EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL,
DÉCADA 1831-1840
CAPÍTULO XLIV-I
Eduardo Pedro García
Rodríguez
1831.
(En Canarias), Dar a luz sin estar casada se
tiene por una gran vergüenza, especialmente en las
comunidades urbanas y, sobre todo, si el entuerto no se compensa con una boda a
toda prisa. De cualquier manera, los casos de infanticidio no son tan
habituales como se podría creer, aunque muy
frecuentemente los hijos habidos fuera del matrimonio, que
son bastantes en el curso del año, se abandonan como
expósitos a las puertas de las iglesias y en otros lugares. Más a
menudo se recurre a medios infames, para deshacer las consecuencias de ciertas
intimidades; y esto es tanto más fácil, cuanto que, en el campo, son muy bien conocidas las plantas y hierbas, por
medio de las cuales se puede
conseguir tal cosa, y, en la ciudad, nunca faltan viejas que, además de
la alcahuetería, sigan practicando impunemente ese reprobable oficio, para escarnio de las leyes.
Sin duda, las
costumbres son incomparablemente más puras en el interior de las Islas que
entre los habitantes de las zonas portuarias y de las ciudades
más grandes, donde el contacto con extranjeros y la confluencia de muchos
holgazanes y de la peor gentuza han corrompido mucho las costumbres
en todas las clases sociales. El pueblo llano de las ciudades se puede
comparar, en algunos aspectos, con los lazzaroni de Ñapóles. Esta gente
no siembra, ni cosecha; sin embargo, nuestro Padre celestial los alimenta
a ellos y a su numerosa prole, la cual, en verano, anda desnuda mugrientos
y está llena de todo tipo insectos. Al mediodía se tumban hombres y mujeres en la
calle, delante de las casas, ocupados en buscarse los piojos de la cabeza, servicio que tanto aquí como en la Península se considera una obra de caridad. En ambos sexos de esta
clase social reina la más abominable
depravación. Las mujeres se dan, por regla general, al aguardiente, y se les ve, a veces, tambaleándose
por la calle borrachas, armando ruido
y peleándose. A esta categoría pertenecen también las mujeres públicas,
que, por las noches, salen de sus escondrijos y se ofrecen a los paseantes con
una desvergüenza difícil de igualar. Pero, ¡ay de aquél que se deje atraer por su engañosa seducción! Pues, para decirlo como
Goethe, habrá de lamentarse enseguida de la serpiente, que... "acecha entre las rosas del placer. (Francis
Coleman Mac-Gregor, [1831] 2005:133-134)
1831.
Todo en el mundo tiene su pro y su contra, viéndose aquí esta máxima asaz bien comprobada. La sequedad del país
(Lanzarote), sus vientos continuos y molestos, se compensan por la seguridad,
buen fondo y excelencia del puerto, igualmente que por la
abundancia de pescados de todas calidades y
tamaños con la facilidad de cogerlos que presenta.
El
prospecto de la
Historia Natural de las Canarias, escrito por los SS. P. Barker Webb y S. Berthelot, pág. 5, dice:
Que hay en sus mares muchos peces nuevos,
otros que sólo se pescan en las costas de América, otros
en el Mediterráneo. Y como la isla de Lanzarote es a mi conocimiento la que más sobresale en esta riqueza ycthyotica, a ella la podemos aplicar la excelencia. Pero es
cierto, que a pesar de ser muy
sanos, no es su gusto tan sabroso como el del norte de Tenerife, Canaria y aun de Lanzarote misma, por estar
experimentado, que en las costas del sur de nuestras islas, no son tan
buenos ni tan gordos. Otro tanto sucede con los variados y abundantes mariscos.
Aconteciendo el revés de los frutos de la tierra, puesto que los producidos en las bandas del sur de ellas, siempre
son más pesados, sabrosos y
substanciosos.
Se pesca con
cañas, liñas, nasas, tarrayas, chinchorros, y levantando charcos. Esta frase
y curiosa operación, merece explicarse para que se entienda. El gran Charco de S. Ginés, el
cual se halla atravesado por una pared de piedra seca. Recorren y
levantan ésta a la marea vacía, de modo que lleno el mar, pueda pasar un poco
más alto de dicha pared. Entonces entran los peces naturalmente, y descuidados se quedan dentro aprovechando las orruras de la ribera. Baja el mar saliéndose por
entre los agujeros cicla piedra seca, pero como el pescado ya no puede
hacer lo mismo, se queda en seco y lo recogen en canastas. En otros distintos
charcos menores y caletas, por ciertas
épocas del año se practica la misma maniobra.
Pero de tiempo en tiempo hubo aquí otro entretenimiento singular con la pesca o apañada de toninas, cuyos
peces dan vuelta de O. a E. de esta
isla en días de mucha calma. Era uso, que el primer barquito que las descubría
pusiese una banderita y se presentase delante
del puerto, a cuya señal todos los barquitos salían al instante a todo remo,
llevando en la proa un hombre armado con una palanca o piedras. Formaban se en media luna, e iban apaleando el agua y arrojando guijarros a dichos peces que son
muy tímidos, para obligarles a entrar por la
barra del arrecife. Conseguido esto, les
seguían estrechando cada vez más, se amarraban los barquillos unos a otros formando cordón, y ponían también otra
lanchita debajo del puente para impedir
que se escapasen por allí, aunque para
intimidarlos solía bastar la sombra de la misma gente que sobre su muralla se reunía a este útil barqueril
espectáculo. En tal disposición, esperaban a que bajase la
marea, y llegada la hora, entraban dentro
del circo tres o cuatro barquillos de los menores, cada uno con su arpón, manejado por un marinero
diestro quien lo lanzaba desde la
proa contra la tonina que más cerca le quedaba, dándola cuerda a manera de como se hace con las ballenas, para que se fuese cansando y desgarrando. Algunos otros
hombres iban armados de grandes hachas
por la ribera, para luego que dichos peces fatigados del arpón llegaban a la playa darles hachazos hasta acabarlos: Cuando otros de los nadadores más ágiles
con un cuchillo en la mano,
se montaban a horcajadas sobre el pez, agarrados con la izquierda del aletón, y con la derecha le iban acuchillando hasta matarlos.
Las toninas, que
algunos también llaman botes, y que ni uno ni otro nombre sea el verdadero, es de la clase de los cetáceos, su
tamaño de una y media a dos varas de largo, y cosa de dos tercias de diámetro
cerca de las ventrechas; cuero liso, color blancazo por el vientre, y azulejo
sucio por el lomo, cola y aletas. No es ofensivo, ni se defiende sino
huyendo, pero como sólo aguanta el mismo o menos resuello que el hombre, este
prevalido de tal accidente le descubre a flor del agua, asusta y mata. Dan
grandes bramidos cuando están heridos, que
parecen bueyes, y algunas de sus hembras suelen abortar en la tropelía. No
obstante, sus fuerzas son extraordinarias, pues cuando están con las
angustias de la muerte ya varadas en la playa, despiden coletazos tan fuertes que al barquero que las da los hachazos cada vez que no rehuye el cuerpo le echan a
tierra como nada, pero el caído regularmente se levanta riendo, y en despique
redobla el vigor de sus brazos.
Después de
muertas, se repartían con igualdad entre todos los barquillos que habían
asistido a la faena, y a S". Ginés patrono de la parroquia se le donaba
una parte igual a cualesquiera de ellos, como también
si sobraba alguna de pico, no se dividía, sino que era para el santo.
Cada barquero conducía las suyas por lo regular al islote del Quebrado, para que no diesen mal olor cuando
hacían el aceite que extraen de la grosura,
la cual es de cosa de cuatro dedos de grueso, y blanca como la del cerdo. Dicho aceite es muy limpio, da buena luz sin
humo, y de la pulpa se hacía tasajo que comían aquellos naturales y no
tenía mal sabor.
Una de las veces que mataron estos animales, cierto caballero del
apellido Travieso, desde el puente donde estaba con muchos espectadores, creyendo contribuir a la matanza,
disparó un fusil con bala a una de las toninas que rápidamente venía nadando
hacia dicho puente, la dio en la cabeza, la bala rechazó, y pasó a un
muchacho el cual quedó muerto junto al
desgraciado tirador que se quedó estupefacto!
El mayor número que se ha solido coger ha sido sesenta, y de ahí
abajo. Pero una ocasión, sólo tres o cuatro, (a principios del año 1807)
y habiendo dado al santo la más pequeña, dicen que se agravió y no permitía que volviesen con frecuencia a pasar
al alcance. Puesto que algunas veces que se intentaba volverlas a entrar en el
puerto fallaba el lance con cuyas casualidades fue fácil afirmarse esta
barquera creencia. Mas, imagino, que como
los peces viven muchos años, según
dicen los naturalistas, algunas toninas que escaparon en las últimas
apañadas pudieran existir escarmentadas que sirviesen de cautas guías a su grey. En fin, en el mes de enero
de 1829, parece que depuso el santo su resentimiento, cesando el
entredicho, y hubo otra considerable matanza
de cosa de 40, de dichos peces. Y unas 16, el de 1831. . (J. Álvarez
Rixo, 1982:87 - 91)
1831.
Los
canarios son comedores de gachas, como decía Plinio de los antiguos
romanos. El alimento fundamental del hombre
corriente, y que ocupa el lugar del pan, es el gofio, hecho de granos de
cebada, trigo o maíz, que se
tuestan al fuego y, luego, se muelen. Este gofio puede comerse bien
tomando un puñado, sin más ingredientes, de esta
harina tostada, bien con pescado salado y cocido, carne, queso, frutas,
papas y otras verduras, o bien amasado sólo con agua. Con un zurrón lleno de gofio,
una calabaza hueca con agua, una manta de tejido basto y algo de tabaco en sus alforjas, camina el
canario por toda la isla con su cayado en la mano, sin preocuparse de
buscar un alojamiento para la noche, ya que, en el peor de los casos, le puede
servir para ello la primera cueva adecuada
que encuentre. Sin embargo, a muchos isleños, sobre todo a los de La Palma, La Gomera y El Hierro, les
falta, a menudo, incluso ese sencillo alimento, de manera que se ven obligados,
durante gran parte de año, a ayudarse
con un pan confeccionado a partir de raíces de helechos las cuales, una vez secas, molidas y mezcladas
con un poco de harina di centeno, se hornean para hacer pan. En
Lanzarote y Fuerteventura la gente pobre
llega a comer incluso, en años de escasez, las semillas de una especie de barrilla (Aizoon canariense), molidas
como gofiov. Durante la
época de fructificación, una gran parte de la población se alimenta de higos, principalmente de los higos de Indias o
higos tunos, que se dan muy bien
incluso en las regiones más áridas y que, secos, proporcional un
alimento sano y sustancioso. El pescado salado y las papas, junto con una salsa de vinagre, aceite y pimienta española,
llamada mojo, constituyen un exquisito manjar para la mayoría de
los canarios. La bebida usual es el agua,
para la gente del campo, y el vino, para los de la ciudad; sin embargo, en algunas Islas, sobre todo en las dos
más orientales, se acostumbra,
desgraciadamente, a beber aguardiente. Entre las clases altas domina la
cocina española y el plato más importante es el puchero, compuesto
esencialmente de carne hervida, papas, garbanzos y otras verduras, todo ello cocido con un trocito de tocino;
los restantes platos dependen del antojo del que cocina y constan
normalmente de un asado o de compuestos,
muy especiados con tomate. Durante
la hora del almuerzo las dos de la tarde, está cerrada la puerta de la
casa. En la mesa no puede faltar un espantamoscas. Antes de beber agua, se
suele comer golosinan Se suele ser moderado
en el consumo del vino. La siesta tras el almuerzo es lo
habitual. (Francis Coleman Mac-Gregor, [1831] 2005:134-135)
1831.
La
cochinilla se introdujo y empezó a propagar en la isla de Lanzrote
lo mismo que en todas las Canarias después del año 1831; v
ya el de 1839, la exportación que se hizo por el Puerto del Arrecife fue
así, tanto de este artículo importante como de los demás que se veían.
Para España 148 libras de cochinilla
cuyo valor en rvn. Es
id. 605 fanegas de judías ..............................
id. 9 quintales de orchilla ...............................
id. 6.620, dichos de barrilla............................
id. 576 fanegas de trigo ................................
Para el
extranjero 50 quintales de orchilla..................
id. 400,
dichos de musgo ..................
id. 43.414,
dichos de barrilla...............
(José A.
Álvarez Rixo, 1982:206-207)
1831. El Presidente de Venezuela Páez llama a los canarios en
exclusiva a poblar los fértiles campos venezolanos como sustitutos de los
esclavos negros. Una corriente migratoria de familias canarias se estableció
especialmente en los años 40. Su influencia fue tan decisiva que jugaron un
papel crucial en la
Guerra Federal. Tras la paz vivió su época dorada en el Gobierno
de Guzmán Blanco. El auge cafetalero y la crisis bélica cubana la favorecieron
en una etapa de grave depresión en la colonia de Canarias tras el crac de la
cochinilla. La trascendencia de ese contingente fue tal que entre 1874 y 1888
de los 20.827 inmigrantes registrados 14.403 eran canarios. En el último
decenio del siglo, a pesar de la crisis cafetalera desde 1893, siguieron
acudiendo para huir del servicio militar por la Guerra en Cuba. Serán los
años en que Secundino Delgado publique El Guanche.
1831.
Inmediatamente
después del sometimiento de las Islas (Canarias), la parte más aprovechable
y mejor del suelo existente fue repartida, con la autorización de la Corona (de Castilla), entre
los que habían contribuido a la conquista como recompensa por sus servicios,
repartimientos de los que, por supuesto, también se beneficiaron las iglesias y
los conventos. Por esta razón, la nobleza y el
clero poseen, actualmente, la mayor parte del suelo y, en relación a ellos, hay
pocos propietarios de los estados de la burguesía y el campesinado. Antiguamente, la nobleza solía ceder a terceros aquella
partí; de sus propiedades que no
podía o no quería trabajar a cambio de un modesto censo enfitéutico, del que
proceden los denominados tributos, que tales campos de cultivo,
sujetos al pago de censos, deben satisfacer a su propietario. Sin embargo, después de haber transformado la nobleza, en los
últimos siglos, la mayor parte de sus propiedades en mayorazgos y fideicomisos, ha explotado siempre sus fundos por
medio de medianeros, manteniendo un sistema desventajoso que ha llegado
hasta el día de hoy.
En realidad,
grandes mayorazgos hay muy pocos, y las tierras que los constituyen
están, normalmente, dispersas por todas las islas y, dentro de
éstas, diseminadas aquí y allí; pues extremadamente raras son las haciendas de
varios cientos de fanegadas que conformen un todo unitario, debido a que el
suelo está por doquier atravesado por barrancos y zonas rocosas. El noble
que es propietario, acostumbrado a vivir inactivo en la ciudad, no se preocupa
ni por la agricultura ni por mejorar sus propiedades; de ahí, la deficiente explotación de los campos y el deterioro
absoluto de los edificios en ellos construidos, cuyo aspecto ruinoso delata muy
claramente la ausencia continuada de
sus propietarios, de los cuales son los menos los que se dedican a la agricultura. Estos terrenos rara vez se
arriendan; y si lo hacen, el término
habitual es el de nueve años; y tampoco suele satisfacerse el arriendo en dinero efectivo, sino que se
determina en una cierta cantidad de
fanegas de trigo por cada fanegada de tierra, dependiendo de la bondad del suelo. Dadas estas circunstancias, el propietario
dispone para cada trozo de terreno aislado de un medianero propio, quien trabaja el campo, pone parte de la semilla o
toda, según la tierra sea mala o
buena, corre con todos los gastos de la labranza y parte in natura
el producto de la cosecha con su señor, después de haber satisfecho el diezmo correspondiente. Esta relación no
está vinculada a un determinado
número de años, como el arriendo de tierras, sino que puede ser resuelta en cualquier momento; por esta
razón, el medianero sólo atiende al presente y a su propio provecho,
sin cuidarse de introducir mejoras; y como
su señor tampoco se preocupa en absoluto de ello, se sigue como consecuencia que el valor del fundo disminuye cada
vez más y ninguna de las dos partes
llega jamás a conseguir una cierta riqueza.
La parte del
suelo que está cultivada (según los datos de Escolar, apenas
un 1/7 del total, esto es, 311.662 fanegadas o yugadas canarias de 6.400 varas
cuadradas) es de una fertilidad tal, como suele ser normal en las islas de origen volcánico. En Tenerife, desde
el sureste hasta el sur, esto es, desde Güímar hasta el Río de Arico, el
suelo está compuesto por piedra pómez
desintegrada y por una toba que contiene mucho silicio. En la meseta de La Laguna y en la altiplanicie de Vilaflor hasta
Guía y Arona, predomina la arcilla
roja. Todo el resto del terreno cultivado y la tierra apta para el
cultivo están compuestos por una disolución de arena, escorias y lavas
basálticas, mezcladas, a veces, con arcilla. De semejante naturaleza es el suelo de Gran Canaria, La Palma y El Hierro; en
cambio, La Gomera tiene un suelo casi exclusivamente arcilloso. El
suelo de Lanzarote presenta una mayor variedad, estando compuesto, en
parte, de una mezcla de lavas basálticas
descompuestas, arcilla, arena y escorias, y, sobre todo en las zonas
costeras, de arena calidad, la cual constituye, mayormente, también el componente fundamental del suelo de Fuerteventura.
De acuerdo con su situación, el suelo de las Islas debe dividirse en tres zonas, a saber, la zona de montaña, la de
medianías y la de costa, siendo ésta
última la que proporciona las mejores y más ricas cosechas en los años en que llueve a su debida época.
Por otra parte, se emplea el riego
artificial en los terrenos de cultivo situados en zonas bajas 3 que se
encuentran cerca de torrentes o manantiales, cuya agua se canaliza a este propósito y siendo tales terrenos los más
productivos con mucho pues producen
hasta tres cosechas al año.
Las fincas, que en las islas más
pequeñas se dejan sin vallar, en las islas de
realengo están normalmente cercadas, con una simple mural de
piedras; sin embargo, a veces se utilizan también a este propósito las
chumberas y, sobre todo, las pitas, las cuales resultan espectaculares a causa de la altura que alcanzan en la época de
floración. Y no sólo constituyen un seto muy difícil de atravesar, sino
que también, en tiempos de escasez, sus
hojas, picadas, sirven para alimentar al ganado, además de proporcionar una
tercera utilidad: que se elaboran con sus fibras unas cuerdas muy resistentes.
La manera
como se procede en el cultivo de los campos es, aproximadamente,
la misma en las siete islas. No se usa ningún otro arado que el sencillo arado de
mano castellano, sin ruedas, parecido al que es usual en Provenza, sólo que más pequeño y, consiguientemente, de menor peso. Normalmente se ara la tierra con bueyes y, más
raramente, con caballos o mulos (si
bien, en algunas islas como, por ejemplo, en Langarote y Fuerteventura, se usan también dromedarios), aunque
no profunda porque el suelo no es
difícil. Además de la pala, son la azada y el sacho las herramientas que
más usa el campesino. Con ellos cava el terreno y realiza todas aquellas
labores del campo que se pueden hacer sin usar el arado. De la grada y el rodillo no se sirve jamás, bien por no
conocerlos, bien por considerarlos superfinos; de las demás herramientas
propias del agricultor posee únicamente las más necesarias, no teniendo ni idea
de la existencia de las más apropiadas.
Como la mayoría de los campesinos poseen
poca tierra, no necesitan mantener bueyes para arar, viéndose, así, obligados a valerse para tal propósito de yuntas
ajenas, una costumbre que está muy extendida por todas las Islas.
El alquiler
de una yunta de bueyes cuesta, por término medio, de 2 libras y 6 chelines a 3 libras esterlinas por día, sin
contar la manutención del arriero. El jornal de un mozo de labranza es, aproximadamente, de 8 chelines con manutención y de 1 libra esterlina y 2 chelines sin manutención, siendo algo
más elevado durante la zafra. Dicho jornal suele pagarse aquí en trigo,
debido a la escasez de dinero en
efectivo.
El
procedimiento de los isleños en las labores agrícolas es muy sencillo
y consiste, más o menos, en lo siguiente: una vez recolectada la cosecha,
se labra todo el campo, bien dejándolo seco, lo que se llama arar de sequero, bien regándolo, si
hay agua en las proximidades, lo que se dice resfriar la tierra. En
este último caso, unos ocho o diez días más tarde, se le vuelve a pasar el arado (dar hierro) e,
inmediatamente después, se labra de nuevo el campo una vez más,
haciendo, al mismo tiempo, los surcos y
los canales para el agua, pasándose a continuación a sembrarlo. Los campos a
los que no se puede aplicar este riego artificial son divididos en dos mitades,
sembrándose cada año una de ellas. La parte que no se siembra se usa de la siguiente manera: apenas ha caído
la primera lluvia y han salido las
malas hierbas, se labra el campo y se siembra con altramuces, guisantes o judías, que o bien se
recolectan, o bien se dejan como forraje verde para el ganado; después
de esto, el campo queda en barbecho, para
ser plantado con trigo al año siguiente. Si no se lo quiere sembrar con los susodichos frutos, propios del
campo en barbecho, de todas formas se
labra el campo desde que salen las malas hierbas; y, a su debido tiempo,
se ara el terreno una vez más y se planta millo de sequero o, simplemente, se lo deja en barbecho. En ambos
casos puede sembrarse el campo con trigo al año siguiente.
Aunque, en
las Islas, se está todavía muy lejos de preparar y conservar el estiércol
que sirve de abono con el mismo cuidado que en otros países, sin embargo a este asunto se le presta mucha mayor atención en
Tenerife y Gran Canaria que en las demás islas.
Con este fin
y habida cuenta
la escasa ganadería de las Islas, se recoge todo el estiércol que se puede de los establos de los caballos y del resto
del ganado y de los gallineros,
además de las inmundicias de las casas, y se amontona todo en un rincón
de la finca, para que se pudra allí y poder ser, después, extendido sobre los campos de cultivo.
Cerca de
las ciudades suele cubrirse este estiércol con una capa de tierra de cuatro a
cinco pulgadas de espesor, que suele
mantenerse húmeda echándole, de vez en cuando, un poco de agua, sin dejar que escurra. Si se utilizan excrementos
humanos, se mezclan éstos, primero, con mucha tierra y, luego, dicha
mezcla se añade al resto del estiércol e, inmediatamente, se lleva al campo que
se va a plantar con maíz. Igualmente aprovechan los isleños los escombros de
los edificios derruidos, el residuo de las
lejías y las algas que el mar arroja a la orilla; también suelen quemar los
rastrojos para abonar los campos. Sin embargo, los campesinos estiman, particularmente, como un abono muy efectivo
el de la tierra de las cuevas donde anidan las palomas silvestres o donde se encierra a las cabras para pasar la noche, y
lo utilizan, sobre todo, cuando plantan papas. Por el contrario, no conocen ni
el empleo de la marga, que hay en Gran
Canaria, ni de muchas otras clases de abono.
El trigo,
el centeno y la cebada se esparcen al vuelo; de la última no se conocen más
tipos que la romana y la blanca, de las cuales suele hacerse
el gofio que se consume normalmente. Toda la que no se utiliza con este
fin, sirve para alimentar a los caballos, mulos y
burros, a los cuales, en otros momentos, suele echárseles, además, una
cantidad suficiente de espigas de trigo picadas en trozos menudos. De trigo se
cultivan los cuatro tipos siguientes: el castellano, el barbudo, llamado aquí barbilla,
el trigo de invierno y el morisco. Este último es el más apreciado, por ser
el que más grano tiene y por obtenerse de
él un pan que, aunque no muy blanco, resulta
extraordinariamente sabroso y nutritivo. No es raro que de un solo pie de este trigo salgan veinte o más
espigas. En aquellos sitios de las Islas donde no se puede utilizar el
riego artificial, se siembra el trigo in mediatamente después de las primeras
lluvias, a fines de octubre, pero, a veces, también en diciembre, o tan pronto
se perciba que va a llover. Sin embargo, como el obtener una cosecha abundante
depende, generalmente, de la lluvia del
invierno y del rocío de la primavera, pero éstos no siempre se presentan, puntualmente, a su debida época,
resulta que, aproximadamente, de cada cinco cosechas se malogran tres
por falta de agua, salvándose apenas la
sementera, caso que, efectivamente, ocurrió en los años 1815 y 1828. A veces, se produce
el curioso fenómeno de que la semilla que
no creció en un año, en el que la lluvia se hizo esperar, germina al año
siguiente por la misma época, después de que el cielo haya fertilizado las
campiñas. Difícilmente podría suceder esto, si las Islas no se encontraran totalmente libres de gorriones.
Es cosa
corriente que el campesino, llevado por la ambición de obtener pingües
cosechas, siembre las semillas tanto más cerca unas de otras cuanto mejor es la tierra de cultivo, sin pensar
que un exceso tal se muestra justamente como lo contrario a lo que la
razón y la experiencia enseñan. El promedio de una fanegada de 1.600 brazas
cuadradas de un buen suelo de cultivo puede
calcularse en 8 ó 10 almudes o, también, en una fanega de
semillas de trigo. Una fanega de este cereal pesa entre 100 y 120 libras, la cual,
después de molida, produce 9 ½ almudes de harina y 2 1/2 almudes de afrecho. El trigo que producen las medianías es mejor que el de las zonas altas, pero el que aventaja a
todos en calidad es el que se planta
en las zonas costeras, particularmente las variedades de trigo morisco y de invierno. En la comarca de La Laguna existe entre los campesinos,
desde tiempo inmemorial, la curiosa costumbre de sembrar mezclados, en el mismo terreno de cultivo, trigo y
avena, mezcla que recibe el nombre
de trigo avenoso.
Tan pronto
como se ha segado y agavillado el cereal, se envuelve en sábanas
y se lleva a la era en caballos, ya que sólo en la comarca de La Laguna se dispone de carretas tiradas por bueyes para
este menester. Esta era, que suele estar en campo abierto y,
a menudo, a varias horas de distancia, es de forma redonda y
está empedrada. Aquí se amontona el cereal en parvas, haciendo con las gavillas
uno o más círculos del alto de un hombre, cuidando que las espigas miren
siempre hacia el interior, y se dejan así,
durante algunos días, hasta que se trille. Y se trilla bien utilizando cuatro o cinco caballos, que, uncidos en una
fila, lo pisotean, bien empleando un trillo especial2. Si se quiere
conservar la paja con el tallo, se emplea la forma normal de trillar.
Después de haber separado el grano, con el bieldo, de la paja y, aventándolo,
de las granzas, éste suele conservarse, en
las zonas de medianías, en graneros; pero resulta frecuente que no se atienda con la diligencia debida a tapar las
grietas y agujeros del suelo y del
techo, donde moran gorgojos y polillas, que, sin embargo, no se encuentran en las zonas altas. Los agricultores
cuidadosos almacenan su cereal en
grandes sacos de lino y, algunas veces, ponen encima algunas ramas de Bosea
yerbamora, cuyas hojas se consideran un remedio infalible contra los gorgojos. Los campesinos de las
zonas costeras se sirven para este
menester de los llamados silos o fosos cuadrados, cuyo suelo y paredes
están cubiertos de unos tablones del mismo tamaño y revestidos con paja de
trigo. Tales silos contienen de cien a doscientas fanegas y el cereal se conserva, a menudo, largos años, si la
tierra se mantiene seca. Para este
mismo fin, en Lanzarote y Fuerteventura, se utilizan los llamados pajeros, que, a menudo, pueden contener
más de mil fanegas de cereal. En
cuanto a los molinos de cereal existentes en las Islas, los hay de viento
y de agua, pero su número es muy limitado y son pequeños.
Como los molinos de agua no siempre disponen de toda la que necesitan, muchas veces se encuentran parados, sobre todo en las
épocas de sequía. Por esto, tanto los
campesinos como la gente de las clases más pobres suelen servirse de un pequeño molino de mano para
moler el grano tostado del que se
hace el gofio. Como este molino de mano, además del mismo gofio, constituye
el legado más importante que los antiguos guanches han dejado a sus
invasores, estimamos que merece una descripción más detallada. Está integrado
por dos piedras molineras de lava porosa, dispuesta una sobre la otra, y que tienen de 10 a 12 pulgadas de diámetro
y de 2 a 2V2 pulgadas de grosor. La piedra molinera inferior
está fijada en un soporte de madera
o piedra a una altura de tres o cuatro pies del suelo. La superior da vueltas en torno a una clavija de
hierro que atraviesa por el centro a
ambas piedras, gracias a un palo, cuyo extremo inferior se fija en el
borde de esta misma piedra molinera superior, la cual se puede levantar
mediante una argolla que sale de la pared. Un dispositivo muy sencillo, pero que cumple su propósito a la
perfección.
En Gran Canaria y en Tenerife se
cultiva mucho maíz y una buena tierra, donde
se pueda emplear el riego artificial, produce, anualmente, dos cosechas de maíz y una de papas o al revés,
según se empiece con el primero o con las segundas, respectivamente.
Después de haber abonado convenientemente la
tierra, se planta el maíz a una distancia de un palmo uno de otro, metiéndose de dos a tres granos
en cada agujero. Cuando las plantas, que han salido de dos en dos y de
tres en tres, tienen algunos pies de altura,
se arrancan de raíz, plantándose, en el agujero que ha quedado, nuevos granos, los cuales, sin embargo,
rara vez alcanzan un gran desarrollo. Algún tiempo después se arranca el espigón
de las hojas y, tan pronto como
la mazorca cobra alguna consistencia, también se arranca el cogollo, para echárselo al ganado,
al que también le tocan los tallos dobles
y las hojas. La cosecha del maíz que se planta en febrero o marzo y en
agosto tiene lugar en junio y noviembre, respectivamente. Tan pronto como el fruto está maduro y ha sido recogido, se
corta el tallo por la raíz, se guarda
y se usa para echárselo al ganado, cuando se haya acabado la hierba. Luego, en la era se libera el fruto de
las hojas que lo envuelven y, así,
desnudo, se tiende al sol durante algún tiempo, para que acabe de madurar y se seque; después de esto, se desgrana
la mazorca mediante un trozo de hierro o de madera esquinados, actividad
que realizan en común y, generalmente, de
muy buena gana los mozos y mozas del pueblo, pues bromean y se
divierten entretanto. Las mazorcas más grandes y mejores, destinadas a proveer de semillas, se atan y dejan colgadas de
las vigas del techo en las casas, desgranándose sólo cuando se van a emplear.
Los carozos se usan como combustible. El precio del maíz es, por lo menos, igual que el del trigo, si bien,
generalmente, es algo más alto, pudiéndose
calcular su precio medio en unas 10 libras esterlinas por fanega.
Las papas se cultivan en todas
las siete islas, sirviendo de alimento tanto
al rico como al pobre. Las papas negras de invierno se plantan en noviembre
y se recogen en febrero: permanecen cuatro meses en la tierra y son las que más
tubérculos producen. Las papas coloradas permanecen enterradas sólo tres meses, mientras que las papas veraneras se cultivan durante
todo el año. De buena gana se utilizan las papas inglesas y las de las otras islas para semillas, pues todas las
clases son muy parecidas; sin embargo, está extendidísima la mala
costumbre de escoger para semillas las papas
más pequeñas y esmirriadas, porque los campesinos, además de otros muchos prejuicios, abrigan también la
creencia de que las pequeñas son las
que producen más fruto. El precio medio de las papas, cuyo cultivo se ha incrementado extraordinariamente en
los últimos veinte años, es de 5 a 6 libras esterlinas y 8
chelines por fanega.
Con la excepción
de Fuerteventura, el cultivo de la vid es considerable en todas
las Islas, pero, sobre todo, en Tenerife. En esta última isla, los viñedos que
producen el mejor vino están en la costa noroccidental y se extienden desde Tejina hasta Buenavista, zona
en la que suelen ocupar el lado sur
de las montañas en cuyas laderas están plantados. Muros hechos de piedras
sueltas, de dos a tres pies de alto y que se levantan, escalonadamente, a cierta distancia unos de otros,
sirven para evitar que la tierra se deslice y corra. Como las piedras no
están unidas por argamasa alguna, dejan
pasar por medio de ellas el agua de lluvia que baja profusamente desde las
partes más altas de la montaña, sin que quede dañada por ello la viña, cosa que sólo ocurre en ocasiones extraordinarias.
Aquí se cultivan las vides bien apoyando sus cepas en rodrigones, bien
tendiéndolas sobre un armazón de cañas y listones; y, por otra parte, pueden
verse en largas filas de emparrados o, simplemente, con sus pámpanos extendiéndose por el suelo. Se las suele
plantar en hondonadas, que son
excavadas con este propósito allí donde haya lava y grietas en las rocas.
Cuando se podan, lo que se hace entre finales de enero y principios de
marzo, se deja a cada una de ellas dos o tres yemas, después de haber cavado
primero el terreno con la azada. En abril se limpian las cepas y se arrancan las malas hierbas que hayan crecido. En
junio o julio se levantan del suelo los sarmientos y se sujetan en alto, para
que no se achicharren en el suelo recalentado por el sol. La última operación
consiste en aclarar las filas y
extender los sarmientos cargados de uvas, para que todos ellos aprovechen por igual la beneficiosa
incidencia de los rayos solares.
Donde las circunstancias lo permiten, se usa también el riego artificial;
sin embargo, las uvas que no se riegan son las que producen el vino mejor y más fuerte. La vendimia empieza a
principios de septiembre y se prolonga
hasta bien entrado octubre, según la naturaleza del lugar en que estén situados los viñedos. En la vendimia
no se suele operar, cu general, con el cuidado y la limpieza requeridos. Así,
por ejemplo, no se pone ningún
reparo en mezclar, en la recolección, uvas maduras y verdes, buenas y podridas, juntándolas todas. Cuando se
pisa la uva se procede con la misma
negligencia y no resulta raro que se mezclen distintos montos, aunque algunos ya hayan empezado a fermentar.
El lagar con todos sus accesorios suele estar lleno de inmundicias, pues
sirve de residencia, durante todo el año y hasta que se lo necesita, a las aves
de corral o a los perros y gatos. Se compone
de un recipiente cuadrado de madera mal labrada, de seis pies de largo
por dos de alto, sobre el que se fija una viga
muy gruesa. Cuando el lagar está casi
lleno, se mete allí una media docena
de campesinos jóvenes, que con los pies desnudos pisan la uva. Despues se
exprimen totalmente los hollejos y el escobajo con ayuda de la viga.
Mezclados con agua y vueltos a exprimir de nuevo originan una bebida ligeramente alcohólica, que se llama aguapié
y que es muy aprecia da entre la
gente del campo. La fermentación del mosto tarda aproximadamente seis semanas.
Sin embargo, los barriles en que se envasa no se limpian ni se arreglan con anterioridad como sería deseable; e incluso, en las mismas bodegas suele estar todo tan sucio y
se encuentran allí tales cosas, que bastarían por sí solas para echar
a perder totalmente el mejor vino que
podría resultar.
De las uvas
de la que se obtiene el vino hay las siguientes clases: la
uva vidueña da un vino seco, muy similar al de Madeira,
que se conoce en Inglaterra con el nombre de vidonia y cuya cualidad
superior se designa con la denominación de "London Particular".
La uva malvasía, oriunda de Grecia, produce o bien un vino generoso,
parecido al anterior y que, a menudo, se mezcla con aquél, o bien el llamado seco o
malvasía dulce, según se recolecte la uva cuando este madura o se espere hasta que empiece a secarse. Además de esto, de la uva listan se logra un vino ligero muy agradable, muy parecido en sabor- a los vinos del Rhin de clase inferior. De otro tipo de
uva, llamada negra molla o tintilla,
se consigue un vino ligero, de color rojo claro, parecido al del sur de Francia
y que en Alemania se usa para mezclar con los vinos de Burdeos. Queremos, ahora, proporcionar al lector un cuadro
sinóptico de los frutos del campo y de
otros vegetales y plantas que se cultivan en Canarias. Las zonas más
fértiles para el cultivo de cereales son, sin discusión, las situadas en las
zonas bajas; y, en los años que cae
lluvia abundante v a su debido tiempo, Gran
Canana, Lanzarote y Fuerteventura producen ellas solas tanto grano que pueden proveer a las demás islán, que
no lo cultivan en tan gran cantidad, por lo
que se considera a aquellas como el
granero de todas las demás. En conjunto, se cultiva todo el cereal necesario
para el consumo anual; sólo en el caso de largas épocas de malas cosechas es preciso importarlo del exterior,
haciéndolo venir desde España, de
forma fácil y barata, en tiempo de paz; pero, si la madre patria está inmersa en una guerra que implique batallas
navales, esto resulta, en ocasiones,
extremadamente difícil. El producto medio total de las cosechas de los mejores frutos del campo, durante el
período de cinco años que va desde 1800 a 1804, expresado en
números redondos y en fanegas, 4Vz de las cuales equivalen a un quarter
inglés de 8 bushels, fue el siguiente:
Tipo de cereal
|
T
|
GC
|
F
|
L
|
LP
|
G
|
H
|
Producto total
|
Trigo
|
97.600
|
51.700
|
39.400
|
28.600
|
19.200
|
8.400
|
500
|
245.400
|
Centeno
|
9.900
|
4.100
|
100
|
5.500
|
11.700
|
2.100
|
2.500
|
35.900
|
Cebada
|
24.900
|
53.400
|
111.600
|
125.000
|
18.100
|
9.600
|
8.400
|
351.000
|
Avena
|
1.800
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
1.800
|
Maíz
|
30.300
|
133.000
|
2.100
|
17.200
|
1.100
|
3.200
|
160
|
187.060
|
Patatas
|
314.000
|
127.700
|
8.000
|
52.000
|
46.000
|
10.000
|
5.000
|
562.700
|
Producto total
|
478.500
|
369.900
|
161.200
|
228.300
|
96.100
|
33.300
|
16.560
|
1.383.860
|
Lo que da
un producto total de 1.383.860 fanegas. Estos datos parecen
un poco optimistas, porque un autor posterior ha tasado el producto de
la cosecha de 1813, un año con un promedio normal, en 1.372.177 fanegas.
Sin embargo, debe tenerse en cuenta que el cultivo
de cereales y papas se ha incrementado tan significativamente
desde entonces, que, actualmente, la cosecha media debe de ascender a un millón y medio de fanegas al año. El precio medio del trigo, de acuerdo con el cual se fija el de los otros cereales, puede estimarse en dos pesos
la fanega, según lo cual el quarter
inglés podría costar unas 40 ó 42 libras esterlinas. Si sube el precio del
trigo, significa que el producto de la cosecha no se considera suficiente para atender a las necesidades del
mercado interior, constituyendo tal subida de precios el santo y seña
para que los comerciantes se apresten a
importarlo de fuera. En cambio, si el precio del trigo cae por debajo de
la cifra mencionada, esto significa que la cosecha ha excedido las necesidades de la demanda, como ocurrió en
los años 1825 y 1826.
Se cultivan muy pocas semillas: linaza se
planta, sobre todo, en Gran Canaria, pero en ninguna de las
Islas en cantidad suficiente para satisfacer la
demanda interna, por lo que las tres cuartas partes tienen que ser importadas del
exterior. Alpiste producen Tenerife y Gran Canaria, pero sólo unos pocos quintales para consumo propio. De
zumaque, que, en parte, crece silvestre y, en parte, se cultiva, se obtienen,
anualmente, de 4.000 a 5.000 quintales para las necesidades de las
curtidurías de pieles. Se cultivan
también en las Islas las hortalizas más habituales, como calabazas, pepinos, coles, guisantes, habas y judías, garbanzos,
lentejas, ñames, lechugas,
pimientos y cebollas y ajos de excelente calidad, aunque no hay huertas
propiamente dichas, siendo que, con mayor cuidado, podría producirse muchísimo más. Pero donde más se nota el
atraso es en el cultivo de los árboles
frutales: se considera que con plantar un árbol frutal ya se ha hecho lo suficiente, sin que haya que
preocuparse más por él, de manera
que nadie piensa en podar los brotes o ramas secos ni en cuidar o atender el tronco. Por esta razón, los más de los
frutales se encuentran retorcidos y
raquíticos, llenos de parásitos y cubiertos de liqúenes y moho, siendo su fruta poca y de mediana calidad; y ello a pesar
de que, si se prestara mayor cuidado y atención en el cultivo de los
árboles frutales y dada la bondad de su
clima y suelo, Canarias podría poseer casi todas las frutas de la Tierra, con la mejor
calidad y la mayor abundancia, pues no sólo se dan muy bien las europeas, sino también muchas de las americanas que se han transplantado aquí. Las frutas más
abundantes, en Tenerife y Gran Canaria,
son las siguientes: manzanas y peras (si bien hay pocas categorías de las clases superiores), membrillos,
cerezas, ciruelas (tan abundantes en
Vilaflor que, una vez secas, se envían a todas partes en la isla), alharicoques
y diferentes clases de melocotones (que se dan muy bien, porque estos árboles
necesitan aquí menos cuidados), moras, almendras, castañas y nueces, higos
(siendo tenidos los de El Hierro por los mejores de todos) e higos chumbos (que crecen en abundancia por doquier), naranjas dulces y limones (que son exquisitos, sobre
todo, en las zonas costeras donde hay cerca agua para poder regarlos),
plátanos (muchos y de excelente calidad).
Otras frutas menos extendidas son la piña tropical, dátiles, granadas,
papayas, guayabas, chirimoyas y algunas otras frutas tropicales. El olivo, que crece silvestre en algunas
zonas, se cultiva, desgraciadamente, muy poco, porque los propietarios
de tierras se quejan de que los fuertes vientos que suelen soplar en la época
en que los olivos florecen arruinan la
esperanza de una buena cosecha; así, en Gran Canaria, y más
concretamente en Agüimes y Temisas, donde se hallan las mayores plantaciones de olivos, pasan, a menudo, dos
o tres años sin que den fruto. Aunque
las aceitunas son pequeñas, producen un aceite de muy buen sabor; sin embargo, la mejor cosecha no ha
superado jamás las 40 pipas. Si se plantaran olivos en los lugares
adecuados y no se los dejara crecer tanto, sino que se los podara a su debido
momento, se lograrían cosechas tan
abundantes como en el sur de Francia y se ahorrarían las Islas un total
de, al menos, diez mil libras esterlinas contantes y sonantes que van todos los años a España para pagar este
artículo de primera necesidad. (Francis
Coleman Mac-Gregor [1831] 2005:197-208).
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