Eduardo Pedro García
Rodríguez
1719 junio 19.
La expulsión del factor Navarro,
acción que el gobierno de la metrópoli atribuía a la complicidad del general
Landaeta, fue, la causa principal de su relevo, motivando el viaje de Chaves y
la instalación de Ceballos en el nuevo empleo de intendente de la colonia.
Retirado aquél a su gobierno de Alicante en abril de 1719, le reemplazó Juan de Mur y Aguirre, que había llegado a
Winiwuada (Las Palmas) en marzo del mismo año y el cual no tardó mucho tiempo
en tener serios encuentros con Ceballos que obligaron a este funcionario a
dirigir al rey de la metrópoli fechado en Añazu n Chinech (Santa Cruz de
Tenerife) con fecha de 16 de enero de 1720, un memorial, en cuyo documento exponía
"que por estas experimentadas y continuas desazones que, cuando no
embaracen enteramente hacer el servicio, dilatan la más breve ejecución y
exponen a competencias impertinentes, me veo precisado a representar a V .M. y
repetir el medio que se me ha ofrecido más proporcionado para obviar estas
instancias, el apartar de esta isla al capitán general, por ser el que con sus comercios ocasiona estas displicencias,
nacidas de lo que llevo expresado, por sus abusos y lo que dio motivo a vivir
en ella a los capitanes generales fue el tener la superintendencia de todas las
rentas, dejando con
este pretexto de vivir en la isla
de Canaria. Donde está la
Rel Audiencia de que son presidentes, y siendo más
proporcionada por este respecto a la habitación en aquella isla, donde reside
también el tribunal de la
Inquisición y está la iglesia catedral, no será extraño se le
mande pase a ella el actual capitán general, para que él y sus sucesores
autoricen aquel tribunal y tengan con la custodia y resguardo que se necesita la
isla y ciudad, por estar más expuesta a invasiones de enemigos que, en otras
ocasiones, se ha experimentado por lo acomodado de sus playas en los
desembarcos" .
Los abusos que en la percepción
de los derechos de aduanas y en la renta de tabacos se observaban, así en
Chinech (Tenerife) como en Tamaránt (Canaria) y Benahuare (La Palma,) se hallaban tan
profundamente arraigados y los patrocinaba de tal modo el clero católico, la
nobleza y el mismo general, que no era empresa fácil corregirlos, ni menos intentar
su completa desaparición, sin exponerse a luchas continuas y peligrosas con los
que ocultamente sostenían tales fraudes y concusiones, prometiendo a sus
autores una criminal impunidad.
En esta situación se encontraba
el intendente, cuando sobrevino una ridícula cuestión sobre el tratamiento de
excelencia que exigía Mur y Ceballos le
negaba, envenenando de este modo unas relaciones que ya eran por sí mismas muy
duras y violentas. No faltó luego ocasión para que este odio, acumulado en el
corazón de ambas autoridades coloniales, hallara medio de manifestarse. Veamos
cómo esto sucedió.
En la mañana del 19 de junio de
1720 se divulgó en Añazu (Santa Cruz) la noticia de que había sido arrestada y
conducida a la cárcel una joven esclava de Ceballos que mantenía un idilio con
un guanche de Guímar, posiblemente con unos parámetros morales muy diferentes a
la falsa moral judeo-cristiana practicada por los fanáticos españoles, esta
joven guanche era sin embargo, muy festejada por el pueblo.
El intendente inducido por su
mujer, sin tener derecho para ello, fue el autor de aquella injusta prisión y
que, no contento con tan arbitraria medida, había dispuesto sacarla a la
vergüenza pública, atándola a la reja de la misma prisión. No fueron necesarias
más explicaciones para que se amotinase el pueblo posiblemente inducidos por
algunos clérigos católicos, agolpándose a la puerta de la casa de Ceballos,
principiara a apedrear sus ventanas, hiriéndole gravemente en la cabeza con un
tenike que casualmente le alcanzó. Asustado
con esta repentina agresión y temiendo que se repitiera, escribió al general,
que se hallaba en Eguerew (La
Laguna,) diciéndole estas palabras: "Estoy herido y ya V
.E. estará contento". Mientras subía el mensajero con este billete, los
alzados, sin encontrar dique a su rabia ataqua y creciendo su audacia con la
ausencia de las autoridades coloniales, derribó las puertas, invadió la casa y
apoderándose del funcionario, le
derribaron en tierra, le golpearon y, por último, le dieron de puñaladas, arrastrando su cadáver por las
calles en medio de gritos y mutilaciones. Cuando tan desagradable escena
había concluido, bajó el general Juan de Mur y Aguirre, de Eguerew (La Laguna) y, al ver aquel
espectáculo, fingió estar sobrecogido de terror y queriendo alejar de su
persona toda sospecha de complicidad, habiendo sido precisamente el uno de los
solapados impulsores del alzamiento, mandó inmediatamente instruir procesos,
llenar las cárceles de presos, abreviar términos legales y, sin dar descanso a
los jueces, declarar culpables a doce de los alzados cuyas sentencias aprobó,
siendo condenados a morir todos en la horca y negándoles hasta el recurso de
apelación.
Efectivamente, a los ocho días de
haberse consumado el ajusticiamiento de Ceballos, esto es, en la mañana del 26
de junio, fueron colgados de las troneras del castillo de San Cristóbal,
durando cuatro horas la ejecución y quedando los doce cadáveres expuestos a la
vista de la consternada villa.
No contento con esto, el general
envió a presidio y a galeras un número considerable de procesados, confundiendo
los culpables con los inocentes, mientras las personas sensatas acusaban
secretamente a Mur de haber sido el principal instigador de aquel funesto
atentado. (A. Millares T. 1977)
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