Eduardo Pedro García Rodríguez
En 1782 Agosto 6,
es bautizado por el rito católico el poeta guíense (Gran Canaria) Rafael
Esteban Mariano Bento y Travieso. Hombre de exquisita sensibilidad, de exaltado
genio creador y, por naturaleza, dotado de brillantes disposiciones para la
literatura. Dio una prolija y varia producción poética y algunas comedias. Su
musa le inspiraba sobre cualquier hecho de importancia, pero sus trabajos, por
las dificultades que entonces había para imprimir, circularon especialmente en
copias manuscritas, que muy pronto se hacían populares en todo el archipiélago,
pero que también, fue la causa de que muchas desaparecieran.
Apuntes Biográficos
“En esta Parroquia de María Santísima de
Guía, en seis de agosto de mil setecientos ochenta y dos. Don Francisco de
León, con licencia del venerable beneficiado de esta parroquial, puse Óleo y
Crisma a Rafael Esteban Maryano, hijo legítimo de Lorenzo de Vento y de Marya
Perdomo; Abuelos paternos: Melchor de Vento, Angela Travieso; abuelos maternos:
Francisco Perdomo y Josefa Flores; nació el día dos de agosto. Fue su
padrino, D. Gaspar de Montesdeoca; todos vecinos de esta villa y fueron
advertidos del parentesco de que doy fe.
Francisco José de León y Silva.
Así reza la partida de Bautismo del insigne guiense, según
consta en la página 91 del libro 11 de Bautismos de la Parroquia de Santa María
de Guía. Según costumbre de la época y al no llevarse ningún registro civil,
tomaron para el neófito los apellidos paternos, distintivo de la pudiente
familia.
Viendo las buenas disposiciones que para los estudios tenía
el niño, le enviaron desde muy joven al Seminario Conciliar de Las Palmas, con
objeto de que se dedicase al estado eclesiástico.
En esta época de su vida, comienza a manifestar su
predisposición a las musas, si bien era el cabecilla de las travesuras y
alborotos del Seminario (que en nada impedían fuese un brillante y adelantado
estudiante) por lo que se vería obligado a renunciar a un estado que requería
más gravedad y circunspección que las demostradas por el seminarista. Esta
situación quedó resuelta con la triste muerte de su padre, que le supuso el
abandono de los estudios para atender los negocios de la casa y consolar a su
madre.
Al sentirse libre de la imposición de un estado para el que
no sentía vocación, se entregó con énfasis al estudio de cuantos poetas
castellanos encontrase en las bibliotecas de Guía, a la par que a su afición
poética.
Su carácter, su sensibilidad, su instrucción unidas a su
juventud y apostura le arrastraron a innumeras aventuras galantes y al
descuido de los intereses de su cada vez mas escasa fortuna. Situación que se
agravó con la muerte de su madre, dejándole con seis hermanos pequeños.
Entre los 21 y 22 años de edad, Bento se enamoró
perdidamente de la joven guiense Fermina Fernández y Martínez, quien consiguió
fijarle y distraerle de las musas por algún tiempo y finalmente que le tendiese
su mano ante el altar de María Santísima de Guía, el 3 de abril de 1804.
Un año después entró de Cadete en el celebérrimo Regimiento
Provincial de Guía, creyendo así encontrar empleo y actividad.
En 1811 hizo viaje a la Península. Al
regresar a finales del mismo, se encontró con que Guía era, al igual que otros
tantos pueblos de nuestras islas, presa de la fiebre. Su esposa, a la que tanto
amor profesaba, fue una de las últimas víctimas.
Bajo el peso de este amargo dolor, se apartó del
trato de sus amigos y resolvió entrar de nuevo en la tonsura y abrazar el
sacerdocio, por lo que solicitó y obtuvo la licencia absoluta como militar. De
nuevo, una vez amortiguado su justo dolor y tal vez también debido a las
intrigas que secretamente alimentaban en su contra algunos individuos, renuncia
a la carrera eclesiástica, para volver a dedicarse de lleno a la poesía.
Bento, dotado de nobles y generosos instintos, en las
épocas constitucionales de 1812 y 1823, no podía dejar de pertenecer a los
liberales, dedicando sus cantos a la libertad, al patriotismo y a la
regeneración social. Puede asegurarse que no hubo hecho notable al que no
citase su pluma.
Hacia 1816 hizo nuevo viaje a la Península iberica,
llegando hasta Madrid, donde mantuvo amistad con el célebre D. Manuel José
Quintana y con el ilustre vencedor de Bailén. Durante esta estancia escribió
una oda al nacimiento de la infanta Isabel. Oda que leída en Palacio mandaron
se le buscase para premiarle. Pero Bento creyendo haber ofendido al suspicaz
Gobierno de Fernando VII, fue a ocultarse en Barcelona, donde le acogió su
amigo Casa-Cajigal, por entonces Capitán General.
De su estancia en Madrid nos dejó varias comedias que no
llegaron a imprimirse ni representarse pero que, a criterio de quien ha tenido
la ocasión de leerlas, son dignas de elogio.
En 1820 regresa a Canarias en compañía de una dama. Su
fortuna personal, a pesar de verse enriquecida con un nuevo legado, desapareció
en sus manos con rapidez asombrosa; así que para obtener nuevos recursos con
los que hacer frente a sus necesidades, pasó a desempeñar el cargo de
Secretario del Ayuntamiento de Gáldar.
Pero su abandono y negligencia fue tanta que hubo de
intervenir el Gobierno Civil de la Provincia.
Como anécdota de este hecho, cuentan que el Secretario que
venía al frente de la
Comisión que había de ver y paliar los fallos de Bento, era
también poeta; y una vez llegados a Gáldar, en vez de intervenir en los asuntos
del Ayuntamiento, provocó una conferencia en la que solo se habló de poesía,
con tal entusiasmo que la razón de la visita pasó al olvido, ganándose Bento a
la comisión con solo recitarles algunas de sus más espirituales composiciones.
Su alocada, aventurera y exaltada vida minó rápidamente su
salud. En 1831, el bizarro y airoso militar, de distinguido porte y salud
robusta, había enfermado, dejando su cuerpo débil y gastado. No habiendo,
entonces, médico en Guía, ni pudiendo su familia costearle los cuidados de la
ciencia, su más querido admirador, D. Manuel de Lugo, le ofreció su casa y los
auxilios médicos que en la capital podía encontrar.
Agravándose su enfermedad, fue trasladado a la sala de
“distinguidos” del Hospital de San Martín, bajo la atención de su amigo el
doctor D. Antonio Roig, con la compañía de sus amigos más queridos y la
presencia de su solícita hermana María del Carmen.
Sus últimos momentos fueron de enfebrecimiento y delirios,
de honda rebeldía ante la muerte. Rebeldía ante el olvido y soledad del que
hasta hacía escaso tiempo llevó tras sí el cortejo del escándalo gallardo y
tenorio.
Así, llega el momento de su agonía, en la que no pierde su
impresionante lucidez de espíritu, cumple con todos los preceptos de buen cristiano
y, lejos de su rincón natal, al que tanto quiso, loó y defendió y al que
preferentemente dedicó su producción, se apaga su vida.
En el libro 8 de Defunciones de la Parroquia Matriz
de Las Palmas, en el folio 279, leemos:
“En
Canaria, a veinte y seis de noviembre de mil ochocientos treinta y uno, fue
sepultado en el cementerio de esta ciudad, el cadáver de Rafael Bento, vecino
del lugar de Guía, viudo de doña Fermina Fernández.- Recibió los Santos
Sacramentos, el que falleció de cincuenta y dos años(#). Acompañóle a la procesión
fúnebre el curato y clero. Se le hizo en dicho cementerio oficio de sepultura,
como se acostumbra.
Juan de Castro Hernández.”
(#) Es inexacta esta referencia, pues como se
aprecia en su partida de Bautismo, nació en 1782, por lo que contaba al morir,
49 años de edad. (Joaquín
Rodríguez Ramos)
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