Carta náutica de
Arlett, 1834. La “Baja de Gando” aparece con el nombre “Piedra a flor de agua”
(Foto cedida por el autor del artículo)
Ilustra nuestro último relato sobre los naufragios
provocados por la “Baja de Gando” el mapa batimétrico de Arlett de 1834, donde
se refleja fielmente la existencia del celebérrimo escollo marino al que da el
curioso nombre de “piedra a flor de agua” y que fue nuestra introducción al
primer relato sobre el accidente del Senegal en 1880.
Esta caprichosa “piedra”, rodeada en su contorno en el
fondo marino por innumerables restos de barcos siniestrados ha sido
protagonista durante noventa y cuatro años de multitud de accidentes que una
vez seleccionados, durante dieciséis semanas hemos relatado a modo de capítulos
de misterio y aventuras pero siempre fieles a las fuentes documentales que
durante toda una vida hemos ido recopilando y que esperamos haya tenido una
aceptable acogida por el público lector.
Durante cuatro meses navegamos con mar bonancible por la
páginas de “Telde actualidad” sin que ninguna “Baja” se haya interpuesto en
esta singladura literaria que hoy toca a su fin llegando a buen puerto.
Como epílogo a estas historias y en la que hoy nos toca,
al tratarse de un hecho relativamente reciente, hemos contado no solo con la
consulta de fuentes documentales escritas, sino con el testimonio oral de una
persona que estuvo presente en las operaciones que se llevaron a cabo para el
reflotamiento del buque hundido que habiendo bajado con su equipo de buceo al
lugar donde se encontraba el pecio contempló de cerca el trabajo de los buzos,
y que de forma apasionada por el cariño que siente por las cosas del mar nos
contó en entrevista personal su experiencia. Se trata de D. Manuel Fernández
Sarmiento cuyo testimonio es parte de lo que hoy narramos.
El Nueva Unión
El pesquero Nueva Unión había sido construido en el año
1967 en los astilleros “Arriola Hermanos”, de Ondárroa, para la Cooperativa “Productos
Pesqueros Pablo VI”. Las principales características del pesquero perdido eran
las siguientes: tonelaje bruto, 119; neto, 43; eslora, 23,50 metros; manga,
6,72; y puntal, 3,25. Sus máquinas de gasoil tenían una potencia de 400
caballos, que le permitían una velocidad de servicio de 10,2 nudos.
El accidente
El motopesquero español Nueva Unión en compañía del
también motopesquero llamado Reina de la misma matrícula regresaban al puerto
procedentes de la pesca en el Banco Sahariano, navegando ambos en pareja. Sobre
las 9.30 de la noche del 4 de Noviembre de 1974, el Nueva Unión embistió de
proa contra la “baja de Gando”, quedando empotrado entre sus rompientes. La
famosa “baja de Gando” cobraba una víctima más que añadir a los muchos barcos
que se habían perdido en ese peligroso lugar del litoral sur de la Isla en las costas teldenses.
Todos los tripulantes fueron recogidos por el Reina, que
sobre la medianoche arribó al puerto de La Luz procediendo al desembarco de los náufragos.
Poco después del encontronazo el pesquero se hundía encontrando su tumba a una
profundidad de 27 metros.
Esa misma noche partió para el lugar del accidente la
corbeta Nautilus de la Armada
española, y un helicóptero del S. A. R. de la Base Aérea de Gando. A
primeras horas de la mañana del día siguiente un grupo de tripulantes a bordo
del Reina acudieron al lugar del siniestro, pero ya el Nueva Unión se había
hundido totalmente.
Inútil salvamento
El pecio fue adquirido por la empresa de recuperación de
barcos hundidos “Rescate S.L.”. El trabajo de rescate se realizó con enormes
hidrolines. Cuando se efectuaron los trabajos las redes salían del barco y
llegaban a la superficie, las cañas de bambú utilizadas para la pesca del atún
amarradas con cordeles al barco hundido flotaban verticalmente a media agua en
un extraño espectáculo marino, todo ello en un mar azotado por fuertes
corrientes.
Un buzo se encargó de sacar los atunes que llevaba en su
cámara, que inflados por la descomposición hacían un veloz viaje a la
superficie, saltando dos o tres metros al aire.
El fuerte hedor del pescado en descomposición se
apreciaba en el ambiente.
Con la fuerza ejercida por los potentes hidrolines el
pesquero salió a la superficie al tiempo que los buceadores que se encontraban
en el barco de rescate saltaron con sus equipos para insuflar aire a los
hidrolines intentando conseguir que el barco se mantuviera a flote, pero no
hubo suerte y el buque se hundió nuevamente. Dos veces más se intentó el
reflotamiento con resultado fallido, si bien fue arrastrado más cerca de la
bahía donde fue desguazado bajo el mar.
Como anécdota tenemos que indicar que cuando se
encontraba a 27 metros de profundidad uno de los submarinistas que trabajaba en
las tareas de reflotamiento sufrió una avería en su escafandra teniendo que
subir a la superficie a pulmón libre. La tristemente famosa baja de Gando
volvía a estar de actualidad.
Casi un siglo había transcurrido desde que el Senegal
tuvo la desgracia de encontrarse con la
Baja y a pesar de todos los adelantos modernos en la
navegación, de forma inexorable la “roca” continuaba con su tarea.
A modo de
conclusión
Con este relato finalizamos esta serie sobre naufragios
en la costa de Telde donde el auténtico protagonista ha sido la “baja de
Gando”, un capricho de la naturaleza que ha dado lugar a estos acontecimientos
que hoy ocupan un lugar preponderante en la historia marítima de las islas.
(Rafael Sánchez Valerón, 2010)
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