EFEMERIDES DE LA NACION CANARIA
UNA HISTORIA RESUMIDA DE
CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVII
DECADA 1601-1700
CAPITULO XVI-IV
Guayre
Adarguma Anez’ Ram n Yghasen
1612. Se escribe el libro Milagros del Santísimo Cristo de La Laguna por Fray Luís de Quirós, de la
secta católica de los franciscanos, donde queda recogido los aspectos del
fanatismo religioso cristiano.
1612.
Francisco
de la Rua
que sucedió en el Gobierno Militar de
Tamaránt (Gran Canaria), a Luís de Mendoza y Salazar, hizo demoler el cubelo o
pequeña torre situada al pie de la muralla Norte, construyendo en su lugar el
Castillo de Mata. De la Rua
falleció en la ciudad el 1 de Enero de 1615 y fue sepultado en la capilla Mayor
de la Iglesia
de San Francisco; era natural de Talavera de la Reina.
1612.
Felipe III ordenó que los navíos de canarios, con
destino a Nueva España, se pusiesen “a la colla” el 1º de mayo. De
no aparecer la flota, podrían hacerse a la mar, del 20 al 30 de julio. Los
de Tierra Firme, lo harían "en las primeras aguas de agosto",
emprendiendo el viaje, de no asomar las flotas, entre el 20 y 30 de
diciembre. Oneroso regresar a Sevilla, para registrar las mercancías en la Casa de Contratación, al ser
cada vez más raro que los canarios coincidiesen con las flotas.
1612.
El
capitán Baltasar Fernández va a Angola con 115 pipas de vino y 4.452 ducados en
metálico, para comprar esclavos y conducirlos a las Indias. (AHP: 478/128).
Juan Prieto Pinzón, maestre portugués, tiene
registro para ir a Indias por la vía de
Angola, carga en Santa Cruz 18 pipas de vino, 1615 (AHP: 474/413).
1612 marzo 12.
Notas en torno al asentamiento europeo en el Valle
Sagrado de Aguere (La Laguna)
después de la invasión y conquista de la isla Chinech (Tenerife).
La justicia
colonial: Las ejecuciones, verdugos y victimas.
El verdugo.
“Si hay sentencias
corporales, sean mutilaciones o la pena capital, tiene que haber alguien que las lleve a la
práctica. Pero, en general, como suele ocurrir, si son muchos los partidarios de un castigo duro y
hasta cruel para los transgresores de la legalidad, son pocos o ninguno los que
se ofrecen para tal cometido.
Desde un principio
reparamos esa circunstancia. Ya en 1519 el Ayuntamiento se encuentra sin ajusticiador
pues había renunciado Francisco Díaz. La solución, quién sabe si propiciada por éste, fue contratar a un esclavo
suyo, Juan de Castilla, que ya tenía experiencia en el oficio y al que pretendía vender su dueño, pero parece que se llega al acuerdo de pagarle 1.500 mrs. anuales de
sueldo. Debió durar un año, pues en
1523 ya tenía la institución otro verdugo, un tal Valla-dolid, al que debía 3.000 mrs., y aumentaba a
partir de entonces sus emolumentos
hasta 2.000 mrs.
Se advierte fácilmente
que este fue un ministerio de esclavos, negros para más señas, y aún así hubo que
recurrir a presiones y a ofrecimientos de amnistía para convencerlos. En 1530, nuevamente sin ejecutor, el Cabildo acuerda comprarle a Diego
Fernández de Ocaña un esclavo negro que
quedaría como bien de la institución y que, además, se utilizaría para obras
concejiles cuando no se ocupase en tareas punitivas. Seguramente es el mismo Pedro de Negrón que se decide dar a
soldada a Jaime de Santa Fe un año más tarde a cambio de 4 doblas, manutención y vestido, a condición de que lo cediera
cuando fuesen menester sus servicios como ejecutor.
Pero el Ayuntamiento no tuvo suerte con su buen
negocio, pues el esclavo incurre en varios
robos en 1532, es apresado, y cuando estaba para sentencia (probablemente
muerte por ahorcamiento), huye de la cárcel y se retrae en el convento dominico. El Ayuntamiento se ve en una difícil tesitura, pues había más necesidad que
nunca de verdugo porque estaban pendientes
algunas ejecuciones de muerte y penas corporales. Propone entonces un pacto a
los frailes: a cambio de la entrega del
esclavo, éste no sufriría castigos corporales, sino que sería sentenciado a ejercer como verdugo perpetuo y viviría en
casa de un espartero con las prisiones
necesarias para que no saliese a hurtar, pudiendo salir sólo a cumplir como ejecutor. El Cabildo ofrecía dar
fianza de que cumpliría con su palabra, pero
los dominicos, aunque aceptan la caución, provisionalmente se resisten a entregarlo porque implicaba el
que debía ejecutar el esclavo cierta justicia e incurriría en rigiralidad
Años después consiguen las autoridades un verdugo
asalariado: se trata de Juan Rodríguez, que
en 1547 ganaba 2.000 mrs., pero de nuevo se retorna a los esclavos, al menos en los
años setenta. Se acuerda por entonces dar al verdugo esclavo una jaqueta, calzones
de paño de la tierra y una camisa. A comienzos del s. xvii aumentan las
dificultades para hallar ejecutor, brindándose a ello individuos marginados,
pobres y con problemas con la justicia en ocasiones. Por ejemplo, en 1608 se
ofrece un preso condenado a galeras. En 1612 ejerce un tal Juan Pérez, a quien
se decide darle un vestido de 4 ducs. porque estaba desnudo.
En 1624 el pretendiente es otro condenado a galeras,
pero estaba pendiente de decisión de la R. Audiencia, a la que se interesa en la materia. Es muy probable que este tribunal no accediese a la desesperada llamada de los regidores
tinerfeños, pues un año después se
toma como verdugo a un mulato que estaba preso, Tomé Henríquez, y que ya poseía un razonable
«curriculum» ajusticiador, pues
había participado en 7 ejecuciones y 5 tormentos. Naturalmente, se le concedía el puesto en una especie de
condición de cautividad insular, pues
no podría abandonar la isla, y para asegurarse de esto se pregonó por todos los puertos y lugares para que no
lo embarcase nadie ni lo auxiliasen
en una posible huida.
No son de extrañar los aprietos para hallar
ejecutor. Pensemos que en España la profesionalización de tal oficio es tardía
(1535), y la ocupación no atraía a muchos postulantes, pues la remuneración,
más bien escasa, no compensaba el descrédito social y el riesgo. En un lugar pequeño era imposible conservar el anonimato; el
verdugo era alguien muy conocido por
todos, y tanto el carácter de la ocupación —no la sentencia, cuya necesidad
nadie discutía— como la posibilidad de represalias por las víctimas de penas corporales, o por deudos de los
ejecutados, tornarían poco apetecible la
función.
Las
ejecuciones.
Las ejecuciones de las sentencias básicamente podían
corresponder a exposición a la vergüenza
pública, azotes, pérdida de miembro y pena de muerte
(horca o decapitación). Señala Moure que en dos de las columnas que sostenían las arcadas del Ayuntamiento pendía la argolla en que se exponía a los reos penados a
vergüenza pública, a los que se
sujetaba por el cuello; y en otra columna, además de una argolla igual, se
añadía una aldabilla para sujetar la lengua a los convictos de falso testimonio. La primera horca que hubo en
la ciudad, dejando a un lado los primeros años de la villa de Arriba, estuvo
situada aproximadamente al término de
la calle de la Cárcel,
en un extremo de lo que sería la
plaza de San Cristóbal.
Hubo alguna que otra ejecución de postín.
Mencionemos la del mercader Pedro
Hernández de Alfaro, casado con doña Leonor Pereira, emparentada
con el segundo Adelantado, que por razones aún poco claras decretó su ejecución en junio de 1528.
Mucha mayor repercusión tuvo en la capital, y
creemos que en la isla, otra decapitación que tuvo lugar en la primavera de
1651. No en vano el acto tuvo por escenario la plaza del Adelantado, frente a
dos edificios que significaban mucho para su protagonista, d. Jerónimo de Grimón y Rojas: el convento de Santa Catalina y la
casa-palacio de Nava. El primero, porque de allí se había fugado
—parece inadecuado hablar de «rapto», tal y
como ha pasado a la posteridad y se tipificó en su momento— con la monja
sor Úrsula de San Pedro; el segundo, porque
era hijo natural del dueño de la casa y hacienda de los propietarios de
la magnífica vivienda, d. Jerónimo Grimón de Hemerando. Una vez fuera del
convento, los enamorados intentan salir de la isla en un barco inglés surto en Santa Cruz, vestida ella de paje.
La casual presencia en La Laguna del diligente oidor d. Alvaro Gil de la Sierpe truncó los planes de la pareja cuando estaban a punto de
conseguir su objetivo, pues poco
antes de zarpar la embarcación descubre su paradero, remite a la monja
al convento y encarcela a Grimón en el castillo de S. Cristóbal. El fiscal de la R. Audiencia acusa al
reo de notorio caso de Corte,
y tras un rápido proceso le
impone la máxima pena. La ejemplaridad
era uno de los fines más buscados por la autoridad, que además de darle la
máxima difusión posible a la pública ejecución en la plaza mayor, añadía el innecesario y cruel
espectáculo de la exposición de la
cabeza del finado durante varios días. A fines de mayo de 1651, el personero
solicitará al Ayuntamiento que ponga fin al horror que causaba en la gente la contemplación de la
cabeza de d. Jerónimo, cerca de la carnicería y de la pila, máxime estando
próximas las fiestas del Corpus, pero
esto dependía de la R.
Audiencia y se decide escribir a ésta para que autorice la retirada.
Pero seguramente los marginados llevarían la peor
parte en la pena capital. Tenemos alguna
noticia aislada relativa a ajusticiamientos, generalmente con esclavos como
víctimas. Antes de 1503 ya se había ahorcado a un negro que era esclavo de
Blasino Romano, y en 1523 el portugués Pero Yanes, morador en
la villa de Arriba y preso en la cárcel,
disponía sus últimas voluntades ante la inminencia de su ejecución, a la que había sido sentenciado por
crímenes cometidos. En 1578 sabemos
que el alguacil mayor gastó 9 rs. en adobar la horca y sogas para acabar con la vida de un mulato
llamado Juan. Las otras dos noticias
que tenemos de ejecuciones se refieren a ahorcamientos de «negritos». En 1688 la víctima es José, y en 1720, Juan. En este
último caso se especifica que se le sacó de la cárcel a las 11 y murió a las 12, pero permaneció en la horca hasta
las 5. Algo similar ocurrió con el
primero, que fue ahorcado a las 11 y enterrado a las 4. La exhibición del terror continuaba siendo un
arma poderosa del poder para
amedrentar a los transgresores, sobre todo si pertenecían a los sectores populares. A la hora convenida, y previa
petición a la justicia y recolecta de dinero por las calles, los
hermanos de la
Misericordia del Hospital
de los Dolores procedían al sepelio del infortunado, portando el ataúd hasta la horca con cuatro cofrades
para ayudar a bajar el cuerpo. Al
pie del patíbulo debía estar el mayordomo de la Hermandad con la
autorización, que mostraban al escribano al expirar el reo.
Se invitaba, además, a todas las comunidades religiosas y a las dos parroquias. Si se les hubiera brindado tanta y tan
buena compañía en vida a los delincuentes.” (Miguel Rodríguez Yánez. La Laguna 500 años de historia
Tomo I. Volumen I.:336 y ss.).
1612.
“Ya
durante las operaciones de defensa hubo necesidad de deshacer unas garitas para
utilizar los trozos obtenidos como taponamiento del hueco de la puerta de
entrada del castillo, que estaba siendo quemada por los asaltantes. (De un
documento titulado Tisón de Lanzarote y Fuerteventura,”).
Este
trabajo de investigación histórica tiene por objeto demostrar que en contra de
la opinión generalizada sobre la autoría del ingeniero militar italiano
Leonardo Torriani en obras materiales realizadas en los castillos de Lanzarote
existentes en su época fue absolutamente nula en lo que al de San Gabriel y su
anexo el Puente de las Bolas se refiere, y de escasa relevancia, según todos
los indicios, en lo que al de Guanapay respecta.
Pienso
que este lamentable equívoco se ha generado por mor de una errada
interpretación de la conocida obra literaria de este autor Descripción e historia
del reino de las Islas Canarias, tanto en lo que en su texto se dice como
por lo que de los dibujos en ella insertos podría deducirse, al darse por
sentado, de forma totalmente gratuita e injustificada que las directrices y
recomendaciones que en los mismos se contienen relativas al reforzamiento
defensivo de las fortalezas fueron llevadas a la práctica por el propio
Torriani, sin apoyar tal presunción con la debida argumentación documental o
constatación arqueológica que lo refrende.
Leonardo
Torriani era bastante joven aún cuando vino a Lanzarote en 1591, pues rondaba
entonces los treinta años de edad, ya que se cree que nació en la ciudad de
Cremona por el año de 1560.
En
1587 fue enviado a Canarias por el monarca Felipe II con la específica misión
de llevar a cabo un estudio sobre el estado de las fortificaciones del
archipiélago como trámite previo a una ulterior mejora de las mismas o a la
construcción de otras nuevas si los resultados de sus observaciones así lo
aconsejaran: “Me enviaréis particular relación de todo y de vuestro parecer,
con los planos y dibujos de lo que fuese necesario”, le decía el rey en las
instrucciones que le había dado, pero nada se hablaba de que debiera practicar
obra alguna.
El
castillo de San Gabriel. Comencemos por
el castillo de San Gabriel con una sucinta relación de las diferentes etapas
por las que se pasó en su construcción.
Sabemos
que esta fortaleza fue edificada en una primera fase en los años iniciales de
la década de los setenta del siglo XVI por el ingeniero Agustín de Amoedo
previa fijación del lugar de su emplazamiento por el capitán del primer
presidio Gaspar de Salcedo, quienes se desplazaron a Lanzarote comisionados por
la real Audiencia para entender en estos asuntos de fortificación militar a causa
de la indefensión en que la isla demostró encontrarse tras unos ataques
piráticos sufridos en años anteriores próximos.
Consistió
en esta primera etapa de su construcción en un pequeño fuerte de planta
cuadrada con un baluarte de los del tipo de punta de diamante en cada esquina y
la distribución interior de las habitaciones hechas a base de madera. Existe
constancia documental de que ya en 1572, o sea, al año siguiente de la visita
de estos dos funcionarios, se encontraban en marcha las obras de este nuevo
castillo, por lo que es lícito suponer, dada la apremiante necesidad que se
tenía de la fortificación porteña, que su ejecución no se demoraría mucho más
allá de ese año.
Su
vulnerabilidad al fuego y la insuficiente elevación del parapeto de las cortinas,
que no ofrecía la debida protección a los artilleros, fueron las causas
principales de su fácil expugnación y subsiguiente destrucción por las llamas
durante la trágica irrupción del célebre pirata argelino Morato Arráez en 1586,
circunstancia que habría de valerle luego al ruinoso castillo el apelativo de
‘El Quemado’, que se hizo pronto extensivo al islote en que se asentaba.
1667
enero.
En
1561 Arribó a Titoreygatra (Lanzarote) el Capitán General y Presidente de la Real Audiencia y
virrey de la colonia de Canarias D. Luís de la Cueva Benavides y
el obispo de la diócesis canariensis D. Fernando Suárez de Figueroa. Se sabe la
fecha aproximada de la llegada de nuestro personaje a Lanzarote con sus
egregios acompañantes porque dicha visita consta en una carta dirigida al rey
por D. Luís de la Cueva
que está datada el 6 de abril de ese año (A. Rumeu de Armas: Piraterías y
ataques navales a las Islas Canarias). También porque fue a principios de
ese año cuando regresó a su feudo después de contraer segundas nupcias en
Madrid el marqués de Lanzarote, pues se conoce una denuncia presentada por él
contra su yerno Argote de Molina el 11 de marzo de ese año (A. Millares Torres:
Historia general de las Islas Canarias),
D. Agustín, se hallaba presente
en una visita que hicieron conjuntamente al castillo de Guanapay las
personalidades citadas y el Ingeniero Cremonés Torriani. Por otra parte, el
historiador Abreu Galindo, refiriéndose al renombrado longevo Juan Camacho,
dice que murió en Lanzarote en 1591 cuando se encontraban en la isla el Capitán
General y el obispo.
He
aquí cómo encontró Torriani el castillo y lo que aconsejaba hacer para
reforzarlo:
“Tiene
las paredes sanas y sin defecto, y sólo se debe alzar por fuera el parapeto de
las cortinas hasta la altura corriente al igual que los baluartes, porque al
presente no tiene más que tres pies, Y por dentro los compartimentos
incendiados por los turcos, porque estaban hechos de madera, reedificarlos de
piedra y en bóveda”.
Además
de esto recomendaba rodear el edificio con una muralla que recorriera todo el
perímetro del islote –por la impresión que da, a marea alta– de modo que se
impidiera el desembarco del enemigo en primera instancia, cuyo proyecto se
muestra en un dibujo que figura en su citada obra.
En
este estado de desmantelamiento permaneció la fortaleza durante ochenta años,
ya que su reconstrucción se llevó a cabo entre junio de 1666 y enero de 1667,
tal como se acredita en un documento fechado en 24 de enero de ese último año
extendido por el escribano de la isla Antonio López de Carranza por orden del
Capitán General de las islas don Gabriel Lasso de la Vega, conde de Puertollano,
quedando el castillo “...suficiente y capas de recevir y alojar la
artilleria que se le pusiere y demas peltrechos pa la defensa de el...” (A.
D. Brito Gonzalez: Apuntes sobre las fortificaciones en Lanzarote en el
siglo XVII. Otro documento que viene
a confirmar el estado ruinoso y fuera de servicio en que se mantuvo la
fortaleza durante esos largos años después de la estancia de Torriani en la
isla es un acta del Cabildo de Fuerteventura de 1696 en que quejándose el
síndico personero de que los señores de estas islas orientales no dedicaban la
parte de los diezmos destinada a la conservación de las fortificaciones como era
su obligación, expone el caso de este castillo de San Gabriel diciendo:
“Ha
estado sin cubierta, con sólo paredones y sin guarnición, sirviendo más para
que los enemigos allí se hicieran fuertes, como sucedió hace pocos años en que
llegado un bajel de turcos se hicieron fuertes en el castillo y desde él
mataron algunas personas, y hace poco que de orden de los generales de las
armas se mandó cubrirlo”. (J. Mª Hernández-Rubio: Fuerteventura).
Este
texto resulta muy esclarecedor al presentar al castillo tal como lo describe
Torriani, es decir, sólo con las paredes exteriores y sin techo, si bien hay
que reconocer que en él se emplea el adverbio de tiempo ‘poco’ en sentido muy
lato, pues aquí tenía que referirse, como se ha visto, a un lapso de treinta años
nada menos, si no es que la fecha de 1696 está equivocada.
Queda
claro, pues, que el castillo de San Gabriel se mantuvo fuera de servicio,
inutilizado a causa de los graves desperfectos que le infligiera Morato Arráez,
muchos años después de la estancia de Torriani en Lanzarote, quedando en
consecuencia descartada cualquier intervención atribuible a este técnico
italiano en él.
El
Puente de las Bolas. En lo que al
Puente de las Bolas atañe, que se ha considerado también como realizado por él,
la verificación de la desvinculación de este personaje con su construcción es
tan incuestionable como en el caso del castillo al que pertenece.
Sabemos
que el primitivo puente que hubo en este lugar desde tiempos del ingeniero
italiano, precursor del actual de Las Bolas, era de estructura muy simple y
tenía un solo ojo. Así nos lo muestra el propio Torriani en su dibujo
panorámico de esa parte de la isla, el cual, si bien muy esquematizado, es no
obstante lo suficientemente claro como para permitir apreciar las características
más sobresalientes que entonces reunía. En ese estado de simplicidad se mantuvo
hasta la década de los setenta del siglo XVIII, como seguidamente se verá por
una serie de testimonios documentales referida a esos años.
En
primer lugar, siguiendo un orden cronológico de aparición, tenemos un informe
titulado “Descripción de Lanzarote y Fuerteventura” redactado por el
ingeniero ordinario José Ruiz Cermeño tras una visita oficial girada a la isla
en 1772 comisionado por el entonces Comandante General del archipiélago Miguel
López Fernández de Heredia, en el que puede leerse:
“La
situación de la torre de San Gabriel es sobre un islote de bastante extensión
unido a la isla por medio de una calzada o puente que no tiene más que un ojo
muy pequeño, bajo del cual pasan las lanchas que se comunican del Puerto de
Naos a Puerto Caballos o del Arrecife.
El
Puerto del Arrecife –continúa–,
formado por cadena de peñas, es excelente pero de poco fondo. El ningún cuidado
que de él se ha tenido y las corrientes de las aguas que no tienen más salida
que por el ojo del referido puente, han depositado tan gran cantidad de arena
que si no se remedia con abrir uno o dos ojos más al puente se puede temer que
en breve tiempo se inutilice totalmente”.
Se
alude de forma más concreta a la construcción del puente en otro documento que
se conserva en los archivos de la catedral de Las Palmas bajo el epígrafe Compendio
breve y famoso, etc.de 1776, con la siguiente frase: “Desde el lugar de
Arrecife se pasa al Castillo de San Gabriel por un puente de buena fábrica en
el que actualmente se trabaja”.
Luego
continúa el texto con la noticia de que también se proyectaba construir un
nuevo castillo en la bahía de Puerto Naos en clara referencia a la actual
fortaleza de San José, la cual, como es notorio por la placa que ostenta sobre
el portalón de entrada, se finalizó en 1779.
Y
si no bastara con los claros testimonios escritos expuestos para probar la
fecha de erección del Puente de las Bolas aún queda otra referencia documental
más totalmente independiente de las anteriores que le asigna la misma
cronología. Su autor, el tinerfeño José Agustín Álvarez Rijo ya mencionado
(1796-1893), a más de estar reconocido por la crítica como acreedor a la máxima
garantía de credibilidad en estos temas puntuales en que alcanzó información de
primera mano, fue muy buen conocedor de Arrecife tanto por los años en que aquí
residió como por la curiosidad que en su calidad de historiador sintió por
cuantos acontecimientos tuvieron en ella, y en la isla en general, su
desarrollo, como demostró cumplidamente en su obra Historia del Puerto del
Arrecife, en la que figura la noticia a la que estamos haciendo alusión. Y
si bien es cierto que no fue contemporáneo del suceso sí debió tener cuando
menos por su edad trato personal con más de un testigo presencial de la
edificación del puente cuando eran adultos. Pues bien, he aquí lo que dice al
respecto:
“Para
pasar de la isla a la fortaleza de San Gabriel hubo un mal murallón y un puente
formado por unas vigas. El que ahora hay de tres ojos, levadizo el espacio del
medio, de cantería, con sus pilares, escalera vuelta al N que sirve de muelle,
y sus murallas, es obra del reinado de Carlos III por los años de 1771”.
Queda,
pues, demostrado, asimismo de forma inconcusa vistos los testimonios que
anteceden, que Torriani tampoco tuvo nada que ver ni con la planificación ni
con la fábrica de este emblemático monumento de la marina arrecifeña, pues es
obvio que el mismo se construyó casi dos siglos después de su muerte.
El
castillo de Guanapay. Examinemos
ahora la cuestión de la autoría de este arquitecto militar en el castillo de
Guanapay o de Santa Bárbara de Teguise.
Los
antecedentes de esta vetusta fortaleza roquera se remontan a las primeras
décadas del siglo XVI. En estos años hizo levantar en lo alto del volcán
Guanapay, precisamente sobre un conglomerado basáltico que allí aflora, el
entonces señor de la isla Sancho de Herrera, una casa fuerte en forma de torre
cuadrada, que tenía por cometido principal servir de atalaya desde la cual
avizorar el sector de costa desde allí visible para prevenir los desembarcos
piráticos que pudieran producirse. Esa torre primigenia es la misma que puede
verse en la actualidad sobresaliendo de en medio del edificio, llamada en la
terminología castrense la torre del homenaje y por las gentes de los pueblos
circunvecinos el Cuarto Alto.
No
se conoce la fecha exacta de su construcción, mas como se dice que fue hecha en
tiempos en que regía la isla Sancho de Herrera hay que colocarla entre 1503 en
que heredó de su madre el señorío de la isla y 1534 en que falleció, más
próxima quizás a la primera de las fechas que a la segunda si hemos de hacer
caso a lo que se manifiesta en algunas fuentes de haber ocurrido el hecho en
los comienzos del siglo.
Años
después de 1551, en que atacó la isla el corsario francés François le Clerc, el
señor de Lanzarote a la sazón, don Agustín de Herrera y Rojas, trasformó la
humilde torre o casa fuerte en una modesta fortaleza añadiéndole diversos
cuerpos y elementos arquitectónicos, mejoras que don Antonio Rumeu de Armas
describe en los siguientes términos en su obra magna Piraterías y ataques
navales a las Islas Canarias:
“Las
obras planeadas por el futuro conde de Lanzarote consistían en añadir a la
primitiva torre de Guanapay, en el ángulo sur, un cuerpo más bajo con algunos
aposentos, dejando a ambos englobados por una nueva construcción de planta
romboidal de recias murallas de mampostería, en cuyo interior se abría un
patio. Adosados a la muralla se alineaban por los cuatro costados del patio los
aposentos de refugio sobre cuyo envigado se asomaban los defensores a las
almenas del castillo, formando un amplio corredor para el juego de la
artillería”.
Estas
obras, por la magnitud que alcanzan, pueden ser consideradas como de las más
importantes de cuantas se han llevado a cabo en el castillo en toda su
historia, pues mediante ellas, de una pequeña casa fuerte pasó a ser ya una
fortaleza que, aunque todavía pequeña y deficiente en algunos aspectos
tácticos, cumplía al menos con la finalidad de servir de lugar de refugio para
un buen número de personas, como quedó evidenciado en 1569 con ocasión del
acoso a que se vio sometida por parte del pirata argelino Calafat.
Como
consecuencia de otro ataque pirático, protagonizado esta vez por el berberisco
Dogalí, alias ‘El Turquillo’, apenas dos años después, fue enviado a Lanzarote
por la Real Audiencia
de Canarias el capitán del primer presidio Gaspar de Salcedo con la misión de
reforzar el elemental castillo y llevar a efecto la construcción del fuerte de
San Gabriel ya comentada. En dicha visita decidió agregarle al castillo que
ahora nos ocupa un cubelo a modo de torreón redondo en cada uno de los extremos
más alejados del edificio, obra que fue aprobada por el rey en septiembre del
año siguiente y ejecutada sin dilación. (A. Rumeu de Armas: op. cit.).
En
1586 tuvo lugar el más encarnizado asedio a que se viera jamás sometido el
castillo. Lo llevaron a cabo las nutridas tropas que echó en tierra una
flotilla compuesta por siete galeras que venían al mando del famoso corsario
argelino Morato Arráez. Luego de unos furibundos ataques de las fuerzas
incursionistas y una esforzada defensa de la guarnición del fuerte terminaron
los sitiados por desistir de su empeño a los pocos días comprendiendo lo inútil
de su resistencia y lo desalojaron al amparo de la oscuridad de la noche
aprovechando un descuido en la vigilancia de los sitiadores, esparciéndose a
continuación la gente por la isla en busca de mejor protección en cuevas y
riscos.
Ya
durante las operaciones de defensa hubo necesidad de deshacer unas garitas para
utilizar los trozos obtenidos como taponamiento del hueco de la puerta de
entrada del castillo, que estaba siendo quemada por los asaltantes. (De un
documento titulado Tisón de Lanzarote y Fuerteventura, de 1612).
Luego
de la toma de la fortaleza las huestes invasoras ocasionaron cuantiosos
destrozos y desperfectos quemando cuanto pudieron hasta dejar el edificio en un
lamentable estado de ruina.
Unos
pocos años después, Gonzalo Argote de Molina, conocido genealogista sevillano
avecindado en Lanzarote por su casamiento con una hija del señor de la isla don
Agustín de Herrera y Rojas, emprendió unas obras de reparación en el malparado
castillo por superior decisión del Capitán General de Canarias, cumpliendo éste
a su vez órdenes del monarca Felipe II que tenían por objeto devolver la
fortaleza a su normal estado de operatividad.
Dicho
proyecto se hallaba ya ejecutado en más de la mitad de lo presupuestado, que era
de 50.000 reales, con una inversión hasta entonces de 28.500 reales, cuando
llegó a la isla Leonardo Torriani en los primeros meses de 1591, como ya
expliqué al ocuparme del castillo de San Gabriel.
Veamos
cuál pudo ser, de acuerdo a los elementos de juicio disponibles, la extensión y
calidad de los trabajos en que este ingeniero intervino en la fortaleza objeto
ahora de estudio.
Se
conocen dos documentos, hallados en años recientes, que arrojan algo de luz
sobre la actuación de este técnico en dicho castillo: una carta de pago librada
por Gonzalo Argote de Molina en ese año de 1591 (A.H.P.L.P., Lorenzo
Palenzuela), y otro titulado Fábrica del castillo de San Hermenegildo
(J.Mª Pinto de la Rosa:
Antiguas fortificaciones en Canarias), documento que es casi un trasunto
del anterior en su primera parte, pero que se prolonga cronologicamente unos
años más dando noticias complementarias, sin fecha ni firma de autor.
En
la carta de pago, reducido su texto a lo imprescindible para documentar el tema
que nos ocupa y actualizada la ortografía, se dice:
“Sepan
cuantos esta carta vieren cómo yo, Gonzalo Argote de Molina, residiendo en la
isla de Lanzarote, donde soy casado con doña Constanza de Herrera, hija y
heredera del marqués de Lanzarote, su Majestad ordenó al Sr. D. Luis de la Cueva, Capitán General de
estas islas y Presidente de la Real Audiencia, que mandase fabricar las dos
fortalezas que tiene la isla, que Morato Arráez había abrasado el año 86, y por
estar a la sazón ausente de ella el marqués, comencé a fabricar el castillo de
Guanapay con favor del Sr. Presidente, que me dio provisión para sacar la
madera de Tenerife y me proveyó de los otros materiales de que tuve necesidad,
en la cual fábrica y principio de ella había gastado 28.500 reales al tiempo que
el Sr. Presidente visitó la isla y el dicho castillo en presencia del obispo de
estas islas, del marqués de Lanzarote y de Leonardo Torriani, ingeniero de su
Majestad. Y habiéndoles comentado la fábrica que yo había hecho en dicho
castillo el Sr. Presidente mandó se continuase, y yo ofrecí para acabarla
21.500 reales sobre lo que había gastado, que pareció era lo necesario para
acabar la dicha obra y el castillo de Arrecife. Los 21.500 reales se han
gastado en dicha obra guardando las órdenes y trazas que el Sr. Presidente dejó
a Leonardo Torriani para la fábrica de dicho castillo, cuyo edificio hoy está
casi acabado”.
“Las
Palmas de Gran Canaria, 6 de octubre de 1591”
Obsérvese
que el documento peca en su última parte de manifiesta incongruencia, pues primero
dice que los 21.500 reales era la cantidad de dinero que se estimaba necesaria
para acabar la reparación del castillo de Guanapay y rehacer el de Arrecife y
luego, casi a renglón seguido, que una vez gastados no sólo sabemos que no se
hizo nada en el último de ellos sino que ni siquiera dio para terminar el de
Guanapay.
Vayamos
ahora con el documento que lleva por título Fábrica del castillo de San
Hernenegildo (un nombre más del castillo). Reza como sigue, igualmente
simplificado:
“Después
de ser arruinada su fábrica por Morato Arráez, año de 1586, Gonzalo Argote de
Molina, en el año de 1588 [fecha equivocada, pues sabemos que estas obras
se iniciaron por orden del Capitán General de Canarias, y éste llegó a las
islas para tomar posesión de su cargo en junio de 1589], fabricó a su costa
dicho castillo y puso en él once piezas de artillería de bronce de diferentes
pesos, y teniendo gastados 28 ducados en la fábrica llegaron a aquella isla el
general don Luis de la Cueva
y el obispo llevando consigo a Leonardo Torriani, ingeniero de su Majestad, con
cuyo parecer y del marqués de Lanzarote se aprobó esta fábrica y se mandó
continuar, dejando para ello en aquella isla al dicho Leonardo Torriani con 20
ducados que el dicho marqués dio de sus rentas, y por su mandado se gastaron en
ella. Y habiendo enviado la madera necesaria para cubrir la plaza de armas, que
costó 500 ducados, llegó a aquella isla Jabán Arráez con armada del Jarife en
el año de 93, y hallándola en el Puerto del Arrecife la quemó. Y lo que es
necesario hacer en el dicho castillo para que esté en perfección es cubrir la
plaza de armas de madera y lajas y que las dos garitas que se fabricaron sobre
madera se fabriquen de piedra y barro abriendo los cimientos al pie de la
muralla del castillo, levantando dos plataformas desde el suelo que reciban en
sí las dos garitas. Y asimismo falta por encabalgar la artillería, que teniendo
aderezadas ruedas y cajas Argote de Molina en esta de Canaria para cuatro
piezas grandes de bronce se las tomó el capitán Melchor Morales, gobernador de
ella, el año de 1592 para sus castillos y no se las ha vuelto hasta hoy”.
Tras
la lectura de estos documentos se llega a las dos siguientes conclusiones más
importantes para efecto de lo que en este trabajo de investigación se pretende
demostrar sobre la actuación de Torriani en este castillo de Guanapay: una, que
la misma se redujo a dirigir o supervisar unas obras de restauración que ya se
llevaban ejecutadas en más de la mitad cuando él las tomó a su cargo, cuyo
importe, en la parte que lo afectó, ascendía, como hemos visto, a 21.500
reales. Y otra, que dichas obras fueron decididas y planificadas por el Capitán
General de Canarias sin tener en cuenta para nada los proyectos del ingeniero
italiano. A este respecto la carta de pago es concluyente al decir “Los
21.500 reales se han gastado en dicha obra guardando las órdenes y trazas [es
decir, planos] que el Sr. Presidente dejó a Leonardo Torriani para la
fábrica de dicho castillo”. Y a estos efectos debe tenerse en cuenta que el
mérito de una obra de arquitectura reside, casi exclusivamente, en su
planificación o proyecto, lo que deja relegado a nuestro personaje al mero
papel de encargado de obras.
Imagen:
Espada de verdugo, Alemania, siglo XVI.
Continúa
en la página siguiente.
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