Rafael Sánchez Valerón
Tres años después del naufragio y
hundimiento del navío Alfonso XII, un nuevo buque con el mismo nombre
de 426 pies de eslora, 47 pies y 6 pulgadas de manga y 36 pies de puntal fue
construido en Newcastle y botado el 30 de Marzo de 1888; en cierta manera hacía
olvidar al antiguo y la tragedia que lo envolvió en aguas canarias.
Posiblemente el recuerdo de la
fatal Baja cual misteriosa premonición hacía presagiar que un nuevo
siniestro se iba a producir en el mismo lugar pocos días después de botado el
nuevo buque, donde se unía en fatal coincidencia todo lo relacionado con la
archiconocida Baja. Al nacimiento del nuevo Alfonso XII se
contrapone la pérdida de un veterano de los mares: el Kennet. Gando
volvió a ser de nuevo protagonista de un siniestro marino cuando 18 días
después de bautizado el Alfonso XII, el Kennet se hundió a
consecuencia de haber chocado contra la misteriosa Baja, atraído no
sabemos por qué misterioso sino.
El Kennet
El Kennet era un barco de vapor inglés que desplazaba 1.456 toneladas. Tenía ya prestados a la navegación dilatados años de servicios y probablemente estaría asegurado. Se encontraba fondeado en el puerto de Refugio de Las Palmas y había sido despachado con destino a Montevideo -algunas fuentes apuntan también que tenía como destino Río de la Plata, y al mismo tiempo un desplazamiento de 1.150 toneladas-, llevando a bordo 24 tripulantes y cuatro pasajeros. Transportaba un cargamento con tejidos, productos manufacturados y artículos varios. Desde el Puerto de la Luz y con destino a América partió una primaveral tarde al mando del Capitán Mr. Pearce.
El naufragio
El vapor inglés Kennet partió del puerto de Las Palmas aproximadamente a las tres de la tarde de un miércoles 18 de Abril de 1888, maniobrando hacia una ruta alejada de la costa, pero a la altura del punto de Melenara puso rumbo excesivamente abierto a tierra.
Se dejó venir hacia la costa
hasta que irremediablemente chocó con la “siniestra” Baja de Gando. El
mar se encontraba “picado” pero con suficiente visibilidad que permitía notar
la presencia del escollo. La historia del Senegal, Ville de Pará, Alfonso
XII y Spider, se repetía con extraordinaria semejanza como si
estuvieran predestinados a la búsqueda de su fatal destino. Inmediatamente
corre la voz y se empieza a hablar de un vapor inglés perdido en la Baja de Gando.
Sobre las seis, poco más o menos, el vigía de la Isleta con la lección aprendida anunciaba que el buque que había salido hacia el sur de la Isla se hallaba en peligro.
Más tarde se supo que encalló en la Baja de Gando,
dando lugar a que salieran del puerto de Las Palmas tres remolcadores para
prestar auxilio a la vez que se trasladaba a Telde el Inspector de vigilancia
Sr. Inglot y algunos agentes.
El choque se efectuó por la parte
interior. El barco se mantuvo una hora escasa parado sobre el arrecife, después
que se hubiera producido el encontronazo, para hundirse irremediablemente y de
forma apacible. Tripulantes y pasajeros fueron recogidos por las lanchas de los
sufridos, intrépidos y abnegados pescadores de aquellas costas en sus pequeñas
embarcaciones llevándolos a tierra a pesar de los sinsabores y la maledicencia
sobre actuaciones anteriores. El Capitán y el piloto fueron los últimos en
abandonar el barco.
Autoridades y tropa salieron de Las Palmas por tierra, mientras por mar acudían vapores remolcadores. La tripulación salvada, una vez desembarcada en la playa volvió a reembarcar por la noche con rumbo a Las Palmas en los remolcadores que acudieron al lugar del siniestro.
Se debe considerar que ese día el mar estaba “algo duro” (expresión de la época) levantando brisa del N.E., normal en esa situación, formando el mar rompientes que hacían a la Baja perfectamente visible desde cierta distancia, planteándose, que estudios iba a hacer la oficialidad de aquel buque en aquellos parajes. Días después, un domingo por la noche todos los náufragos partieron para Liverpool en el buque inglés Níger (solía navegar de Inglaterra para la Costa de África).
La noticia que circuló con gran rapidez, si bien tuvo eco no causó impresión ni sorpresa de ningún género si se tiene en cuenta que la Baja y su peligrosidad estaban de actualidad en todos los mentideros marinos, puesto que los capitanes que tenían conocimiento del lugar ya se habían familiarizado con las noticias de los naufragios anteriores del peligro de acercarse a la baja de Gando, de tal manera, que bien podía decirse que se “hallaba de moda” aquel montículo marino que la naturaleza nunca dejó que aflorara a la superficie, siendo la principal observación que estos siniestros no ocurrían cuando el escollo estaba envuelto en las negras cortinas de la noche, sino de día y bien claro.
Dentro de la normalidad, el
infortunio se celebraba porque no ocurrían desgracias personales, si se excluye
a los dos fallecidos del Ville de Pará por tratar de recoger objetos,
el pasajero del Senegal o el infortunado buzo británico. De nuevo la
ironía macabra salta a las columnas de la prensa apuntando que se podría evitar
que las maletas se fueran al fondo del mar si se ordenara que al cruzar las
aguas de Gando, los pasajeros las colocan sobre sus hombros, a todo evento.
Si se toma como referencia que la
baja de Gando queda dentro de una amplia rada entre las puntas de
Melenara y Gando no tiene ninguna explicación que un barco que se dirige a
Montevideo choque contra ese escollo, a lo que podría añadirse los informes de
naufragios anteriores. De nuevo el interrogante de las casas aseguradoras…
La eterna reivindicación de balizar la zona. Era de imperiosa necesidad balizar Gando, parte de los puertos y otros lugares difíciles para prevenir accidentes fatales, imprudencias y descuidos. Se hacían propuestas a la Dirección General de Obras Públicas para el proyecto de balizamiento formado por la Oficina del Ramo de Las Palmas y que inmediatamente se pusiera en ejecución.
Uno más y ya eran cinco, que por
la impericia o no se sabe qué extraña circunstancia habían sufrido
consecuencias trágicas y era un motivo para que se volvieran a ocupar de Gran
Canaria todos los periódicos del mundo. Se tomaba incluso a “mofa”, dándose a
estos acontecimientos un toque de humor y sarcasmo llegándose a comentar en
tono de escarnio que unos cuantos ciudadanos, dada la gran expectación que
provocaban los siniestros querían establecer en Gando un gran hotel, y que sus
acciones no tardarían en venderse, considerando que el espectáculo estaba
justificado, puesto que no hubo desgracias y las casas aseguradoras pagarían
religiosamente el descanso eterno del Kennet.
Algunos periódicos de Tenerife
magnificaron el hecho con el epígrafe de “Terrible catástrofe” y naturalmente
la réplica de los de Las Palmas argumentando que escollos había en todas partes
como en los puertos de Cádiz y Algeciras y que se podía evitar tomando las
medidas necesarias, y se consideraba la pena impuesta por el almirantazgo
inglés al Capitán del Spider porque no encontró justificado que se
acercara el buque tanto a la costa y con riesgo que se estrellara entre sus rocas,
haciendo hincapié en prevención de confusiones.
Se trataba de evidenciar que
afortunadamente en el Puerto de la
Luz no existía ningún arrecife ni obstáculo que impidiera la
entrada de buques y que ni siquiera el práctico era indispensable para entrar
en la bahía. Se insistía que la Baja
se encontraba a más de diez millas de distancia hacia el Sur. Se trataba de
suavizar las consecuencias redundando en que el pasaje salió ileso. La
desgracia de los naufragios se convirtió en caldo de cultivo para la controversia
y el descrédito mutuo entre dos islas que querían alcanzar el protagonismo de
sus respectivos puertos como punto de escala de viajes transoceánicos. La
prensa de Las Palmas comentaba que el morbo por los acontecimientos
relacionados con la Baja
lo que hacía era aumentar el movimiento marítimo en Gran Canaria.
Se insistía en la cantidad de
vapores que visitaban el Puerto de la
Luz (unos setenta cada mes) en 1877, teniendo su procedencia
la mitad de América o de la costa de África, hacían su recalada por el sur
pasando frente a Gando y que además con frecuencia entraban de noche sin el
menor inconveniente.
Con el Kennet acababa
una “racha” de cinco buques siniestrados en Gando en un periodo de ocho años
(1880-1888). Transcurrirían 11 años y con los acontecimientos casi olvidados,
cuando en 1899 el trasatlántico alemán Lavinia corrió la misma suerte que sus
hermanos, aunque esta vez la Baja
fue más generosa, produciéndose solamente heridas leves, pudiéndose
salvar. (Rafael Sánchez Valerón)
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ResponderEliminarCorreo electrónico: onihaherbalhome@gmail.com
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