martes, 17 de septiembre de 2013

CAPITULO XVI-VII




EFEMERIDES DE LA NACION CANARIA

UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVII


DECADA 1601-1700


CAPITULO XVI-VII




Guayre Adarguma Anez’ Ram n Yghasen


1613 Enero 19.
134.-Juan González e Teresa Rodríguez, su muger legítima, v.8 de esta ysla de Then.c, e Catalina González, muger de Bastián Blanco, difunto, vendemos a vos Jusepe García, hijo de Gonzalo García, vo de esta ysla de T., que estades presente, un solar que es en el cercado e solar de Bastián Blanco e de su muger, que alinda de una parte solar de Francisco Pérez e de la otra parte solar con la dicha Catalina González e por detrás cercado de los herederos de Cristóbal García e de maese Luis e por delante la calle pública, que tiene de frente 15 varas de medir e una tercia e por la frente delantera 15 varas e tercia e de cumplido tiene 84 varas e lo que más oviere, la qual venta os hacemos todos tres, véndida buena, sana, justa, derecha, real e valedera e verdadera, con todas sus entradas e salidas, dere- chos, pertenencias, usos e costumbres e servidumbres quantas el dicho solar (h)a e aver debe e le pertenece ansy de hecho como de derecho por justo e derecho precio nombrado, conviene a saber, 20 doblas que recibimos en dinero de contado de que somos contentos y entregados a nuestra voluntad etc. En la noble ciudad de San Cristóval en 18-VII-1561. E porque dixeron que no sabían escrevir a su ruego lo firmó Rodrigo Hernández. Testigos: Rodrigo Hernández, Alonso Gonczález, hijo de Pedro González, caxero, Hernandianes, yerno de Martín Sánchez.

Por testigo a ruego de los otorgantes Rodrigo Hernández. Gaspar Justiniano, esc. públ. E yo Bernaldino Justiniano, esc. públ., uno de los del número, de esta ysla de T. por su
Magestad presente fui al corregir de esta escritura que hize sacar de uno de los registros de Gaspar Justiniano, esc. públ. de esta ysla, e por ende fiz aquí este signo en testimonio de verdad. Bernardino Justiniano, esc. públ.

En 19-VII-1561 estando ante un solar que es en el término de esta ciudad que diz que alinda (describe los linderos) y estando presente Jusepe García, mercader, por presencia de mí Gaspar Justiniano, esc. públ. del número de esta ysla de T., J.G. razonó por palabra e dixo que por quanto Juan González e Teresa Rodríguez, su muger , e Catalina González, muger de Bastián Blanco, difunto, le vendieron el dicho solar por cierto precio que recibieron de que se dieron por contentos e entregados a su voluntad e le dieron poder para tomar la posesión por su propia autoridad, por tanto que usando del dicho poder entraba y entró en el solar de suso deslindado e en señal de posesión se paseó por el solar de una parte a otra e de otra a otra e arro. jó piedras de una parte a otra, todo lo qual hizo en señal de posesión, lo qual pasó pacíficamente e sin contradicción de persona alguna e lo pidió por testimonio y yo se lo dí según que ante mí pasó que es hecho en el dicho día, mes e año. Testigos: Bernaldino Justiniano, esc. públ., Luis de Salazar , Juan Justiniano, Gaspar Justiniano. E yo Bernaldino Justiniano, esc. públ. de esta ysla de T. por su Magestad, esta carta hize sacar de uno de los registros de Gaspar Justiniano, esc. públ., ante quien paresce haber pasado, e por ende fiz aquí este mío signo que es a tal en testimonio de verdad. Bernardino Justiniano, esc. públ.

1613.
Templos y prelados católicos en la colonia de Canarias según el criollo  clérigo e historiador José de Viera y Clavijo.

Fundación del convento de agustinos de Chasna

En  el año de 1613 se fundó otro cuarto con­vento de agustinos en el lugar de Chasna, con título de Santa Catalina Mártir. Pero habiendo edificado después la capilla mayor de su iglesia el capitán don Juan García del Castillo y otorgado escritura de patronato a 11 de abril de 1627, fue su voluntad que se llamase convento de San Juan Bautista. Ha sido de nueve a diez religiosos y se quemó en mayo de 1782.

1613 enero 26.
Notas en torno al asentamiento colonial europeo en el Valle Sagrado de Aguere (La Laguna) después de la invasión y conquista de la isla Chinech (Tenerife).
Las inundaciones.
“Nuestra información sobre este tema dista de ser completa, pero algunos datos sueltos confirman la existencia de inundaciones, fenó­meno hasta cierto punto previsible en una ciudad situada junto a una laguna con un drenaje insuficiente para lluvias tempestuosas. En 1590, la víspera del día de San Andrés, la capital conoce un gran diluvio, como lo califica el cronista Núñez de la Peña: dio mucho cuydado, porque tapeó la tierra, que el agua traía algunas puertas de casas, y los barrancos derribaron casas de algunos lugares. Es conocida la avenida que anegó el 26 de enero de 1613 el convento franciscano, por cuya razón la imagen del Cristo estuvo en las casas de la familia Valle de Salazar. En nuestro período y en años inmediatamente posterio­res hubo crecidas en 1676, 1709 y 1713. La razón de fondo de todas ellas era la penuria de obras de desagüe en caso de lluvias torrenciales, que originaban avenidas, pues la laguna recogía muy poco caudal. El resultado era la formación de un mar ancho formado por la reunión de aguas. La zona más castigada era el convento franciscano y casas ale­dañas, penetrando incluso en las calles de El Pino y del Agua —que por lo menos en un primer tramo parecían barrancos—, donde algunas viviendas resultaban seriamente afectadas. Ya se pensaba en la época, con el apoyo de varios generales, que había que profundizar y ensan­char el canal de desagüe, pero no bastaron las reformas y llegaba la si­guiente inundación con la repetición del espectáculo: casas anegadas, formación del mar ancho alrededor del monasterio. La crecida del 5 de noviembre de 1676, entre las tres y cuatro de la tarde, preocupó nota­blemente a los regidores, como lo reflejan las providencias que se adoptan en varias sesiones. Los barrancos incrementaron extraordina­riamente su caudal y sobrepujó la laguna. Las áreas más afectadas son los barrios de San Juan y de la Rúa, que eran además zonas social-mente deprimidas, aunque también el agua ocasiona problemas en la calle de Maya. En las primeras áreas citadas, las casas fueron invadi­das por las aguas, llegando a unas dos varas el nivel de la inundación. Con los medios de entonces resultaba harto difícil y arriesgado socorrer a los damnificados, como lo comprobaron quienes se atrevieron a esa labor de socorro: los caballos eran arrastrados, y la corriente se llevó a d. Juan de Urtusáustegui cuando se dirigía a auxiliar a los reli­giosos y a algunos vecinos de la Rúa. Fue decisiva la intervención de esos voluntarios a lomos de caballo, dirigidos por el teniente de corre­gidor (éste se encontraba en el Puerto de la Orotava), ya que gracias a ellos escaparon de la muerte muchos vecinos, que los salvaron por las ventanas y altos de las casas. Una semana después se indicaba que no toda la culpa —como suele suceder— era imputable a la naturaleza, en cuanto parte de la situación tuvo su origen en las cercas, tapias y otras obras que algunos particulares habían dispuesto en las lindes de la salida de los barrancos.

Con ser crudo el panorama, se agravó el día trece al repetirse una impetuosa lluvia esa madrugada, que nuevamente acrecentó los cauces e inundó los mismos barrios, pero en esta ocasión la riada fue superior.

Las campanas parroquiales repicaron a tormenta y nublado y concu­rrió otra vez gente a caballo que logró rescatar a personas que habían quedado imposibilitadas para ponerse a cubierto. Apenas pudieron sal­var sus vidas, y hubieron de refugiarse en casas particulares. Lo menos que podía hacer el Ayuntamiento por estos desafortunados, que ya de por sí eran familias modestas, era ofrecerles el grano concejil, de modo que se les entrega diariamente, mientras dura la tormenta, una fanega de pan amasado, entregando a cada persona un pan de media libra. También se dispone la reparación de la laguna, que al hallarse encenagada por el entullo, no retenía agua.
Los problemas no se reducían a la entrada de agua en las casas, pues tras el desagüe bastantes viviendas se desmoronaron, y otras se hallaban en serio peligro de derrumbe. Para evitar mayores males, las autoridades prohíben con duras penas que sus moradores residan en ellas, teniendo además presente que las humedades podían ocasionar enfermedades. Como medidas complementarias y preventivas, a me­diados de ese mes se acuerda dar salida a los barrancos, ya que se esta­ba a las puertas del invierno. Incluso un capitular propuso atajar un ba­rranco que discurría por la calle de Maya y limpiar esa vía. A los pocos días de la catástrofe, el 20 de noviembre, comienza a evaluarse su impacto. Se constata que el daño es tan grande que el arreglo su­pondría el trabajo de cien peones a lo largo de un mes. Surgen entonces proyectos más concretos para solucionar el asunto de raíz. El regi­dor Tomás de Castro proponía elevar una muralla entre la esquina del muro del convento franciscano y la esquina de la Rúa, cubriendo una distancia de 16 brazas (unos 27 m.). En cuanto al barrio de S. Juan, se barajaban dos posibilidades, que tenían en común la necesidad de cortar barrancos que confluían o pasaban por ese término y desborda­ban en caso de fuertes lluvias. O se encauzaban dos barrancos próxi­mos (el de la Cañada y el del corral del Concejo), o el más importante, que era el del Rodeo, que antiguamente se había cerrado en el enclave del Calvario, solución que también se discute ahora. Que sepamos, todo quedó en la intención.

A comienzos del s. xviii, sobreviene otra inundación a consecuen­cia de un diluvio, con el resultado de la muerte de un fraile. La altura de la circunferencia hídrica era entonces de 4 gradas que servían de apoyo a una cruz situada en la plaza. Si en la calle del Pino el agua lle­gaba a medir 1/2 vara, en algunas partes del convento llegó a  1.

En 1713, año en que se registró una formidable inundación el 25 y 26 de enero, el provincial franciscano aportaba un claro testimonio del problema: las muchas aguas que concurren en la laguna de barrancos y cerros de diferentes partes, con la mucha orrura la tienen enfullada, y assimismo su desagüe con la continuación de los yviernos, de tal forma que ya parece imposible el limpiarla por la falta de medios y assegurar, no sólo el dicho convento, sino mucha parte (...) de la dicha ciudad.” (Miguel Rodríguez Yánez. La Laguna 500 años de historia La Laguna durante el Antiguo  Régimen desde su fundación hasta el siglo XVII. Tomo I. Volumen II.: 664 y ss.)
1613 junio 8.
Notas en torno al asentamiento colonial europeo en el Valle Sagrado de Aguere (La Laguna) después de la invasión y conquista de la isla Chinech (Tenerife).
La consolidación del cambio de tendencia. Desajuste en el abastecimiento triguero.
“Si en el último tercio del Quinientos se va produciendo gradual­mente la transición de isla excedentaria a deficitaria en granos y se va tornando cada vez más frecuente el recurso a la importación de nota­bles cantidades de trigo como norma, y no para paliar una crisis co­yuntura!, la siguiente centuria significa la agudización de esa situa­ción, agravada por el incremento poblacional y por la continuidad en la plantación de vides frente al retroceso del espacio dedicado al sub-sector de autoabastecimiento. Es verdad que La Laguna registra un muy moderado crecimiento durante el s. xvii, como ya se expuso, pero su comarca presenta un extraordinario aumento poblacional, que en el caso de Tacoronte llegó a multiplicar por ocho en la década de los ochenta la cifra de habitantes de 1561, mientras en Acentejo ese índice fue de siete, y en El Sauzal y Santa Cruz de tres. La situación, pues, empeoró no sólo por este despegue del beneficio lagunero, sino por­que las tierras antaño dedicadas al cereal se dedicarán al viñedo, como se comprobará en el siguiente capítulo, de forma que esta zona, que durante buena parte del siglo xvi fue predominantemente cerealística, centrará su vitalidad en los vinos a partir de finales de esa centuria. Como la producción triguera se estanca (la media del beneficio lagune­ro es de unas 40.000 fas. anuales), pero la población globalmente se multiplica por dos. la disponibilidad alimentaria se ha reducido a la mitad a finales del s. xvii respecto a mediados del s. xvi, con una cifra de unas 2.30 fas./hab., apenas un par de décimas por encima de la media tinerfeña, cuando en la primera etapa que hemos analizado era la reserva de pan de la isla. La contribución del beneficio lagunero al trigo insular merma sensiblemente. Entre 1636 y 1681, de un total de 46 años sólo en ocho se supera el 50% del total, y en 11 ocasiones el porcentaje es inferior al 40%. A lo largo de los párrafos que siguen tendremos oportunidad de profundizar en la distribución interna de la cosecha dentro del citado beneficio.

Los primeros años del siglo son malos. No sólo las cosechas nor­males eran insuficientes para atender al abasto, sino que, por ejemplo, en 1603 se cogen 35.000 fas. menos que en el año precedente. Los mecanismos ordinarios para suavizar el hambre funcionaron a medias (se repartieron por cédulas sólo 4 panes a casas con 8 personas), y hubo que consumir yervas, afrechos, rayses de yervas silvestres. En 1606 y 1607 no se sale de apuros: en el primero de esos años hay que matar langosta en Geneto y los «valles», y en 1607 se une una se­quía a los cigarrones, que a principios de abril habían destruido los granos de la zona baja y se iban extendiendo hacia cotas superiores. Como en otras ocasiones pasadas y futuras, se hacen procesiones con el Cristo lagunero y se trae la Virgen de Candelaria a la capital.
En el Ayuntamiento se reflexiona ya sobre los problemas deriva­dos del exceso de vides —ya se tratará más extensamente de este asunto en el siguiente capítulo —, lo que acarreaba menos tierras para trigo y legumbres. Por entonces las autoridades dan por válido el nuevo modelo económico y lo que se plantean es que las importacio­nes de trigo no supongan un excesivo costo para el consumidor, por lo que solicitan la exención de derechos aduaneros del cereal y legum­bres foráneos, a imitación de Sevilla y Portugal. El argumento que ma­nejaban para vencer las reticencias de la real hacienda era la compen­sación procedente de unos mayores ingresos derivados del aumento en las salidas de vino, pues se contaba que la franquicia del grano atraería más a los mercaderes extranjeros, que inevitablemente, en parte como medio de pago, retornarían a sus países con esa mercancía.
Pero, como la experiencia indica, la climatología es muy irregular y siempre sorprende. En abril de 1607 apenas hay trigo para consumo, y si a finales de ese año se programan rogativas para que llueva y se achaca la sequía a los pecados de la colectividad, en mayo del año si­guiente la gente se lamenta de que los fuertes temporales han descarga­do un diluvio de agua, y en diciembre nuevamente retornan las rogati­vas y procesiones porque no caía gota desde hacía meses. En 1608 se registra una corta cosecha de cereal, sobre todo en La Laguna, y lo pro­pio se repite en 1609, en que el grano es tan malo que la tercera parte es avena. El invierno-primavera de 1610-1611 trajo de cabeza a los labradores y fue desastroso para todas las producciones de cualquier género. Veamos: en junio de 1610 se esperaba mala cosecha a causa de la alhorra y el mal tiempo. Los malos augurios se verían confirmados más adelante, y para colmo lo poco cogido era de tan mala calidad que no era apto para comer. En diciembre de 1610 se suceden actos religio­sos para implorar agua, igual que en enero del siguiente año, pero en abril-mayo la humedad y la persistente lluvia, que no cesaba, estaban arruinando los campos, y los vecinos vuelven a mirar al cielo para soli­citar clemencia, esta vez para que se calmaran las aguas. En ese año 1611 se afirma que se importaban anualmente unas 50.000 fs. de trigo, y aunque algo exageradamente, en 1613 se manifiesta en el Ayunta­miento que desde hacía 7 años no se cogía fruto en la isla. El proble­ma no era sólo la pérdida de la cosecha triguera, sino la ruina de la vití­cola, plenamente asumido ya el desequilibrio y la dependencia que implicaba la interrelación del abasto cerealístico con la comercializa­ción del vino. Ello justifica plenamente el desconsuelo del regidor Luís de Samartín en ese año cuando se refiere a la poca renta y muchos gastos queste cabildo tiene, y la poca salida que a tenido de sus fru­tos, que eran con lo prosedido dellos sustentarse la ysla con el pan de fuera.
Es cierto que en los años siguientes, aunque esporádicamente aparezcan noticias sobre esterilidad y las consabidas rogativas y pro­cesiones, la situación no es tan dramática. La inquietud por la sequía es, lógicamente, más acentuada si a la altura de febrero aquélla per­siste. Por ejemplo, en ese mes de 1625 se trae una vez más la imagen candelariera. Esa vez funcionó el ritual: fueron a por ella el día 23 y llovió casi de inmediato hasta el día 26, de tal modo —todos conoce­mos la torrencialidad de las lluvias ocasionales— que está la plaga llena de agua y los barrancos por las calles. Pero en febrero de 1627 hacía más de diez meses que no llovía, y en el mismo mes de 1630 se ordenan misas al Cristo lagunero con sus plegarias y proce­siones, así como a la virgen de Candelaria, y se lleva en procesión a S. Benito a la iglesia de los Remedios.

La década de los años treinta presenta alternancias, pues frente a cosechas sumamente criticas, como las de 1631, 1632 y 1635, otras se mueven dentro de las 100.000 fas. en la isla, como las de 1636-1638, pero en el beneficio lagunero no siempre la evolución es pareja a la insular; por ejemplo, en 1637 apenas se alcanzan las 34.000 fas., lo que suponía el 33% de aquélla. En 1631 y 1632 el trigo alcanzó la extraordinaria cotización de 100 rs., y la escasez no perdonó a los más desvalidos: ... los más pobres morían a manos de la necesidad y de los nocivos alimentos que ingerían. La falta de lluvia continúa siendo el principal problema, y la imploración divina y la importación los recursos utilizados. Agreguemos a lo expuesto en el capítulo sobre la hacienda municipal que estos actos de rogativa suponían unos considerables gastos; por ejemplo, tan sólo las 27 misas de fe­brero de 1630 costaron 300 rs. Naturalmente, cuando llueve se su­pone que media la intercesión divina, como en abril de 1634, en que se supone que media la presencia de la Virgen de Candelaria en La Laguna en el milagro de la lluvia, que caída oportunamente salva la cosecha76. Quizá por eso se trae nuevamente la imagen en febrero de 1635, pero esta vez no cae el agua y se produce, según las Actas, la peor carencia que se recordaba, hasta el punto de que en septiembre Ja situación es insostenible, cuando normalmente la escasez se mani­festaba a partir de enero. Los detalles son ilustrativos: el trigo inglés se compra a 54'/2 rs./fa., costos de transporte aparte, ya en diciembre de 1635; en febrero de 1636 la penuria afecta a pobres y ricos, y hasta los regidores piden acceso prioritario al trigo municipal; en abril se señaJa que ha muerto mucha gente de hambre, y e) trigo ha llegado a despacharse a 75 rs.
Como antes se adelantó, comienza un corto ciclo trienal de bon­dad triguera, que empieza a quebrarse en 1639 para tocar fondo en el mal año de 1640, como podemos comprobar a partir de los datos del diezmo. La lluvia persistía en mostrarse esquiva, con su secuela de rogativas y procesiones, a las que también se achaca la feliz mudanza cuando en abril de 1641 estaba a punto de perderse la producción, tras haberse acordado novenarios y llevar el Cristo a Santa Clara. Como el agua llega 2 días después de sacada esta imagen, en agradecimiento se le traslada en procesión general a su santuario. No obstante, tengamos presente lo antes expuesto sobre la falta de concordancia evolutiva entre las cosechas de las diversas zonas insulares, pues en 1641 sólo se recolectan en los campos del distrito capitalino 32.000 fas. (un 33,2% del grano tinerfeño). Pero de nuevo asistimos a un retroceso hasta la sima de 1643, y a una recupe­ración con altibajos (1645-1648, en que normalmente se alcanzan las 45.000 fas. en la comarca lagunera) hasta una crisis cíclica que se abre en 1649, de la que sólo se sale en 1653. A destacar, los pésimos años de 1650 (sólo 24.000 fas.) y 1651. El pormenorizado comentario que realizamos sobre la mayor parte de la segunda mitad del s. xvii en otro trabajo, aconseja resumir en pocas líneas esa etapa para no inci­dir en reiteraciones.
Ahora bien, ¿cuáles eran las principales áreas trigueras en el inte­rior del beneficio lagunero? el período 1636-1653 muestra dos hechos nítidamente: 1) la mayor importancia del término lagunero propiamente dicho, es decir, el área inmediata­mente próxima, que rodea como un cinturón el núcleo urbano y se extiende especialmente hacia el sur-suroeste; 2) el segundo lugar lo ocupa la zona Tacoronte-El Sauzal, en realidad continuidad de los ce­reales del área capitalina, a pesar de que la invasión de la vid había mermado seguramente el primitivo espacio dedicado al grano. Estas dos zonas unidas eran el auténtico granero del beneficio. A mayor dis­tancia figura el resto, con una ligera superioridad del Valle de Güímar, siguiendo Acentejo (La Victoria)-La Matanza, Santa Cruz y Taganana.
En los años siguientes la curva productiva sigue una tónica simi­lar en la isla y en el beneficio lagunero. El bienio 1653-1654 es de re­cuperación, mientras le sucede un quinquenio de oscilaciones (gráfica n.° 4) que desembocan en una de las crisis más graves de la centuria, la de 1660-1662, que comienza con la terrible plaga de cigarrones de 1659, de la que se trata en la sesión del 15 de octubre, ya que amena­zaba con arruinar ya las viñas y árboles. Como el Ayuntamiento sólo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena, se decide celebrar la fiesta de S. Plácido, que en su día había sido votado como patrón frente a la langosta pero se habían olvidado ese año (y no fue el único) de feste­jarlo. No insistiremos aquí sobre un asunto ya suficientemente tratado, como es dicha plaga. Señalemos que la cosecha de 1660 fue la peor de nuestra serie, con 17.845 fas., seguida de la del año posterior, con 19.780 fas. Después de ese trienio, la recuperación es asimismo pode­rosa durante otros tres años, y a partir de 1666 comienza un período de fluctuaciones que conducen a la crisis de 1668, que en realidad fue profunda en la isla, pero mucho menos grave en la zona lagunera, cuya cosecha de 30.900 fas. significó el 71% de la tinerfeña.

La producción en la década de los setenta es más que aceptable en la isla, mientras en el beneficio lagunero se mantiene dentro de la media —o lo general— con cosechas superiores a las 40.000 fas. La buena racha se interrumpe en el bienio 1676-1677, mientras la isla ese mismo año consiguió remontar el vuelo, en el que le acompaña nues­tra comarca capitalina a partir de 1678.

En 1676, año de gran seca y grave carencia, el obispo García Ximénez adoptó una actitud, no sólo caritativa o paliativa con los más necesitados, sino de apoyo a la autoridad civil para evitar que el enor­me descontento popular degenerase en abierta revuelta. Así lo confe­saba a la Real Audiencia de Canarias, señalando que cuando La Lagu­na se hallaba sin abasto ese año, reconociendo que si los clamores creciessen quizás abría alguna especie de ruido que mortificase y pu-siesse en bastante cuidado al gobernador Laredo, repartió con largue­za el grano que tenía reservado para limosna, sin distinguir en la cali­dad social de los beneficiarios, por quietar aquel primero asomo de la quexa. Según el Ayuntamiento, en ese año se llegó a amasar semilla de alpiste con arina de garbanzos para los pobres.
Si analizamos de nuevo la evolución zonal dentro del beneficio (serie 1661-1681) el panorama —ahora más complejo aún con la separación de El Sauzal de Tacoronte— no presenta una va­riación notable respecto a las gráficas precedentes. Es decir, predominio del trigo del término de La Laguna, seguido del área de Tacoronte, que francamente alcanza a la Laguna en 1677-1680. El tercer lugar co­rresponde a una regular cosecha de Tegueste-Tejina, seguida del área Acentejo-Matanza.
La década de los ochenta es muy irregular. El propio año 1680 conoce una invasión de langosta, y en 1683-1684 la cosecha es neta­mente deficitaria, pero felizmente sobreviene un bienio de abundan­cia en 1686-1687. Incluso en el primero de esos años se proyecta ampliar la zona de pan capitalina sembrando en el pago de El Tabaibal, pues algunos vecinos la consideraban apta para sembrar porque hacía más de 50 años que estaba en descanso. En 1689 se entra en otra crisis cíclica motivada por la sequía, que comporta hambre para las capas menesterosas y el recurso a las raíces silvestres. A fines de febrero de 1689 se señala que no llovía desde finales de diciembre y no se disponía de pasto para el ganado. Como no surten efecto las ro­gativas ordinarias y procesiones al Cristo, se determina la venida de la imagen candelariera. Se calculaba en mayo que sólo se cogería la mitad de la cosecha. Las consecuencias fueron dramáticas: mucha gente tuvo que comer hierbas, y entre las enfermedades derivadas de esta práctica y la desnutrición unida a enfermedades, la mortalidad se elevó"". En agosto de 1692 se confirma que no había habido cosecha de pan en los últimos años. En el decenio postrimero de la centuria, se alian la alhorra y la langosta para agudizar la casi crisis permanen­te en que parecen sumidos los campos tinerfeños. Por ejemplo, en no­viembre de 1693 los isleños son testigos de una gran plaga de ciga­rrones que atemorizó a todos sus habitadores. Como en otras ocasiones, La Laguna registra una febril actividad religiosa propia déla Semana Santa el día seis de ese mes: procesiones con traslados de imágenes que visitan iglesias y conventos, masiva asistencia de ve­cinos con las autoridades, incluido el capitán general. Los clérigos y bastantes seglares iban descalzos y ejercitaban diversas penitencias. La cuestión es que esa tarde la plaga fue disminuyendo hasta desapa­recer el día siguiente.” (Miguel Rodríguez Yánez. La Laguna 500 años de historia La Laguna durante el Antiguo  Régimen desde su fundación hasta el siglo XVII. Tomo I. Volumen II.: 499 y ss.)
1613 noviembre 18.
Los criollos Rodríguez de Palenzuela impulsan la fundación en Firgas (Gran Canaria) del convento católico de San Juan de Ortega, de Frayles dominicos.
El actual término de Firgas fue durante gran parte de su historia un espacio caracterizado por su notable reserva en riquezas naturales (agua, madera, tierra fértil) que lo hicieron idóneo en cada fase histórica para el arraigo de procesos económicos de diversa índole., La antigua Afurgad fue concentrado en lo alto del roquedo del lugar un nutrido grupo de pequeños y medianos propietarios agrícolas cuyas parcelas se destinaron al cultivo del ceral, de árboles frutales y hortalizas. En el área de costa dominaba las parcelas destinadas a la caña de azúcar y la explotación de huertas. Allí la demanda de mano de obra atrajo a numerosos trabajadores especializados en la producción azucarera procedentes de variados orígenes geográficos -portugueses, andaluces-, además de una mano de obra forzada como fue la esclava. En las zonas altas del lugar sobresalía con luz propia la llamda Selva de doramas, extensa masa arbórea, cuya explotación por madareros, fragueros, carboneros, etc., fue una constante durante todo el Antiguo Régimen.
Las transformaciones generadas desde mediados del siglo XVI en la economía de Gran Canaria afectaron al término de Firgas, cuyo peso dentro del organigrama productivo insular disminuyó. El número de vecinos de subsistencia. A ello su sumó el empobrecimiento de un amplio sector de la población que se redujo a ser una mano de obra para otras áreas en expansión, caso de Guía, Arucas o Las Palmas.
El siglo XVII fue un período de bonanza para la localidad a incrementarse progresivamente su población con la introducción de cultivos como la papa o el millo, ambos con especial relevancia dentro de la dieta del isleño al aportar valores nutritivos y ser productos adquiridos en el mercado a bajo precio. La abundancia de agua y la fertilidad de las tierras facilitaron la atracción de un elevado número de foráneos que se asentaron en pequeños núcleos de población donde las vivencias se encontraban dispersas entre sí. El auge de la demanda de madera, materiales de obra o tejidos favoreció la multiplicación del artesanado, además de proliferar en el seno de los hogares los telares donde las mujeres destinaban parte de su tiempo libre a tejer lienzos bastos. La presión sobre el monte aumentó ante una creciente demanda de tierras favorecida por un grupo de poderosos propietarios interesados en ampliar sus dominios a base de usurpaciones clandestinas de tierras realengas. El aumento de la medianería o las ventas en enfiteusis fueron habituales en esta época, favoreciendo el asentamiento de colonos en tierras robadas al monte.
La fundación del convento de San Juan de Ortega en 1613 da fe de la positiva fluctuación de rentas existente en el lugar, no sólo por las aportaciones monetarias efectuadas desde un principio para su fundación, sino en el registro de las numerosas donaciones –misas, capellanías- entregadas por fieles tanto del lugar como vecinos de términos limítrofes a éste. A ello se sumo el reconocimiento por las autoridades insulares de un alcalde pedáneo a la localidad, con lo que Firgas alcanzaba su máximo techo en la administración local.
El siglo XVIII será una etapa de estancamiento económico insular aunque la población siguió creciendo a buen ritmo hasta mediados de la centuria. El fin de las exportaciones hacia América y Europa de los caldos canarios repercutió en la demanda regional con una retracció;n de la demanda de productos agrarios, entrando en crisis una sustancial fracción del mercado. La presión de los poderosos sobre el campesinado imponiendo rentas más elevadas y apoderándose de mayor número de bienes, incluyendo al de Firgas, mientras un reducido grupo controlaba gran parte de las tierras más fértiles del lugar.
En todo caso, el campesinado logró sobrevivir mediante la agricultura de subsistencia, la explotación ganadera y las usurpaciones -permanentes o no efectuadas en las zonas montuosas que le proporcionaban una importante cantidad de productos alimenticios. El tramo final de la centuria sobresalió por las reiteradas fases de crisis y por una acelerada inflación que arrasó con las economías domésticas de los grupos populares rurales y urbanos.
El siglo XIX comenzó con reiteradas epidemias -fiebre amarilla-, la citada galopante inflación y una creciente intranquilidad socioeconómica que fue detonante de diversas algaradas y motines. Hasta la primera mitad del siglo se sucedieron graves episodios de hambruna – en especial la de 1847- y culminó con la epidemia de cólera de 1851. Pese a estas cíclicas recesiones el lugar siguió siendo básico para el abastecimiento del mercado interno insular, además de introducirse en las tierras más cercanas a la costa el nopal para el cultivo de la cochinilla. La consecución de la parroquia en 1845 fue tardía ante la presión del curato de Arucas por mantener su presencia en el lugar, la carencia de rentas suficientes y la propia dispersión de una feligresía cuyo auxilio espiritual podía ser socorrido por las cercanas parroquias de Arucas, Teror o Moya. Este auge económico no evitó una creciente emigración hacia América y, a fines de la centuria, hacia la capital insular atraídos por las obras del Puerto de la Luz y Las Palmas m y el elevado dinamismo económico generado en ese núcleo de población.
Durante el siglo XX la introducción del cultivo de la platanera permitió un considerable incremento de la renta media del campesinado, aunque los cultivos de este árbol frutal estuvieron limitados a las zonas comprendidas por debajo de los 500 metros de altitud.
El consabido policultivo de abastecimiento fue el otro pilar básico de la economía de Firgas –sobre todo en los primeros años de la centuria y durante la fase inicial de la dictadura franquista-, además de contar con algunas actividades industriales (cal, tejas, ladrillos). En la actualidad su posición geográfica y la mejora en las vías de comunicación cercana a Arucas y la costa norte han favorecido la intensificación de la construcción de viviendas residenciales cuyo impacto sobre los recursos ecológicos deberías ser ponderados. (Tomado de: volarfirgas Motu Proprio).
1613 noviembre 18.
Templos y prelados católicos en la colonia de Canarias según el criollo  clérigo e historiador José de Viera y Clavijo.
Fundación del convento de Firgas
En  18 de noviembre de 1613, se fundó el con­vento de San Juan de Ortega, en el pago de Firgas, o Filgas, jurisdicción del curato y lugar de Arucas en Canaria, con intervención del presen­tado fray Juan de Santa María. Entiendo que el título de Ortega era apellido del fundador. El obispo Murga dice en sus Sinodales que solían oír allí misa y enterrarse algunos; pero, de paso ad­vierte a los curas de Arucas que cuiden de que se bauticen todos en su pila y cumplan con la iglesia en la parroquia, asistiendo igualmente a ella en las festividades más señaladas, por no ser justo se dé licencia para desempeñar estas obligaciones precisas en otra parte. Quizá tenía presente lo que sucedía en La Gomera.
En tiempo de este prelado sólo había en Firgas tres religiosos; en el del padre fray José de Sosa, ocho; en el del obispo don Pedro Dávila, diez y nunca tendrá muchos más.” (José de Viera y Clavijo, 1982, T. 2: 356 y ss.)

1613 diciembre 6.

En el Castillo San Cristóbal, en el puerto de Santa Cruz: '" Por llover en la azotea, se necesitan reparos; y como no hay dinero, el regidor Luís Lorenzo presta 400 ducados al Cabildo. En 1654, por comi­sión del Cabildo, el regidor Tomás Pereira de Castro mandó cubrir el algibe y au­mentarlo hasta 1.200 pipas; mudó la cocina, poniendo en su lugar un terraplén: arre­gló el montaje de las 29 piezas de artillería e hizo otros reparos (Cab. 1/6.1654) de cuya continuación se desistió por falta de fondos (Cab. 24/9.1655).



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