EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL,
DÉCADA 1861-1870
CAPÍTULO
XLVII-VII
Eduardo Pedro García
Rodríguez
1869 abril 11.
Diego Crosa y Costa (Crosita): Un
apunte biográfico
Por Carlos Gaviño de Franchy
Una de las figuras más interesantes, más populares, y
al propio tiempo más distinguidas de Santa Cruz de Tenerife, es Diego Crosa. El
buen humor -cielo azul de las almas-; la risa sin veneno; el desgobierno; la
improvisación simpática, y también aquella corrección dilecta, fruto de un
acabado dominio de sí mismo, constituyen la solera de su carácter. Sus
bisabuelos fueron italianos; pero en este caso la vivacidad latina, los nervios
impacientes -siervos del sol- del meridional, quedaron perfectamente sujetos
entre las mallas exquisitas de la educación británica. Solterón travieso y
artista, más hermano, por motivos raciales, de Boccaccio que de Rabelais, Crosa
es -¡valga la frase!- un guanche magistralmente encuadernado a la inglesa.
Con este párrafo, a la vez sincero y elogioso, comienza Eduardo Zamacois una Silueta del artista, que sirvió de
introducción a la segunda entrega de Folías,
de Diego Crosa [1]. El novelista había trabado amistad con don Diego, desde su
primera estancia entre nosotros, antes de 1916.
Al aire libre le conocí hace años, me abordó; me dio
su nombre... Le supongo a usted recién desembarcado -dijo-, y considero un
deber de hospitalidad ponerme a su disposición para enseñarle los alrededores
de la ciudad. Acepté su invitación, y no me pesó, porque conocer a Crosa - en
Tenerife le llaman Crosita- es ser amigo de todo el mundo. Su nombre es como
una ganzúa que abre todas las puertas...
Don Diego Crosa y Costa
Nos
conviene ahora detenernos en los orígenes familiares de don Diego Crosa y Costa,
aquel guanche magistralmente encuadernado a
la inglesa, e indagar en ellos qué cantidad de sangre isleña, y
cuanta europea, corría por sus venas. Entre los naturales de estas siete naves de basalto, la procedencia,
más allá de la vanidosa alcurnia, ha sido desde siempre causa de curiosa
preocupación. Y comprobaremos que, a pesar de que nuestro autor se valía
exclusivamente de la caudalosa fuente del mito y la leyenda para sus fines
poéticos, un estudio riguroso de su propia familia, le habría llevado,
generación tras generación, hasta algunos de los personajes históricos, cuyo
limitado depósito documental, tuvo parte en la formación de la crónica
legendaria del archipiélago [Ver apéndice].
Nació
Diego Crosa y Costa en Santa Cruz de Tenerife, la noche del once de abril de
1869 [2]. Época de floración de las jacarandas y temperatura suave, lejanos aún
los tórridos días del verano santacrucero. Fueron sus padres don Ángel Crosa y
Jorge, destacado miembro del cuerpo consular y hombre de negocios, y su mujer
doña Evencia Costa y de Grijalva. Él nacido en la villa de Santa Cruz de
Santiago, el día dos de abril de 1830; ella en el puerto de La Orotava, que rara vez se
nombraba de la Cruz
por aquellos tiempos, nueve años más tarde, un doce de mayo. Habían casado en
Santa Cruz, en la parroquia matriz de Nuestra Señora de la Concepción, el catorce
de mayo de 1864. Fueron sus abuelos paternos, el capitán don José Crosa y
Carbonell y doña Juana Jorge y Castellano. Maternos: don Diego Antonio Costa y
Carvalho, escribano del número de los de Santa Cruz de Tenerife, y su mujer,
doña María de los Ángeles de Grijalva y Emeric.
Don Ángel Crosa y Jorge, obtuvo las patentes de cónsul de Méjico [1882] y de
Italia, y fue vicecónsul del imperio del Brasil, sustituyendo a partir de 1855,
a su padre, que lo era desde 1837. Desempeñó asimismo la alcaldía accidental de
Santa Cruz de Tenerife, para la que fue nombrado en cinco de agosto de 1881.
Su
mujer, doña Evencia Costa de Grijalva, nacida, como queda dicho, en el puerto
de La Orotava,
se avecindó desde niña en la villa de Santa Cruz, lugar en el que su padre
ejercía como propietario de una escribanía pública.
Don José Crosa y Carbonell, abuelo paterno.
Podríamos
establecer el asentamiento de la familia Crosa en Santa Cruz de Tenerife, en
una fecha cercana a 1809, en que fija su residencia en las islas don José
Crosa, nacido en Cádiz y bautizado en el Sagrario de la catedral gaditana el
ocho de enero de 1784, hijo de don Ángel Crosa Isolabella, genovés, dueño de una
rica casa de comercio que operaba en aquella plaza, en la que también ejerció
como vicecónsul de Ragusa, y de su esposa, doña Catalina Carbonell y Bueno,
oriunda de Huelva [3].
Don José, huérfano desde 1804, hizo inventario y balance de los negocios de la
empresa denominada Ángel Crosa
en 1808, y con el capital resultante, tras una estancia de diversión en Génova
y Liorna, trasladó su casa al puerto de Santa Cruz, donde más tarde declararía
ante escribano
haber experimentado considerables atrasos el
establecimiento mercantil de Don José Crosa, ocasionados en gran parte por su
emigración a estas islas, en las cuales sufrió deplorables reveses hasta el año
de mil ochocientos treinta y dos, en que suspendió toda clase de giro y de
comercio; quedando desde entonces (conforme a un resumen que se hallará entre
sus papeles) reducido el capital del enunciado establecimiento aproximadamente
a la suma de un millón quinientos ocho mil ochenta y seis reales dieciséis
maravedíes vellón, consistentes en una finca y en créditos así en esta
Provincia, como fuera de ella [4].
A poco de su llegada, en 1815, desempeña ya la alcaldía de Santa Cruz, cargo
que volverá a ejercer, esta vez por elección, entre el once de septiembre de
1833 y el treinta y uno de diciembre de 1834. Fue asimismo teniente de
cazadores y capitán de voluntarios nacionales, compañía ésta última que había
financiado de su peculio. A este respecto dice don Francisco María de León:
También de aquella época [1820] fue el
establecimiento de la milicia nacional, que en realidad no llegó a estar en
auge y brillantez, sino en la villa de Santa Cruz, en la ciudad de Las Palmas,
y en tal o cual otro pueblo; pues en la mayor parte, sin armamento, sin
instrucción y sin que sus comandantes llegasen a sacrificarse con crecidos
gastos, como lo hicieron don José Crosa y don Francisco María de León y Romero,
en los dos pueblos citados, ni llegó a reunirse una sola vez, ni tampoco de
ello hubo ni habrá jamás en las islas graves faltas; por que en una provincia
en que las facciones, que a otras con frecuencia aquejan, son imposibles, todos
estos cuerpos no pasarán nunca de gravar al jornalero que se alista, y de dar
cuando más, como entonces sucedió, algún paseo militar a los pueblos inmediatos
[5].
Poco antes, en 1819, y por Real Orden de 26 de marzo, se dispuso el traslado
del Real Consulado Marítimo y Terrestre desde su sede, la vieja ciudad de La Laguna, que permanecía
adormecida en su fértil campiña, al próspero y mercantil puerto de Santa Cruz.
La resolución no hizo más que acrecentar las viejas rencillas entre ambas
poblaciones. Finalmente, y tras las dimisiones del prior del Consulado, don
Juan Próspero de Torres Chirino, y del segundo cónsul, don Ventura de Salazar y
Porlier, el primer cónsul, don José Crosa, aceptó presidir en funciones la
sesión que se celebró en Santa Cruz de Tenerife, el 22 de junio de aquel año,
convirtiéndose en el primer prior del Real Consulado, en su nueva etapa
santacrucera [6].
Don
José Crosa, individuo comprometido con la política local, obtuvo un acta de
diputado provincial en 1822.
El día once de marzo de 1858, otorgó testamento cerrado, que fue abierto
solemnemente el día 23 de septiembre ante el escribano don Diego Antonio Costa
y Carvalho, un mes después de su fallecimiento ocurrido el veintiuno de agosto
de dicho año. En el declara no conocer
otros parientes a no ser mi primo D. Luis Crosa, del comercio de Cádiz,
hijo de un hermano de mi venerado padre, a quien también crié y eduqué
conservándolo en mi compañía, desde el año 1800, hasta mi traslación a estas
Islas, sin que por eso haya dejado, durante nuestra dilatada separación, de
darme, no interrumpidas pruebas de afecto filial, extendiéndolas hasta
socorrerme en lo que puede en mis necesidades. Por tanto, le amo como a propio
hijo, fundando en él y en su protección la única esperanza que puedo concebir
acerca del porvenir, de los desventurados huérfanos [...] a los que amo con la
mayor ternura por ser acreedores de ello, en cuyo concepto se los recomiendo,
en este momento supremo, suplicándole bañado en lágrimas, les sirva de padre,
protegiéndolos y proporcionándoles una carrera, o medios decorosos de
subsistir, especialmente al desvalido Ángel, que con nada cuenta en el mundo;
aún cuando por otra cosa no sea, a lo menor, en memoria de mi buen padre, quien
en circunstancias idénticas le dispensó igual beneficio de aquel que ahora
reclamo de su cariño y amistad a favor de dos seres desventurados y desvalidos,
dignos de su aprecio [...].
Declaro además, consistir en la actualidad, los
restos de mi cuantiosa fortuna y caudal en las fincas, créditos, acciones y
derechos de mi propiedad que me pertenecen; cuya legitimidad y procedencia
aparece y consta en mis libros de comercio, así de Cádiz, como de esta Plaza;
en mis demás papeles y correspondencias; en varias obligaciones y expedientes
existentes en mi escribanía o despacho, en la alacena de mi librería y entre
mis otros papeles y, finalmente, en los diferentes expedientes que promoví y se
encontrarán archivados en las escribanías de esta capital y, esencialmente, en
la del extinguido Tribunal del Real Consulado de esta provincia [...].
Por último declaro ser vicecónsul del Imperio del
Brasil en estas Islas, desde el año 1837 con imperial nombramiento y [...]
execuator de S. M. Católica; en cuyo concepto debo manifestar quedan en el
archivo correspondiente los diplomas, correspondencia, libros y demás papeles
relativos a dicho consulado, advirtiendo que los sellos, láminas, escudos,
cuadros, libros, etc, son de mi propiedad particular, habiéndolos costeado sin
recibir abono alguno por este respecto; en cuyo caso se hallan iguales enseres
relativos al consulado de Portugal, que también corrió a mi cargo hasta
mediados de este corriente año por cuya razón, serán estos, unos de los objetos
de que deberán tomar posesión mis herederos.
Muero en paz con los hombres y conmigo mismo,
llevando a la tumba la íntima convicción de haber llevado todos mis deberes, no
haber hecho mal a nadie, no haber cometido acciones que desmientan mis
antecedentes y buena educación recibida y aunque podría quejarme de las
personas, a quienes más favorecí en la prosperidad, por haberme correspondido
con la más pérfida ingratitud, las perdono, rogando a Dios, los preserve de los
perjuicios y disgustos que me ocasionaron.
A mis idolatrados hijos [...] únicos objetos de mi ternura, les bendigo
y abrazo con toda mi alma en este momento supremo. ¡ Ojalá mis fervientes
súplicas alcancen que el Todopoderoso no los desampare y derrame sobre ellos
todos los bienes y felicidades que les desea mi corazón paternal. ! Hijos míos,
el mayor y más amargo dolor que llevo al sepulcro, es separarme de vosotros y
la posición desgraciada en que os dejo; por que os amo como lo merecéis, esto
es con toda la vehemencia de mis facultades [...].
Mediante estar nombrado Agente Comercial del Imperio
del Brasil en estas Islas, mi hijo [...] D. Ángel Crosa, con facultad de
desempeñar las funciones de cónsul del mismo Imperio, en mis ausencias, enfermedades
y demás casos que puedan ocurrir, como consta de imperial diploma y de Real
Orden del gobierno español, existentes en estos archivos consulares, deberá el
enunciado D. Ángel, a mi fallecimiento, hacerse cargo del insinuado archivo y
de todo cuanto corresponde al citado consulado, despachando y autorizando todos
los negocios que ocurran, hasta tanto que el gobierno imperial designe a la
persona que haya de encargarse de ello, mediante el inmediato aviso de mi
muerte, que se le deberá dar, como igualmente a las autoridades superiores de
esta provincia.
Don José Crosa, el que fuera acaudalado comerciante, falleció en la
incertidumbre de que sus herederos lograran percibir el importe de los
numerosos créditos que se le adeudaban, algunos de los cuales daba ya por
incobrables. En el testamento se inserta un extenso inventario de sus
propiedades y otro en que describe los bienes muebles y el menaje que se
encontraba en su casa de la calle de La Marina.
Nombró albaceas a su primo don Luis Crosa y Nuche y a su amigo don Bartolomé
Cifra y fueron testigos del acto de otorgamiento de sus últimas voluntades don
Miguel de Cámara, quien firmó en su nombre, por tener la mano derecha rota; don
Matías y don Carlos Guigou; don Francisco Noda; don Francisco Estrello; don
Romualdo García-Panasco y don Manuel Sansón y Tapia. Dejaba por universales y
únicos herederos a sus dos hijos don José y don Ángel Crosa [7].
Doña Juana Jorge y Castellano, abuela
paterna
Poco sabemos de doña Juana Jorge y Castellano,
quien debió morir muy joven. Había nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1811,
hija de don Gregorio Jorge y Castellano, de la misma naturaleza y bautizado en
la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Concepción el treinta
de noviembre de 1778, y de su mujer, doña María Antonia Castellano López,
fallecida el veintiséis de enero de 1833. Entre otros hijos, tuvo también el
matrimonio a doña Margarita Jorge, mujer del comerciante catalán don Agustín
Guimerá y Fonts, y madre con él, de uno de los canarios más célebres en el
ámbito de la cultura española y, en particular, de la literatura catalana: don
Ángel Guimerá y Jorge [8]. Los abuelos paternos de doña Juana Jorge fueron don
José Antonio Jorge y Pérez-Corona, nacido en La Victoria de Acentejo, y
doña Josefa María Castellano Perera, natural de San Cristóbal de La Laguna. Los maternos,
don Domingo Castellano Albertos y doña Antonia del Rosario López, ambos
naturales de Güímar.
La
familia Jorge procedía, como queda dicho, de La Victoria de Acentejo y,
originalmente, del pueblo de El Sauzal, donde se había establecido, procedente
de Portugal, Salvador Jorge, quien casó en su parroquia el seis de octubre de
1619, con Francisca González, probablemente también de ascendencia lusitana.
Los Castellano, vinculados al valle de Güímar, y los términos adyacentes de
Arafo y Candelaria, descendían del conquistador Guillén Castellano y por sus
alianzas con los linajes de apellido Albertos y Marrero, de los primitivos
pobladores, entre los que se encontraba el régulo de Abona.
Don Diego Antonio Costa y Carvalho,
abuelo materno
Don Diego Antonio Costa y Carvalho vino al
mundo en Santa Cruz de Tenerife y fue bautizado, en la parroquia de Nuestra
Señora de la Concepción,
el día ocho de septiembre de 1800. Sus padres, don Bonifacio Diego Costa y
Payant y doña Dominga Carvalho de Ocampo, habían casado en dicha iglesia el día
veintiocho de diciembre de 1797. Fueron sus abuelos paternos el capitán de
marina don Andrés Costa y Costa, natural de la república de Génova y doña Bárbara
Payant, nacida donde su hijo, de padre marsellés y madre oriunda de las islas
de Gran Canaria y La Palma.
Don Diego Costa, así llamado, pues rara vez usaba su primer nombre, era marino
de profesión y en calidad de segundo piloto, participó junto a sus compañeros
don Nicolás Franco Cordero, don José Agustín García y don Juan de Herrera, a
las órdenes del alférez de fragata y capitán de puerto don Carlos Adam, en la
defensa que Santa Cruz opuso al ataque naval de la escuadra inglesa al mando
del contralmirante Nelson de Nilo en julio de 1797, encargados del manejo de los cañones violentos, desempeñando bien sus
respectivas obligaciones, según se desprende de la propuesta de
ascensos elevada al secretario de la guerra por el comandante general don Antonio
Gutiérrez, en catorce de diciembre de aquel año [9]. Luego proseguiría su
carrera, llegando a ocupar la capitanía de puerto del de Santa Cruz de Santiago
de Tenerife. Doña Dominga Carvalho, quien a pesar de escribir su apellido con
la grafía portuguesa, era descendiente de franceses establecidos en La Laguna, volvió a casar, una
vez viuda, con el también capitán de mar don José Joaquín de Iturzaeta, pasando
a vivir al puerto de La
Orotava, donde su marido ejercía el empleo de subdelegado de
Marina.
Don Diego Antonio Costa y Carvalho, como ya se ha dicho, era propietario de una
escribanía en Santa Cruz de Tenerife, donde se estableció con su esposa doña
María de los Ángeles de Grijalva y Emeric, después de una larga estancia en Filadelfia.
Doña María de los Ángeles de Grijalva y
Emeric, abuela materna
Doña María de los Ángeles de Grijalva y
Emeric, nació en el Puerto de La
Orotava, lugar en cuya parroquia de Nuestra Señora de la Peña de Francia habían casado
sus padres, don Pedro Grijalva de la
Porta y doña Josefa Emeric Lenard, el día nueve de noviembre
de 1795.
Su abuelo paterno, don Pedro Miguel de Grijalva e Ibáñez, bautizado en
Fuenmayor, de La Rioja,
el día nueve de octubre de 1745, fue contador principal de Pósitos y Alhóndigas
y administrador de la Real
Renta del Excusado. Obtuvo una carta ejecutoria de
amparamiento de nobleza en Madrid, el once de octubre de 1758, a los trece años
de edad, y vino a la isla en calidad de administrador de la Hacienda de los Príncipes
de Ásculi, situada en Los Realejos.
Casó en Los Remedios de San Cristóbal de La Laguna, el diecisiete de agosto de 1773, con doña
Ana de la Porta
y Castejón, hija de M. Jean de Saint André de la Porte y de doña María
Vizcaíno Castejón y Mucso, en cuyas ascendencias se enlazaban familias vascas,
genovesas y andaluzas.
Doña Josefa Emeric y Lenard, fue hija del matrimonio formado por el doctor Jean
Emeric Chauvín, médico de la armada francesa, natural de Tolosa, establecido
definitivamente en el Puerto de La
Orotava, y doña María de la Encarnación Lenard
de Echimendi, cuyos padres, el teniente capitán don José Lenard y Beron [10], y
doña Josefa de Echimendi y Salazar de Frías, eran naturales de Dublín y La Laguna, respectivamente y
la doña Josefa, descendiente de vascos, portugueses y flamencos.
Diego Crosa y Costa: Un guanche
magistralmente encuadernado a la inlgtesa
Hemos abusado de la paciencia de nuestros lectores, con este largo preámbulo
genealógico, con el único fin de establecer los orígenes raciales de Diego Crosa y Costa. En
cifras, podemos añadir, que sus padres eran canarios, como lo eran también tres
de sus cuatro abuelos, el otro, gaditano. De los ocho bisabuelos, uno era
genovés, otro andaluz y seis canarios. Entre los dieciséis terceros abuelos,
encontramos tres genoveses, dos andaluces, un francés, un riojano y nueve
canarios y, finalmente, en la lejana serie de los treinta y dos cuartos
abuelos, un frondoso árbol incluye trece canarios, seis genoveses, cinco
franceses, cuatro andaluces, dos riojanos, un irlandés y un vasco.
La encuadernación
de Diego Crosa, podría parecer inglesa, pero las tripas del libro de sus
orígenes, estaban llenas de referencias a otras muchas nacionalidades.
Zamacois, con los prejuicios frecuentes en la actitud de muchos viajeros
europeos, estaba dispuesto a encontrar en las islas las maneras más toscas y
rudimentarias. No es de extrañar que al conocer a un prototipo de perfecto caballero, le adjudicara la
finura de su trato a la educación inglesa.
También es cierto que el contacto frecuente y secular con la amplia colonia
británica establecida en el archipiélago, hizo que muchas de sus costumbres se
integraran en los hábitos de la burguesía canaria, produciéndose una suerte de
amalgama en los modos, que hace extremadamente difícil distinguir dónde
comienzan o acaban las influencias mutuas.
Uno de esos ritos sociales, compartido por ingleses e isleños, es el consumo
frecuente de whisky, bebida que
en las islas se toma en compañía, con hielo y agua de soda, despaciosamente.
Nada turba su elegancia interior; y el whisky en su boca se hace donaire
y madrigal. Ni un solo momento la luz de su inteligencia parpadea; es como si
su conciencia -toda su conciencia- fuese una brújula. Yo juraría que tras una
noche báquica, nadie en el frac de este hombre encantador ha visto una
mancha... escribe Zamacois en su Silueta del artista.
Es
posible que el poeta Emeterio Gutiérrez Albelo tuviera presente a Zamacois
cuando escribió, en 1954, este soneto [11]:
Epitafio A Diego Crosa
Rebosante de whisky su tintero,
y su pluma, de humor siempre cargada;
alma guanche en un gentleman grabada,
siempre a golpes de artista verdadero...
Periodista, pintor, mimo y coplero,
él nos deja una crónica rimada,
un fulgor de postal iluminada
y un perfil de canario romancero.
Del vivir quiso hacer una pirueta.
Confundió a Dioscorilla con Mussetta;
y a través de su amable juglaría
-a que nunca causó pena ni agravio-
siempre supo tener a flor de labio
una loa, un piropo una folía.
Con ocasión del homenaje que se le tributó en el Teatro Guimerá en 1934,
escribió el poeta Manuel Verdugo otro soneto dedicado a Diego Crosa en el que
destaca, como lo hacen todos cuantos le conocieron, a la par de sus cualidades
artísticas, y su esmerada educación, su notoria predilección por el agua de
vida escocesa [12].
Admirable don Diego de noche... y de día:
no nací para divo, y de veras lo siento,
porque fuera oportuno, llegado este momento,
cantarte un homenaje con aire de folía;
mas recibe esta ofrenda, humilde por ser mía...
En catorce renglones manifestar intentomi devoción
por tu arte, fina gracia, talento
y por lo que hoy es raro: tu afable cortesía.
Ahora, en público, debo revelar una cosa:
que tu tinerfeñismo lo pongo en duda, Crosa;
pues a pesar que al Teide y hasta el gofio cantaste,
y el culto a lo canario que toda tu obra encierra,
nunca te ví en salones bailar el tajaraste
¡y prefieres el whisky al vino de la tierra!
El propio don Diego contribuía a su bien ganada fama de bebedor de whisky, en confesiones como ésta:
Un buen día fui nombrado nada menos que mantenedor en una fiesta literaria, homenaje a la mujer. Celebrábase en la capital de una de las islas más hermosas del archipiélago y como, según malas lenguas, algunos de los oradores que actúan en estos espectáculos suelen cobrar sus pesetillas, recibí un telegrama de la comisión diciéndome: Indique precio discurso. A lo que contesté, lacónico: Botella whisky escenario. Y agradecidos a mis desprendimiento y modestia, recibiéronme como a diputado que visita el distrito: disparos de cohetes, música, comisiones, y después de Mantenedor, mantenido, porque me trataron a cuerpo de monarca, pasando unos días deliciosos, inolvidables. Banquetes tras banquetes; hoy una jira, mañana una playera; hoy un brindis, mañana cuatro. Enronquecido y maltrecho, descansé al tercer día, preparando mi discurso en asonantes endecasílabos y mi garganta con corifina para salir airoso de la empresa...
Señoras y señores: permitidme
que busque en este aprieto una defensa,
no se expresarme en prosa, fue la rima
la vestidura usual de mis ideas
y con ella preséntome en este acto
de exaltación a la mujer isleña.
A la noche siguiente de mi... éxito, recibo la visita
de una comisión aldeana: la señora del alcalde, la maestra y un buen cura
rechoncho y sin afeitar. Éste fue el que habló primero: Como usted es tan
caritativo, sabio y complaciente, venimos a pedir su valiosa cooperación en una
fiesta de caridad que tenemos organizada: sinfonía por un sexteto; un coro de
alumnas con trajes del país, y un discurso de la maestra, también con traje.
-Tendré sumo gusto en asistir...
-Gracias, pero... como usted sabe otros cobran y queremos saber... somos
muy pobres... ya usted me entiende...
-Entendido; pregunten lo que he cobrado anoche en la capital y lo mismo
cobraré a ustedes.
Y me lucí en la fiesta, presentándome en un diminuto
escenario, al fondo de un salón repleto de gente aplaudidora y agasajadora.
Benahoare, Benahoare,
la libertad te robaron;
ya de tu rey la corona
cayó al suelo hecha pedazos...
Y yo también me caí, pues aunque la leyenda era
triste, el público se reía a carcajadas mientras yo, creyendo que el presbítero
hacía burlas a mi espalda, volví la cabeza y me encontré, en medio del
escenario, sobre una mesita con tapete rojo, un Apollinaris y...
la botella de whisky.
- ¡Son mis honorarios, señores...!
- Y se acabó la leyenda y luego, el whisky [13].
Leoncio Rodríguez, compañero en tantas aventuras literarias y editor de varios
de los escasos libros
impresos
del poeta, en el Perfil de Diego Crosa, que publicó en su periódico La Prensa,
en agosto de 1950, relata la anécdota siguiente:
Crosa, como todos sabemos, tuvo siempre su doble: la
copa de whisky. Donde él se hallaba, solía estar siempre un frasco de la rubia
bebida escocesa.
Tales antecedentes dan más relieve al caso que vamos
a referir.
Crosa y Manuel Verdugo, contrariando sus hábitos de
poco o nada madrugadores, se habían dado cita una mañana en las afueras del
Círculo Mercantil, junto a una de las lujosas tiendas de los Indios. Iban a
ejercer sus funciones de jurados en un concurso literario organizado por el
Taller Patriótico que dirigía don Pelayo López y Martín Romero. Puntuales al
encargo, procedieron al desempeño de su cometido, bastante difícil por el
copioso número de trabajos y poesías presentados al certamen, y ya bastante
después de las dos de la tarde dieron fin a su laboriosa tarea. Redactaron el
acta correspondiente y ultimado el dictamen correspondiente, hicieron sonar los
timbres para llamar al conserje, y como nadie les respondiese no oyeran rumor
alguno en los vastos salones del Círculo, optaron por retirarse tras larga
espera.
Dejaron los papeles sobre la mesa y encima de ellos
colocaron una cuartilla, que ambos redactaron, con el siguiente texto:
Pelayo:
es extraña cosa,
estando
en pleno verano,
tener
a Verdugo y Crosa
juzgando
versos y prosa
como
jueces de secano.
Los dos poetas, sin decir palabra, marcharon a un
café inmediato -creo que al Cuatro Naciones-; pidieron unas copas de whisky, y
ordenaron al mozo que pasara la cuenta al Taller Patriótico.
Al fin apareció don Pelayo López, medio consternado, y
todo se arregló amistosa y satisfactoriamente,
pagando los whiskys.
Su íntimo amigo Ramón Gil-Roldán, creía saber distinguir entre las dos
personalidades de Crosa; por un lado, Crosita,
la figura popular que mantiene el tipo a toda costa, el arquetipo de bohemio
seductor y mundano, por el otro don Diego, el caballero que sobrelleva, a duras
penas, una vida llena de economías y disimulada pobreza. Y de ambos habla en
este soneto, leído en el homenaje que se tributó al poeta en 1934 [14]:
Yo se lo que es Crosita y lo
que es Diego Crosa.
Crosita es risa clara que
todo lo consuela;
coplero
de la broma y de la bagatela;
poeta
de alma triste y de parla jocosa.
Su
alter-ego, don Diego, es más
donosa cosa.
Es
la tierra canaria, toda luz de acuarela;
Clavileño
o Pegaso que sin espuela vuela,
alado,
igual que el águila y que la mariposa...
Por
el bien que has sembrado en el surco labrado
de
esta tierra bendita, por cuanto te ha inspirado
y
cuajaste en tus coplas ardidas de emoción.
Que
la mujer canaria te ofrezca palpitante
la
impoluta blancura de nieve del semblante
y
el fuego que crepita dentro del corazón.
De
estos dos don Diego, nos habla Zamacois, describiéndole como de mediana estatura, enjuto, flexible,
prodigiosamente dotado de esa cualidad victoriosa que en la jerga de bastidores
se denomina don de público, este hombre calvo, de ojos apicarados, de labios
finos, a la vez hilarantes y amargos, y de manos pulidas, hubiera sido, a
proponérselo, un actor excepcional, transformista o caricato, a lo Frégoli o a
lo Paravicini; porque él, antes que el retrato de una persona ve su caricatura.
Más que en su obra, a Diego Crosa conviene estudiarle a través de su propia
vida -que ya va siendo larga-, y en la cual, como en los almanaques de pared,
todos los días hay una anécdota y una sonrisa. Su espíritu, asombrosamente
polifacético, conoce, si no el soplo -siempre algo triste- de la verdadera
inspiración, sí todas las muecas y piruetas de la gracia. Según las
circunstancias lo dispusieron, Crosa acertó a ser dramaturgo aplaudido, o
caseur amenísimo, o periodista de caudal vena cómica, o poeta autor de romances
y de folías, que hoy, en todas las islas del archipiélago canario, se canta de
memoria. Posee, además, la capacidad de improvisar en verso, sin tropiezos ni
fatiga, durante horas; baila bien; hace juegos de manos, y, sin saber idiomas,
remeda con sorprendente exactitud tipos de todos los países. En los banquetes,
a la hora ruidosa y feliz de la sobremesa, la presencia de Crosa es
indispensable. Si no está allí -casualidad inverosímil-, se indaga su paradero;
se le llama por teléfono; se le envía un automóvil para que vaya enseguida; y
cuando aparece -porque siempre aparece- en el comedor resuena un aplauso.
Mundano, locuaz, campeón en el arte de la réplica, reparte sonrisas y apretones
de manos; acepta cuantas copas de champagne se le ofrecen... -acaso por su
propia iniciativa se sirve alguna- y en seguida el rostro afeitado le
resplandece, y es como si su alma, vestida de cascabeles, se hubiese bañado en
la alegría de todos. Entonces inventa farsas, se sienta al piano, imita tipos;
sus parodias de la mistress que canta, y la del virtuoso alemán, son dos
caricaturas ejemplares.
Pero el novelista concluye su retrato destacando la faceta de artista plástico
de Crosa, más allá de su labor literaria, de la que apenas pudo tener conocimiento,
dado que, en la fecha en que se conocieron, poco, muy poco, había publicado el
poeta. En la mocanera, Leyenda
canaria, en 1903. Las comedias de costumbres Isla
adentro y Senderos, impresas en 1910 y 1923 respectivamente, año
este último en que dio a la estampa la primera entrega de sus Folías [15]. Ciertamente no era una obra
-por lo escueto de su volumen- sobre la que el escritor pudiera emitir un
juicio sin arriesgarse en extremo. No tuvo Diego Crosa la fortuna de ver sus
obras editadas en libro. Una segunda edición de Folías y algún que otro folleto autobiográfico, el resto
permaneció inédito o disperso en revistas y periódicos. Tal es el caso de Romancero Guanche, una de las piezas
literarias que, probablemente, haya padecido más intentos frustrados de
publicación, en lo que a la segunda mitad del siglo XX se refiere.
Continua
en la entrega siguiente.
Quiero testificar sobre cómo me curaron del herpes. He estado viviendo con esta enfermedad durante los últimos 11 meses, he hecho todo lo posible para curar esta enfermedad, pero todos mis esfuerzos resultaron abortivos hasta que conocí a un viejo amigo mío que me contó sobre un médico a base de hierbas llamado Dr. Oniha, dijo. Me dijo que el Dr. Oniha tiene cura para todo tipo de enfermedades, aunque nunca creí en eso porque creo que no hay cura para la enfermedad del herpes. Pero decidí intentarlo cuando contacté al Dr. Oniha, me dijo que tiene una cura para el herpes que curó con hierbas medicinales. Ordeno la medicina a base de hierbas, que el Dr. Oniha me envió a través de un servicio de mensajería que utilizo y ahora he aquí que el herpes se ha ido y ahora tengo mi vida de regreso, si estás ahí viviendo viviendo con esta enfermedad, me agradarás para contactar también al Dr. Oniha y curar esta enfermedad de su cuerpo. Soy un testimonio vivo de la cura herbal del Dr. Oniha. Gracias una vez más al Dr. Oniha por ser enviado por Dios. contacte al Dr. oniha a través de su información de contacto.
ResponderEliminarCorreo electrónico: onihaherbalhome@gmail.com
Número de Whatsapp: 1 (6692213962.
Sitio web: www.onihaspelltemple.com