EFEMERIDES DE LA NACION CANARIA
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVII
DECADA 1601-1700
CAPITULO XV-XXVII
Guayre
Adarguma Anez’ Ram n Yghasen
1610 febrero 25.
El Vicario de la orden dominica del provisor del obispado, residente en La Laguna, la autorización de
fundar un convento de su orden en Santa
Cruz; además, como en el lugar se padecía
de una falta de operarios de todos conocida, que hacía difícil y costosa
una construcción de nueva planta, pedía que se les concediese la ermita de la Consolación.
Los conventos de la secta católica en Santa Cruz de Añazu
La transformación de las ermitas en iglesias
parroquiales, exigida por la
multiplicación de los feligreses, es un fenómeno corriente. Dos de las ermitas santacruceras obtuvieron una
promoción diferente, pasando de capillas a conventos.
La primera de ellas es la que les cupo a los frailes
de Santo Domingo.
Los predicadores tenían ya su convento en La Laguna. Pero, como
los frailes viajaban mucho, por sus pleitos, sus limosnas o sus devociones,
era normal que buscasen arreglos para tener un hospedaje transitorio o lo que se llamaba un hospicio o casa de apeo
en el puerto. También existieron casas de esta clase, de ellos o de
otras órdenes religiosas, en el Puerto de la Cruz y en Garachico. En
cuanto a Santa Cruz, parece que se
les había dado la posibilidad de pernoctar en la ermita de la Consolación o en
alguna dependencia de la misma. Lo cierto es que el obispo Francisco Martínez de Ceniceros, en una
visita pastoral cuya fecha
desconocemos, pero que se sitúa entre 1601 y 1607, mandaba «que en la ermita de la Consolación no pueda
vivir ni viva ningún religioso de ninguna orden, así en los aposentos de afuera
como en los de adentro, y que no viva
más que el ermitaño» y encargaba la ejecución de este mandato al beneficiado del lugar, recalcando
que «aquellos aposentos suelen ser
para los que vienen allí a visitar o a novenas».
Si se prohíbe a los frailes que vivan en la ermita,
es que había alguno que lo hacía. Ellos consideraban
que se trataba de visitas, como las que se
acostumbraban y que el mismo obispo consideraba como legítimas y autorizadas; sólo que la visita se hacía
demasiado larga y empezaba a tener visos
de ocupación. La táctica se entiende, si se tiene en cuenta
que Santa Cruz era casi la única población de cierta importancia de la isla, que hasta entonces se había quedado
al margen de los beneficios de una fundación de
religiosos regulares. Al no dar resultado
el establecimiento pacífica y tácitamente consentido, los frailes pasaron a otros procedimientos más regulares.
En 25 de febrero de 1610 el vicario de la orden
solicitó del provisor del obispado,
residente en La Laguna,
la autorización de fundar un convento de su orden
en Santa Cruz; además, como en el lugar se padecía
de una falta de operarios de todos conocida,
que hacía difícil y costosa una
construcción de nueva planta, pedía que se les concediese la ermita de la Consolación. El
provisor abrió la información que se acostumbraba
hacer en tales casos, y el 27 de febrero consultó a varios vecinos de Santa Cruz. Los testigos, que habían sido
indicados por los frailes, opinaron todos que la
fundación de un convento era una cosa santa y de gran provecho para las almas de los vecinos. Al darse mayor
publicidad a los procedimientos seguidos, el 2
de marzo se recibió una oposición y protesto en forma de tres vecinos del
lugar, uno de ellos el bachiller Mateo de
Armas, que expusieron en nueve razones por qué no
se debía permitirse la fundación de los dominicos. Se reducían estas razones a
que el lugar era tan pobre, que no podía siquiera atender las necesidades más urgentes de la parroquia. Las
demás explicaciones sobraban: los
vecinos eran pocos; el cura y el capellán no tenían mucho que hacer; el beneficiado había opinado que un
convento sería buena cosa, pero era porque
estaba enfadado con sus feligreses, quería marcharse
a La Laguna y
había prometido dejar tras sí una plaga de frailes.
Además, los pozos donde iban las mujeres a sacar el agua estaban cerca del lugar en que se pretendía fundar, y
esta proximidad no parecía cosa tan santa como lo demás.
Tales reparos eran pintorescos, pero jurídicamente
insuficientes. El provisor acabó concediendo la licencia que se le pedía; tanto
más que, en el entretiempo, los frailes habían hallado ya un arrimo mejor. Los más ricos vecinos de Santa Cruz y quizá de la
isla, los dos hermanos Luís y Andrés
Lorenzo, regidores, habían aceptado el patronato de la futura fundación dominica y se obligaban a fabricar el convento con su iglesia y capilla mayor, dotándola con 35
ducados de renta perpetua, a cambio de
la promesa de los frailes de recordarlos en todas sus misas solemnes. Este compromiso se firmó en La Laguna, el 24 de marzo de 1610, por presencia del notario Tomás de
Palenazuela.
Al principio, los frailes, tuvieron que conformarse
con los aposentos mediocres e insuficientes de la ermita. Se volvió a componer
el altar mayor, que estaba ya terminado
hacia 1620. Se habilitaron con las limosnas algunas celdas más. No había grandes problemas, porque los frailes
eran todavía pocos cuando no cabían, los que sobraban iban a buscar refugio en otros conventos de la orden. Sin
prisa, el convento se iba
ensanchando; en 1660, tuvieron que pedir los frailes un solar, que les dio
el Cabildo, porque ya se hallaban al estrecho. Al principio del siglo XVIII el convento
estaba terminado; pero aquella obra, hecha a base
de reparos, remiendos y ensanches progresivos, no había dado grandes resultados; «y, aunque estaba acabado,
viendo que era muy corto, de obra
antigua y de muy poca comodidad, se desbarató desde los simientos y se
ha hecho todo de nuevo, como está».
En aquella época, en efecto, el convento
conocía una época de prosperidad. Su
riqueza consistía, además de las acostumbradas mandas
y capellanías, en 33 casas en Santa Cruz, 43 fanegas de tierra en el pago del Perú, dos fanegas y media en El Peñón, 6
fanegas de viña en Tegueste y dos en
Geneto, diez fanegas de viña e higueras en El Guaite y probablemente algunas fincas más. Tenía regular biblioteca. En
1789 contaba con 19 religiosos in sacris y 4 conversos; después, su número fue bajando, de modo que en los primeros años
del siglo siguiente sólo quedaban 8 frailes
sacerdotes y dos legos.
Al desaparecer el convento con su iglesia, sin que
nadie se haya tomado la molestia de
describirlo, ignoramos cuál era su disposición interior.
Por las imágenes que de él se han conservado, su
aspecto exterior carecía de monumentalidad; pero éste es el caso de todos los
conventos de Tenerife, y de Canarias en general.
En cuanto a la iglesia, se dispone de alguna
documentación referente a sus capillas, pero no resulta fácil ubicarlas
convenientemente en su interior. AJ no poderlas describir
según su orden topográfico, que de todos modos carecería de significación para
nosotros, es preciso esbozar lo que sabemos de su historia, según la cronología de su fundación.
La capilla mayor, terminada antes de 1620, se había
vuelto a hacer a mediados del siglo XVII, por los canteros Juan Liscano y Juan González
'" y, según todas las probabilidades, se fabricó por tercera vez en
ocasión de la nueva fábrica del siglo XVIII. Tenía un retablo dorado del siglo XVII, que se conserva ahora en la capilla del Carmen de la
iglesia de San Francisco. En uno de sus nichos
se conservaba la talla de Nuestra Señora de la Consolación, imagen de
la vieja ermita del puerto, y otra del
fundador de la orden, Santo Domingo de Guzmán. En el siglo XVIII la imagen
antigua de la Consolación
fue sustituida por los frailes por otra
imagen nueva y mayor. El cambio se había verificado hacia 1730. «Luego que mudaron de imagen, cessaron
los milagros. De algunos ay noticia que por tradición ha venido hasta estos
tiempos, y es cierto que son muy
particulares y de grande ponderación, y éstos no se continuaron por aver
faltado el culto de la imagen». Los frailes intentaron corregir su error y dejaron al culto las dos imágenes, colocando a
la antigua en otro lugar; pero aun así, la devoción popular seguía sintiéndose defraudada.
La capilla de San Luis Beltrán era probablemente
contemporánea del altar mayor. Era
fundación de Francisco Rodríguez, piloto de
Indias y vecino de La Palma,
quien la vendió en 1629 al capitán Antonio Díaz
de Vares, piloto como él, por haberse ido a vivir a su isla natal. Otro piloto, el capitán Domingo Díaz
Virtudes, había fundado en 1662 la capilla de
Nuestra Señora de Regla, en cuyo favor dejó
buenas rentas por su testamento.
El altar de Jesús Nazareno pertenecía a la cofradía
del mismo nombre. Su retablo, terminado antes de 1666, fue costeado por Amador
González, vecino de Santa Cruz y mareante interesado en el tráfico de Indias. Este altar no ocupaba una capilla
propia, sino que se había permitido su
colocación en la capilla del Rosario. Al desbaratarse la iglesia del convento, el retablo y su imagen
titular pararon en la iglesia parroquial
de la Concepción.
La capilla del Rosario, propiedad de la hermandad
del mismo nombre, debe haber sido
fabricada a mediados del siglo XVII. La hermandad era la más rica y más importante del
convento; su libro de constituciones, que
se había perdido, fue vuelto a componer en 1721 por
el hermano mayor, capitán Patricio Leal. Todos sus demás papeles del siglo XVII se
han perdido; su libro de cuentas empieza solamente en 1717 y su libro de actas en 1724. Entre las demás obligaciones de la hermandad figuraba la de sacar en procesión las
imágenes del Cristo Predicador y de la Magdalena; y como no se
podía sacar ninguna procesión a la calle
sin licencia del ordinario, la consiguió en 8 de marzo de 1682. También sacaba el Miércoles Santo a María
Santísima; y el Viernes Santo llevaba comida de
limosna a los pobres presos en el castillo
y en la cárcel real y después repartía las sobras en la puerta del convento. Salía a acompañar los entierros con su
estandarte: contra este uso le puso pleito el beneficiado del lugar, en 1681.
El 1701, el prior del convento, fray Juan de
Salas y Silva, concedió para el entierro
de los cofrades cuatro sepulturas en la iglesia, con isla natal. Otro piloto,
el capitán Domingo Díaz Virtudes, había fundado
en 1662 la capilla de Nuestra Señora de Regla, en cuyo favor dejó buenas rentas por su testamento.
El altar de Jesús Nazareno pertenecía a la cofradía
del mismo nombre. Su retablo, terminado antes de 1666, fue costeado por Amador
González, vecino de Santa Cruz y mareante interesado en el tráfico de Indias. Este altar no ocupaba una capilla
propia, sino que se había permitido su
colocación en la capilla del Rosario. Al desbaratarse la iglesia del convento, el retablo y su imagen
titular pararon en la iglesia parroquial
de la Concepción.
La capilla del Rosario, propiedad de la hermandad
del mismo nombre, debe haber sido
fabricada a mediados del siglo XVII. La hermandad era la más rica y más importante del
convento; su libro de constituciones, que
se había perdido, fue vuelto a componer en 1721 por
el hermano mayor, capitán Patricio Leal. Todos sus demás papeles del siglo XVII se
han perdido; su libro de cuentas empieza solamente en 1717 y su libro de actas en 1724. Entre las demás obligaciones de la hermandad figuraba la de sacar en procesión las
imágenes del Cristo Predicador y de la Magdalena; y como no se
podía sacar ninguna procesión a la calle
sin licencia del ordinario, la consiguió en 8 de marzo de 1682. También sacaba el Miércoles Santo a María
Santísima; y el Viernes Santo llevaba comida de
limosna a los pobres presos en el castillo
y en la cárcel real y después repartía las sobras en la puerta del convento. Salía a acompañar los entierros con su
estandarte: contra este uso le puso pleito el beneficiado del lugar, en 1681.
El 1701, el prior del convento, fray Juan de Salas y
Silva, concedió para el entierro de los
cofrades cuatro sepulturas en la iglesia, con la condición de fabricar un arco y dos puertas, que costaron a la hermandad 600 reales. Además, tenían en la iglesia otra
capilla dedicada a la invocación de
Cristo Predicador. Tenían buenas alhajas, entre ellas seis candeleros que pesaban 80 onzas de plata, un
trono donado por Nicolás Final y del que sólo la
plata había costado 800 pesos. Para la fiesta del Jueves Santo, el hermano
mayor Roberto de La Hanty
había dado en 1750 una urna vestida de plata, hecha
en La Laguna
por el platero Pedro Bautista; en 1775
«la hurtó en la mayor parte el maestro platero Pedro Peníche, a quien se le había entregado para blanquearla y componerla» y su arreglo había costado 1.308
reales. En 1792, por decreto del
provincial de la orden, se mandó que el prior y convento no saquen las alhajas de la hermandad sin acuerdo de
ésta. Poco antes, en 1789, se había formado una
cofraternidad con las demás hermandades del
Rosario existentes en la isla, principalmente en La Laguna, La Orotava y Güímar.
Desde 1730, cuando menos, el convento sacaba a la
calle la procesión del Santísimo Nombre
de Jesús, que había sido autorizada por una
bula papal de aquella fecha. Alrededor de esta fiesta se organizó poco después una hermandad del mismo
nombre, cuyas constituciones, formadas en 24
de enero de 1746, fueron aprobadas por el obispo
fray Valentín Moran en 17 de marzo de 1756. Había sido fundada por 16 vecinos
del lugar. No tuvo capilla propia; en 1770, Diego Cabrera Calderón les ponía a
disposición una capilla que él acababa de
fabricar en el claustro, inmediata a la portería del convento; en 1800 se
reunían los hermanos en la capilla de Jesús Nazareno.
Hubo también en la iglesia una capilla de San
Jacinto, comprada en 1723 por el capitán de
artillería Teodoro Garcés de Salazar, vecino de La Laguna. El nuevo
patrono convino en 1734 con los artilleros de Santa
Cruz para poner en aquella capilla una imagen de Santa Bárbara, patraña de su arma, con la obligación de costear
su fiesta y sin ceder él nada del patronato. Otras capillas de que se tiene
noticia son las de San Antonio de Padua y San
Francisco Javier, esta última situada al lado
de la del Rosario. En el claustro había varias capillas; además de la ya mencionada, se sabe de la que fundó en
1730, debajo de la media naranja de la
escalera principal costeada por él, el capitán Sebastián
Patricio Leal, poniendo en ella sepultura y altar con el cuadro de la genealogía de Santo Domingo de Guzmán.
Él segundo convento que se erigió en Santa Cruz fue
el de la orden de San Francisco. Había
empezado como el primero, por medio de una
instalación tácita, sin fundación ni más requisitos o licencia, en la ermita de
San Telmo. En 1650 se habla incluso de un padre Andrés Márquez, vicario in capite del convento de
San Telmo, anticipando sobre una fundación
que en realidad no se llevó a cabo. Como en el caso de la ocupación de la
ermita de Regla, hubo protesta del beneficiado, seguida por pleito en el Consejo de Castilla, que mandó la expulsión de los frailes por su auto de 25 de junio de 1650.
Los frailes apelaron, protestaron, representaron,
y fueron precisos dos autos más, en 13 de septiembre y 12 de noviembre de 1651, para poderlos obligar a abandonar la ermita.
Como los dominicos, tuvieron suerte, pero en otra
ermita diferente. Empezaron esta vez por
donde debían empezar, pidiendo al Consejo la
licencia de fundar. Por real cédula de 21 de febrero de 1676 se cometió a la Audiencia de Las Palmas la información sobre lo
solicitado, que se hizo en Santa Cruz, el 14 de mayo de 1676. Los frailes
presentaron testigos a su favor; la iglesia negó el interés y la posibilidad de subsistir del segundo convento, haciendo
información de su propia pobreza y
presentando inventario de las míseras alhajas de su sacristía. Pero debió de considerarse que dos conventos no eran
demasiados para un lugar de más de 500 vecinos, porque por real cédula de 22 de
septiembre de 1676 se autorizó la fundación de los franciscanos. Todo aquello
se había conseguido con una rapidez que parece indicar que la orden tenía buenos valedores en la Corte.
Seguidamente
se instalaron los frailes en la ermita de la Soledad, que les cedió su fundador, Tomás de Castro Ayala, por escritura entre partes, firmada el 25 de abril de 1677. La donación
se componía de tres sitios de 150 pies de largo cada
uno, por encima de la iglesia propiamente
dicha, y el edificio de la ermita con su retablo puesto, un Ecce Homo, una imagen de la Soledad y varios
ornamentos del culto; además de 2.000
quintales de piedra de cal y una puerta de cantería, obligándose también el donante a fabricar por su cuenta la capilla mayor, a cambio del reconocimiento de su patronato con
los derechos que de él se derivaban. Al día
siguiente, 26 de abril, se entregó la ermita al síndico del nuevo convento, y con la misma rapidez pasaron a instalarse los frailes.
No fue tan rápida la edificación de la capilla mayor, porque el patrono, por razones que ignoramos,
no cumplió con aquella obligación. Tomás de
Castro Ayala falleció dejando el patronato
incluido en el mayorazgo que había fundado en favor de su hija, Bárbara Ángela Carrasco y Ayala, casada con su
primo, Sanmartín Carrasco, por
escritura fundacional que había otorgado en 1.° de septiembre de 1682, ante Mateo de Heredia; pero el
nuevo patrono no parece haberse mostrado más
activo que el primero.
Mientras tanto, los frailes se instalaban como mejor
podían en su nuevo convento, que habían
dedicado a San Pedro de Alcántara. Al principio,
las condiciones y comodidades eran bastante precarias. Con una limosna de 300 pesos que habían recibido del
obispo García Ximénez, pudieron fabricar un
cuarto, o eventualmente dos, para residencia de los
conventuales, y lo que el obispo llamaba «oficinas competentes», probablemente algún cuarto más, que servía
provisionalmente de sacristía. Las
obras, confiadas al maestro cantero Juan Luís Cano, estaban casi terminadas en 1680. Como iglesia seguía
sirviendo la ermita de la
Soledad. La fiesta del santo patrono se celebraba gracias a
la renta del mismo capital dejado por el
obispo y que, por lo visto, no había sido invertido íntegramente en las obras.
En realidad la casa no era pobre: los años
siguientes presentan señales inequívocas
de prosperidad. Es la época en que empiezan a contratarse trabajos más importantes, encaminados a conducir paulatinamente a la realización del gran templo con que
están soñando los frailes. De momento se van
acumulando detalles. De 1690
a 1695 se han labrado
las 26 sillas de madera de cedro y ébano y las tres barandillas destinadas al
coro. De 1705 a
1710 se fabrica una torre de cantería, sobre
planos establecidos por un fraile del convento, José Pérez, y se colocan en la
misma tres campanas. El fraile trazó también la capilla mayor, que se edificó en esta época hasta la cornisa, pero que
sólo estaría terminada en 1715, y abrió un arco
de cantería que sería más tarde puerta de
la nueva sacristía. El crucero y el arco de la capilla
mayor fueron edificados por Andrés Rodríguez Bello, entre 1713 y 1715.
También fueron importantes, por lo menos
económicamente, los trabajos que se
ejecutaron en la misma época alrededor del convento. Por
orden real de 9 de febrero de 1709, se aprobó una data de agua para las necesidades del convento, y se procedió a
las obras que conducirían el agua desde las canales a la huerta. Esta huerta
había sido formada en los sitios
comprendidos en la donación inicial de Tomás de Castro Ayala; pero el solar era demasiado pequeño, y fue aumentado
con tres sitios más, de la propiedad de Inés de Armas que había sido dejada por ésta a la iglesia de los Remedios de La Laguna: los regaló al convento el obispo Conejero, en 4 de noviembre
de 1720, a
cambio de una obligación de misas rezadas. De
este modo se formó una huerta bastante
importante, tanto por su extensión como por el agua de que podía disponer. Con ayuda del mismo obispo se procedió entre 1719 y 1721 a cerrarla con muros.
La fábrica del convento y de su iglesia
recibió un nuevo impulso gracias al apoyo
del obispo Lucas Conejero, quien prefería residir en Santa Cruz, y había elegido el convento franciscano
para su morada, de 1718a 1724. Durante su estancia y
gracias a su ayuda se compró el órgano de
la iglesia; se terminó el altar mayor, aumentando su altura y poniéndole la techumbre; se doró el retablo y se
pavimentó la capilla mayor con losas
de Canaria y ladrillos de Holanda; y se acabó la celda llamada del obispo, con
su corredor y escalera que permitía el acceso directo al coro. El retablo fue terminado sólo en 1730. En la
misma época, en 1721, se había
fabricado por Esteban Porlier la capilla de San Luís.
A pesar de las transformaciones y ensanches, el
templo franciscano conservaba su estructura de
una sola nave, que había heredado de la antigua ermita. Sólo en 1760 - 1762 se fabricó la segunda nave, que
sería la del Evangelio. La de la Epístola se hizo en 1775
- 1778 y de 1777 es la puerta de cantería de la entrada principal. También se amplió el local del convento, en que se gastaron
35.000 reales entre 1766 y 1769, para
añadir ocho celdas de la residencia, con nuevo refectorio y cocina. Las últimas obras, que fueron las más importantes y
se completaron con la recomposición y el nuevo dorado del retablo mayor, el
enlosado de mármol de la iglesia, el nuevo órgano colocado en 1781 y la fábrica
de la torre, deben mucho a la actividad del provincial
de la orden, fray Jacob Delgado Sol, fallecido en 14 de marzo de 1782, así como al apoyo del heredero en el
patronato, el regidor Juan Bautista de
Castro Ayala.
Los últimos trabajos habían tropezado con
dificultades diferentes de las
acostumbradas, que se relacionaban siempre con la escasez de los recursos.
Ahora había que enfrentarse con otros problemas. La construcción de la nave de la Epístola tomaba el solar hacia el interior del
convento, pero tropezaba con la fábrica de la residencia; de modo que hubo que desbaratar una parte de las
construcciones interiores, «mudar el ángulo y
fabricar casi todo el cuarto». En cuanto a la torre
fabricada en lugar de la anterior, que debía de ser más modesta, había molestado mucho al beneficiado de la Concepción, cuya
iglesia no poseía tan vistoso ornamento.
El beneficiado no podía oponerse en justicia a que
la torre del convento fuese más alta que la suya. Pero los
frailes habían puesto en la torre cuatro
campanas, y el beneficiado halló que existía una vieja bula de principios del siglo XV, que prohibía a los conventos el uso de más de una campana, y en su virtud presentó queja al
ordinario. La verdad es que desde antes
el convento poseía por lo menos tres campanas, que constan
por ejemplo en su inventario de 1708; pero hasta entonces no se habían manifestado de manera tan escandalosa,
desde lo alto de una torre mayor que la de la parroquial. Los frailes se
defendieron presentando una bula de Inocencio XI, de
12 de febrero de 1685, que derogaba a la
anterior de Juan XXII, es verdad que en favor de la
orden dominica. El obispo Cervera, que
era franciscano de la reformación de San Pedro de Alcántara, dio sin embargo un
decreto prohibitorio, obligando a los frailes a
que bajasen por lo menos una campana. Como se trataba nada menos que del honor de su patrono, los franciscanos lucharon hasta llegar a Roma, donde consiguieron de Pío VI un breve que les autorizaba
a poner en la torre las campanas que quisieran. El beneficiado se vengó mandando fabricar para su iglesia una
torre todavía mayor; y los franciscanos
duplicaron cargando la torre con hasta cinco campanas,
la última de ellas colocada en 1792.
Como se ha visto, el convento había empezado
modestamente. Al principio no tenía categoría
suficiente para recibir novicios o admitir
profesiones, cuyo privilegio sólo tenían en la isla los conventos de La Laguna y La
Orotava. En la segunda mitad del siglo XVIII llegó a formar una
casa bastante importante. En 1789 contaba con 24 moradores, de los cuales 16 sacerdotes, un religioso de
coro y siete hermanos conversos en
los primeros años del siglo XIX, su número se había reducido a 15 frailes sacerdotes y 3 legos.
Tenía estudio y escuela, con dos salas que se fabricaron en 1775 para este uso,
y una biblioteca bastante discreta.
Durante su larga estancia, el obispo Conejero había
dotado también el convento con otra
dependencia menos envidiable, una cárcel del
partido eclesiástico, que había mandado fabricar al mismo tiempo en que establecía un vicario foráneo en Santa Cruz.
Es de suponer que no la visitaron muchos
frailes; los franciscanos de Santa Cruz tenían
la reputación de devotos y aplicados a sus deberes. A pesar de ello, no faltaron los abusos, normales en toda
comunidad y generalmente provocados
por gentes de fuera. Se les ha achacado el de pernoctar fácilmente fuera de su
casa: pero se trata de la interpretación equivocada o mal intencionada del
incidente provocado por la presencia, en el
Hospital de Desamparados, de un fraile sacerdote encargado un retablo y una imagen de este santo, costeados
ambos por José Ascanio debían de adornar una capilla
propia, que no sabemos si es la misma del
claustro, de la que se declaraba patrono, en 1732, el capitán Pedro Castellano,
natural de La Palma,
gobernador del fuerte del Calvario en Santa Cruz. En cuanto a la capilla de
Candelaria, había sido fundada hacia
1730 por el coronel Roberto Rivas.
Desde
la primera década del siglo XVIII
se había traído de España una
imagen de alabastro de la Purísima Concepción, que tuvo capilla propia; poco antes de 1739 se le dotó con un
escapulario bordado con oro y plata,
trabajo de Genova, donado por el coronel Francisco de Astigarraga y se le doró el nicho y la peana,
pintándose también su camarín, todo
por cuenta del capitán Francisco Castellanos. En los inventarios se indica también una imagen de bulto de
San Patricio, labrada en Tenerife y pagada por Roberto de La Hanty en 1745; otra de San
Judas Tadeo, de igual fecha y probablemente de la misma procedencia; otra de San Francisco Javier, colocada en
1753. El presbiterio, de cantería de
Los Cristianos, fue terminado en 1738 y costeado por el mismo coronel Astigarraga129. En la
iglesia están sepultados, además de Esteban
Porlier, fundador de la capilla de San Luís, los comandantes generales Luís Mayoni y Salazar, fallecido en 25
de agosto de 1746, y Domingo Bernardi
Gómez Ravelo, fallecido en 23 de marzo de 1767.
En el convento franciscano existía desde 1680 un
instituto de la tercera orden franciscana, que
había sido introducida por el capitán general Félix
Nieto de Silva. Sus estatutos fueron aprobados el 17 de enero con la administración de los sacramentos, y que
luego se determinó no debía ser
religioso regular.
El
convento ha desaparecido a raíz de la exclaustración. Lo que era huerta se ha transformado en Plaza del Príncipe;
los dos patios y los edificios de la residencia han sido derribados y en su
lugar se han edificado locales
administrativos. La iglesia del convento se ha conservado; pero en su interior
las capillas han sufrido numerosas transformaciones, tanto en su
advocación como en su ornato. El retablo del altar mayor, considerado a menudo como el mejor de Santa Cruz, no se
distingue sólo por su mérito
artístico, sino también por sus dimensiones, ya que tiene once metros de alto; entre otras imágenes, conserva a la
de Nuestra Señora de la Soledad, patrona de la antigua ermita que se elevaba en
este lugar.
La capilla del Evangelio, dedicada a la Virgen del Retiro, se había
terminado en 1718. La otra colateral, dedicada a San Luís, era fundación de Esteban Porlier (1682-1739), cónsul de
Francia, quien la fabricó en 1721-1722 y
la dotó con una imagen del santo por escritura de 3 de abril de 1721, ante Domingo Cabrera Arbelos. El hijo del fundador,
el regidor Juan Antonio Porlier, cedió esta capilla a la nación francesa; lo cual no dejó de ocasionar algunos
roces, entre las personas que luego se
consideraron con algunos derechos a su propiedad.
La capilla de San Buenaventura, cuyo retablo se
acabó en 1727, había sido fundada a solicitud del padre fray Francisco de
Buenaventura Sardo. En 1733 estaba
ya terminado el retablo de otra capilla, dedicada a San Antonio de Padua. Esta última, al igual que la de San José y la de Nuestra Señora de Candelaria, estaban
situadas en la nave de la Epístola, pero eran
anteriores a la fabricación de esta nave: la explicación de esta circunstancia
es que habían sido fabricadas fuera del templo, y se hallaron integradas en la nave al haberse edificado ésta.
La historia de la capilla de San José es confusa.
Desde antes de 1708 había de 1717. En 24 de septiembre de 1723, el convento le
hizo cesión, para las necesidades de su culto, de la capilla del
Retiro, que los terciarios habían fabricado
a partir de 1712 y que después se llamó de los Dolores, junto con un sitio
contiguo que se aprovechó para fabricar en los años siguientes una sala
de reuniones. Es de suponer que la capilla se quedaba pequeña, porque ya en 1717 eran 140 los hermanos. Sin duda por esta razón, se tomaron en 1760 las salas de junta y de depósito,
para fabricar una nueva capilla, mayor, bajo la advocación del Señor del
Huerto. Esta se terminó en 1763, con
dinero conseguido en base de una lotería y en parte con limosnas de las familias Forstall y Russell. La imagen titular
había sido adquirida algunos años antes. Los hermanos tuvieron controversias y disputas con las cofradías de la
iglesia parroquial, sobre la precedencia
en los entierros. En 28 de agosto de 1756 consiguieron un breve papal que les reconocía el derecho de
preceder en las procesiones a cualquier cofradía de legos; a pesar de
ello, no parece que los ánimos se hubiesen
aquietado, hasta que en 10 de febrero de 1769 recayó segunda sentencia en favor
de los hermanos terciarios.
La orden de los agustinos no
llegó a fundar convento en Santa Cruz, a
pesar de haber sido la primera en implantarse en el lugar, donde continuaron
residiendo durante más de dos siglos. Desde mediados del siglo XVI, y probablemente desde antes,
los agustinos aparecen como patronos de la
ermita de la Consolación
y propietarios de terrenos en la zona
circundante incluso después de suprimida la ermita, tuvieron casas en el lugar, que le producían algunas
rentas. En el siglo XVIII tuvieron en el
puerto un hospicio: no sabemos si debe entenderse como asilo para los pobres o, más probablemente, como casa de apeo para los hermanos de la orden. La segunda
explicación parece más plausible, porque
aquella casa era muy pobre. Estaba situada en la calle de la
Marina, al norte y a corta distancia del baluarte de San Pedro;
la casa en que estaba instalado, estaba señalada
por fuera con una cruz, que sobrevivió al hospicio y se conocía
todavía a fines del siglo XIX
con el nombre de Cruz de San
Agustín. La casa tenía oratorio y estaba administrada por un presidente. Por su pobreza, Etienne Dufau, mercader
francés avecindado en Santa Cruz, le dejó por su testamento, en 1760, una limosna de 400 reales, para pagar 200
misas rezadas en sufragio de su alma. Por razones que ignoramos, probablemente
por falta de recursos, el hospicio agustino fue clausurado en 1767.” (Alejandro Ciuranescu, Historia de Santa Cruz,
1998.t.11: 423 y ss.).
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