EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL,
DÉCADA 1721-1730
CAPÍTULO XXXIII
–II
Eduardo Pedro García Rodríguez
1723 Junio 17.
Nace en winiwuada (Las Palmas) el
criollo Juan de Miranda.
Hay, en general, en el organismo
de los canarios una predisposición al cultivo de las bellas artes que les hace
aptos, con un poco de esfuerzo, para apreciar las inspiradas combinaciones de
los sonidos, el feliz maridaje de los colores y los suaves y atrevidos
contornos de la belleza humana modelados en bronce, madera o piedra.
Sin embargo, tal era hasta el
pasado siglo el aislamiento en que vivían que, si alguno llevaba en su cerebro
algún germen de música, de pintura o de estatuaria, debió su semilla morir en
flor, sin encontrar atmósfera en que desarrollarse ni ocasión oportuna para
fructificar.
El primero del que tenemos
noticia que rompiera esta ominosa valla y se atreviera a lanzarse al mundo,
entregado a su sola inspiración, sin maestros, sin modelos, sin protección y
sin estímulo, fue el pintor canario don Juan de Miranda, que nació en winiwuada
(Las Palmas) el 17 de junio de 1723.
En aquellos apartados tiempos
sólo una vocación muy imperiosa e irresistible podía ser bastante para impulsar
a un joven a seguir sin vacilar esta clase de estudios que ningún
porvenir le ofrecían en su país.
La pintura se hallaba entonces
representada por algunos cuadros que adornaban los claustros de los conventos o
las naves y retablos de las iglesias, o por el retrato de algún encopetado
hidalgo que, con el mayor respeto, ocupaba el estrado de su vieja sala
señorial.
Creemos que algún cuadro de
Murillo, perteneciente a sus primeros ensayos cuando pintaba para remesar a
América, pudo haberse extraviado en wniwuada (Las Palmas) y quedar aquí
perdido, pero esto en nada modificaba la situación excepcional de la isla con
relación a la pintura, ni la absoluta carencia de maestros, de consultores y
hasta de aficionados (I).
Miranda, sin embargo, se abrió
paso con frente serena por entre tan inmensas dificultades, para cualquier otro
insuperables, y con su lápiz en la mano dio principio a sus trabajos de dibujo,
reproduciendo con ahínco cuantos grabados le era posible encontrar,
amaestrándose en delinear en mayor escala los objetos pequeños, para lo que tenía
una asombrosa facilidad, y copiando en fin, al natural, los objetos que le
llamaban la atención o que podían luego sentirle para sus estudios sucesivos.
Dicen que hasta se fabricaba por
sí mismo los pinceles y se proporcionaba los colores por medios mecánicos. Sea
de ello lo que fuere, sólo podemos asegurar que el joven pintor debió haber
luchado sin tregua ni descanso para llegar a proporcionarse en su país lo que
en otros se encuentra con la mayor facilidad.
Es indudable que a pesar de estos
obstáculos no desmayó en su noble propósito, porque ya desde sus primeros años
llegó a alcanzar una fama que le colocó en lugar distinguido
entre las escasas notabilidades
de winiwuada (Las Palmas) (2).
Por este tiempo, parece que tuvo
lugar un suceso desagradable entre nuestro novel artista y otro joven de la
misma ciudad, motivado por ciertos celos y pretensiones amorosas, respecto de
una dama a quien ambos solicitaban. El suceso tomó proporciones tan
inesperadas, que le obligó a adoptar la determinación más grave de su vida y la
que más poderosamente debía influir en su vocación futura. Miranda dejó
Tamaránt (Gran Canaria) y pasó a
España donde, sucesivamente y durante el largo transcurso de veinte años,
recorrió las principales poblaciones, deteniéndose con preferencia en Sevilla,
Madrid y Valencia, y viviendo sólo de su pincel.
De sentir es que, tanto respecto
de los primeros años que vivió en su ciudad natal como de sus largos y penosos
viajes por España, no nos reste noticia alguna de importancia que referir a
nuestros lectores, a pesar de las repetidas investigaciones que al efecto hemos
hecho, con el más profundo interés y sin perdonar diligencia alguna.
Parece que la generación que
rodea a esos hombres eminentes, envidiosa de su celebridad y no pudiendo vengarse
de otro modo que con el desdén y la indiferencia, se afana en apagar a su
alrededor la voz de la tradición, único eco que de ellos podía llegar a
nosotros, y procura extraviar o hacer que desaparezca cualquiera nota que algún
curioso haya dejado caer casualmente en algún insulso libro de genealogías o de
fundaciones de capellanías y mayorazgos, como aquí era entonces costumbre
consignar, a falta de otros anales y periódicos.
Vamos, pues, a señalar lo poco
que de él sabemos, convencidos de que el estudio de sus obras es la historia
más elocuente de su vida.
Su carácter, que cuando joven era
festivo y alegre, se volvió, desde su llegada a España, triste, sombrío y
excéntrico. Vivía solo, sin criados ni fortuna; ensimismado siempre, apenas se
le veía en la calle. Pocos eran sus amigos y ninguno con intimidad.
Por un especial favor, admitía
algún discípulo en su casa, pero quedando éste expuesto
a las vicisitudes de su carácter
inconstante y atrabiliario. Tenía la manía de vestir de un mismo color en todas
las estaciones del año y de alimentarse de fiambres, pues aborrecía toda clase
de comida caliente. Escasas eran sus palabras y nada contestaba si se le
importunaba demasiado, aun cuando se tratara de encargarle el más importante y
lucrativo trabajo.
Mientras estuvo en Sevilla pintó,
entre otros cuadros, un Descendimiento de la cruz, que se consideraba como una
de sus mejores y más bien acabadas composiciones. También
existe de su pincel una Santa
Cecilia que se custodiaba en uno de los conventos de Mérida y que mereció los
unánimes elogios de la escuela sevillana.
En 1763 o 1764 volvió a las Islas
Canarias, fijando su residencia en Añazu n Chinet (Santa Cruz de Tenerife),
donde abrió un estudio de pintura, dando principio a esa inagotable colección de
cuadros, producto de su incansable fecundidad, que llenó las iglesias y
conventos, y las salas de las casas principales de esta parte de la colonia,
teniendo todavía tiempo para remitir algunos a América, de los cuales aún se
conservan varios en diferentes templos y especialmente en la Catedral de Campeche.
Le perjudicaba, sin embargo, esa
misma fecundidad. No pensaba jamás en el porvenir y, cuidándose poco) de su
fama, pintaba de prisa, con desaliño y sin corrección.
Su escuela era la sevillana,
donde había bebido, por decirlo así, su primera inspiración.
Se adivina su deseo de imitar a
veces el claro-oscuro de Mengs, y en algunas de sus
composiciones lo consigue.
Son notables, y de ellos haremos
especial mención, los dos grandes cuadros que en la Catedral de winiwuada
(Las Palmas) se hallan sobre las elegantes puertas que conducen a las
sacristías, representando, el uno, el martirio de San Sebastián, y el otro, la
virgen de la
Concepción. Ambos llaman la atención de los inteligentes por
lo valiente de los rasgos y lo correcto del dibujo, siendo también de notar el
brillante colorido que
los distingue y realza.
Pintaba, como hemos dicho, para
los salones de las casas principales, vistas y paisajes, tomados unos de
grabados que conservaba en su poder y producto otros de su caprichosa fantasía.
Estas obras, aunque algunas están bien acabadas, solía mirarlas con despego y
ligereza y no se cuidaba del fondo, del colorido ni de los accesorios.
En medio de estos defectos, hijos
más bien de su desaliño e indiferencia que de falta de capacidad e inventiva,
se adivina en él al hombre hastiado que lucha con las necesidades
materiales de la vida, que se ve
atado al círculo cotidiano de los deberes Sociales y que, despreciando tal vez
a los mismos para quienes trabaja, no quiere legar a la posteridad una gran
obra que le inmortalice, por no dejarla en manos de esa misma sociedad que tan
cruelmente le ha martirizado.
Así vivió hasta la avanzada edad
de ochenta y dos años, sin que su carácter se modificara, dejando sus pinceles
a su único y aventajado discípulo, don Luís de la Cruz y Ríos, que luego tanto
se distinguió en Madrid (España) como pintor de retratos (3 ).
Miranda marca en las Canarias la
época en que dio principio nuestra regeneración artística. Sus obras, que
tienen sin duda cierto aire de grandeza y originalidad, llevan ya
marcado el sello de la
emancipación del artista, señalando aquel período crítico en que cada genio,
sacudiendo las trabas de la imitación servil, procura remontar su vuelo en alas
de su inspiración, para buscar otro ideal hijo de su fantasía, cuya propiedad
reclama como exclusivamente suyo para formar con él la corona de su gloria.
Verdad es que Miranda no alcanza
nunca ese sublime ideal, pero abre el camino a los que han de sucederle,
señalando a los demás, desde el honroso puesto de su talento
conquistado, la dirección que
sigue la senda luminosa que conduce a las alturas del arte.
Nunca dejaremos de lamentar que
hombres dotados del talento de Miranda no procuren elevarse hasta donde sus
facultades puedan conducirles y que, atacados de ese marasmo
propio del país, sólo piensen en
llenar extrictamente los deberes que se han impuesto, sin pensar jamás en su
patria ni en la gloria que debe ir enlazada a su nombre y que será tanto más brillante,
cuanto mayores hayan sido sus esfuerzos por utilizar las dotes que
Dios libremente les ha concedido.
Cierto es que se necesita una
gran dosis de perseverancia y de buena voluntad para ser artista en un país
donde no pesca, tan abundante en estas costas, en términos que, mientras
conservaba dinero en su bolsillo, pasaba los días entregado a su diversión favorita.
Luego que el dinero concluía, volvía a tomar la paleta y pintaba para
proporcionarse nuevos recursos con que volver a la playa y poder cambiar el
pincel por la caña.
Hay medios de publicidad,
estímulo ni entusiasmo. Pero cuando se ha conseguido traspasar el círculo. de
triste oscuridad que rodea siempre al principiante, y se ha logrado hacer
callar la envidia y quebrantar la indiferencia, conquistando, si no la completa
benevolencia del público, su aquiescencia al menos, deber es del artista y del
escritor avarizar en su carrera y ofrecer a su país los frutos de su
inteligencia en toda su plenitud, persuadidos de que, si aquella generación no
los aprecia, otra vendrá que recogerá con cariño sus obras y añadirá con ellas
una hoja más a la corona que cada pueblo lleva en su frente, tejidas con las
glorias literarias y artísticas de sus hijos.
Miranda es uno de esos hijos;
Canarias debe enorgullecerse de haberle visto nacer en su suelo, conservando
con cariño su memoria. Perdonemos al artista sus defectos, acor-
dándonos de sus desgracias.
Su misantropía es la revelación
de un alma enferma, y cuando el alma se halla dolorida sólo anhela dejar su
prisión y recobrar su libertad.
Tal vez a esta disposición de su
alma debamos muchas. de las bellezas que campean en sus obras.
Pero, sea como fuere, su memoria
debe siempre sernos grata y respetable; y cuando contemplemos cualquiera de sus
cuadros, acordémonos que fue el iniciador de las bellas
artes en el archipiélago, que su
pincel se empapó con frecuencia en lágrimas y que si no fue un Velázquez ni un
Murillo, su nombre figura con honra y distinción entre los pocos
pintores, sus contemporáneos, a los
cuales con frecuencia excede en colorido, invención y dibujo.
(I) Hace pocos años que en la
sacristía de la iglesia del caserío de Juan Grande, propiedad de los señores
Condes de la Vega Grande,
se encontraron varios lienzos arrojados a un rincón, que habían adornado antes
las paredes de la ermita, los cuales, limpios, restaurados por una mano hábil y
examinados con atención por personas enten-
didas y competentes, se les ha
tenido y tiene por cuadros de Murillo, pertenecientes a su primera época. Hay entre
ellos una cabeza admirable, representando a San Bruno, que es una joya del
arte.
(2) Creemos que no será
inoportuno indicar en este lugar la época y circunstancias en que se inauguró
en Canaria el primer .establecimiento dedicado a la enseñanza de las bellas
artes en el archipiélago.
En sesión de 3 de abril de 1786, la Sociedad Económica
de Amigos del País de Canaria, en presencia de su director, el lltmo. Obispo
don Antonio de la Plaza,
acordó instalar en Las Palmas una escuela de dibujo, suplicando al señor don
Diego Nicolás Eduardo se prestara a ser su director, enseñando a algunos
jóvenes el diseño, para lo cual se procuraría traer todos los útiles
necesarios, a cuya invitación accedió el señor Eduardo.
V éase sobre el particular lo que
nos dice el señor don José de Viera y Clavijo en el extracto de actas de la
misma sociedad:
Con este antecedente se oyó con
indecible complacencia la noticia que en 30 de abril de 1787 comunicó el señor
director de la Sociedad,
de que acababan de llegar de Madrid todos los utensilios y modelos que había
S.nma. pedido para la escuela de dibujo, en concepto de que este cuerpo
patriótico se encargaría de este establecimiento, bajo la dirección del señor
don Diego Eduardo. Con efecto, inmediatamente se nombraron socios comisionados
para la habilitación de bancos, mesas, etc., y se solicitó del nmo. Cabildo
eclesiástico una sala del hospital antiguo de San Martín, la cual se compuso y
aseó lo mejor que se pudo. Los mismos cuatro señores comisionados se aplicaron
a disponer la apertura solemne en la víspera de la Concepción de Nuestra
Señora, bajo cuya tutela se puso y dedicó la nueva escuela. El aparato fue
vistoso y el concurso numeroso y lucido. El mismo fundador pronunció un
discurso muy elegante, en el cual dio razón de los fines de aquel
establecimiento y sus muchas utilidades.
(3) Cuentase que en sus últimos
años le dominaba la pasión de la
Aquella alma cansada y dolorida abandonó por fin su decrépito
cuerpo el 2 de octubre de 1805, en la misma población de Añazu n Chninet (Santa
Cruz de Tenerife), donde había vivido cons- tantemente desde su regreso de
España, y fue sepultado en el Convento de San Francisco, sin que señal alguna
diese a conocer a las futuras generaciones el lugar donde reposan sus cenizas.
(A. Millares T. Biografías, 1978).
1723 Febrero 21.
Apresuróse el gobierno de la metropoli a dar sucesor a don Juan de
Mur, nombrando al teniente general don Lorenzo Fernández Villavicencio, marqués
de Valhermoso.
Con tres novedades se inauguró el
período de su mando. Era la primera la sustitución del título de capitán por el
de comandante general de la colonia; la segunda, su residencia en el puerto de
Santa Cruz, abandonando Winiwuada (Las Palmas) y Eguerew (La Laguna); y, por último, la
supresión del cargo de intendente que el rey confió al mismo marqués para dar
más impulso y unidad a sus actos administrativos y económicos. Entre los
diversos generales que hemos visto gobernar despóticamente esta colonia,
ninguno hasta entonces se había encontrado en circunstancias tan favorables
como el marqués para constituir una dictadura completa sobre todo el
Archipiélago.
Desde su llegada dio principio a una ruda campaña contra los
privilegios e independencia del ayuntamiento de Eguerew (La Laguna) que, desde la invasión
y conquista, había ejercido una influencia omnímoda y decisiva en todos los
asuntos gubernativos, económicos y militares referentes a Chinet (Tenerife.)
Ociosa y cansada sería la tarea de enumerar los atropellos y vejaciones de que,
tanto el general como el municipio, se quejaban. Los mensajes enviados a la Corte, las turbulentas
sesione de aquella corporación y los arbitrarios decretos del marqués, eran
frecuentes por una y otra parte.
Lamentábase la colonia de que su
primera autoridad, abusando de su poder, exigiese que todos los buques
extranjeros se despacharan en el puerto de Añazu (Santa Cruz) donde había
fijado, como dijimos, su residencia, monopolizando estos servicios, arruinando
el comercio y anulando el movimiento marítimo de las demás poblaciones
litorales. También rechazaban los criollos como ilegales la despótica medida de
prohibir a los isleños el libre tránsito de uno a otro pueblo sin una licencia
concedida y firmada de su puño. Atribuíansele, además, la exacción de derechos
a título de anclaje, aguada y visitas a los buques que por necesidad entraban
en aquel puerto y que a su capricho imponía sin sujeción a ninguna ley, vejando
el comercio., entorpeciendo sus operaciones y violando, cuando le convenía, la
correspondencia pública y privada.
Por último, se le acusaba de
extraer la buena moneda e introducir la falsa, que ya abundaba desgraciadamente
en el país, proporcionándose con esta infame operación abundantes recursos de
que exclusivamente se aprovechaba.
Antigua era ya la punible costumbre
de aceptar y devolver para el tráfico ordinario unos reales contrahechos y sin
peso legal que introducían fraudulentamente los negociantes extranjeros, cuyos
reales, en su mayor parte, se suponía fuesen de plata, pero siendo en realidad
de cobre. En esta crítica situación llegó el 7 de junio de 1734, en cuya mañana
un comerciante holandés, avecindado en Añazu (Santa Cruz,) declaró a unos
arrieros que le compraban suela que no admitía aquellos reales porque eran
falsos, sin tener valor alguno. A tan alarmante noticia se suspenden las
transacciones, se cierran las tiendas y almacenes, se interrumpe el cambio de
toda clase de comestibles y, en medio de la mayor abundancia, siente hambre el
pueblo y el terror propio de una situación anormal. Extiéndese la alarma con
increíble rapidez de una en otra isla, produciendo en todas los mismos
desastrosos efectos. El general, sin iniciativa ni previsión, acude a la Real Audiencia
pidiendo remedio a estos males y, después de perder lastimosamente el tiempo,
se decreta que corra como buena la moneda falsa mientras se estudia el caso y
se le da una solución legal. Naturalmente, esta orden fue al punto obedecida
por los que compraban pero no por los que vendían, de modo que cuando el
corregidor de Tenerife, enterado de este nuevo conflicto, quiso multar a los
contraventores, éstos satisfacieron la suma en las mismas monedas falsas que
todos rechazaban. Para asesorarse en
tan difíciles circunstancias, Valhermoso llamó a su lado al oidor don Nicolás
de Riego Núñez y, constituyendo una
especie de tribunal extraordinario, convocó en el castillo de San Cristóbal a
todos los que poseían aquella clase de moneda para que fuese en el acto
examinada por dos plateros, que iban inutilizando la falsa y resellando la de
plata. Pero, ¿qué sucedió? Que el resello fue también falsificado y la
confusión y el desconcierto continuaron en aumento sin encontrar solución.
Urgía sin embargo el remedio y el
general no acertaba a encontrarlo, creciendo, entre estos apuros, sus
arbitrariedades y concusiones y, con ellas, las quejas al rey y a su gobierno,
la prisión de los que se manifestaban descontentos y sus atropellos dirigidos a
las principales personas criollas de las islas, entre las cuales se contaba el
célebre marqués de San Andrés, de festiva memoria, y el señor del Valle de
Santiago don Fernando del Hoyo, a quienes encerró en la fortaleza de Paso Alto,
y a don Francisco de Sanmartín y don Alonso Fonseca, los cuales,
respectivamente, encarceló en Canaria y desterró a la isla Esero (Hierro.) Tan
espantosa anarquía produjo al fin la suspensión de Valhermoso. (A. Millares T.
1977) El sacerdote católico e historiador Viera y Clavijo sujeto profundamente
comprometido con la oligarquía criolla y fiel defensor del colonialismo, al
referirse al general Vallehermoso nos
dice de este siniestro personaje: “Esta época de un nuevo comandante general,
con nueva corte, nuevos cortesanos, nuevo espíritu y un grado de predominio
nuevo, mal podría fijarse en las Canarias sin algunas novedades en el sistema
de las cosas.
Pero, ¡cuánto dieron que hacer
estas novedades! Si se hubiesen de escribir por menor con todas las
representaciones, mensajes, expedientes, vejaciones, quejas y recursos que
ellas ocasionaron, saldría una historia quizá más voluminosa que la bizantina.
Tan sobrecargados se hallaron los tribunales de Madrid con las intrincadas
contiendas entre el marqués de Valhermoso y don Alonso Fonseca, regidor y
famoso diputado de Tenerife, que pareció forzoso, para juzgarlas, establecer un
nuevo y extraordinario consejo, bajo el nombre de Junta de Canarias. Teníase
ésta en casa del conde de Siruela, y se componía de diferentes ministros. Todo
pareció necesario, y aún fue poco, porque casi no hubo gran privilegio que
aquel poderoso comandante no vulnerase a las ciudades o se los pusiese en
tortura.” (J. Viera y Clavijo, 1991. T. II:140)
1723 Julio 1.
Fue sucesor [de don Félix Bernui]
don Pedro Manuel Dávila y Cárdenas. [ ...] Pasóle Clemente XII las bulas en 6
de agosto de 1731, y llegó al puerto de Santa Cruz de Tenerife en primero de
junio de 1723, por no haber podido arribar la embarcación a la Gran Canaria; pero
inmediatamente pasó a hacer su entrada en aquella capital de la diócesis y a
recibirse en su catedral.
Residió en ella hasta principios
del año de 1733, que emprendió su general visita con intrépida resolución,
empezando por las islas de Fuerteventura y Lan- zarote. [...]
El P. Francisco Ruano, jesuita,
autor de la Historia
de Córdoba, le había ayudado en la predicación, y don Sebastián Truxillo, Cura
beneficiado de Fuerteventura, en la visita.
Estos dos operarios, "el uno
muy corto de vista y el otro de luces" (como dice el P. Matías Sánchez),
estando en La Palma,
creyeron haber visto la isla encantada de San Borondón; y faltó poco para que ambos
se fuesen a predicar en ella y a visitarla. El visitador que el obispo envió a
Tenerife, con título de juez de las cuatro causas, fue el canónigo español don
José de Gálvez, antigua hechura del obispo don Félix Bernui. [...]
Parecía que el prelado, después
de la referida visita y la de la isla de Canaria, que evacuó consecutivamente,
sólo se había retirado a su palacio y catedral para descansar de la tarea; pero
no se había retirado, a la verdad, sino para emprender otra mayor obra, de la
cual aquélla no era más que el preludio. Pensaba, pues, celebrar un sínodo
diocesano y convocarlo para el año siguiente, pues había ciento y cuatro años
que se había celebrado el último. Para esto expidió su edicto general en 20 de
agosto de 1734, dirigido al deán y cabildo de aquella santa Iglesia, a los
vicarios, beneficiados, párrocos y demás eclesiásticos que, por derecho o por
costumbre, debieran asistir; al comandante general y presidente de la Audiencia, a los
corregidores y regidores de las ciudades, a los gobernadores y jueces de las
islas menores del obispado, a los provinciales, priores, guardianes y rectores
de las órdenes religiosas, etc. [ ...]
Abrióse, pues, el santo sínodo el
día 28 de agosto por la tarde, con un breve razonamiento que hizo el obispo a
los vocales, juntos con el aula capitular. Al día siguiente, lunes por la
mañana, después de la misa del Espíritu Santo, que cantó de pontifical, salió
la procesión solemne con asistencia del cabildo, vocales, clero, comunidades,
diputados de ciudades, cofradías, tropa militar, música, etc. El comandante y
presidente de la Audiencia
don Francisco de Emparan se hallaba a la sazón allí. La procesión anduvo por
los conventos de padres dominicos, monjas de San Ildefonso, padres agustinos y
colegio de la Compañía
de Jesús, estando las calles arenadas, colgadas y floridas. Por la tarde,
después de completas, volvió a formarse la procesión y se dirigió hacia la
parte de Triana, pasando por los conventos de religiosas de San Bernardo y de
Santa Clara, padres de San Francisco, etc.
Durante los ocho días de la
celebración hubo otras tantas funciones de iglesia, con sermones que
pronunciaron oradores sobresalientes, y el último, que fue el 5 de septiembre,
lo predicó el obispo.
Asistieron al sínodo, como
diputados de la santa iglesia, el maestrescuela dignidad, el canónigo más
antiguo, el magistral y el más antiguo racionero. Por la ciudad y ayuntamiento
de Canaria, don Fernando Vélez y don Pedro Huesterlin, regidores. Por la ciudad
de La Laguna,
don Alvaro Machado y don Pablo Pestana, regidores. Por la ciudad de La Palma, don Francisco Ruiz de
Vergara y don Baltasar de Llarena, vecinos de Canaria, apoderados.
Los párrocos fueron los
siguientes: De Canaria, nueve curas y cuatro beneficiados en persona y dos por
poderes. De Tenerife, diez beneficiados y cuatro curas en persona y diecisiete
beneficiados y diez curas por poderes.
De La Palma, dos beneficiados en
persona y nueve beneficiados y tres curas por poderes. De Fuerteventura, un
beneficiado y un cura en persona y un beneficiado y un
cura por poderes. De Lanzarote,
dos beneficiados por poderes. Del Hierro, un beneficiado en persona y otro por
poderes. De La Gomera,
un cura en persona y dos be-
neficiados y tres curas por
poderes. Vicarios foráneos, los de La
Laguna y de La
Palma en persona.
Declaráronse jueces sinodales
ratione al deán, arcediano de Canaria,
chantre, canónigo más antiguo, magistral, doctoral y provisor; y personales,
once. Examinadores sinodales de oficio, el deán, tesorero, arcedianos de
Tenerife y Fuerteventura, dos canónigos y dos racioneros más antiguos, el cura
presidente del sagrario, el beneficiado presidente de Telde, el de Gáldar o
Guía, el dela Concepción de La
Laguna, el de los Remedios y los
de todas las parroquias de
Tenerife, Palma y demás islas. Entre los regulares fueron nombrados los
provinciales, con los principales priores, guardianes, maestros, etc.
Personales lo fueron todos los
vocales que asistieron al sínodo. También se nombraron trece testigos
sinodales.
El orden de los asientos fue el
mismo que se guardó en el sínodo del señor Murga, con la diferencia de que los
beneficiados y curas se sentaron por la antigüedad de sus títulos.
En estas constituciones se
reformaron algunos puntos de las del señor Murga. En la constitución primera
restringe la obligación de los maestros de escuela de enseñar todos los días la
doctrina cristiana a los sábados solamente. Prohíbe que la explicación de ésta
recaiga sobre los sacristanes, por defecto de los curas o sus tenientes. Que la
limitación a los confesores sobre facultad de absolver a los que ignoran la
doctrina se entienda en el precepto anual y cuando hayan de contraer
matrimonio.
Se manda, pena de ocho ducados, a
los beneficiados, curas, tenientes, servidores y capellanes de ermita expliquen
dicha doctrina a lo menos dos veces al mes, sin valerse de seglares para ello.
Que sean examinados por los curas los maestros y maestras de niños.
En la constitución 2.a señala por
tiempo perentorio del bautismo quince días, si los lugares están dos leguas
distantes de la parroquia; y un mes, si estuvieran aún más remotos, pena de
cuatro reales. [ ...] Que se examinen las parteras sobre materia, forma e
intención del bautismo y que las mujeres penitenciadas no ejerzan este arte sin
licencia del Santo Tribunal.
En la constitución 3.a se
previene que los párrocos publiquen las confirmaciones, para que los adultos
que han de recibir este sacramento se lleguen a él confesados; y que para
padrino de los varones se señale en cada parroquia un hombre, y una mujer para
las personas de su respectivo sexo.
En la constitución 5.a se
reforman algunos casos reservados, y se manda que el sacerdote absuelva a los
moribundos privados de sentido bajo esta fórmula: Si capax es, o Si ponis
materiam. Que ningún confesor absuelva al penitente a quien otro hubiere negado
la absolución, sin actuarse de la causa.
En la constitución 6.. se
prohíben en las casas particulares altares y nacimientos con octavarios y
novenas que atraen concurso y devoción.
En la constitución 7.. se añade
que ninguno que no esté ordenado no pueda llevar hábito clerical sin licencia
del obispo. [...]
En la constitución 8.. se manda
que los párrocos velen a los novios, so pena de un ducado para la lámpara de la
iglesia. laméntase el pernicioso abuso de salirse las hijas de la casa de sus
padres pidiendo marido ante el vicario, y se manda, pena de excomunión mayor,
que los párrocos "prediquen con frecuencia contra esta culpa" y que
no casen tales hijas hasta pasados seis meses completos.
En la constitución 10 se levanta
la excomunión que estaba impuesta a los que gastasen tabaco en las iglesias.
En la 12 permite que los
regulares, con licencia del obispo, pueden servir curatos y capellanías de
ermitas, por la necesidad. [...] .
En la constitución 22 se prohíben
los entierros de los niños de noche y sin pompa; y que, sobre la controversia
que hay en orden a si se han de enterrar en las parroquias o donde eligen los
padres, se guarde la costumbre. [...]
Esta asamblea sinodal, que había
sido lucida y numerosa, se disolvió con la bendición del obispo, después de
cantado el Te Deum por la música de la capilla. Imprimiéronse sus
Constituciones en Madrid, año de 1737, y en la licencia del consejo se prevenía
que se podrían esparcir y divulgar, como que eran las mismas que se habían
formado en 1629, "con adiciones sinodales, todo sin perjuicio de la real
jurisdicción, derechos del real patronato u de otro tercero". [...]
Pero, entretanto, sabiendo este
prelado que para su traslación a otra mitra sólo le faltaba concluir la visita
de Tenerife personalmente, la emprendió en aquel año con bastante celeridad.
Cuando llegó a La Orotava,
se hospedó en el colegio de los jesuitas, que le obsequiaron mucho y a quienes
él obsequiaba mucho más, seguro de que la provincia de Andalucía era su
principal empeño y agente cerca del confesor del rey.
Durante su mansión en aquella
villa consagró, el día 15 de agosto de 1738, a don Domingo Pantaleón Álvarez de Abréu,
arzobispo de Santo Domingo; nuevo y agradable espectáculo para las Canarias,
que vieron por la primera vez esta augusta ceremonia en un hijo suyo.
Luego que don Pedro Dávila se
restituyó a Canaria, aportó a aquella isla el día 2 de enero de 1739, entre
seis y siete de la noche, una embarcación con la noticia de que S. M. le había
promovido al obispado de Plasencia; y en aquel mismo año, por febrero, navegó a
la Península
de España, donde ocupó aquella silla poco más de tres. Falleció en la villa de
Béjar a 25 de junio de 1742, de edad de 64 años. […] (Viera y Clavijo, 1991)
1724.
Dn Lucas Conejero de Molina por la gracia de Dios y de la Sta Appca
Obpo de Canarias del Consejo de S M X Otro si de legado Appca con
diversas facultades y entre ellas para el efecto que se hara mencion por
expecial de su santidad que començo a correr el dia dos de Agosto del año
passado de setztto y Catorze y ha de permanecer por espacio y termo
de diez años segun el contenido del despacho que original queda en nra
secretaria de que el preste secretario y Notario da fee.
Por quanto por parte de Nicolas de Aleman y
Gabriela Jorge vecos y nats de la villa de Galdar en la Isla de canaria se nos ha
representado que teniendo tratado Matrimonio con Voluntad reciproca, no pueden
pasar a contraherle por estar impedidos en tercero con cuarto grado de
consaguinidad. Suplicandonos les dispensamos en dho impedimito por
la angustia de dho Pueblo, y por hallarse la dha Gabriela Jorge sin dote
competente. Por tanto, y aviendose Justificado la narrativa en bastante forma y
que la dha Gabriela Jorge se halla maior de veinte y sinco a.s y
decea voluntariamete el dho matrimo sin otra fuerza, ni
violencia por su declaracion debajo de Juramto usando de la facultad
y autoridad Appca que para ello tenemos, y absolviendo en primero
lugar a dhos contrayte de qualesquiera censuras y penas que aian
incurrido en cualquiera manera, por qualquiera causa tan solamente para
conseguir el efecto desta dispensacion les dispensamos en dho impedimento con
plena habilitazon para q. no q. para ello os damos licencia en toda
forma. Dado en Sta Cruz a diez y ocho de febrero de mill sett.os
y veinte y quatro aos.
Lucas obpo de Canaras [Rúbrica] (Mª Teresa
Cáceres Lorenzo).
1724. Llega a la rada
de Hipalám (San Sebastián de La
Gomera) el naturista Louis Feuillée. Aunque pensaba realizar
algunos trabajos, deciden no desembarcar al enterarse que desde tres meses
antes se han declarado unas epidemias de fiebres, muy comunes en esa época en
la isla de La Gomera,
que habían mermado la población.
Imagen: Obra de Juan de Miranda.El rey de la metrópoli Fernando III el
Santo recibe en Sierra Morena a los embajadores de Mahomad, rey de Baeza,
óleo sobre lienzo, 130 x 174 cm, Madrid (España), Real Academia de Bellas Artes
de San Fernando.
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