a baja del mar.
«El capitán Mananidra, canario, bajóse a la costa de la mar, y en vna baxa que está cercada de agua, junto a donde auía subçedido la [de]rrota de la Matança, el y la gente de su compañía se hecharon a nado huyendo de los guanches, para guarecerse y escaparse en aquella baja y peñasco, y a la pasada andava nadando en la mar vn pescado que dizen marrajo o tiberón, de veynte picas de cumplido e muy grueso, que thenía como los demás pescados desta manera siete órdenes de dientes muy agudos, a manera de sierra, e hizo daño e mató a la pasada algunos de los soldados de Maninidra, auiendo de bolber a nadando a tierra. De ay a dos días dixo a sus compañeros que los auía sacado de su natural y le pesaba que les hubiese subçedido mal, y le acresçentaba el pesar viendo que aquella bestiafiera marina auía despedaçado y comido algunos de sus compañeros; quél se quería salir a matar con ella, y quel pescado, mientras se ocupaba en despeedaçallo a él, podían sus compañeros pasar seguros y en salbo. Hiéndole a la mano sus soldados, y no pudiendo quitalle de su porfía, sé rrebolbió al braço yzquierdo vnos pellejos, vna capa, y con vn puñal en la mano derecha se fue al pescado, y el pescado con grande ympetu y bibeça le arremetió y acometió, y le metió el braço yzquierdo en la boca que trahía abierta ençima del agua y llebó al Maninidra debajo del agua muy rrepentinamente, y con el puñal que llebaba dióle muchas heridas por la barriga y lo mató con mucho ánimo, avnque sus compañeros estaban con gran themor de no verlo más a su capitán, crehiendo que la sangre delpescado con que se theñían las aguas hera de las carnes de su capitán; y alcançada la vitoria de la bestia marina, se olgaron muy mucho, e pasaron el agua nadando sin rriesgo ninguno, con mucho contento del triunfo y victoria alcançada de aquella bestia marina y pescado tan monstruosso» (Anónimo, 1935: 79-80).
Esta mezcla de grandes nadadores y valentía también la tenían los habitantes de Tenerife, pues durante la conquista «los guanches con gran coraje entraban hasta dentro del agua y serca de las lanchas tras de ellos» (Ovetense, 1639-46/1978: 166).
No obstante, también utilizaban esta habilidad para comerciar, y así, en el puerto de Gando de Gran Canaria, «un gran puerto que está entre Telde y Agüimes (...) el bote se acercaba a la tierra (...) entraban en la mar y venían a la barcaza como antes y traían sus cosas», canjeando sus productos, «les traían abundantes higos y sangre de drago que cambiaban por anzuelos de pesca y por viejas herramientas de hierro y por agujas para coser»
(de la Salle, 1404-19/1980: 40).
Maria
Gomez Diaz
Enero
de 2014
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