso mensual, la publicación
hizo honor a su cabecera, pues siempre ofreció, casi en exclusiva,
notas de sociedad, reseñas de juicios, comunicados locales, algún que
otro reportaje y, en definitiva, la típica información insulsa de los
periódicos despolitizados de entonces que procuraban eludir las enemistades.
Tras una penosa trayectoria, desapareció el 19 de octubre de 1914 cuando había
editado un total de 80 números.
Casi
coetáneo en nacimiento con el anterior fue «El Archipiélago»,
que apareció el 4 de septiembre de 1911 en formato tabloide con 4
páginas. Dirigido por Marco Luz, el editorial fundacional del periódico,
tras anunciar una rotunda despolitización, añadía «... pondremos la
verdad al desnudo (...) seremos absolutamente imparciales...» 11S Con
tales pretensiones, la publicación inició su trayectoria abordando temas
como el incremento de la mendicidad, las carencias del instituto,
las deficiencias del alumbrado público, las anomalías del abasto de aguas,
los plenos del Ayuntamiento y, en definitiva, toda la problemática
local. Huérfano de una fiel clientela por afinidades ideológicas, empero,
conforme pasaron los días fue acusando una creciente crisis financiera que
intentó afrontar incrementando los ingresos de la publicidad, para lo cual
insertó anuncios en los espacios estelares del paginado. Comoquiera que no salía del
marasmo, en su tramo final salió en defensa
de Benito Pérez Armas y la «Unión Patriótica», al tiempo que arremetió contra «La Región» y recordó con saña
a los ya desaparecidos «Nivaria» y «El Tiempo». La desesperada búsqueda del
arropamiento de un correligionariado le llevó a publicar, asimismo, discursos
de Canalejas. Tras perder la compostura, arremetió contra la directora de la Escuela Normal de La Laguna, defendida por «El
Periódico Lagunero», tras lo cual,
cesó el 11 de diciembre de 1911 cuando había editado un total de 73 números. En
definitiva, la suya fue una trayectoria que ilustró la inviabilidad del
periodismo informativo e independiente en La Laguna, y la Canarias, de anteguerra.
Periódicos esencialmente
laguneros
Otras
publicaciones que tampoco evidenciaron militancia política alguna, se
distinguieron, más que por su vocación informativa, por su empeño en contribuir
al desarrollo de su localidad dentro de una línea esencialmente literaria y hostil
hacia los partidos políticos. Al igual que los anteriores, éstos también
nacieron merced a iniciativas no exentas de
un cierto romanticismo; y también como aquéllos, para conocer trayectorias
enormemente modestas, fugaces y, en más de una ocasión, teñidas de una cierta
incomprensión.
El
pionero de los periódicos con tal orientación, «La Unión Lagunera», apareció
el 17 de enero de 1879 en formato revista con 4 páginas, editado ocho veces al
mes en la imprenta de Abraham Rodríguez. Dirigido por Mateo Alonso Del
Castillo, el neófito adquirió desde un principio un tono eminentemente
localista y literario, lo que no fue óbice
para que polemizara, por cuestiones ajenas a la política, con el católico «El Eco de La Laguna». Desde mayo,
aumentó su superficie informativa ampliando ligeramente el formato, aunque tuvo
que reducir sus ediciones mensuales a seis. Luego, ante las inminentes elecciones
municipales, pidió a los laguneros que votaran por «personas trabajadoras» al margen de los partidos políticos, lo
que le acarreó fuertes polémicas con «El Memorándum» de Santa Cruz y, más aún,
con «El Progreso» de La Laguna,
de las que no pudo librarse hasta su desaparición. Cesó el 11 de noviembre de
1879, cuando había editado un total
de 63 números.
Con
una línea editorial más marcadamente literaria, a finales de 1883 apareció «La Iniciativa». Dirigida
por Antonio Zerolo y editada en la imprenta de los hermanos Alvarez en formato
de revista grande con 4 páginas, la publicación conoció una
fugaz y dasangelada existencia que coronó proponiendo la creación de un
partido político regenerador para la localidad. Años más tarde, en
concreto, el 3 de junio de 1892,
a periodicidad
semanal y en formato pequeño de 4 páginas, apareció «La Defensa». Desvinculada de partido político alguno,
desde un principio la publicación expresó su deseo de convertirse en
«... el firme baluarte de los derechos que le son propios a la ciudad de los
Adelantados y que forman parte del credo de
todos los partidos que aquí se desenvuelven...»
121 Con tales propósitos, de inmediato entró en polémicas con la mayoría de los periódicos de Santa Cruz
hasta el 16 de enero de 1893, cuando
cesó habiendo publicado un total de 24 números.
Antes
de finalizar el año, el 11 de septiembre de 1893, en formato pequeño
con 4 páginas apareció, «El Adelantado». Al igual que hiciera
«La Defensa»,
el editorial fundacional del neófito anunció que su objetivo
principal era asumir la «... defensa de los tradicionales derechos
de esta antigua ciudad de San Cristóbal de La Laguna...» 122
La epidemia de cólera que a los pocos días asoló a la
ciudad, empero, más que honores, le exigió defender vidas humanas, lo que
asumió con total entrega, pues publicó un número
extraordinario, gratis para los indigentes, en el que divulgó las precauciones
que debían tomar sus convecinos para
prevenir y, en su caso, tratar la enfermedad. Tras hacer balance de la epidemia una vez que entró en
recesión, cesó.” (La Laguna 500 años de
historia. Tomo III. María F. Núñez Muñoz, 1998: 305 y ss.)
1902
marzo 2. Es detenido
en Arafo, Chinech (Tenerife), Secundino Delgado Rodríguez, por orden del
General jefe del ejército de ocupación español en Canarias Valeriano Weyler.
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