domingo, 5 de enero de 2014

CAPÍTULO XLIII-III





EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1821-1830

CAPÍTULO XLIII-III



Eduardo Pedro García Rodríguez

1823 Agosto 17.
En esta colonia de Canaria llegaba a Abona, Chinech (Tenerife) por error del piloto, el mariscal de campo enviado por la metrópoli don Ramón Polo acompañado de tres tenientes coroneles, ocho capitanes, cuatro tenientes, siete subtenientes y varios sargentos. Desde aquel apartado lugar se trasladó el general a Añazu (Santa Cruz,) llegando a este pueblo el 26 y tomando posesión del mando mientras quedaba Ordovas de cuartel.

Desde el mes de julio de aquel año se había autorizado a los capitanes generales a declarar en estado de sitio sus respectivos territorios y, aunque este decreto no tenía aplicación a las Canarias, el general ordenó sin forma de proceso la prisión de algunos individuos de Santa Cruz. El ayuntamiento de aquel pueblo tomó su defensa y, en medio de patrióticos discursos, acordó protestar de aquellos actos arbitrarios, acudiendo en queja al congreso español.

El general, sin embargo, envió a los procesados a Cádiz, causándoles el perjuicio de lanzarlos fuera de sus domicilios en aquellas azarosas circunstancias.

La rendición de Cádiz y el decreto de 1  de octubre, recobrando el rey su poder absoluto, no llegó a las islas hasta el 2 de noviembre en la fragata francesa Venus. trayendo a su bordo al brigadier don Isidoro Uriarte que venía encargado por el nuevo ministerio de tomar el mando de la provincia. El nuevo general desembarcó en Santa Cruz y, después de ordenar la destitución de todos los ayuntamientos constitucionales y sustituyéndolos por los anteriores a la promulgación del código, remitió a disposición del ministro de la guerra a sus antecesores, Ordovas y Polo.

El 6 del mismo noviembre llegó a Las Palmas la noticia de la restauración del régimen absoluto y, en el mismo día, la reacción apostólica se lanzó a las calles, gritando vivan las cadenas y mueran los infames liberales, derribando el monumento de mármol que se había levantado en la plaza principal, tras echar una soga al cuello de la estatua que coronaba el templete y arrastrándola por el fango de las calles en medio de vociferaciones indignas de un pueblo culto. Hubo individuo que excitaba a las turbas, diciéndoles: "Rompedlo todo, que no quede vestigio alguno de la dominación de esos
negros".

Venía Uriarte provisto de todas las facultades necesarias para imponer una espantosa dictadura en la colonia y, al efecto, hizo imprimir una proclama dirigida a las tropas, en la cual se leían párrafos como este: "Dad gracias al Todopoderoso por este cambio feliz y no reconozcáis más poder que el del rey soberano, más religión que la de nuestros abuelos ni más órdenes que las que, por conducto de vuestros acreditados jefes, dimanen de la soberana voluntad de nuestro adorado Fernando VIl y sus sucesores".

Para festejar el nuevo régimen hubo funciones religiosas, luminarias, repiques y cohetes. La milicia urbana fue disuelta y recogidas sus armas y pertrechos. Los nombres de sus más exaltados individuos se vieron anotados en los registros de la policía y algunos de ellos, temiendo serias persecuciones, se embarcaron secretamente trasladándose a las repúblicas sudamericanas. Justo es, sin embargo, decir que el general
Uriarte, dueño, por decirlo así, en tan triste período de las vidas y haciendas de los canarios, a todos perdonó, no dando curso a las infames delaciones que se le dirigían y velando sólo porque no se alterase el orden. Hubo expedientes de purificación que algunos liberales se vieron en la dura necesidad de solicitar para concluir sus interrumpidas carreras civiles y literarias, encontrando en estos casos un jefe benévolo y complaciente que ya no se acordaba que en meses anteriores se había dado vivas a la libertad. Obedeciendo las órdenes del gobierno se organizó en estas islas la milicia voluntaria, Órgano del partido absolutista, debiendo consignar para honra de la provincia que el número de esta milicia se compuso de veintisiete empleados que el rey tenia en Santa Cruz. (A. Millares t.4, 1977)

1823 Septiembre. La represión económica que con carácter general se lleva acabo en la colonia entre los pueblos que participan en el alzamiento de septiembre de 1823 en Tamaránt (Gran Canaria). Una vez disuelto el alzamiento, la represión militar da paso a la económica. El jefe político Castañón exige a los alcaldes de los pueblos que participaron en las sublevaciones el pago inmediato de ciertas cantidades en concepto de multa para resarcir a la Hacienda Pública «los gastos que la ocasionaron los tumultos y asonadas...», debiéndose cobrar de los «sujetos pudientes que figuraron en ellos». Las multas debían pagarse en un plazo de 48 horas al depositario de Rentas de Winiwuada (Las Palmas) para evitar «el que una parte de mi columna pase a exigirla militarmente
y con mayores vejaciones». Estas cantidades tuvieron que ser adelantadas por los alcaldes y regidores de los ayuntamientos sancionados, quienes debían cobrarlas posteriormente «de los bienes de aquellos sujetos pudientes..., que andan prófugos o que a juicio del ayuntamiento y personas pacíficas tuvieron una parte activa en la rebelión».

Se dio el caso de que alcaldes y regidores debieron solicitar dinero en préstamo para hacer efectiva la multa y con ello obtener la libertad. Recuperar el importe de las multas no resulta fácil ya que muchos de los vecinos se niegan a pagar, sobre todo después de abolida la Constitución en la metrópoli, suscitándose por este motivo litigios en la Audiencia por parte de los alcaldes y regidores de Agüimes, Arucas, San Lorenzo, Telde, Teror y Valsequillo, entre otros.


1823 Septiembre 8. Los elementos reaccionarios, colonos terratenientes, clero y empleados de la metrópoli, aprovechan el alzamiento de los vecinos para mediante elementos infiltrados redirirgirlo hacia sus fines. Estos alzamientos populares, unidos a las que en agosto se habían producido en Agüimes e Ingenio por el cobro de las abusivas  contribuciones, acaban convergiendo en el motín absolutista de los días 8 y 10 de septiembre de 1823. El sentido de la sublevación había cambiado: no se trata de conservar la Montaña de Doramas sino de abolir el sistema constitucional. Los conflictos tienen un carácter local y rural, pues en las ciudades capitalinas apenas si se registran unos cuantos casos.

1823 Octubre 1. Libre el Rey de la metrópoli Fernando de expresar su voluntad, que es la ley del despotismo, gracias a las bayonetas francesas, dictó el infame decreto, que volvió á sumergir á la España en los horrores de la más espantosa reacción, que pueblo alguno registra en sus anales.

Véase lo que por diferentes autores se ha dicho sobre este período de ignominia y baldón para todos los españoles, y se verá que no nos ciega la pasión política.

Dice uno.-«Vemos la restauración conducida por la discordia, que con un puñal en la mano, y la voces de Rey absoluto,  inquisición y religión en los labios, recorre este suelo infortunado.»

Dice otro .-«No pertenecían al siglo en que vivimos las escenas de aquella época; los españoles en su delirio retrocedieron á más remota edad por un portento de la na-turaleza.»

Y otro añade.-«La bandera, el emblema, el símbolo de la nueva restauración era únicamente la horca, que como sistema político del nuevo gobierno se alzó fatídica y perenne en la plazuela de la Cebada. Fascinada la plebe por las fanáticas peroraciones de clérigos y frailes, lanzabase á cometer todo linaje de desmanes… En la mitad del día, en los sitios más sagrados, no solo en las aldeas, sino en las más populosas Ciudades, se acometía y apaleaba á los que habían pertenecido á la milicia nacional, llegando la barbarie en algunos puntos, hasta el extremo de arrancarles á viva fuerza las patillas y el bigote) pasearlos por las calles principales con un cencerro pendiente al cuello, y caballeros en un asno. Más de una heroína liberal fue sacada entonces á la ver-
güenza y en igual forma trasquilado el cabello y emplumada…»

«Una delación, que la envidia y un resentimiento particular sugería muchas veces, bastaba para llevar á cualquiera al banquilo de los criminales…-,Ciento doce personas fueron ahorcadas y fusiladas en el espacio de 18 días, entre ellas varios mucha chos de diez y seis y diez y ocho anos. ..era frase usual que se debía exterminar las familias de lo negros hasta la cuarta generación »

Y ¿quién alentaba estas frenéticas ejecuciones?-«Por una parte dice el historiador Lafuente, la Junta apostólica que tenia su cabeza en Roma; la sociedad del Ángel exterminador, dirigida por el Obispo de Osma, ramificada en todas las Provincias, y sostenida ó por eclesiásticos de alta dignidad, ó por generales del ejército de la Fe: muchos conventos de frailes convertidos en focos de reunión, y como en clubs del realismo; las predicaciones de los púlpitos, desde los cuales se exhortaba al pueblo á la venganza.

Por fortuna, en las Canarias no se vieron esos rasgos de barbarie; algunos jóvenes se alejaron prudentemente del país; otros quemaron todos los libros y periódicos de la época constitucional; pero las persecuciones se limitaron á desterrar á algún eclesiástico
Liberal, como al virtuoso Beneficiado de la Palma D. Manuel Díaz, y á impedir toda reunión que tuviera conatos de instrucción o de afición á la lectura.

Al recibirse la noticia en Las Palmas del triunfo absolutista, la plebe, amotinada por los jefes del bando apostólico, que entonces ya no tuvieron temor de desenmascararse, derribaron un elegante monumento de mármol, que se había levantado en la plaza mayor para colocar la lápida de la constitución, y arrastraron por las calles, con una soga al cuello, la estatua que la personificaba, gritando.-«Mueran los negros; muera la Nación.»

La inquisición, entretanto permanecía enterrada, y el Rey Fernando no pensaba en volver á resucitarla; bastaba á sus planes políticos las comisiones militares ejecutivas.

Algunos prelados pedían, sin embargo, su restablecimiento inmediato  mientras otros, como los de Valencia, Tarragona y Orihuela, sin esperar las órdenes del Rey, la restablecían bajo el nombre de Juntas de la Fe.

Los mas iracundos decían, como el Obispo de León, en una pastoral, «que las  voces de paz y concordia, caridad y fraternidad, eran el arma con que los ateos de nuestros días querían establecer su cetro de hierro,»

No es pues estraño, que la Junta de la Fe en Valencia, diera el espectáculo inaudito de un auto de fe, á presencia de la atónita Europa, que a pesar de sus alardes de monarquismo, se estremeció de horror é indignación.

Había en el pueblo de Ruzafa un pobre maestro de primeras letras, llamado D. Cayetano Ripoll, á quien todos estimaban como hombre laborioso, caritativo y honrado, pero que era tildado por el bando apostólico de filósofo, ateo, y enemigo de la religión, por haber tenido 1a imprudencia de mostrar cierto desvío á varias prácticas externa de devoción, y haber hablado a sus amigos con alguna libertad de sus opiniones religiosas, aunque sin dar escándalo público ni intentar hacer propaganda de sus ideas.

Delatado a la Junta de 1a Fe por una mujer, se le acusó de no oír misa, de que solo enseñaba á los niños los mandamientos de la ley de Dios, y de que no salía á la puerta de su casa cuando pasaba el viático. Examinados trece testigos sobre estos particulares, se decretó su prisión y embargo de bienes.

Ya en la prisión, se mandó que un teólogo lo examinase sobre materias de fé, y de su informe resulta- «que las fuerzas intelectuales de Ripoll están muy débiles, que era muy apegado á su propio dictamen, y que su ignorancia en materias religiosas,  iba acompañada de una gran soberbia de entendimiento.»

Con este informe, sin oirsele de palabra ni por escrito, sin darle defensor ni conoci- miento del estado de la causa, el Fiscal consideró completo el sumario, y acusole de «contumaz y herege formal, que abraza toda especie de heregía.»

A tan absurdo, risible y ridículo dictamen accedió el Tribunal, diciendo-«que no ha cesado de practicar las más vivas diligencias para persuadir á Cayetano Ripio la contumacia de sus errores, por medio de eclesiásticos doctos y de probidad, celosos de la salvación de su alma; y viendo su terquedad y contumacia en ellos, ha consultado con
la Junta de la Fe, y ha sido de parecer, que sea relajado D. Cayetano Ripoll como he-rege formal y contumaz, á la justicia ordinaria, para que sea juzgado según las leyes, como haya lugar cuyo parecer ha sido confirmado por el Excmo. é I1lmo Sr. Ar- zobispo.»

Entregado á los Tribunales de Justicia, véase para edificación de las edades futuras la sentencia dictada por la sala del crimen de Valencia-«que debe condenar á Cayetano Ripoll en la pena de horca, y la de ser quemado como hereje pertinaz y acabado, y en la confiscación de todos los bienes; que la quema podrá figurarse pintando varias llamas en un cubo, que podrá colocarse por manos del ejecutor bajo del patíbulo, interín permanezca en él el cuerpo del reo, y colocar  después de sofocado en el mismo, conduciéndose de este modo, y enterrándose en lugar profano; y por cuanto se halla fue-
ra de la comunión de la Iglesia Católica, no es necesario se le den los tres días de preparación acostumbrados, sino bastará se ejecute dentro de las veinte y cuatro horas,
y menos los auxilios religiosos y demás diligencias que se acostumbran entre los cristianos. »

Cuando se le notificó la sentencia, supo por la primera vez el preso el estado de su causa, y no se le oyó pronunciar una sola queja contra sus verdugos, manifestando en todo la mayor resignación.

Al conducirle al patíbulo sus inicuos y fanáticos asesinos quitaron ó cubrieron todas las cruces é imágenes que había en las calles del tránsito para que no se profanasen con su vista.

La víctima de tanta ignorancia, de tanta hipocresía, de tanta crueldad, subió tranquila al cadalso, y solo dijo al espirar estas sublimes palabras:-«Muero reconciliado con Dios y con los hombres.»

Talvez este mártir salvó á España del oprobio de ver en su seno restablecida la In- quisición, porque el Rey, temiendo desairar á la Francia, la Inglaterra y la Rusia, que manifestaban por medio de sus Embajadores el disgusto con que verían arder de nuevo las hogueras del Sto. Oficio, y la repulsión que había inspirado la horrible ejecución de Valencia, no se atrevió á ceder á las instancias del clero y del bando absolutista, y a pesar de todos los esfuerzos de la reacción, el Tribunal no llegó á restablecerse.

A la muerte de Fernando, el trono vacilante de su hijo buscó apoyo en el partido liberal, y como prenda de unión, la Reina Gobernadora, expidió el 15 de Julio de 1834 un Decreto, por el cual quedó expresamente abolido el Santo Oficio, acabando de extinguir
la última esperanza que á sus satélites quedara, con la supresión de las Juntas de la fe, que oficialmente fueron abolidas, por otro decreto de 10 de Julio de 1835.

Así murió la lnquisición en España y en su colonia de Canarias, después de 356 años de criminal existencia.

Dios perdone á sus ministros, que tantos días de luto dieron á la patria, que tantos crímenes perpetraron en nombre de un Dios de paz, y que tanto oprobio ignorancia y miseria derramaron. sobre un país, que aun se ve envuelto en ruinas, desangrado, y mi-
serable, porque  aun tiene hijos espúreos, que se atrevan á levantar el sangriento estan darte de la Fe.

1823 Diciembre 26.
Se engañaría mucho el que creyese que con la desaparición del régimen constitucional había concluido el litigio pendiente sobre capitalidad de la colonia de Canarias.

Tan pronto como las Cortes españolas fueron disueltas, suponiendo La Laguna que su protector Bencomo volviese a recobrar su pasada influencia, redactó una exposición al rey pidiéndole que se sirviese declarar a su favor la capitalidad de la “provincia”.

Esta exposición fue, en efecto, presentada por su apoderado don Antonio Hernández García en 26 de diciembre de 1823 y entregada para su informe al Consejo de Estado en abril del año siguiente.

Tal era, entretanto, la ignorancia en nuestras contiendas locales, que el mismo rey español disponía que en todas las capitales de provincia tuviese lugar una función religiosa el primer día del mes de octubre de cada año o el domingo del patrocinio de
San José, en desagravio de la impiedad, irreligiosidad y desórdenes que se habían cometido desde 1808 y como recuerdo del restablecimiento de sus derechos. Esta real orden venía dirigida por don Valentín Pinilla al ayuntamiento de Gran Canaria, como capital de la “provincia,” y concluía diciendo: "De orden de dicho supremo tribunal lo participo aV. como una de ellas para su inteligencia y observancia". Esta circular llevaba, pues, la misma dirección que aquella que, en el siglo anterior, expedía Felipe V considerando a Canaria como capital del Archipiélago.

La exposición de La Laguna, siguiendo sus trámites, fue remitida en 11 de junio de 1824 a este Real Acuerdo para que, oyendo a los ayuntamientos de Las Palmas, Santa Cruz y La Laguna, informase lo que juzgara conveniente respecto atan debatida cuestión. El 9 de agosto se recibió esta orden en la Audiencia y se dio principio al expediente, notificándose a los tres municipios interesados en el litigio. La representación objeto de este informe se dirigía principalmente contra la entonces
villa de Santa Cruz, diciendo La Laguna, entre otras cosas, "que dicho puerto estaba situado en una playa bastante árida y prolongada, al pie de una cuesta escabrosa; que se veía poquísima fertilidad en sus alrededores, con agua tan escasa que era preciso distribuirla entre sus vecinos... componían la población muchas familias extranjeras, más adictas a sus intereses que a los del país en que vivían..." .

En 10 de septiembre del mismo año evacuó su informe el ayuntamiento de Santa Cruz, principiando por demostrar que Tenerife era más poblada, más rica y más extensa que Gran Canaria, como si se tratara de fijar la capital en una isla y no en una determinada localidad. Pasa después aquella corporación a combatir cruelmente a La Laguna, repitiendo "que jamás esta población (La Laguna) había mirado con ojos halagüeños la rapidez y gran aumento con que esta villa se ha hecho acreedora a que se le nombre capital de la provincia y que, para La Laguna, fue un día de luto cuando Santa Cruz logró su tan debida y merecida emancipación, viéndola condecorada con el real título de muy leal, noble e invicta villa... jAh, señor! -concluía diciendo -, que compare la ciudad de La Laguna con tan honrado y merecido título el documento por donde a ella se la nombra ciudad y diga, sin rubor, que de uno a otro título hay enorme diferencia...".

El último que evacuó el traslado fue el ayuntamiento de Las Palmas, haciéndolo el 11 de diciembre del citado año. En este extenso memorial se repiten todos los documentos históricos y argumentos de centralidad, riqueza, población y conveniencia pública y privada que ya había exhibido en circunstancias análogas. Recordaba la instalación en su recinto de las autoridades y tribunales que ejercían jurisdicción en todo el Archipiélago, sus heroicas defensas contra ingleses y holandeses, sus servicios a la Corona, la abusiva residencia de los generales en Santa Cruz, los sólidos elementos de su comercio e industria, la salubridad de su clima, su fertilidad y abundancia en aguas, y exhortaba al Consejo que decidiera en justicia un asunto de tan vital importancia para Gran Canaria.

Reunidos ya los tres informes y convenientemente estudiados, se pasaron al fiscal para que expusiera su dictamen, quien lo verificó con fecha 7 de junio de 1829, en el cual se leen algunos párrafos como los siguientes: "Desde la conquista hasta la fecha, han prosperado las islas sin ese trastorno y pueden llegar a situación más ventajosa, continuando Canaria con la capitalidad que en nada perjudica a las otras dos poblaciones que tratan de separarla de esta prerrogativa. La providencia ha privilegiado a esta región con su temperatura saludable y benigna; la ha provisto de fértiles campiñas
y frondosos collados, donde la mano industriosa y agricultora recoge tres cosechas al año en las cercanías de la ciudad (Las Palmas) y muy cuantiosas en sus costas y medianías; la ha hermoseado con diversos montes y arbolados de maderas y frutos utilisimos; la ha enriquecido con arroyos, fuentes y manantiales que riegan y fertilizan sus campos y valles; la ha fecundado con diversos ganados que la proveen de lanas y pieles y que, destinados al servicio, facilitan el cultivo y otros útiles objetos; la ha dotado de aves y peces y con cuanto pueda anhelarse para la vida natural, pudiendo blasonar sin orgullo de no necesitar del auxilio de las demás islas para subsistir por sí, de modo que, por su situación topográfica y demás ventajas, parece como llamada por la naturaleza para ser capital y conservarse en la posesión que ha estado, bajo cuyas consideraciones podrá V .E., siendo servido, hacer el informe a S.M. y que interinamente hicieron las llamadas Cortes, para que se la ampare en ella y no se haga la novedad que se pretende..."

Un informe tan favorable a las pretensiones de Las Palmas parecía resolver la cuestión a su favor. Los autos fueron remitidos originales al Consejo y, a su vez, la fiscalía de aquel tribunal supremo manifestó en marzo de 1828 "que del calor con que se había agitado el expediente se comprendía que su resolución podía causar en los pueblos una
alarma que no convenía en estas circunstancias, por lo que podían dejarse las cosas en el estado en que se hallaban, pero que si el Consejo quería consultar definitivamente, parecía que el expediente necesitaba de mayor instrucción por no hallarse competentemente acreditados por ninguno de los pueblos contendientes y por lo mismo se debían pedir informes al comandante general, al intendente y al consulado de la provincia". En este estado quedó en suspenso la cuestión y es probable que, si los informes nuevamente solicitados como ampliación de los autos por el fiscal del supremo se hubieran evacuado, Santa Cruz podía tener la seguridad de que la capital quedaría siempre en su recinto, por residir allí las autoridades cuyo informe se pedía. (A.Millares t.4,  1977)



1824. En Titoreygatra (Lanazarote) de nuevo comienzan las erupciones en Timanfaya.
Se produjeron terribles hambrunas y la buena parte de la población se vio obligada a emigrar. Desde entonces el paisaje se ha transformado gracias a las técnicas agrícolas de cultivo sobre lapillis volcánicos que los conejeros emplean para captar la humedad de los alisios.
1824. Nace en Garafia, Benahuare (La Palma) Juan Martín, un garafiano que se hizo a sí mismo sin haber salido a formarse fuera del pueblo Del abandono a que había llegado Garafía en la primera mitad del siglo XIX puede dar idea un acta de 1841, en la que todos los concejales de su ayuntamiento, incluido su alcalde presidente, firman con una cruz, por ser todos analfabetos. Y no es éste el único documento público de Garafía firmando sólo con cruces. En el primer censo de población ordenado por la metrópoli  en 1860, consta que en Garafía sabían leer y escribir solamente nueve personas, algunas de las cuales seguramente sabrían poco más que garrapatear su firma y leer penosamente las palabras de algún documento. En este medio, Juan Martín, un hombre que recibía y leía periódicos, que sabía hacer escrituras, que llegó a ser secretario del ayuntamiento, aparecía como un niño prodigio, como un portento. Porque Juan Martín, además, enseñó a sus convecinos la práctica de muchas actividades, por ejemplo levantar paredes con plomada, pues hasta entonces nadie sabía hacer en Garafía una pared exenta. Los garafianos hasta entonces, vivían en cuevas y en pajeros cubiertos de colmo, en casas pajizas, según se decía. Por eso y por otros muchos hechos Juan Martín, vive hoy en la memoria colectiva de sus paisanos.
 Cuando, en la primera mitad del siglo XIX, un recaudador de contribuciones, ante la falta de dinero constante de los vecinos de Garafía, resolvió, sin ninguna compasión, arrebatarles los animales domésticos y subastarlos para hacer efectivos sus débitos, un día apreció muerto de un tiro. Como era fama que Juan Martín sabía todo lo que pasaba en el pueblo, la justicia lo apresó para que dijera quien era el justiciero, con el pretexto de que en uno de los papeles chamuscados con que había sido atascada la escopeta homicida se reconocía la letra de Juan Martín. Juan Martín negó su participación en el homicidio; con todo, fue llevado preso a Chinet (Tenerife), donde estuvo algún tiempo.
Sin pruebas en su contra fue puesto en libertad. El justiciero nunca fue hallado. Cuando Juan Martín falleció, uno de los asistentes a su entierro le dijo sobre la tumba:"Juan Martín, cumpliste tu palabra. Descansa en paz". Juan Martín ayudó siempre a sus convecinos con sus luces y con su solidaridad. El pueblo de Garafía, agradecido, lo ha elevado a leyenda viviente falleció el 24 de octubre de 1878.
1824. En Puerto Mequínez (Puerto de la Cruz) Chinech. La goleta América se estrelló, haciéndose pedazos, por dentro de los roques del Burgado, junto al del Este. La furia del mar tuvo que ser terrible para poder lanzar al barco sobre estos roques.

1824. La goleta de cabotaje El Activo, de matricula del Puerto Mequínez (Puerto de la Cruz) fue lanzada por la fuerza del mar contra las rocas, por debajo de las carnicerías, muriendo un tripulante.

1824.  El bergantín ingles Borset, que mandaba el capitán Ch. L. Buch, fue estrellado por la fuerza de la olas contra la costa de Puerto Mequínez (Puerto de la Cruz), perdiéndose totalmente.


1824. La Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife* elevó al Monarca una extensa súplica, con el objeto de que fueran restitui­dos a las islas Canarias los privilegios y exenciones que disfrutaron desde su Conquista hasta 1808. El documento contó, desde sus primeros mo­mentos, con la simpatía de numerosas instituciones y autoridades del Ar­chipiélago, pues, de algún modo, venía a resumir las aspiraciones de tirios y tróyanos o, al menos, se presentaba como una esperanza o un nostálgico recuerdo de los ''buenos viejos tiempos" en que circulaban las mercaderías, gracias a la cobertura del Monopolio indiano, y los vinos encontraban excelente acogida en los puertos de Norteamérica.

Pero la "revolución liberal", en su afán uniformizador, había acaba­do por trastornar un modelo que había funcionado desde tiempos remotos. Sin embargo, la solicitud de la Económica tinerfeña también recogía, entre sus quejas y lamentos, una breve descripción de la realidad del país:
"A estos privilegios y franquicias que ya no bastaban para impedir la emigración, es a lo que estas islas debieron su población española en un tiempo en que el descubrimiento del nuevo inundo abría aquel rico conti­nente a cuantos dejaban la patria por mejorar de fortuna; y a esta población laboriosa y desgraciada es a la que debe vuestra Corona no sólo la defensa y conservación de este punto importante, sino también muchos servicios de sangre y de dinero: servicios que si la historia y mil documentos, no los trajesen a la memoria se harían apenas creíbles de una colonia lejana y pobre, sin fábricas y sin minas, escasa de mantenimientos y de comercio, sugeta a temblores y bolcanes; y a todos los estragos del hambre y aun de la sed; y cuyas comunicaciones corta a su antojo cualquier pirata sin recelo de oposición de dentro o de fuera del país como se está verificando casi de continuo con harto quebranto de los naturales y forasteros desde la insurrec­ción de América".
En efecto, desde mediados de la década de 1810 y hasta algunos años después de que la Sociedad de patricios laguneros elevara su memorial de agravios al Deseado, el Archipiélago Canario se vio asediado por un autén­tico enjambre de corsarios insurgentes que procedían de las agitadas colo­nias españolas del Nuevo Mundo.

El corso era una actividad perfectamente legal, y mediante ella, la América rebelde extendía la guerra por todo el hemisferio, sembraba la intranquilidad en los puertos peninsulares del Atlántico y del Mediterráneo, obtenía información sobre los planes del enemigo a través de la confiscación de la correspondencia oficial, producía graves daños en el comercio y en el transporte marítimo y, como colofón, consolidaba su prestigio político y diplomático en las cancillerías de numerosos países "neutrales". Era un capítulo de la guerra naval, al que algunos historiadores franceses han dado en denominar estrategia de los accesorios.

Otros testimonios contemporáneos redundan en lo que acabamos de decir realidad, estando a la gran distancia de doscientas y cincuenta leguas; que no puede ni debe por tanto para ser bien gobernada serlo en el concepto de tal. porque en muchas cosas más bien participa de la naturaleza de una provincia americana que de una europea".
Francisco María de León no omitirá, como sabemos, algunas refe­rencia- a "la frecuencia con que se presentaban en nuestras costas los corsario insurgente? de la América, que tanto hostilizaron nuestro comercio". Pero no solo en 1819, sino también en 1827 continuaban "plagados aún los mare- de corsario- insurgente".

Adema-, en su Informe inédito sobre el comercio, redactado en 1830. puede leerse '':
"será justo que se obligue a los buques de La Palma, destinados a la carrera de la América, a descargar precisamente en el Puerto de Santa Cruz, exponiéndolos, como ha sucedido repetidas veces, a que transbordados sus efectos a buques del país, sean presa de los corsarios insurgentes y que se hayan perdido tantas fortunas y el fruto de tantos años de sudores de estos naturales?".
En La Palma, precisamente, dejaron los corsarios otra huella, dife­rente y sutil, en el recuerdo popular: un apodo. Antonio Lemos y Smalley, en sus Costumbres populares de la isla de La Palma (1846), realiza una curiosa composición de "nombretes" palmeros:
"'Hay en sus costas pescadores que en barcas y canoas carenadas por calafates con sus cañas-secas y carnada de ventrechas cogen cabrillas, dorados, chicharros, chopas, meros, picudas, salemos, pulpos y morenas. Aunque temérnosos por las balandras y tartanas de moros e insurgentes quienes con gorras coloradas, chafalotes y fusiles a fuer de verdugos matan \ pillan'.

Ahora bien, aparte de los indicios que acabamos de esbozar, es bien cierto que existe una valiosa documentación conservada en numerosos archivos locales, nacionales e internacionales, fragmentaria en ocasiones pero, también, original y contundente en algunos casos. Ello sin olvidarlas interesantes aportaciones bibliográficas que, en páginas sucesivas, tendre­mos la ocasión de comentar. (Manuel de Paz-Sánchez, 1994).
*LA R. SOCIEDAD ECONÓMICA DE TENERIFE EN CANARIAS SUPLICA A SU* MAGESTAD por la restitución de los privilegios que disfrutaron estas islas hasta el año de 1808. Con licencia. En Imprenta de la Universidad de San Fernando, por D. Juan Díaz Machado. Año de 1824. Biblioteca de la Universidad de La Laguna (B.U.L.), Papeles Varios, C/V-13.
En este sentido se conservan las adhesiones, más o menos fervientes, del Co­rregidor de Tenerife, Juan Persiva, quien además se ofreció a '"satisfacer y ti­rar cien ejemplares pa circularla a los pueblos del corregimto.", La Laguna. 18 de noviembre de 1824; del Comandante Ceneral, Isidoro Uriarte, Santa Cruz de Tenerife, diciembre de 1824; del representante del Real Acuerdo de la Real Audiencia de Canarias, Canaria, 20 de diciembre de 1824: del Cabil­do (Ayuntamiento Mayor) de Gran Canaria. Las Palmas, 24 de diciembre de 1824; del Cabildo Eclesiástico de La Laguna, 7 de enero de 1825; de Juan Bautista Rodríguez, Ayuntamiento de El Hierro, 22 de enero de 1825 y de Antonio Barrios, Ayuntamiento de la Villa Capital de Lanzarote, 12 de febre­ro de 1825, entre otros (Cfr. "Súplicas y Representaciones. 26". Archivo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, ARSET).
1824 Febrero 3. Este año el invierno fue muy tormentoso. El día 3 de febrero la mar se cobró una vez más su tributo. En Punta Brava, Puerto Mequínez (Puerto de la Cruz) se fue a pique un bergantín inglés; su tripulación pudo ponerse a salvo en la lancha del barco, bogando hacía mar abierta desde el Limpio Grande para evitar ser lanzados contra las rocas. Estaba el velero a media carga de vinos, perdiéndose casi todo en el siniestro.

1824 Marzo 4. En Eguerew n Chinech (La Laguna-Tenerife) reedificación de la capilla de la secta católica del Cristo.

1824 Julio 19.
Fallece en Tamaránt (Gran Canaria) José Feo y Armas, de quien José A. Álvarez Rixo recoge el siguiente pasaje: “Preciso parece ahora decir algo acerca de los dos personajes que tanto dividieron las opiniones y voluntades de sus compatricios los lanzroteños. El ex-gobernador sargento mayor Dn. José Feo y Ar­mas, era oficial de mérito, puesto que fue uno de los que sirvieron con todo honor en la defensa de Sta. Cruz en la invasión de 25 de ju­lio de 1797. Y por lo respectivo a su persona decía mal con su apelli­do, pues era bien hecho, algo sobre lo grueso, de buen color y agra­dable rostro. Y el carácter cortés, generoso, afable y condescendien­te. Y esta última recomendación que en otros suele ser cosa aprecia-Me, es la que temían los émulos de su gobierno; porque se dejaría lle­var de los partidarios que le proclamaban para perseguir a sus conciudadanos. También era hombre de buen gusto según lo acredita la casa de campo que edificó en su hacienda de Testeyna. Casó con D.a Antonia Betancourt con quien tuvo varios hijos. Y habiendo pasado a España a sus pretensiones, volvió graduado de coronel y gobernador militar de Lanzarote durante el gobierno constitucional de 1820, a 21. Falleció abintestato en la ciu­dad de las Palmas de Canaria el 19 de julio de 1824, de edad de 52 años. Lib° 9 de entierros fol. 257.” (José A. Álvarez Rixo, 1982:182)

1824 Julio 31.
Se abrió en la montaña de Tasmia en Titoreygatrauna (Lanzarote) grieta que arrojó un torrente de lava en dirección a los pueblos de Tiagua y Tao, continuando la erupción en medio de amenazadores ruidos subterráneos hasta el 29 de septiembre, día en que apareció otra nueva abertura, entre los caminos de Tinajo y Yaiza, que también vomitó una gran cantidad de lava. Por último, el 16 de octubre, una tercera boca lanzó una columna de fuego que iluminó la isla entera, apagándose felizmente a los pocos días.

Después de estas erupciones parciales el suelo ha permanecido tranquilo, aunque sin descender la elevada temperatura que alcanzan las Montañas del Fuego, constituyendo
para Lanzarote una constante amenaza.

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