EFEMERIDES DE LA NACION
CANARIA
UNA HISTORIA RESUMIDA DE
CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVII
DECADA 1601-1700
CAPITULO XVI-VII
Guayre Adarguma Anez’ Ram n Yghasen
1613 Enero 19.
134.-Juan
González e Teresa Rodríguez, su muger legítima, v.8 de esta ysla de Then.c, e
Catalina González, muger de Bastián Blanco, difunto, vendemos a vos Jusepe
García, hijo de Gonzalo García, vo de esta ysla de T., que estades presente, un
solar que es en el cercado e solar de Bastián Blanco e de su muger, que alinda de
una parte solar de Francisco Pérez e de la otra parte solar con la dicha
Catalina González e por detrás cercado de los herederos de Cristóbal García e
de maese Luis e por delante la calle pública, que tiene de frente 15 varas de
medir e una tercia e por la frente delantera 15 varas e tercia e de cumplido
tiene 84 varas e lo que más oviere, la qual venta os hacemos todos tres,
véndida buena, sana, justa, derecha, real e valedera e verdadera, con todas sus
entradas e salidas, dere- chos, pertenencias, usos e costumbres e servidumbres
quantas el dicho solar (h)a e aver debe e le pertenece ansy de hecho como de
derecho por justo e derecho precio nombrado, conviene a saber, 20 doblas que
recibimos en dinero de contado de que somos contentos y entregados a nuestra
voluntad etc. En la noble ciudad de San Cristóval en 18-VII-1561. E porque
dixeron que no sabían escrevir a su ruego lo firmó Rodrigo Hernández. Testigos:
Rodrigo Hernández, Alonso Gonczález, hijo de Pedro González, caxero,
Hernandianes, yerno de Martín Sánchez.
Por
testigo a ruego de los otorgantes Rodrigo Hernández. Gaspar Justiniano, esc.
públ. E yo Bernaldino Justiniano, esc. públ., uno de los del número, de esta
ysla de T. por su
Magestad
presente fui al corregir de esta escritura que hize sacar de uno de los
registros de Gaspar Justiniano, esc. públ. de esta ysla, e por ende fiz aquí
este signo en testimonio de verdad. Bernardino Justiniano, esc. públ.
En
19-VII-1561 estando ante un solar que es en el término de esta ciudad que diz
que alinda (describe los linderos) y estando presente Jusepe García, mercader,
por presencia de mí Gaspar Justiniano, esc. públ. del número de esta ysla de
T., J.G. razonó por palabra e dixo que por quanto Juan González e Teresa
Rodríguez, su muger , e Catalina González, muger de Bastián Blanco, difunto, le
vendieron el dicho solar por cierto precio que recibieron de que se dieron por
contentos e entregados a su voluntad e le dieron poder para tomar la posesión
por su propia autoridad, por tanto que usando del dicho poder entraba y entró
en el solar de suso deslindado e en señal de posesión se paseó por el solar de
una parte a otra e de otra a otra e arro. jó piedras de una parte a otra, todo
lo qual hizo en señal de posesión, lo qual pasó pacíficamente e sin contradicción
de persona alguna e lo pidió por testimonio y yo se lo dí según que ante mí
pasó que es hecho en el dicho día, mes e año. Testigos: Bernaldino
Justiniano, esc. públ., Luis de Salazar , Juan Justiniano, Gaspar Justiniano. E yo Bernaldino Justiniano, esc. públ. de esta ysla de
T. por su Magestad, esta carta hize sacar de uno de los registros de Gaspar
Justiniano, esc. públ., ante quien paresce haber pasado, e por ende fiz aquí
este mío signo que es a tal en testimonio de verdad. Bernardino Justiniano,
esc. públ.
1613.
Templos
y prelados católicos en la colonia de Canarias según el criollo clérigo e historiador José de Viera y
Clavijo.
Fundación
del convento de agustinos de Chasna
En el año de 1613 se fundó otro cuarto convento de agustinos en el lugar de Chasna, con
título de Santa Catalina Mártir. Pero habiendo edificado después la capilla
mayor de su iglesia el capitán don Juan
García del Castillo y otorgado escritura
de patronato a 11 de abril de 1627, fue su voluntad que se llamase convento de San Juan Bautista. Ha
sido de nueve a diez religiosos y se quemó
en mayo de 1782.
1613 enero 26.
Notas en torno al asentamiento colonial europeo en el
Valle Sagrado de Aguere (La
Laguna) después de la invasión y conquista de la isla Chinech
(Tenerife).
Las inundaciones.
“Nuestra información sobre este tema dista de ser completa, pero algunos datos sueltos confirman la existencia de inundaciones, fenómeno hasta cierto punto previsible en una ciudad situada junto a una
laguna con un drenaje insuficiente para lluvias tempestuosas. En 1590, la víspera del día de San Andrés, la capital conoce un gran
diluvio, como lo califica el cronista Núñez de la Peña: dio mucho cuydado, porque tapeó la tierra, que el agua traía algunas puertas de casas, y los barrancos derribaron casas de algunos lugares. Es conocida la avenida que anegó el 26 de
enero de 1613 el convento franciscano, por cuya razón la imagen del Cristo
estuvo en las casas de la familia Valle de Salazar. En nuestro período y en
años inmediatamente posteriores hubo crecidas en 1676,
1709 y 1713. La razón de fondo de todas ellas
era la penuria de obras de desagüe en caso de lluvias torrenciales, que
originaban avenidas, pues la laguna recogía muy poco caudal. El resultado era
la formación de un mar ancho formado por la reunión de aguas. La zona más castigada era el convento franciscano y casas aledañas,
penetrando incluso en las calles de El Pino y del Agua —que por lo menos en un primer tramo parecían
barrancos—, donde algunas viviendas resultaban seriamente afectadas. Ya se
pensaba en la época, con el apoyo de
varios generales, que había que profundizar y ensanchar el canal de desagüe, pero no bastaron las
reformas y llegaba la siguiente inundación con la repetición del espectáculo:
casas anegadas, formación del mar ancho alrededor del monasterio. La crecida
del 5 de noviembre de 1676, entre las tres y cuatro de la tarde, preocupó notablemente
a los regidores, como lo reflejan las providencias que se adoptan en varias sesiones. Los barrancos
incrementaron extraordinariamente su
caudal y sobrepujó la laguna. Las áreas más afectadas son los barrios de San Juan y de la Rúa, que eran además zonas
social-mente deprimidas, aunque
también el agua ocasiona problemas en la calle de Maya. En las primeras áreas
citadas, las casas fueron invadidas
por las aguas, llegando a unas dos varas el nivel de la inundación. Con los medios de entonces resultaba harto
difícil y arriesgado socorrer a los
damnificados, como lo comprobaron quienes se atrevieron a esa labor de
socorro: los caballos eran arrastrados, y la corriente se llevó a d. Juan de Urtusáustegui cuando se
dirigía a auxiliar a los religiosos
y a algunos vecinos de la
Rúa. Fue decisiva la intervención de esos voluntarios a lomos de caballo, dirigidos
por el teniente de corregidor (éste se encontraba en el Puerto de la Orotava), ya que gracias a
ellos escaparon de la muerte muchos vecinos, que los salvaron por las
ventanas y altos de las casas. Una semana después se indicaba que no toda
la culpa —como suele suceder— era imputable a la naturaleza, en cuanto parte de la situación tuvo su origen en
las cercas, tapias y otras obras que algunos particulares habían dispuesto en
las lindes de la salida de los
barrancos.
Con ser crudo el panorama, se agravó el día trece al
repetirse una impetuosa lluvia esa madrugada, que nuevamente acrecentó los
cauces e inundó los mismos barrios, pero en esta ocasión la
riada fue superior.
Las campanas parroquiales repicaron a tormenta y
nublado y concurrió otra vez gente a caballo
que logró rescatar a personas que habían quedado
imposibilitadas para ponerse a cubierto. Apenas pudieron salvar sus vidas, y
hubieron de refugiarse en casas particulares. Lo menos que podía hacer el Ayuntamiento por estos desafortunados, que ya de por sí eran familias modestas, era ofrecerles el grano concejil, de modo que se les entrega diariamente, mientras dura la tormenta, una fanega de pan amasado, entregando a cada persona un pan de media libra. También se dispone la reparación de la laguna, que al hallarse encenagada por el entullo, no retenía agua.
Los problemas no se reducían a la entrada de agua en las casas, pues tras el desagüe bastantes viviendas se desmoronaron, y otras se
hallaban en serio peligro de derrumbe. Para evitar mayores males, las autoridades prohíben con duras penas que sus moradores residan en ellas, teniendo además presente que las humedades podían ocasionar
enfermedades. Como medidas complementarias y preventivas, a mediados de ese
mes se acuerda dar salida a los barrancos, ya que se estaba a las puertas del invierno. Incluso un capitular propuso atajar un
barranco que discurría por la calle de Maya y limpiar
esa vía. A los pocos días de la catástrofe, el 20 de
noviembre, comienza a evaluarse su impacto. Se constata
que el daño es tan grande que el arreglo supondría
el trabajo de cien peones a lo largo de un mes. Surgen entonces proyectos más concretos para solucionar el asunto de raíz. El regidor Tomás de Castro proponía elevar una muralla entre la esquina del
muro del convento franciscano y la esquina de la Rúa, cubriendo una distancia
de 16 brazas (unos 27 m.).
En cuanto al barrio de S. Juan, se barajaban dos posibilidades, que tenían en
común la necesidad de cortar barrancos que confluían o pasaban por ese término
y desbordaban en caso de fuertes lluvias. O se
encauzaban dos barrancos próximos (el de la Cañada y el del corral del
Concejo), o el más importante, que era el del Rodeo, que
antiguamente se había cerrado en el enclave del Calvario, solución que
también se discute ahora. Que sepamos, todo
quedó en la intención.
A comienzos del s. xviii, sobreviene otra inundación a consecuencia de un diluvio, con el resultado de la muerte de un fraile. La
altura de la circunferencia hídrica era entonces de 4 gradas que servían de apoyo a una cruz situada en la plaza. Si en la calle del Pino el agua
llegaba a medir 1/2 vara, en algunas partes del
convento llegó a 1.
En 1713, año en que se
registró una formidable inundación el 25 y 26 de enero, el provincial
franciscano aportaba un claro testimonio del problema:
las muchas aguas que concurren en la laguna de barrancos y cerros de
diferentes partes, con la mucha orrura la tienen enfullada, y assimismo su desagüe con la continuación de los
yviernos, de tal forma que ya parece imposible el limpiarla por la falta de
medios y assegurar, no sólo el dicho convento, sino mucha parte (...) de la
dicha ciudad.” (Miguel
Rodríguez Yánez. La Laguna
500 años de historia La Laguna
durante el Antiguo Régimen desde su
fundación hasta el siglo XVII. Tomo I. Volumen II.: 664 y ss.)
1613 junio 8.
Notas en torno al asentamiento colonial europeo en el
Valle Sagrado de Aguere (La Laguna) después de la invasión y conquista de la
isla Chinech (Tenerife).
La consolidación del cambio de tendencia. Desajuste en el
abastecimiento triguero.
“Si en el último tercio del Quinientos se va produciendo gradualmente la transición de isla excedentaria a deficitaria en granos y se
va tornando cada vez más frecuente el recurso a la
importación de notables cantidades de trigo como norma, y no para paliar una
crisis coyuntura!, la siguiente centuria significa la
agudización de esa situación, agravada por el incremento poblacional y por la
continuidad en la plantación de vides frente al retroceso del
espacio dedicado al sub-sector de autoabastecimiento. Es verdad que La
Laguna registra un muy moderado crecimiento
durante el s. xvii, como ya se expuso, pero su comarca presenta un
extraordinario aumento poblacional, que en el caso de Tacoronte llegó a
multiplicar por ocho en la década de los ochenta
la cifra de habitantes de 1561, mientras en Acentejo ese índice fue de siete, y en El Sauzal y Santa Cruz de
tres. La situación, pues, empeoró no sólo por este despegue del beneficio
lagunero, sino porque las tierras
antaño dedicadas al cereal se dedicarán al viñedo, como se comprobará en el siguiente capítulo, de forma
que esta zona, que durante buena parte del siglo xvi fue predominantemente
cerealística, centrará su vitalidad
en los vinos a partir de finales de esa centuria. Como la producción
triguera se estanca (la media del beneficio lagunero es de unas 40.000 fas.
anuales), pero la población globalmente se multiplica
por dos. la disponibilidad alimentaria se ha reducido a la mitad a finales del s. xvii respecto a mediados del
s. xvi, con una cifra de unas 2.30
fas./hab., apenas un par de décimas por encima de la media tinerfeña, cuando en la primera etapa que
hemos analizado era la reserva de pan
de la isla. La contribución del beneficio lagunero al trigo insular merma sensiblemente. Entre 1636 y
1681, de un total de 46 años sólo en
ocho se supera el 50% del total, y en 11 ocasiones el porcentaje es inferior al
40%. A lo largo de los párrafos que
siguen tendremos oportunidad de profundizar en la distribución interna de la cosecha dentro del citado beneficio.
Los primeros años del siglo son malos. No sólo las cosechas normales
eran insuficientes para atender al abasto, sino que, por ejemplo, en 1603 se
cogen 35.000 fas. menos que en el año precedente. Los mecanismos ordinarios para
suavizar el hambre funcionaron a medias (se
repartieron por cédulas sólo 4 panes a casas con 8 personas), y hubo que
consumir yervas, afrechos, rayses de yervas silvestres. En 1606 y 1607 no se sale de apuros: en el primero de
esos años hay que matar langosta en Geneto y los «valles», y en 1607 se une una
sequía a los cigarrones, que a
principios de abril habían destruido los granos de la zona baja y se iban extendiendo hacia cotas superiores. Como en otras ocasiones pasadas y futuras, se
hacen procesiones con el Cristo
lagunero y se trae la Virgen de Candelaria a la capital.
En el Ayuntamiento se reflexiona ya sobre los problemas derivados del exceso de vides —ya se tratará más extensamente de este asunto en el
siguiente capítulo —, lo que acarreaba menos tierras para trigo y legumbres. Por entonces las autoridades dan
por válido el nuevo modelo económico y
lo que se plantean es que las importaciones de trigo no supongan un excesivo costo para el consumidor, por lo que solicitan la exención de derechos aduaneros
del cereal y legumbres foráneos, a
imitación de Sevilla y Portugal. El argumento que manejaban para vencer
las reticencias de la real hacienda era la compensación procedente de unos mayores ingresos derivados del aumento en las
salidas de vino, pues se contaba que la franquicia del grano atraería más a los mercaderes extranjeros, que
inevitablemente, en parte como medio
de pago, retornarían a sus países con esa mercancía.
Pero, como la experiencia indica, la climatología es muy irregular y siempre sorprende. En abril de 1607 apenas hay trigo para consumo, y
si a finales de ese año se programan rogativas para que llueva y se achaca la sequía a los pecados de la
colectividad, en mayo del año siguiente la gente se lamenta de que los fuertes
temporales han descargado un diluvio de agua, y en
diciembre nuevamente retornan las rogativas y
procesiones porque no caía gota desde hacía meses. En 1608 se registra una corta cosecha de cereal, sobre todo en La Laguna, y lo
propio se repite en 1609, en que el grano es tan malo
que la tercera parte es avena. El
invierno-primavera de 1610-1611 trajo de cabeza a los labradores y fue desastroso para todas las producciones de cualquier género. Veamos: en junio de 1610 se esperaba mala cosecha a causa de la alhorra y el mal tiempo. Los malos augurios se verían confirmados
más adelante, y para colmo lo poco cogido era de tan mala calidad que no era apto para comer. En diciembre de 1610 se suceden actos religiosos para implorar agua, igual que en enero del siguiente año, pero en abril-mayo la humedad y la persistente lluvia, que no cesaba, estaban arruinando los campos, y los vecinos vuelven a mirar al cielo para
solicitar clemencia, esta vez para que se calmaran las aguas. En ese año 1611 se afirma que se importaban anualmente unas 50.000 fs. de trigo,
y aunque algo exageradamente, en 1613 se manifiesta en el Ayuntamiento que desde hacía 7 años no se cogía fruto en la isla. El problema no era sólo la pérdida de la cosecha triguera, sino la ruina de la
vitícola, plenamente asumido ya el desequilibrio y la
dependencia que implicaba la interrelación del abasto
cerealístico con la comercialización del vino. Ello
justifica plenamente el desconsuelo del regidor Luís de
Samartín en ese año cuando se refiere a la poca renta y muchos gastos queste
cabildo tiene, y la poca salida que a tenido de sus frutos, que eran con lo prosedido dellos sustentarse la ysla con el pan
de fuera.
Es cierto que en los años siguientes, aunque esporádicamente aparezcan noticias sobre esterilidad y las consabidas rogativas y procesiones, la situación no es tan dramática. La inquietud por la sequía
es, lógicamente, más acentuada si a la altura de febrero aquélla persiste. Por ejemplo, en ese mes de 1625 se trae una vez más la imagen
candelariera. Esa vez funcionó el ritual: fueron a por ella el día 23 y llovió casi de inmediato hasta el día 26, de tal modo —todos conocemos la torrencialidad de las lluvias ocasionales— que está la plaga
llena de agua y los barrancos por las calles. Pero en febrero de 1627 hacía más de diez meses que
no llovía, y en el mismo mes de 1630 se ordenan misas al Cristo
lagunero con sus plegarias y procesiones, así como a la virgen de Candelaria, y
se lleva en procesión a S. Benito a la
iglesia de los Remedios.
La década de los años treinta presenta alternancias, pues frente a cosechas sumamente criticas, como las de 1631, 1632 y 1635, otras se mueven dentro de las 100.000 fas.
en la isla, como las de 1636-1638, pero en el beneficio
lagunero no siempre la evolución es pareja a la insular; por ejemplo, en 1637
apenas se alcanzan las 34.000 fas., lo que suponía el 33% de aquélla. En
1631 y 1632 el trigo alcanzó la extraordinaria
cotización de 100 rs., y la escasez no perdonó a los más
desvalidos: ... los más pobres morían a manos de la necesidad y de los
nocivos alimentos que ingerían. La falta de lluvia continúa siendo el principal problema, y la imploración divina y la importación
los recursos utilizados. Agreguemos a lo expuesto en
el capítulo sobre la hacienda municipal que estos actos de
rogativa suponían unos considerables gastos; por ejemplo, tan sólo las 27 misas de febrero de 1630 costaron 300 rs. Naturalmente,
cuando llueve se supone que media la intercesión divina, como en abril
de 1634, en que se supone que media la
presencia de la Virgen de Candelaria en La Laguna en el milagro de
la lluvia, que caída oportunamente salva la cosecha76. Quizá por eso se trae nuevamente la imagen en
febrero de 1635, pero esta vez no cae el agua y se produce, según las
Actas, la peor carencia que se recordaba,
hasta el punto de que en septiembre Ja
situación es insostenible, cuando normalmente la escasez se manifestaba
a partir de enero. Los detalles son ilustrativos: el trigo inglés se compra a 54'/2 rs./fa., costos de transporte aparte, ya en
diciembre de 1635; en febrero de 1636
la penuria afecta a pobres y ricos, y hasta los regidores piden acceso prioritario al trigo municipal; en abril se señaJa que ha muerto mucha gente de hambre, y e)
trigo ha llegado a despacharse a 75
rs.
Como antes se adelantó, comienza un corto ciclo trienal de bondad triguera, que empieza a quebrarse en 1639 para tocar fondo en el mal año de 1640, como podemos comprobar a partir de los datos del
diezmo. La lluvia persistía en mostrarse esquiva,
con su secuela de rogativas y procesiones, a las que también se achaca la feliz mudanza cuando en abril de 1641 estaba a punto de perderse
la producción, tras haberse acordado novenarios y llevar el Cristo a Santa Clara. Como el agua llega 2 días después de sacada esta
imagen, en agradecimiento se le traslada en
procesión general a su santuario. No obstante, tengamos presente lo antes
expuesto sobre la falta de concordancia evolutiva entre las
cosechas de las diversas zonas insulares, pues en 1641
sólo se recolectan en los campos del distrito
capitalino 32.000 fas. (un 33,2% del grano tinerfeño). Pero de nuevo asistimos a un retroceso hasta la sima de 1643, y a una recuperación con altibajos (1645-1648, en que normalmente se alcanzan las
45.000 fas. en la comarca lagunera) hasta una crisis cíclica que se abre en 1649, de la que sólo
se sale en 1653.
A destacar, los pésimos años de 1650
(sólo 24.000 fas.) y 1651. El pormenorizado comentario que realizamos sobre la mayor parte de la segunda mitad del s. xvii en otro trabajo, aconseja resumir en pocas líneas esa etapa para no incidir
en reiteraciones.
Ahora bien, ¿cuáles eran las principales áreas
trigueras en el interior del beneficio lagunero? el
período 1636-1653 muestra dos hechos
nítidamente: 1) la mayor importancia del
término lagunero propiamente dicho, es decir, el área inmediatamente próxima, que rodea como un cinturón el núcleo
urbano y se extiende especialmente hacia el sur-suroeste; 2) el segundo lugar
lo ocupa la zona Tacoronte-El
Sauzal, en realidad continuidad de los cereales del área capitalina, a pesar
de que la invasión de la vid había mermado
seguramente el primitivo espacio dedicado al grano. Estas dos zonas unidas eran el auténtico granero del
beneficio. A mayor distancia figura el resto, con una ligera superioridad del
Valle de Güímar, siguiendo Acentejo (La Victoria)-La Matanza, Santa Cruz y
Taganana.
En los años siguientes la curva productiva sigue una
tónica similar en la isla y en el beneficio lagunero. El
bienio 1653-1654 es de recuperación, mientras le sucede
un quinquenio de oscilaciones (gráfica n.° 4)
que desembocan en una de las crisis más graves de la centuria, la de 1660-1662, que comienza con la terrible plaga de cigarrones de
1659, de la que se trata en la sesión del 15 de octubre, ya que amenazaba con arruinar ya las viñas y árboles. Como el Ayuntamiento sólo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena, se decide celebrar la
fiesta de S. Plácido, que en su día había sido votado como patrón frente a la langosta pero se habían olvidado ese año (y no fue el único) de festejarlo. No insistiremos aquí sobre un asunto ya suficientemente
tratado, como es dicha plaga. Señalemos que la cosecha de 1660 fue la peor de
nuestra serie, con 17.845 fas., seguida de la del año posterior, con 19.780
fas. Después de ese trienio, la recuperación es asimismo poderosa durante otros tres años, y a partir de 1666 comienza un período
de fluctuaciones que conducen a la crisis de 1668, que
en realidad fue profunda en la isla, pero mucho menos grave en
la zona lagunera, cuya cosecha de 30.900 fas.
significó el 71% de la tinerfeña.
La producción en la década de los setenta es más que aceptable en la isla, mientras en el beneficio lagunero se mantiene dentro de la media —o lo general— con cosechas superiores a las 40.000 fas. La
buena racha se interrumpe en el bienio 1676-1677, mientras la isla ese mismo año consiguió remontar el vuelo, en el que le acompaña nuestra
comarca capitalina a partir de 1678.
En 1676, año de gran seca y grave carencia, el obispo García Ximénez adoptó una actitud, no sólo caritativa o paliativa con los más
necesitados, sino de apoyo a la autoridad civil para
evitar que el enorme descontento popular
degenerase en abierta revuelta. Así lo confesaba a la Real Audiencia de
Canarias, señalando que cuando La Laguna se
hallaba sin abasto ese año, reconociendo que si los clamores creciessen quizás abría alguna especie de ruido que mortificase y pu-siesse en bastante cuidado al
gobernador Laredo, repartió con largueza el grano que tenía reservado para
limosna, sin distinguir en la calidad social de los
beneficiarios, por quietar aquel primero asomo de la quexa. Según el Ayuntamiento, en ese año se
llegó a amasar semilla de alpiste con arina de garbanzos para los pobres.
Si analizamos de nuevo la evolución zonal dentro del beneficio (serie
1661-1681) el panorama —ahora más complejo aún
con la separación de El Sauzal de Tacoronte— no presenta una variación notable respecto a las gráficas precedentes. Es decir, predominio del trigo del término de La Laguna, seguido del área de Tacoronte,
que francamente alcanza a la Laguna en 1677-1680. El tercer lugar corresponde a una regular cosecha de Tegueste-Tejina, seguida del área Acentejo-Matanza.
La
década de los ochenta es muy irregular. El propio año 1680 conoce una invasión de langosta, y en 1683-1684 la cosecha es netamente deficitaria, pero felizmente sobreviene un bienio de abundancia en 1686-1687. Incluso en el primero de esos años se proyecta ampliar la zona de pan capitalina sembrando en el pago de El Tabaibal,
pues algunos vecinos la consideraban apta para sembrar porque hacía más de 50
años que estaba en descanso. En 1689 se entra en otra crisis cíclica motivada
por la sequía, que comporta hambre para las
capas menesterosas y el recurso a las raíces silvestres. A fines de febrero
de 1689 se señala que no llovía desde finales de diciembre y no se disponía de pasto para el ganado. Como no surten efecto las rogativas
ordinarias y procesiones al Cristo, se determina la venida de la imagen candelariera. Se calculaba en mayo que sólo se cogería la mitad de la cosecha. Las consecuencias fueron
dramáticas: mucha gente tuvo que
comer hierbas, y entre las enfermedades derivadas de esta práctica y la desnutrición unida a
enfermedades, la mortalidad se elevó"".
En agosto de 1692 se confirma que no había habido cosecha de pan en los últimos años. En el decenio
postrimero de la centuria, se alian
la alhorra y la langosta para agudizar la casi crisis permanente en que parecen sumidos los campos tinerfeños.
Por ejemplo, en noviembre de 1693 los isleños son testigos de una gran plaga
de cigarrones que atemorizó a
todos sus habitadores. Como en otras ocasiones, La Laguna registra una febril actividad religiosa propia déla
Semana Santa el día seis de ese mes: procesiones con traslados de imágenes que visitan iglesias y conventos,
masiva asistencia de vecinos con las
autoridades, incluido el capitán general. Los clérigos y bastantes
seglares iban descalzos y ejercitaban diversas penitencias. La cuestión es que esa tarde la plaga fue
disminuyendo hasta desaparecer el
día siguiente.” (Miguel Rodríguez
Yánez. La Laguna 500 años de historia La Laguna durante el Antiguo Régimen desde su fundación hasta el siglo
XVII. Tomo I. Volumen II.: 499 y ss.)
1613 noviembre 18.
Los criollos Rodríguez de
Palenzuela impulsan la fundación en Firgas (Gran Canaria) del convento católico
de San Juan de Ortega, de Frayles dominicos.
El actual término de Firgas
fue durante gran parte de su historia un espacio caracterizado por su notable
reserva en riquezas naturales (agua, madera, tierra fértil) que lo hicieron
idóneo en cada fase histórica para el arraigo de procesos económicos de diversa
índole., La antigua Afurgad fue concentrado en lo alto del roquedo del lugar un
nutrido grupo de pequeños y medianos propietarios agrícolas cuyas parcelas se
destinaron al cultivo del ceral, de árboles frutales y hortalizas. En el área
de costa dominaba las parcelas destinadas a la caña de azúcar y la explotación
de huertas. Allí la demanda de mano de obra atrajo a numerosos trabajadores
especializados en la producción azucarera procedentes de variados orígenes
geográficos -portugueses, andaluces-, además de una mano de obra forzada como
fue la esclava. En las zonas altas del lugar sobresalía con luz propia la
llamda Selva de doramas, extensa masa arbórea, cuya explotación por madareros,
fragueros, carboneros, etc., fue una constante durante todo el Antiguo Régimen.
Las transformaciones
generadas desde mediados del siglo XVI en la economía de Gran Canaria afectaron
al término de Firgas, cuyo peso dentro del organigrama productivo insular
disminuyó. El número de vecinos de subsistencia. A ello su sumó el
empobrecimiento de un amplio sector de la población que se redujo a ser una
mano de obra para otras áreas en expansión, caso de Guía, Arucas o Las Palmas.
El siglo XVII fue un período
de bonanza para la localidad a incrementarse progresivamente su población con
la introducción de cultivos como la papa o el millo, ambos con especial
relevancia dentro de la dieta del isleño al aportar valores nutritivos y ser
productos adquiridos en el mercado a bajo precio. La abundancia de agua y la
fertilidad de las tierras facilitaron la atracción de un elevado número de
foráneos que se asentaron en pequeños núcleos de población donde las vivencias
se encontraban dispersas entre sí. El auge de la demanda de madera, materiales
de obra o tejidos favoreció la multiplicación del artesanado, además de
proliferar en el seno de los hogares los telares donde las mujeres destinaban
parte de su tiempo libre a tejer lienzos bastos. La presión sobre el monte
aumentó ante una creciente demanda de tierras favorecida por un grupo de
poderosos propietarios interesados en ampliar sus dominios a base de
usurpaciones clandestinas de tierras realengas. El aumento de la medianería o
las ventas en enfiteusis fueron habituales en esta época, favoreciendo el
asentamiento de colonos en tierras robadas al monte.
La fundación del convento de
San Juan de Ortega en 1613 da fe de la positiva fluctuación de rentas existente
en el lugar, no sólo por las aportaciones monetarias efectuadas desde un
principio para su fundación, sino en el registro de las numerosas donaciones
–misas, capellanías- entregadas por fieles tanto del lugar como vecinos de
términos limítrofes a éste. A ello se sumo el reconocimiento por las
autoridades insulares de un alcalde pedáneo a la localidad, con lo que Firgas
alcanzaba su máximo techo en la administración local.
El siglo XVIII será una
etapa de estancamiento económico insular aunque la población siguió creciendo a
buen ritmo hasta mediados de la centuria. El fin de las exportaciones hacia
América y Europa de los caldos canarios repercutió en la demanda regional con
una retracció;n de la demanda de productos agrarios, entrando en crisis una
sustancial fracción del mercado. La presión de los poderosos sobre el
campesinado imponiendo rentas más elevadas y apoderándose de mayor número de
bienes, incluyendo al de Firgas, mientras un reducido grupo controlaba gran
parte de las tierras más fértiles del lugar.
En todo caso, el campesinado
logró sobrevivir mediante la agricultura de subsistencia, la explotación
ganadera y las usurpaciones -permanentes o no efectuadas en las zonas montuosas
que le proporcionaban una importante cantidad de productos alimenticios. El
tramo final de la centuria sobresalió por las reiteradas fases de crisis y por
una acelerada inflación que arrasó con las economías domésticas de los grupos
populares rurales y urbanos.
El siglo XIX comenzó con
reiteradas epidemias -fiebre amarilla-, la citada galopante inflación y una
creciente intranquilidad socioeconómica que fue detonante de diversas algaradas
y motines. Hasta la primera mitad del siglo se sucedieron graves episodios de
hambruna – en especial la de 1847- y culminó con la epidemia de cólera de 1851.
Pese a estas cíclicas recesiones el lugar siguió siendo básico para el
abastecimiento del mercado interno insular, además de introducirse en las
tierras más cercanas a la costa el nopal para el cultivo de la cochinilla. La
consecución de la parroquia en 1845 fue tardía ante la presión del curato de
Arucas por mantener su presencia en el lugar, la carencia de rentas suficientes
y la propia dispersión de una feligresía cuyo auxilio espiritual podía ser
socorrido por las cercanas parroquias de Arucas, Teror o Moya. Este auge
económico no evitó una creciente emigración hacia América y, a fines de la
centuria, hacia la capital insular atraídos por las obras del Puerto de la Luz
y Las Palmas m y el elevado dinamismo económico generado en ese núcleo de
población.
Durante el siglo XX la
introducción del cultivo de la platanera permitió un considerable incremento de
la renta media del campesinado, aunque los cultivos de este árbol frutal
estuvieron limitados a las zonas comprendidas por debajo de los 500 metros de altitud.
El consabido policultivo de
abastecimiento fue el otro pilar básico de la economía de Firgas –sobre todo en
los primeros años de la centuria y durante la fase inicial de la dictadura
franquista-, además de contar con algunas actividades industriales (cal, tejas,
ladrillos). En la actualidad su posición geográfica y la mejora en las vías de
comunicación cercana a Arucas y la costa norte han favorecido la
intensificación de la construcción de viviendas residenciales cuyo impacto
sobre los recursos ecológicos deberías ser ponderados. (Tomado de: volarfirgas
Motu Proprio).
1613 noviembre 18.
Templos y prelados católicos
en la colonia de Canarias según el criollo
clérigo e historiador José de Viera y Clavijo.
Fundación del convento
de Firgas
“En 18 de noviembre de 1613, se
fundó el convento de San Juan de Ortega, en el pago de Firgas, o Filgas,
jurisdicción del curato y lugar de Arucas en Canaria, con
intervención del presentado fray Juan de Santa María.
Entiendo que el título de Ortega era apellido del fundador. El obispo Murga
dice en sus Sinodales que solían oír allí misa y enterrarse algunos; pero, de
paso advierte a los curas de Arucas que cuiden de que se bauticen todos en su pila y cumplan con la iglesia
en la parroquia, asistiendo igualmente
a ella en las festividades más
señaladas, por no ser justo se dé licencia para desempeñar estas
obligaciones precisas en otra parte. Quizá
tenía presente lo que sucedía en La
Gomera.
En tiempo de este prelado
sólo había en Firgas tres religiosos; en el
del padre fray José de Sosa, ocho; en
el del obispo don Pedro Dávila, diez y nunca
tendrá muchos más.” (José de Viera
y Clavijo, 1982, T. 2: 356 y ss.)
1613 diciembre 6.
En el Castillo San Cristóbal, en el puerto de Santa
Cruz: '" Por llover en la azotea, se necesitan
reparos; y como no hay dinero, el regidor Luís
Lorenzo presta 400 ducados al Cabildo. En 1654, por comisión del Cabildo, el regidor Tomás Pereira de Castro mandó cubrir el
algibe y aumentarlo hasta 1.200 pipas; mudó la cocina, poniendo en su lugar un
terraplén: arregló el montaje de las 29 piezas de artillería
e hizo otros reparos (Cab. 1/6.1654) de cuya continuación se desistió por falta
de fondos (Cab. 24/9.1655).
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