Eduardo Pedro García Rodríguez
1788 Marzo 3. Nace en La Orotava isla Chinech
(Tenerife) el criollo Fernando Estévez del Sacramento. Su padre, don Juan
Antonio Estévez Salas- platero de oficio-, le enseñó las primeras nociones de
dibujo. Estas técnicas las mejoraría gracias a su mentor franciscano, Fray
Antonio López, fraile del convento de San Lorenzo de La Orotava. En este
cenobio realizó Estévez sus estudios primarios y sería aquel religioso quien
primeramente advertiría la gran facilidad del muchacho para las manualidades,
sobre todo el arte del modelado. Lo tomó a su cargo e hizo que perfeccionase el
dibujo.
El primer
contacto mantenido por Estévez con otro gran artista canario, el prestigioso
imaginero Luján Pérez, se produciría en 1806, aprovechando en que éste se
hallaba en el Puerto de La
Cruz. Su estancia allí era debida a que estaba “atendiendo
un encargo que la familia Nieves Ravelo le había encomendado” (según
Quesada y Calero). Este encuentro se había producido gracias a la
mediación de un amigo del escultor grancanario, Fray Antonio Sánchez Tapias.
Este fraile, “definidor de la provincia de Canarias”, atendía
así la petición que Fray Antonio López, “uno de los frailes más ilustrados
del Convento”, el orgulloso tutor de Estévez – aquí con catorce años-, le
había formulado. Éste ya era consciente de la importancia de este contacto para
el futuro profesional de su pupilo. Para las mencionadas historiadoras,
se supone que Luján “apreciaría el potencial artístico del muchacho, ya que
un año después éste se encontraba adquiriendo los rudimentos de escultura en el
taller que el maestro tenía en la calle de Santa Bárbara, en Las Palmas de Gran
Canaria.” Tras su estancia en esta capital también asistió a las clases de
la Academia
de Arquitectura, fundada años “Don Fernando Estévez, ornamento del pueblo
que tuvo el honor de ser su cuna, no fue un Montañés ni un Salzillo, como
tampoco lo fue su maestro Luján. Pero él encarna el último resplandor de la
imaginería canaria.
Una vez dio por
finalizada su etapa de aprendizaje en Gran Canaria, el preparado artista
retornó a La Orotava,
donde abrió un taller. Allí, la erupción del volcán de Garachico en 1706 no
sólo provocó el ocaso económico de su puerto, sino que influyó en la paulatina
decadencia de sus afamados talleres. Libre de competencia, conoció un período
de mucho trabajo, fruto de los encargos de los principales conventos. Sin
embargo, la desamortización eclesiástica y la desaparición de algunos cenobios
incidieron negativamente en su labor. Tuvo que cerrar su taller y trasladarse a
Santa Cruz de Tenerife en 1846. Allí crea un nuevo taller. Comienza a impartir
clases de dibujo lineal y de modelado en la Academia de Bellas Artes de esa capital en 1850.
Defensor de todo aquello que significase
progreso, traslada esta inquietud a sus alumnos a los que alienta con su
espíritu de superación que parte del ejemplo de quienes se afanan por romper
con aquellos moldes considerados como tradicionales. Sus primeras imágenes
elaboradas ponen de manifiesto, como nos indica Ana Quesada, “su excesivo
interés en conseguir un perfecto modelado, así como un estudio minucioso de las
formas anatómicas”. También se ha dicho que su escultura es más fría que
la de Luján, bien por el carácter sereno del artista o por la influencia
clasicista de la época que le tocó vivir, aunque algunos la consideran más
exaltada que la del maestro.
Mantendría esta
actividad escultórica hasta 1854, año de su fallecimiento.
Obras suyas son:
“Nuestra Señora de Candelaria”, Patrona de Canarias, entronizada en la Basílica homónima de
Tenerife, “San Plácido” de iglesia de San Juan Bautista de La Laguna, el rostro de “San
José” de la Concepción
(Santa Cruz de Tenerife), “Santa Rita” de Santo Domingo de La Orotava, “la Inmaculada Concepción”
titular de su parroquia de La
Laguna, y así un largo etcétera.
El presbítero
don Sebastián Padrón, cuando se refiere a la vida del artista, afirma “que
ninguno de sus paisanos se había preocupado de buscar las huellas de tan
insigne imaginero, gloria del pueblo que tuvo el honor de ser su cuna”.
Efectivamente, el religioso se encontró con la inexistencia de documentos que
se refirieran a la vida y obra del insigne escultor. Don Gerardo Fuentes, en su
obra sobre los autores canarios que se implicaron en el clasicismo, pretendió
retomar la labor investigadora que don Sebastián había dejado a su muerte
acaecida en 1953.
La muerte del
ilustrado Estévez, conocido como “mentor del progreso del arte”,
influyó de manera decisiva en la organización de la Academia de Bellas Artes,
ya que había sido el mentor del progreso del arte, “al que, con su espíritu
ilustrado, propició una mayor dignidad”. La memoria del curso, según las
profesoras Calero y Quesada, le recuerda con estas palabras que resultan
elocuentes para su categoría artística: “distinguido escultor,
sobresaliente dibujante y pintor (José Guillermo Rodríguez Escudero)
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