Eduardo Pedro García Rodríguez
1816. Julio 20. Nos
consta, en primer lugar, la actividad corsaria llevada a cabo por un barco
argentino y la contraofensiva del Capitán General en el verano de 1816. El 20
de julio, el capitán de puerto de Santa Cruz de Tenerife daba parte al
Comandante General, Pedro Rodríguez de La Buría, del avistamiento, con las
primeras luces del alba, de una goleta y dos bergantines a una distancia de
entre siete y ocho millas al Este de la Plaza; y que, "cruzando dos
botes con frecuencia de ella a uno de los bergantines, aparentaban
ser estas gestiones algún saqueo".
A las dos
de la tarde, se vio como era capturado un barco del tráfico interior de
las Islas, el "San Juan", que transportaba ganado desde el
puerto de Gáldar a Tenerife. Su patrón declaró, una vez llegado a tierra, que
la goleta era de
corsarios procedentes del Río de la Plata, quienes el día 17 habían abordado, en las cercanías del Salvaje, al
bergantín "Rosario", que había salido de Garachico con
carga de maderas para Lanzarote, y que, el día 19, habían apresado igualmente,
en las inmediaciones de la Punta de Anaga,
al bergantín español "Juliana" que, poco antes, había zarpado
de Santa Cruz de Tenerife con rumbo
a Mogador.
Los
capitanes de ambos bergantines, que atracaron poco después en Santa Cruz
de Tenerife en sendas lanchas con sus respectivas tripulaciones, describieron
a su vez su particular aventura.
Marcos
Cabrera, patrón del "Rosario", relató como hallándose a escasa distancia del Salvaje, se
encontró bajo el tiro de la goleta, en cuyo peñol
tremolaba una bandera angloamericana. Tras un disparo intimidatorio. su
bergantín fue hecho prisionero en nombre del Gobierno de las Provincias Unidas de Buenos Aires, y, en ese
instante, la goleta insurgente cambió
su enseña por "otra bandera con dos listas azules que dijeron era la que usaban los buques de aquel gobierno".
Al rato, Cabrera y sus hombres
fueron trasladados a bordo de la goleta insurgente, donde el patrón isleño
comprobó que la tripulación corsaria estaba integrada por marinos de diversas naciones, como españoles,
angloamericanos, portugueses y criollos
de Buenos Aires, y pudo observar, además, diferentes detalles sobre armamento y características del barco. Cabrera supo
también que sus captores habían
salido del Río de la Plata el día 1° de abril, y que, según le dijo su capitán, el raguseo Miguel
Ferreres, "su buque era el 56 de los corsarios
que se habían armado contra los españoles de Europa", y que llevaba por
nombre "La Independencia", (a) "La Invencible".
Sebastián
Badaró, capitán del "Juliana", señaló por su lado que fue hecho
prisionero a unas cuatro millas al Sur de la Punta de Anaga, aunque había
tratado de huir porque entendió que "acaso sería la goleta que se decía
cruzaba por estas Islas y apresó al bergantín 'Carmen' sobre la de
Lanzarote", pero la mar en calma no le permitió ganar puerto. Además, coincidió
con Cabrera en que la goleta insurgente y los dos bergantines en manos
corsarias seguían con rumbo al Oeste para remontar el Norte de Tenerife,
"con el fin de apoderarse de alguno de los buques menores que se ocupan
en la conducción de vinos, de cuyo artículo estaban muy faltos".
El Capitán
General informó con detalle a Madrid de cuanto había sucedido y,
paralelamente, el día 26, realizó gestiones ante el Real Consulado, para que de sus fondos se
libraran las cantidades necesarias, junto a otras
aportaciones de comerciantes, de cara a armar un barco capaz de apresar o ahuyentar a los insurgentes,
"mayormente cuando se esperan por instantes
varios buques de La Habana con intereses del Rey, y de particulares".
El
Real Consulado alabó la idea del Comandante General, pero traspasó el problema a los alcaldes
de Santa Cruz de Tenerife y del Puerto de la
Cruz, que debían obtener fondos de los comerciantes de sus respectivos distritos;
y, pese a las disposiciones que impedían "expender ni aventurar parte alguna" de sus caudales sin autorización
regia, prometió tratar el asunto en
una próxima sesión.
El alcalde
de la Villa santacrucera, empero, no encontró el apoyo adecuado para la empresa, y otro
tanto debió sucederle al del Puerto de la Cruz;
por ello, La Buría ordenó al primero que convocara una nueva junta y que
le remitiera listas de los concurrentes y de los ausentes "para dar cuenta a S.M.", sobre todo porque el capitán
del "Arriero", bergantín surto en el puerto e idóneo
para los fines propuestos, se disponía a partir "si no ve apariencias en
el comercio de esta Isla a adoptar sus proposiciones".
Mientras tanto, el Real
Consulado acordó mantenerse a la expectativa,
esto es, "que con vista de los esfuerzos que haga el Comercio para la seguridad
de los buques que se esperan, se reunirá nuevamente la Junta a fin de resolver acerca de la cantidad con que
(según sus fondos y facultades) pueda
acudir a un objeto de tanta importancia", y así se lo comunicó al Capitán
General.
Por fin,
el 2 de agosto, volvieron a reunirse los comerciantes santa-cruceros y
acordaron suscribirse con trescientos veinte y siete pesos fuertes, para hacer frente a los gastos
en víveres de la tripulación del "Arriero", según la
proposición realizada por su capitán Agustín Echevarría.
El
barco, efectivamente, se hizo a la mar al siguiente día, pertrechado y armado y
con una tripulación de ciento dos hombres, entre la propia del bergantín y la oficialidad,
marinería y milicia que se le unió en el puerto tinerfeño. Hasta el día 8 recorrieron las aguas del crucero insular,
bordeando las costas de Tenerife,
La Palma y Gran Canaria, sin que sus pesquisas dieran resultados
positivos. El Capitán General, no obstante, alabó la generosidad, franqueza y
desinterés de Echevarría, y de paso censuró la actitud del Real Consulado y del
comercio insular.
Mas,
parece que, en algunas ocasiones, el comportamiento de autoridades y
público no fue tan hostil hacia los corsarios insurgentes. En abril de 1819, el
Ayuntamiento de Icod acordó establecer un cordón sanitario en el
límite con Garachico, porque sus vecinos habían dejado desembarcar seis u
ocho pasajeros de una corbeta insurgente sin tomar las obligatorias medidas de
salud pública. Según acta del 17 de abril, los munícipes de Icod se
quejaban de "la impunidad con que se introdujeron, el agasajo con que fueron recibidos, el refresco
que se les franqueó y la falsa urbanidad con que
fueron acompañados y conducidos como en triunfo por las calles, casas y templos del dicho lugar", máxime teniendo
en cuenta que se trataba de una "tripulación compuesta de gente
inmoral y enemiga de los vasallos fieles de S.M.".
El acoso
de los buques corsarios, sin embargo, se dejó sentir nuevamente antes
de que terminara el indicado año de 1819. El Cabildo de La Palma,
pese a las presiones de la Intendencia de Reales Rentas de Tenerife, accedió a
admitir el retorno de tres bergantines llegados de América, por el peligro
real de que cayeran en manos insurgentes. Como diría el teniente coronel don
Mariano Norma:
"No
puede dudarse que la permanencia de la corbeta, goleta y bergantín por más de quince días sobre esta Isla, es
un crucero de Insurgentes por lo que
la plaza, por disposición del Sr. Gobernador, ha redoblado su celo con
retenes de Infantería y Artillería extraordinarios y rondas".
Ahora bien,
uno de los textos que mejor refleja el impacto del corso insurgente
en Canarias es, probablemente, un parte del Capitán General Juan
Ordovás del 30 de noviembre de 1821.
El origen
del citado informe estaba en las acometidas de un bergantín insurgente que había apresado
tres buques del tráfico interior al Norte de Gran
Canaria, con los que había fondeado en la rada de Arguineguín, para proveerse
de agua y víveres con objeto de "regresar al parecer a la Isla de la
Margarita, de donde eran procedentes'. Al poco tiempo, además, se había presentado otro barco, perteneciente a la
"llamada República de Colombia"
que, pese a su escasa dotación artillera, "nos ha constituido en un riguroso bloqueo, impidiendo la entrada y
salida de todo buque español, reconociendo
y apresando a unos, e incendiando a otros sin perdonar a los barcos
costeros".
Esta
situación, añadía el Comandante General, se veía agravada por la sequía, la escasez de
productos agrarios, la consiguiente subida del precio de los artículos de primera necesidad y, en definitiva, por el temor a embarcar los vinos, único renglón que proporcionaba
algunas ventajas comerciales. Pero,
sobre todo, porque:
"Las remesas de efectos y dinero que los
naturales de estas Islas, establecidos en nuestras Américas hacían anualmente
para el socorro de sus familiares, vari desapareciendo, y habiendo sido
hasta la presente la parte más principal de la riqueza de esta Provincia,
es consiguiente que marcha a su mayor decadencia".
En
síntesis, falta de numerario e impago de las contribuciones que repercutía,
asimismo, en la endeble organización de la defensa insular. Por ello, era
preciso que el Gobierno destinase a Canarias un buque de guerra, para evitar
males mayores.
Madrid
contestó, el 27 de abril de 1822, que se había trasladado el asunto al
Secretario de Marina, y que el Rey esperaba que en Canarias se contribuyera
por todos los medios a frenar los daños de los buques insur-gentes
Sin embargo,
poco hicieron unos y otros porque, aún en 1828, hizo su aguada en La Gomera un corsario
insurgente, tal vez más pirata que corsario,
"fingiéndose Norte Americano" (Manuel de Paz-Sanchez, 1994).
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