El yacimiento arqueológico conocido actualmente como Cenobio de Valerón es, junto con la Cueva Pintada de Gáldar, el monumento prehispánico más conocido tradicionalmente de Gran Canaria por el público en general, así como por todos aquellos visitantes y/o turistas que llegan a la isla; esto se debe en gran medida a que figuran en prácticamente todos los libro de textos y guías que sobre la arqueología de Gran Canaria se han publicado hasta el momento como ejemplo de las manifestaciones culturales más representativas del antiguo poblamiento de Gran Canaria.
El mal llamado Cenobio de Valerón es en realidad un impresionante granero
fortificado realizado y utilizado por los antiguos canarios que aprovecharon las condiciones geológicas de un cono volcánico conocido actualmente como Montaña del Gallego, en el que la erosión creó un solapón de una dimensiones de 20 m. de altura por 27 de ancho; en este solapón los aborígenes excavaron con piedras y maderas, alrededor de unas 300 cámaras o silos en los que guardaban granos y otras pertenencias de valor.
La roca compositiva en la que se construyó el Cenobio se conoce como "toba" y se forma por la compactación de piroclastos volcánicos, que permite el que pueda ser horadada por su poca consistencia. Esta cualidad junto con las condiciones climáticas y de humedad que existen dentro de una cueva de toba, hizo de este solapón el lugar ideal para guardar grandes cantidades de grano para consumir a lo largo del año o como simiente para la próxima cosecha. A esto habría que añadir, además su extraordinaria situación estratégica que lo convertían en una auténtica fortaleza natural por estar ubicado en una pared casi vertical que dificultaba cualquier acto de rapiña por parte de otros grupos o por los piratas que con frecuencia se acercaban hasta las islas en busca de esclavos, pieles o granos.
Prueba de la utilización de este tipo de yacimientos arqueológicos como espacios para guardar alimentos, presentes en otras partes de la isla pero sin llegar a las dimensiones y espectacularidad del que nos ocupa, nos la ofrece, además de la arqueología, las fuentes etnohistóricas como es el caso de Antonio Sedeño (Siglo XV): "Encerraban estos fructos en las cuebas de riscos más altos para que se uiesse alli estar más bien guardados i más durables."
El término "cenobio" obedece a una falsa idea por la cual los silos o cámaras del yacimiento eran las habitaciones de un cenobio o convento en el que se recluían las jóvenes hasta el momento en que se casaban, al cuidado de las harimaguadas, especie de sacerdotisas de gran influencia social y religiosa. Una simple observación de estas cámaras invalida automáticamente esta hipótesis por el reducido tamaño de las mismas que imposibilita el que una persona pueda permanecer dentro de una de ellas. Si existen sin embargo, unas cuatro o cinco cuevas de dimensiones lo suficientemente grandes para permitir la vida en ellas, pero con casi total seguridad pertenecieron a los guardianes del granero que lo vigilarían continuamente.
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