viernes, 27 de septiembre de 2013

CAPÍTULO XXXIII –III




EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1721-1730 

CAPÍTULO XXXIII –III 



Eduardo Pedro García Rodríguez

1724.
[…] Lo cierto es, como veremos en nuestras noticias militares, que la isla, conquistada sin el dispendio del real erario, fortificada, municionada y defendida siempre por sus vecinos, había separado anualmente, desde 1682, dos mil ducados del uno por ciento para fortificaciones que debieron cesar en 1724. ¿Pero, por ventura, los vecinos y naturales de Tenerife y demás Canarias están obligados a defender las islas a su costa?

Bien sabemos que todos los vasallos del rey, en razón de tales, sin exceptuar personas de cuantas habitan sus dominios, que todos cuantos tienen derecho de naturaleza y vecindario deben defender su patria, sus hogares, sus mujeres, sus hijos, sus posesio-nes. En esto están comprendidos los canarios; pero nadie ha hecho ver hasta ahora distinta obligación de parte de las islas ni privilegio particular concedido con esta condi-
ción. El de la libertad de pechos no tiene relación a la defensa. Las causales que para ello dio Carlos V fueron éstas: "Y porque la dicha isla de Tenerife más y mejor se pueble y ennoblezca y sea proveída de las cosas necesarias; e por facer bien e merced a los vecinos e moradores e estantes que agora en ellas viven e moran e están e vivieren e moraren e estuvieren en ella... e acatando los muchos e buenos e leales servicios que la dicha isla e vecinos e moradores de ella ficieron a los dichos Católicos Reyes, nuestros padres y abuelos, e a nos esperamos que nos farán..."

De manera que en todo el contexto del privilegio no se hace mención directa, ni indirecta de alguna especial obligación de defender el país; antes por el contrario se halla que el mismo Carlos V y otros augustos sucesores suyos enviaron armas y municiones a las islas. También es constante que los fieles canarios no tienen necesidad
de que se les persuada la obligación de defender su patria y morir gloriosamente por su rey. Bastante lo han acreditado en innumerables ocasiones. Pero como el pretexto de una mal entendida obligación puede producir algunas lastimosas opresiones en los pobres paisanos, convendría se supiese si el que no tiene más que su persona y su vida y la sacrifica denodadamente, en las ocasiones de defensa, ¿ése ha cumplido con su obligación, aunque carezca de mejores armas? [...] (Viera y Clavijo, 1991)

1724. La respuesta agraria a la crisis del viñedo en la colonia y a la coyuntura de malas cosechas de comienzos de siglo no sólo contó con una extensión de cultivos, sino que propició además la generalización de cultivos nuevos como la papa y el millo, ya conocidos desde centurias anteriores pero que se difunden hacia nuevas áreas en la primera mitad del Setecientos. En especial las papas por sus singulares exigencias ecológicas eran un cultivo idóneo para ocupar las áreas roturadas en los márgenes del monte, aprovechando un suelo vegetal rico y una relativa humedad ambiental; es por ello que la expansión del área cultivada hacia antiguas zonas forestales, sobre todo en aquellas áreas ganadas al monte verde (laurisilva y/o fayal-brezal), contribuyó a desarrollar el cultivo de este tubérculo. Los signos que muestran la tendencia a la ampliación de la superficie cultivada en las primeras décadas del siglo XVIII resultan evidentes.

1724.
Durante el siglo XVIII y más concretamente durante el último tercio del mismo, el puerto y plaza de Santa Cruz de Tenerife fue el de mayor tráfico marítimo de las islas Canarias. Las  armadas europeas tanto comerciales como científicas (y por supuesto las de guerra, aunque frecuentemente era difícil distinguir las unas de las otras),  hacían escala en nuestra isla para preparar los navíos, arrancharlos, y dar un descanso a las tripulaciones antes del gran salto hacía el Océano Atlántico. Algunos de los viajeros de estas armadas dejaron escrito sus impresiones de la Villa y puerto de Santa Cruz, a continuación expondremos de manera resumida algunos de ellos. El astrónomo y naturalista francés, Louis Feuillée en su obra,  “Viaje a las islas Canarias”, - el cual tuvo lugar en 1724 (anteriormente en 1708 había realizado una escala en Tenerife) nos dejó el siguiente relato sobre el lugar Plaza y Puerto de Santa Cruz de Tenerife:

“Santa Cruz es una pequeña ciudad en la isla de Tenerife, construida al borde del mar en el este de la Isla, muy expuesta a los vientos que soplan de ese lado. Estos vientos hacen que la maniobra de acceso a tierra sea muy difícil  y peligrosa. Las grandes olas que llegan del inmenso océano rompen contra las costas con una violencia impresionante y un ruido espantoso, obligan a los navíos a atracar de costado, ya que si por desgracia el viento impulsa hacía atrás  un barco fondeado, éste  podía estrellarse contra la costa y romperse. La línea de costa es siempre muy elevada, sólo hay una pequeña ensenada arenosa al este de la ciudad, en donde se puede descender a tierra cuando el mar está en calma, es decir, por la mañana y por la tarde.

Esta pequeña ciudad tiene alrededor de trescientas casas. La parroquia es muy bonita, hay dos conventos, uno de los franciscanos, muy apreciado por su regularidad y el otro de los dominicos Los calores son excesivos en ella en todas las estaciones del año.

La ciudad y la rada están defendidas por tres fuertes, una plataforma y varias fortificaciones a lo largo de la costa. La ciudad está obligada a mantener los fuertes de
San Juan y San Cristóbal y a pagar sus guarniciones. Tiene el privilegio de nombrar cada año a los comandantes, que el Capitán General de las Islas aprueba tras la propuesta; éste nombra al comandante del tercer fuerte llamado del Santo Cristo del
Paso y de las fortificaciones, para las que el Rey da el dinero para los gastos de la guarnición y el mantenimiento”. (Eduardo Pedro García Rodríguez)


1724. La Corona española desde fines del siglo XVII se interesó por la colonización de Texas. Entre 1724 1733 137 familias canarias salieron con ese destino. Pero, al arribar a La Habana, decidieron establecerse en Cuba.

1724. El astrónomo y naturalista francés, Louis Feuillée en su obra, “Viaje a las islas Canarias” en su segunda visita a la isla (anteriormente en 1708 había realizado una escala en Tenerife) nos dejó el siguiente relato sobre el lugar Plaza y Puerto de Añazu n Chinech (Santa Cruz de Tenerife):

“Santa Cruz es una pequeña ciudad en la isla de Tenerife, construida al borde del mar en el este de la Isla, muy expuesta a los vientos que soplan de ese lado. Estos vientos hacen que la maniobra de acceso a tierra sea muy difícil y peligrosa. Las grandes olas que llegan del inmenso océano rompen contra las costas con una violencia impresionante y un ruido espantoso, obligan a los navíos a atracar de costado, ya que si por desgracia el viento impulsa hacía atrás un barco fondeado, éste podía estrellarse contra la costa y romperse.

La línea de costa es siempre muy elevada, sólo hay una pequeña ensenada arenosa al este de la ciudad, en donde se puede descender a tierra cuando el mar está en calma, es decir, por la mañana y por la tarde.
 
Esta pequeña ciudad tiene alrededor de trescientas casas. La parroquia es muy bonita, hay dos conventos, uno de los franciscanos, muy apreciado por su regularidad y el otro de los dominicos
 
Los calores son excesivos en ella en todas las estaciones del año. La ciudad y la rada están defendidas por tres fuertes, una plataforma y varias fortificaciones a lo largo de la costa. La ciudad está obligada a mantener los fuertes de San Juan y San Cristóbal y a pagar sus guarniciones. Tiene el privilegio de nombrar cada año a los comandantes, que el Capitán General de las Islas aprueba tras la propuesta; éste nombra al comandante del tercer fuerte llamado del Santo Cristo del Paso y de las fortificaciones, para las que el Rey da el dinero para los gastos de la guarnición y el mantenimiento”.

1724. La situación en la isla de Tamarán (Gran Canaria) había cambiado ya que el oidor Francisco Román, «que ha sabido señorearse con sus compañeros, tiene estrecheses perjudiciales con don Pedro del Castillo y don Francisco Amoreto, sujetos que quieren a su conveniencia y albedrío tener el poder y la extensión de sus límites sin faltarles escribanos que hacen lo que se les antoja», ejerciendo su influencia hasta en las causas que iban a la Audiencia. No cabe duda de que el bajo índice de efectivos de las fuerzas armadas de ocupación disponibles para mantener el orden público (60 soldados del Presidio} y la demanda de tropas que se produce a raíz de los primeros conflictos parecen justificar la estabilidad social que se registra en la isla hasta 1718. Y el incremento de la conflictividad a partir de ese año, al margen de las causas concretas que genera cada conflicto, se explica por la ausencia de represión ante la amenaza del motín y el miedo a que se convierta en un movimiento generalizado. Estas mismas circunstancias, unidas a la crisis de los años de 1718-1724, justifican la proliferación de conflictos en el resto de la colonia durante las primeras décadas del siglo XVIII. (Vicente J. Suárez Grimón; 1991)
1724. En el siglo XVIII el primer informe del que tenemos noticias sobre las fortificaciones de Canarias es el que elaboró en 1724 el ingeniero jefe y teniente coronel del ejercito español Francisco Álvarez de Barreiro, por orden del virrey teniente general Lorenzo Fernández de Villavicencio, Marqués de Valhermoso, Comandante General de la colonia y presidente de su real Audiencia. Álvarez de Barreiro era ya una personalidad relevante y desempeñaría luego importantes actividades tras su trabajo en Canarias. Había sido trasladado a Nueva España en 1716 a donde llegó junto con el virrey Marqués de Valero y participó en la expedición a Tejas del general Martín de Alarcón. Regresó a España en 1720 y en 1724 fue enviado de nuevo a Nueva España con el empleo de ingeniero jefe del Nuevo Reino de Filipinas en la Provincia de los Tejas en la Nueva España, con la misión de inspeccionar los presidios de la frontera del Norte y levantar planos de las provincias fronterizas. En Nueva España desplegaría una importante actividad, levantando planos corográficos del Nuevo Reino de Toledo, provincia de San José de Nayarit (1725), de Nueva Vizcaya y Culiacán (1726), de Sonora, Ostimuri y Sinaloa en las provincias internas y del Reino y Provincia de Nuevo México en Nueva España (1727), de los reinos Nuevo de Extramadura o Coahuila y Nuevo de León (1729) y el plano topográfico e hidrográfico del puerto y ciudad de Acapulco y Real Fuerza de San Diego (1730).

1724. Guia, Tamaránt (G. Canaria). Los moradores salen en defensa del alcalde, ante las diligencias practicadas contra este por el teniente corregidor don Juan Acedo.

1724.  La Vega, Tamaránt (G. Canaria). El sobre guarda del Monte Lentiscal, trata de impedir el aprovechamiento comunal.

1724 Enero.
Consta que el Coronel de Lanzarote era dueño de una Goleta  que le quiso embargar D. Francisco del Castillo Santelices administrador del señorío de Adexe por asuntos pendientes en los cuales estaba también cumpliendo el Coronel de Fuerteventura. (J. Álvarez Rixo, 1982:51)

1725 Septiembre 13.
Llega a Winiwuada (Las Palmas) el nuevo obispo de la secta católica impuesto por la metrópoli. El nombramiento de provisor, recaído en persona que no formaba parte del cabildo eclesiástico, dio lugar a enojosos enfrentamientos que ofendieron al prelado, obligándole a retirarse a Chinet (Tenerife,) cuya isla y las del grupo occidental visitó, olvidándose del resto de su diócesis. No le faltaron también a este prelado ruidosas cuestiones en la isla de su elección, pues el turbulento y déspota comandante genral de la colonia Valhermoso, atropellando los fueros y preeminencias de su  dignidad, le produjo tales disgustos que, exacerbando sus habituales dolencias, le precipitó la muerte que repentinamente se lo llevó el 25 de mayo de 1730, mientras residía en Añazu (Santa Cruz.) (A. Millares T. 1877)

1726. Nace el criollo José Clavijo y Fajardo nació en Teguise, Titoreygatra (Lanzarote) y murió en Madrid (España) en 1807. Recibió educación en Winiwuada (Las Palmas), bajo la tutela de un magistrado administrativo en Ceuta y en San Roque. En donde comenzó a publicar: El Tribunal de las Damas, El Pensador y algún otro folleto con carácter periódico. El Pensador le originó la enemistad de muchos: por su aire satírico y por su tono desenfadado.

Su vida sentimental chocó con la vanidad de Pedro Carón, escritor francés, hermano de Maria Luisa, con la que Clavijo tuvo relaciones amorosas. El no haber cumplido -según Carón- promesa de matrimonio, le acarreó el cese de funcionario real y el cese como director de El Pensador. Cuando consiguió, gracias a sus amistades, regresar a Madrid, reanudó su vida cortesana y sus tareas periodísticas. Y, al mismo tiempo, dio a su vida el tono melodramático que inspiraria el Clavijo de Goethe.

En 1767, Clavijo volvió a publicar El Pensador. En.1770, director de los teatros reales; tradujo obras de Racine, de Destouches y del propio Beaumarchais.

En 1773 dirigió el Mercurio hist6rico y político de Madrid, anteriormente dirigido por Tomás de lriarte. En 1777, catalogador y secretario del Gabinete de Historia Natural por Floridablanca; en 1786, vicedirector del Gabinete: en 1798, director: Humboldt, Spenger, Cabanillas, etc., eran sus corresponsales.

En 1799, nombrado ministro del Tribunal de la Contaduria Mayor del Consejo de Hacienda; en 1805, terminó la traducción de la Historia Natural de Buffon.

Esta es, en líneas muy apretadas, la ficha biográfica de José de Clavijo y Fajardo, autor al que un Agustín Espinosa le ha dedicado una tesis doctoral. Excepcional periodista, fue uno de los maestros del periodismo en la metrólpoli. De un modo especial ahí están El Tribunal de las Damas, La Pragmática del Celo y El Pensador, «sátira de la nacióru), y «sátira licita y laudable» de las costumbres españolas del siglo XVIII.

Este último periódico le acarrearía disgustos y contrariedades. En el afán critico y polémico del siglo, la bibliografia que los Pensadores publicados en la metrópoli fuera de ella resultó grande. Basta citar a «La Pensadora Gaditana» o a los folletos editados por Nilo, tal vez su enemigo más constante, Clavijo, como dice Espinosa, era fundamentalmente «un filántropo»; hombre dedicado a procurar el bien de los demás. y para ello, con su talento variado, se dedicó predominantemente a la educación.

Educador que, inspirado en Locke y Addison, intentó, como algunos selectos españoles, reformar las costumbres de aquel país. Todo ello le originó murmuraciones, criticas; como le ocurrió a Feijoo, como le ocurrió a Cadalso, como le ocurrió a Moratin.

Como enciclopedista, se vio obligado a conocer una materia, las ciencias de la naturaleza, que para él resultaba casi nueva. Ello le obligó a estudiar ya impregnarse de lecturas científicas. Fundó la Escuela de Mineralogía en 1798, los Anales de Historia íNatural en 1799 y redactó ese hermoso prólogo dedicado a la historia de Buffon, que viene a ser no tan solo un compendio de literatura científica de la metrópoli, sino un verdadero tratado de ensayo sobre ciencias de la naturaleza.

La figura de Clavijo es hoy, gracias al exhaustivo trabajo de Agustin de Espinosa, un capitulo más, indispensable dentro de la historia poscolonial de Canarias.
Muere en 1755, en Madrid (España),

1726.
Pasó revista de Inspección á las fortificaciones de las islas el General de Artillería D. José del Río, quien se trasladó á Garachico y reconoció la Torre en unión del Castellano Perpetuo, primer Conde de Sietefuentes y del Coronel del Tercio del lugar D. Gaspar de Ponte y Ximenez, comprobándose el mal estado de defensa. El Cabildo de Tenerife recurrió al Supremo Consejo de  Guerra para que hiciese los gastos necesarios el Castellano. (José María Pinto de la Rosa, 1996)

1726. También en esos años continuaron las asonadas de los Corsarios Berberiscos. En 1726 intentaron atacar la isla de Titoreygatra (Lanzarote), siendo rechazados sin grandes perdidas. 1728. Vino a este mundo en Garafia Don Anselmo Pérez de Brito, abogado, desarrolló toda su actividad política en Tedote n Benahuare (Santa Cruz de La Palma), donde fue la cabeza de un grupo formado, además de por el propio Pérez de Brito, por Dionisio O'Daly, colono comerciante de origen irlandés, establecido en la misma ciudad; por el colono Santiago Aubert, de origen piamontés; y por Ambrosio Staford, criollos oriundo de Irlanda; los dos últimos nacidos ya en La Palma.
1726 Marzo 19.
El criollo José Clavijo Fajardo, nació en Teguise de Lanzarote. Educase en Las Palmas y pasó luego a España, fijándose en Madrid donde se dedicó a las tareas literarias y de administración. Escribió en 1750 un Estado general histórico y cronológico del ejército.

Había empezado en enero de 1762 la obra del Pensador, compuesta de 86 discursos en 7 tomos en 8ª de la que se han hecho algunas ediciones. En literatura emprendió varias traducciones del francés, y entre otras la de la Historia Natural de Buffon. Falleció en Madrid a fines del siglo último (XVIII).

Fueron sus padres don Nicolás Clavijo y Álvarez, natural de La Orotava, y doña Catalina Fajardo, de Lanzarote. Hizo sus primeros estudios en el convento de dominicos de San Pedro Mártir de Las Palmas. En 1745 se ausentó de las islas y tras desempeñar diversos cargos, ocupó un puesto en la Secretaría del Despacho Universal de Guerra. En 1763 fue nombrado oficial del Archivo de Estado. En 1764 tuvo lugar el desagradable incidente con Pedro Agustín Caron de Beaumarchais, que lo acusó públicamente de no cumplir la promesa matrimonial hecha a su hermana María Josefa Beaumarchais llevó a la escena, en su ensayo dramático Eugenia, tan desagradable aventura, presentando a Clavijo como un malvado aventurero e inspirando a Goethe su drama Clavijo. Debido a estos incidentes abandonó la Corte española durante algunos años, regresando a Madrid en 1767. En el año 1770 fue agraciado con el cargo de director de los teatros de los Reales Sitios y en 1770 ocupó la plaza de formador de Índices en el Real Gabinete de Historia Natural; se le nombró director de dicho centro en 1798. Clavijo y Fajardo falleció en Madrid el día 3 de noviembre de 1806.

Ediciones:

I. El Tribunal de Las Damas, copia auténtica de la executoria que ganó la modestia en el
Tribunal de la Razón, representado por las Damas juiciosas de España. -En Madrid, en la Imprenta de Joseph Francisco.

1726 Noviembre 19. Luego de 89 días de dura travesía, Silvestre Pérez Bravo seguramente deseaba tocar tierra firme. Pero para el, su esposa, sus hijos y otras doce familias, el paisaje frente a sus ojos no debe haber resultado gratificante. Las escasas viviendas salpicadas en un campo que parecía no terminar nunca era lo más opuesto posible a una urbanización con miras a progresar. Tal vez entonces no imaginaba, ni el ni el resto de las familias, que permanecerían hacinados durante un mes en tiendas de campaña y a merced de una tierra desconocida e inhóspita, hasta que las autoridades que respondían al Reino de España repartieran los solares.

Era el 19 de noviembre de 1726  las trece familias formaban parte del primer contingente de inmigrantes provenientes de las Islas Canarias como tributo de sangre a la metrópoli destinados a poblar San Felipe y Santiago. Dos años y medio después, el 27 de marzo de 1729, llegaría el segundo: treinta familias.
 
La colonia española compuesta por el Archipiélago Canario desde el siglo XV "eran consideradas una 'proveeduría de pobladores' del Nuevo Mundo", según indica la investigación. Citando documentos de época, los estudios señalan que entre 1719 y 1738 "habrían sido embarcadas 2.519 personas rumbo a las colonias españolas de América". Unas 250 de ellas se instalarían en la futura capital uruguaya. "Cada persona embarcada (hacia América) recibía un doblón de a cuatro pesos escudos (40 reales de vellón) para que lo invirtiera en vestuario y otros menesteres", indica la investigación sobre los forzados colonos. Asimismo, la metrópoli en teoría se hacía cargo del gasto en herramientas para los nuevos colonos, la mantención de estos en el puerto antes del embarque y los "gastos de estiba de los navíos". El costo total por estos conceptos entre 1719 y 1738 alcanzó, según el estudio, a 398.081 reales y 36 maravedies.  En la fundación de Montevideo, se les suman 50 familias canarias que mediante el tributo en sangre son obligadas a ir a poblar las colonias de la Metrópoli en América, llegadas a bordo del velero Nuestra Señora de la Encina. Luís Azarola Gil ha descrito así a estos primeros pobladores:
“Nada más humilde que aquel núcleo fundador de la ciudad y progenitor de la ciudad en gestación. Sus elementos carecían de instrucción y de cultura; muchos de ellos no sabían leer ni firmar; y es inútil inquirir una manifestación de su modo de pensar fuera de los testamentos y las actas capitulares. Eran labriegos rudos, ignorantes y virtuosos; su misión consistía en alzar las casas, procrear hijos, sembrar granos, apacentar ganados y alejar a los indios”.
1728. Nace en Garafía, Benahuare (La Palma) el criollo Anselmo Pérez Brito. Nació en la punta más al norte de la isla de Benahuare (La Palma), Juan Adalid. Estudió en Sevilla (España), licenciándose en seis meses. Ejerce de abogado y adquiere fama rápidamente por su buen hacer. Dirige el pleito del Común de Benahuare (La Palma) contra los regidores perpetuos, por haberle sido revocado a irlandés Dionisio O’Daly el nombramiento de síndico personero; en la misma causa denuncia la malversación de fondos públicos de los regidores. El Consejo de Castilla falla a favor de esta causa, destituyendo a los regidores perpetuos y disponiendo que fueran elegidos estos cargos públicos bianualmente y por sufragio popular.
 Encabezados por Pérez de Brito, estos repúblicos, basados en una Real Cédula expedida por el rey español  Carlos III el 5 de mayo de 1776, organizaron las primeras elecciones democráticas de Benahuare (La Palma). Estas elecciones fueron consecuencia de la oposición entre la nobleza criolla y el clero católico, de una parte, y el común de los hawaras (palmeros), de otra, oposición que dió lugar a un ruidoso pleito, en el que los representantes del pueblo estuvieron acaudillados por don Anselmo Pérez de Brito, pleito que el Consejo de Castilla falló contra los regidores perpetuos. Así Benahuare (La Palma) tuvo, a partir de 1773, un Ayuntamiento en el que todos sus regidores lo fueron por elección popular. Fue la primera vez que este hecho se dio en Canarias y en la metrópoli en la Edad Moderna. Don Anselmo Pérez de Brito, que, junto con sus compañeros de lucha, supo elevarse por encima del común y servir de profeta para salvar a Benahuare (La Palma) de la postración y miseria en que la habían colocado sus regidores perpetuos, criollos y colonos representantes de una clase cerrada, y oscurantista que se había hecho insoportable, no pudo ver el triunfo legal que había logrado, porque, puesto arbitrariamente en prisión por sus enemigos políticos, los regidores perpetuos, en un calabozo húmedo e insalubre, falleció a consecuencia de estas privaciones, en 1772, a los cuarenta y cuatro años de edad, un año antes de las elecciones que había hecho posible se celebraran. En honor de este luchador por la libertad y la democracia en Benahuare (La Palma), la ciudad capital de la Isla dió su nombre a la calle principal, y el pueblo donde nació le dedicó otra calle. El garafiano Anselmo Pérez de Brito fue el ciudadano más significativo de la historia de La Palma en el siglo XVIII. Fallece en 1772.
1728 Junio 20. Ya estaban lejos los tiempos en que se quemaba públicamente á los herejes; y aunque las embarcaciones extranjeras eran siempre vigiladas, y se tenia la vista fija en los comerciantes ingleses avecindados en el país, no se atrevían á molestarles con delaciones ni pesquisas.

Las reclamaciones de que ya hemos dado cuenta al hablar del estado del comercio en las Islas; habían obtenido al fin un éxito favorable. El Rey español había concedido el permiso de que se exportasen hasta mil toneladas anuales á varios puertos de la América, con ciertas obligaciones conocidas como tributo de sangre y pago de algunos derechos. Pero esta concesión parece que se prestaba á infracciones de que el Consejo de Hacienda (única institución de la metrópoli que siempre ha funcionado bien en la colonia) tuvo noticia, atribuyendo el abuso á los celos de las otras Potencias extranjeras, y especialmente á Inglaterra.

Con este pretexto, verdadero ó falso dirigió el Rey español Municipio de Winiwuada (Las Palmas), á los de las otras Islas y á la Comandancia General de la colonia una Cédula, en la que después de quejarse de los perjuicios que al monopolio comercial de la coroi1a se le seguía, de que los extranjeros negociaran en los puertos de las Américas, mandaba, á propuesta del Consejo de Indias, que desde luego saliesen de las Canarias los-extranjeros herejes que hubiere, “dándoles término competente para ello”- y para que no se repitiesen en adelante estos daños, ordenaba á D. J osé del Río Loreto, teniente de Juez del comercio de Indias en el archipiélago; no permitiese que ningún extranjero, bajo ningún pretexto, se entrometiera á hacer negociaciones por sí, ni por mediación de terceras personas, limitándose la licencia concedida, tan solo a los vecinos de Canaria, Tenerife y Palma. Preveníase, además,-“que ninguno de los extranjeros herejes, que fueren en las embarcaciones del tráfico, se quede en esas Islas, ni se detengan mas tiempo del que necesitaren para descarga y carga. ...”

Esta Cédula, digna de .los tiempos de los reyes Austriacos, no impidió que continuasen los abusos de que se quejaba el Rey, porque en ellos habia interés inmenso, de parte de las mismas Autoridades coloniales encargadas de extirparlos.

El resultado fue, que casi nadie se expulsó, que los abusos continuaron, y que algunos de aquellos extranjeros, que profesaban diferente culto, y habían decidido avecindarse en la colonia, adjuraron de su religión, y se redujeron al gremio de la iglesia católica éstos ocasión de zaherir á los capitulares y oponerse á que fueran nombrados ministros del “Santo” Tribunal. (Real Cédula de 20 de junio de 1728, que se custodia en el Archivo municipal de Las Palmas)

1728 Junio 20. El Rey: Consejo, Justicia y Regimiento de la Ciudad de Las Palmas en la Isla de Canaria.

Hallándome informado del comercio que tienen los extranjeros con las Indias, desde esas Islas, valiéndose del permiso de ellas, y los prejuicios que de ello y de haberse avecindado y arraigado algunos extranjeros hereges, se sigue á mis reales haberes, y a los naturales de las referidas Islas, lo que es opuesto en todo a lo dispuesto por las leyes, ordenanzas y real reglamento de su permision; he resuelto, á consulta de mi Consejo de las Indias  ordenar y mandar, como lo hago, por despacho de este dia al Marqus de Valhermoso, mi Gobernador y Capitan General de esas Islas, que desde luego disponga salgan de ellas los extranjeros hereges que hubiere, dándoles término competente para ello, y para que en adelante cesen estos daños, ordenar tambien a D. José del Rio Loreto, Teniente de Juez de Comercio de Indias en esas Islas, que arreglándose á lo capitulado en ellos, á quienes está concedido el derecho de poder comerciar á los Puertos de las Indias, sólo para los vecinos de esa Isla, los de Tenerife y la Palma, cele sobre este comercio, no permitiendo a los extranjeros, lo tengan en las Indias por si ni por interpósitas personas, ni que permita que ninguno de los extranjeros hereges, que fueren en los embarcaciones del tráfico, se quede en esas Islas ni se detengan mas tiempo del que necesiataren para su descarga y carga, y que si para la ejecución de lo referido del mencionado mi Gobernador y Capitán General, y demás justicias, lo pidan, respecto de mando se los den; de cuya providencia he tenido por bien daros noticias y participarlas también, como lo hago por despacho de este día, á los Cubildos de las Islas de Tenerife y La Palma, á. quienes esta concedido, permision, para que como principales interesados en que no la desfruten los extranjeros podais vos y los mencionados Cabildos dar noticia al referido Teniente de Juez del Comercio de Indias de cualquier fraude que se intente pal'u que lo embarace contra el delincuente ó delincuentes que hubiere, y que de no poner remedio, me den cuenta con testimonio, que asi es mi voluntad. Fecha en Madrid a 20 do Junio de 1728.-Yo el Rey.-Por mandado del Rey N.S. Andrés  de Elcorobarru1ia y Cupido.-A la Ciudad de Las Palmas en la Isla de Canaria, .participándola la órden, que se dá al Gobernador y Capitan General de aquellas Islas, para que salgan los herejes que hubiere en ellas, y las providencias que se aplican para evitar, que los extranjeros defruten su permision.-
(20 de Junio de 1728.-(Archivo del    municipio de Las Palmas. En: Agustín Millares; 1981)

1728 Septiembre 27. A solicitud de los criollo y colonos de la isla de Chinech (Tenerife), se expide por parte de la metrópoli real provisión mandando no se beneficiasen los oficios de alcaldes ni otros de justicia, encargando a la Audiencia de su vigilancia. Años más tarde, y por A. O. de 13 de junio de 1752, el rey español acepta la propuesta hecha por la Audiencia relativa a que los corregidores propusieran para dicho cargo tres vecinos del pueblo, eligiendo este tribunal uno de ellos como alcalde. Este procedimiento de nombrar alcaldes reales sigue vigente hasta después de 1766, no viéndose inicialmente afectado por las reformas administrativas decretadas por el rey español Carlos III en dicho año.


1728 Noviembre 19. La tarea de fortificación de la Plaza de Montevideo absorbió grandes esfuerzos a lo largo del siglo XVIII. A comienzos de ese siglo se acentuaron las amenazas portuguesa y británica sobre los intereses económicos del imperio español en el Río de la Plata, intentando ambas potencias estabilizar sus pretensiones de hegemonía comercial en puntos de apoyo estratégicos. Éstos se encontraban demasiado distantes de Lima en tanto capital virreinal: la Colonia del Sacramento, por un lado, y la costa patagónica e islas independientes, las Malvinas, hasta el Cabo de Hornos. El agravamiento de esta situación derivó en la necesidad de crear un cuerpo administrativo que asegurara la autodefensa y un eventual movimiento ofensivo en esas regiones.
El documento que aquí se publica, es un informe del año 1802 redactado por el ingeniero Joseph García Martínez de Cáceres, quien pone a defensa la plaza de Montevideo proyectando la construcción de un baluarte que toma en cuenta edificaciones previas, realizadas por ingenieros militares que le habían antecedido.
Con el propósito de contextualizar el informe aquí presentado, abordaremos, en primer lugar, las circunstancias en que se realiza la fundación de Montevideo; en segundo término la coyuntura finisecular, aproximándonos al contexto social y político del virreinato; el proyecto de fortificación y el informe de Cáceres, y finalmente la estructura institucional en la que se inserta la figura de este ingeniero.
Continua en la entrega siguiente.

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