EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA
UNA HISTORIA RESUMIDA DE
CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVII
DECADA 1601-1700
CAPITULO XV-IX
Guayre Adarguma Anez’ Ram n Yghasen
1603.
Disensiones entre la Audiencia
y el gobernador colonial de Canarias. Oficios del concejo de Tenerife
“Solo faltaba, para colmo de las calamidades, que hubiese algunas disensiones entre los que mandaban las islas; y este escándalo se padeció también en la Gran Canaria, cuando
todavía humeaban sus edificios y hacía sus
mayores estragos la pestilencia. Había sido nombrado gobernador (en lugar del licenciado Pamochamoso, que
lo era interino) el capitán Jerónimo de Valde-rrama y Tovar, para que, como inteligente en la giado por el cabildo y digno de elogiarse por su
aplicación al adorno y defensa de los pueblos, había sucedido (1601) el capitán don Luis Manuel Gudiel, no menos recomendable por su celo al tiempo de la enfermedad contagiosa, que por su notoria nobleza. Mas, concluido su mando antes que se hubiesen serenado las discordias de Canaria, dejó este cuidado al capitán don Francisco de
Benavides, su sucesor, recibido en julio de 1603.” (José de Viera y
Clavijo, 1978, t.2:79 y ss.)
1603.
Carta
del Rey, en vista de la carta escrita por el Cabildo en 22 de Julio
suplicándole diese orden pa qe se fortifique esta isla y dice qe aunque su
intención es qe así se haga, conviene primero tener entendido el estado de la
de Canaria y qe tiene escrito al Gobernador y al Ingeniero Prospero Casola qe
cuando se acabase informe de ello y se tomará resolución. Fecha en Madrid 1603
(Libro 6° de Reales Cédulas, oficio lo n° 38 folio 83).
1603.
Dos escoceses vienen
con su navío y pasaporte escocés, de la isla de San Miguel, con dinero del
gobernador para comprar vino para su guarnición.
Fueron detenidos en Santa Cruz por orden del
capitán general Luís de la Cueva,
“y nosotros, molestados con prisiones y tormentos
que nos dieron y cominaciones que nos hizieron y en efecto al cabo de muchos días fuimos condenados en perdimiento del
dicho navío y mercaderías”.
Sin darles ninguna
cuenta, su navío se vendió a Tomás Grimón, quien va con él a Indias, “y avernos quedado en esta ysla, presos en ella,
pobres y miserables, muriendo de hambre”, sin
poder marcharse, porque no se les han devuelto los pasaportes.
Comercio colonial con Inglaterra
El más importante de los tráficos de Santa
Cruz, y de las islas en general, ha sido
tradicionalmente el comercio con Inglaterra. En determinados momentos, toda la
vida económica de Canarias había llegado
a depender de una decisión tomada en Londres. Sin embargo, este comercio había empezado modesta y tímidamente,
porque tenía muchas ganas de comprar y pocas
cosas que vender: como sus primeros
mercaderes, como por ejemplo James Casteleyn, establecido en Santa Cruz desde los primeros años del siglo XVI y dispuesto a cualquier clase de operaciones. Como
Casteleyn, ha levantado la cabeza paulatinamente.
La volvió a agachar más de una vez, bajo la amenaza personal,
porque el horizonte de las relaciones se anubló: vino el tiempo en que cualquier persona procedente de aquella
última Thule era convicto y reprobo y la
profesión de mercader honrado no ofrecía menos riesgos que la de filibustero.
Luego los tiempos se serenaron para los unos
y se enfoscaron bastante para los otros, para quienes el
navío que se esperaba de Inglaterra llegó a
simbolizar la última esperanza. Tenerife reconoció demasiado tarde que se vivía
mejor con el mal en la casa, que sin él. «El comercio con Inglaterra, este
interesante comercio, es por donde respira Tenerife. Bien podemos decir
que él nos da la vida, él nos mueve y nos da el ser. Cuando está en acción, se aviva el resplandor de la
nobleza, se asea el estado eclesiástico, el comerciante se alienta, el artesano
trabaja, el pobre resucita, el campo
florece y todos hazen su fortuna. Mas cuando este comercio se retira,
el noble se desluce, el eclesiástico se incomoda, el mercader se pierde, ocia el oficial, gime el pobre, la
tierra se esteriliza y todos perecen».
A este estado de patética sujeción económica había reducido a las islas la
lenta y estudiada sofocación de su natural comercio indiano.
En
las últimas décadas del siglo XVI
se importaban de Inglaterra paños, algodón hilado, trajes de mala
calidad, trigo, bacalao y arenques, que en
Canarias llaman sardinas. En 1596, Felipe II había prohibido el comercio con géneros de Inglaterra y Holanda,
incluso cuando los introducían barcos
neutrales; pero la vigilancia no parece haber sido tan estricta en
las islas, como en la
Península Ibérica. La paz concluida en 1604 vuelve a
franquear a los géneros ingleses la entrada en los puertos españoles. En 1645,
los mercaderes ingleses establecidos en Andalucía han desplazado a los
genoveses de su posición dominante. Entonces es cuando consiguen una serie de privilegios y exenciones, que se reflejan
rápidamente en la situación del
comercio inglés en Canarias, en el sensible aumento de los mercaderes que
vienen a residir en las islas.
Durante esta época, continúa la importación del
bacalao; se introducen productos agrícolas
de Francia, transportados y exportados por
comerciantes ingleses, cuya mediación salva el escollo del estado de guerra; y
empiezan a entrar, en cantidades más importantes que hasta entonces, los productos manufacturados de Inglaterra. El tráfico directo había sufrido una interrupción en 1627-
1631, en momentos de tensión política;
pero los mercaderes holandeses habían devuelto
a los ingleses la cortesía interesada que consistía en poner su propio pabellón a disposición del comercio británico.
Luego intervino el largo paréntesis de la
ruptura de 1655 - 1666, que parece haber
afectado la importación de géneros ingleses mucho menos que la exportación de vinos canarios, quizá debido a la
venalidad de la administración.
De todos modos, en la segunda mitad del siglo XVII el comercio con Inglaterra pasó por una gran crisis,
traducido por una contracción de la economía
canaria en general. El gobierno inglés había cargado de gravámenes los vinos canarios, reduciendo sus posibilidades de venta: se quiso contestar a esta medida, en 1728,
penalizando con una contribución de 9%
los géneros ingleses, y al año siguiente eliminando
de las islas a los comerciantes ingleses. Pero ambas medidas tuvieron que ser anuladas, pues no hacían más que
empeorar las cosas y so-tocar completamente
la debilitada economía insular. A partir de mediados
del siglo xviii la situación se normaliza. Las importaciones siguen siendo muy activas y superan con mucho los
géneros que proceden de otros países; abarcan
una gran variedad de productos, desde los alimentos, principalmente carne, queso y arenques, hasta la quincallería,
de los medicamentos a los libros y de los coches de caballo a los instrumentos de laboratorio.
En cuanto a la exportación tinerfeña a
Inglaterra, hasta 1580 aproximadamente su
principal y casi único artículo fue el azúcar.
Luego, de modo igualmente exclusivo, pasó a serlo el
vino. Sin duda los ingleses habían empezado a
apreciarlo en ocasión de los repetidos contactos, entre comerciales y piráticos, de los Hawkins, Drake y demás agentes de la primera expansión marítima
inglesa; porque era frecuente que los
piratas se detuvieran en las islas para pedir refresco de vino, tan necesario como el agua y más apreciado que
ella. Durante la época isabelina, la malvasía no faltó en las tabernas de
Londres, a pesar de la oficial falta de
relaciones L25. Al normalizarse la situación del comercio entre las dos naciones, a partir de 1604,
las entradas se hicieron más regulares
y, según algunos, más que regulares, excesivas: en 1635,
según juicio de James Howell, entraba más vino canario en Inglaterra que en todos los demás países reunidos y,
según los datos que conocemos, esta aseveración
no era inexacta.
El precio de venta al público del vino canario se
fijaba por el Consejo Privado. No sabemos si
éste procedía en las posturas con más tino que el Cabildo de La
Laguna: lo cierto es que, a su juicio, el vino canario valía dos veces más que el francés y
bastante más que el español. Los precios fijados por ejemplo para el año de
1626 eran de 6 peniques el cuartillo de vino francés, 10 el español y 12 el
canario; para 1627, el precio era de 8, 12 y
14 respectivamente. En los años de 1635 a 1638, el precio al por mayor era de 9, 15 y 17 libras esterlinas la pipa.
Es verdad que
el vino canario pagaba cada vez más gravámenes, que en 1656 sumaban 5 libras 5 chelines y 9 peniques por tonelada.
Después de esta fecha interviene una subida de precios vertical: en 1664, la pipa de malvasía se vende en 32 libras, casi el doble
del precio anterior: parecía tan exagerado, que quedó reducido por orden del Consejo, arbitrariamente, a partir de
primero de febrero de 1665, en 26 libras la pipa.
Las causas del
encarecimiento deben ser múltiples y en la mayoría de los casos permanecen oscuras. La
presión fiscal fue una de las primeras: los precios no habían variado tan escandalosamente en Cananas, donde pasaban, al
contrario, por un período de depresión y de crisis. De todos modos, la producción
canaria no dicta sus condiciones al mercado inglés, sino que, por lo contrario, depende de las fluctuaciones de este
mercado: la crisis canaria de mediados de siglo se explica precisamente por la
falta de salida de los caldos y por las trabas puestas a la importación en Inglaterra. Pero la más
interesante y quizá la más plausible de las explicaciones que se han dado a esta nueva situación es sin duda la
explicación oficial inglesa, dada como justificación de una reforma importante del comercio con
Canarias, como fue la creación de la célebre Compañía Inglesa de Canarias en 1665.
El documento fundacional
explica que tradicionalmente el comercio inglés conducía a Canarias grandes cantidades de manufacturas nacionales, que se
vendían bien y bastaban para cubrir las compras de caldos insulares que, de
este modo, podían despacharse en Inglaterra a precios moderados. Pero «en los
últimos años, a causa del tráfico extraordinario de nuestros súbditos en aquellas islas y del número desacostumbrados
de navíos que trafican allí, los bienes y utilidades del comercio de
manufacturas se han visto mermados en su valor, y los vinos de aquellas islas han
aumentado sus precios hasta el doble de lo que antes se vendían».
Si esta declaración es sincera, como parece
probarlo su misma torpeza, el vino canario
no se había puesto más caro de una manera absoluta, por una subida de precios a la producción, sino de modo relativo,
por medio de una crisis provocada por el dumping
de las manufacturas inglesas y la caída de
los precios de estas mismas manufacturas. Para los comerciantes y economistas que han
elaborado este proyecto, lo mismo da obligar a los canarios a vender más barato
su vino, o a comprar más caros los géneros ingleses. Pero también desde el punto de vista canario, ambas cosas
resultaban ser una sola y conducían a un sensible aumento del costo de la vida y a un no menor
empobrecimiento del país. Los autores del proyecto habían visto claro un punto preciso de su sistema: el monopolio encarece la mercancía, y el
comercio inglés detenía en Canarias el
monopolio del mercado, tanto en la importación de géneros extranjeros, como en la exportación de caldos. Pero el monopolio
jugaba con algo que no tenía, y que eran los
caldos canarios. Además, la Compañía llegaba tarde, cuando el mercado internacional
estaba ya saturado de monopolios y de compañías agresivas.
La Compañía de Canarias tuvo una historia tan breve como complicada. La iniciativa vino de algunos mercaderes
de Londres que traficaban normalmente con
vinos canarios y que, por lo tanto, eran los
primeros interesados en una rebaja de este artículo. Hicieron la sugerencia al gobierno, quien designó de entre
ellos una Junta de Incorporación. La condición prealable para pertenecer a la Compañía era la de ser vecino de Londres: ésta fue la
primera dificultad, porque no estaban
todos los interesados en el mismo caso, y porque muchos
vinos se importaban por Southampton o por Bristol. Pero como la condición había sido sugerida por los
comisionados, la circunstancia sugiere la
posibilidad de que en la Junta
de Incorporación hayan tenido un papel
preponderante los judíos portugueses recientemente establecidos en Londres, procedentes a menudo de Canarias y bien introducidos en el tráfico de los caldos isleños. De
todos modos, se tardó bastante en hallar
una fórmula satisfactoria. Al fin, para no perder más
tiempo, los comerciantes admitieron aquella cláusula, a cambio de un plazo que se les concedía a los no vecinos,
para arreglar su situación. En enero de
1665 la carta de incorporación de la Compañía estaba ya redactada; pero surgieron nuevas dificultades y, a pesar de
las insistencias
de los mercaderes, su firma se demoró hasta el 25 de marzo: dos meses más tardó su
proclamación, que significaba su entrada en vigor.
El atraso parece haber tenido una doble explicación.
La firma del documento había sido tenida en
suspenso por el chanciller del reino, lord Clarendon, mientras se decidían los comerciantes a pasarle las 4.000 libras de soborno que le habían prometido, a cambio de
hacer pasar la patente v de mantenerla mientras
durase su ministerio. Por otra parte, había
mucha resistencia y oposiciones, principalmente entre los mismos mercaderes ingleses de vino, eme no estaban todos de acuerdo con el principio del monopolio. Uno de
ellos, Samuel Wilson, había transmitido desde
enero el texto de la carta de la incorporación
a algunos ingleses domiciliados en Tenerife, entre ellos Edward Prescott y ]ohn Smith hijo. Fueron éstos quienes
pusieron alerta a los productores canarios, llamando su atención sobre lo que
se estaba fraguando contra ellos en Londres.
Fueron ellos, quienes, según sus colegas londinenses, instigaron y suscitaron la rebelión de los canarios:
porque, en efecto, si no se puede hablar de rebelión, la reacción fue violenta en Tenerife. Prescott y Smith fueron
convocados a Londres, para dar
explicaciones.
La Compañía fue un aborto, pero un aborto escandaloso. Los comerciantes ingleses que no habían podido ingresar en
la misma, siguieron vendiendo vinos de contrabando. En la Cámara de los Comunes se
protestó vehementemente contra este nuevo monopolio, que no presentaba ventajas más que para los comerciantes
interesados y no prometía ninguna reducción de
los precios. En 12 de noviembre de 1666, al
cabo de un año y medio de actividad de la Compañía, el gobierno
de Londres se vio en la obligación de prohibir todo trato comercial con las islas Canarias, en razón de los
malos tratos que allí estaban recibiendo los
súbditos británicos. Así como procedería luego el gobierno de Madrid, el inglés se dio cuenta que su política había
sido equivocada: a pesar de su propia prohibición y del privilegio concedido
a la Compañía,
tuvo que autorizar ia introducción de vinos canarios,
o sea, tuvo que legitimar el contrabando.
Durante el mismo tiempo, las cosas habían tomado mal
cariz en Tenerife. El Cabildo había
acordado solicitar la expulsión de todos los
comerciantes y corresponsales ingleses, así como la prohibición de cualquier venta de vino a los mercaderes
incorporados en la Compañía. No se conocen bien los detalles de esta
explosión de ira o, como dicen los ingleses, de esta rebelión. Los
historiadores antiguos hablan de cuadrillas
numerosas, formadas por 300 hasta 400 personas enmascaradas, que recorren las
calles de noche, sin duda para proferir gritos y
amenazar a los ingleses. A estos energúmenos se les conoce con el nombre de «clérigos», sin que sepamos por qué. En los primeros días de 1666, una de estas cuadrillas entró
por la fuerza en las bodegas de Garachico en que
estaban almacenados los caldos destinados a la
exportación y rompió las cubas, dejando correr arroyos de vino por las calles del puerto. Este episodio,
conocido con el nombre de «derrame del vino»,
fue la culminación de la guerra comercial.
La violencia de la explosión no parece difícil de
comprender. En Canarias, como en Londres, las opiniones estaban divididas
acerca del alcance de la nueva política económica de los ingleses. Al capitán
general, que lo era Gabriel Laso de la Vega, conde de Puertollano y
que no era forzosamente un economista, no le
causaba ninguna inquietud la creación de la Compañía de Londres.
Aquello era cosa que no interesaba a los
canarios, sino a los ingleses. Además, lejos de constituir una amenaza, la nueva situación le parecía
encaminada a estimular la venta de los vinos,
aumentando las rentas reales y manteniendo en las islas el oxígeno
necesario a su salud económica. Por lo tanto, él no tenía inconveniente en dejar que siguiera normalmente el comercio. Al presentarse en Garachico, para cargar vinos,
algún navío de la Compañía, los vecinos tratar de impedir el embarque de las
pipas; pero se les opuso la
autoridad, porque los ingleses venían con todos sus papeles en orden y se sabía que el capitán
general los favorecía y amparaba. En
aquel clima de irritación brotó la violencia: lo más probable es que no se produjo espontáneamente, sino que
había sido provocada por algún grupo
que no profesaba las mismas ideas económicas del general. El derrame del vino era la única posibilidad de impedir su embarco. El caudillo de aquel movimiento parece
haber sido Juan Francisco Interián de
Ayala, productor de vinos con residencia en Los Silos, quien en efecto fue detenido casi inmediatamente, por orden del capitán general.
En septiembre de 1667, el Cabildo de Tenerife
formuló un proyecto de arreglo general, que
hizo suyo el gobierno de Madrid. Su primera condición era la extinción de la Compañía de Londres, cuya
liquidación debía negociarse entre los dos
gobiernos. En adelante, los vinos de las islas
se venderían a un precio que, por espacio de seis años eventualmente prorrogable, se mantendría entre 45 y
55 ducados la pipa. Los mercaderes ingleses tendrían la libertad de fijar a su
gusto los precios de sus géneros importados; en
cambio, cada productor quedaría libre de
admitir o rechazar las equivalencias que se le propondrían para el trueque Es reconfortante observar que
el Cabildo, que toma a menudo el rábano por
las hojas, enmienda elegantemente la plana del
gobierno de Su Graciosa Majestad, cuando se dedica a reflexionar por cuenta propia. Con diferencia de días
y con no menos quebraderos de cabeza, el gobierno inglés había llegado a la
misma conclusión. El 18 de septiembre de 1667 el
privilegio de la Compañía
de Canarias había quedado cancelado. A esta decisión
le siguió casi inmediatamente la destitución de
lord Clarendon y, a distancia, el restablecimiento
de la libertad de comercio con Canarias.
Pero
el mal estaba hecho y las consecuencias de la guerra fría ocasionada por la Compañía tardaron mucho en desaparecer. En lo que
queda de siglo se hace evidente la
decadencia cuantitativa de la importación
de caldos canarios, a la vez que su progresiva sustitución por los vinos de Portugal. En el siglo XVIII, estos últimos han conquistado definitivamente el mercado inglés. Entre 1675 y 1678
entran en término medio en Inglaterra unas
doce toneladas de vino portugués anualmente;
en los años siguientes, de 1679
a 1685, la media de las mismas importaciones es de 6.880 toneladas. A finales del
siglo, el Cabildo de La Laguna no puede dejar de
observar melancólicamente «lo decaído que está
el comercio de Inglaterra», que sigue el camino inverso al portugués. El gobierno inglés contribuía a agravar
la situación, añadiendo gravámenes a las
importaciones canarias. Los que pesaban sobre la tonelada de malvasía, y que a mediados del siglo XVII representaban,
según queda dicho, unas 5
libras, en los primeros años del siglo siguiente se han elevado a doce: la hacienda
real de Inglaterra se aseguraba de este modo una bonita renta, calculada en 120.000 libras anuales,
pero esta situación no constituía un estímulo para los importadores. Las gestiones encaminadas a conseguir la
supresión de aquella crecida
contribución no dieron ningún resultado. De todos modos, el vino canario mantenía intacta su reputación y
seguía siendo el mejor cotizado en
el mercado de Londres. En cuanto al volumen de las exportaciones, se puede calcular que las cantidades
de vino canario llevadas a
Inglaterra a fines del siglo XVIII representa el 1 /8 de las importaciones de fines del siglo anterior y aproximadamente el quinto de
los vinos llevados a Londres en plena guerra de
Sucesión.
A pesar del endurecimiento de la política
comercial inglesa y de las restricciones
de toda clase, el balance del comercio canario - inglés durante el siglo XVII había sido ampliamente excedentario, desde el punto de vista canario:
precisamente esta situación había sido la única justificación
de la existencia de la
Compañía de Canarias. Además, la situación era idéntica en todo el comercio hispano - inglés en
general, en que se calculaba, a fines
del siglo XVII, que las exportaciones inglesas
sólo cubrían la mitad de las importaciones.
El déficit inglés en el comercio de malvasía
era sensiblemente mayor: en 1680 la cobertura inglesa de las importaciones de
Canarias era de 25% aproximadamente. Pero la situación se modificó
rápidamente, debido a la reducción de
las importaciones: la misma cobertura llegó a 59% en 1694- 1700, a 73% en 1701-1705, a 105% en 1726-1730 y
a 600% en 1749-1753. El giro había sido completo a partir de 1725 y la
situación había llegado a ser
catastrófica para la economía canaria, que apenas llegaba, en la segunda mitad del siglo XVIII, a cubrir con sus ventas un 15% o un 20% de sus importaciones.
Esta situación era demasiado llamativa para pasar
sin llamar la atención a los economistas. De
hecho, sirvió de pretexto a una toma de
posiciones que forma época en la historia de las doctrinas económicas, y
caracteriza el pensamiento y la política comercial del mercantilismo en general. Un comercio como el de la
malvasía, deficitario desde el punto de
vista inglés, puede tratarse por el gobernante de dos modos diferentes: por medidas represivas que no
tienen cuenta de la realidad, como
había intentado hacerlo la
Compañía, o bien suprimiendo de raíz un trato pernicioso para la economía nacional. Esta última es la solución que propone Child en A new
Discourse of Trade. Sin embargo a
Davenant, que fue un innovador en la materia, le pareció inadecuado un tratamiento circunscrito del
problema y alegó por primera vez que el
comercio tiene interdependencia e inferencias invisibles, gracias a las cuales
el dinero que parece perderse en apariencia, se recupera en la realidad por
otros caminos ocultos. Según Davenant, los ingleses ganaban mucho perdiendo dinero en la malvasía; y no cabe duda que todos los catadores de malvasía le daban la
razón. Según Davenant, más tarde ganaban mucho
los canarios, porque perdían más que los
ingleses: y la verdad es, con independencia de si tiene o no razón, que todos los canarios del siglo XVIII eran de su misma opinión. El comercio canario con Inglaterra abarcaba por extensión dos áreas extracontinentales, las islas Barbados y las
colonias del norte del continente
americano, que más tarde formarían los Estados Unidos de América. Barbados, bajo cuyo nombre comprendían los
isleños todas las colonias británicas de las
Antillas, representaban para los vinos canarios un mercado provechoso a la vez que cómodo; también era un mercado tradicional, que no se apartaba de los
caminos acostumbrados de la navegación
indiana. Pero el Navigation Act de 13 de septiembre de 1660 había establecido que todos los géneros
conducidos a territorios pertenecientes a la
corona de Inglaterra debían transportarse por
barcos ingleses. Por razones dinásticas se había admitido más tarde una
excepción en favor de los productos procedentes de las islas portuguesas. En cuanto a los vinos de Canarias, no se
prohibía taxativamente su tráfico, pero su importación a las Antillas inglesas
quedaba supeditada a su embarco en
navíos ingleses y luego a una declaración y fiscalización de la carga en un puerto de Inglaterra: con lo cual la prohibición de hecho era todavía más segura de lo
que hubiera sido la de derecho.
Los
canarios no se resignaron fácilmente a la pérdida de aquel mercado. El Cabildo
de Tenerife representó al gobierno y el gobierno representó en Londres. Al ver que de aquellas gestiones no se seguía ningún resultado, el mismo Cabildo, apoyado por el
capitán general Francisco Varona, se tomó la libertad de tratar de poder
a poder y solicitó directamente la
intervención del embajador español en Londres Pedro Ronquillo aunque sin tener más suerte que por los caminos acostumbrados. Se solicitó en 1676 y en 1687, en 1698
y en 1715, cuando se tomó la rara
iniciativa de enviar un embajador tinerfeño a Londres. El gobierno inglés no
oía nada: empezó a oír en 1720, cuando,
al tener la seguridad de que ya no había peligro de déficit en el comercio con Canarias, no tuvo más inconveniente en
levantar las prohibiciones que
impedían el comercio con las Antillas.
El comercio con las colonias del
norte americano estaba sujeto a las mismas
dificultades. Oficialmente y por las mismas razones no hubo contactos comerciales con aquellas zonas, hasta
1720, cuando se modificaron las previsiones del Staple Act de 1663, que
prohibía el tráfico directo. Sin embargo, en
la práctica, los vinos canarios habían penetrado ya en los futuros Estados Unidos, por dos caminos distintos: por el contrabando, como en el caso de la
fragata The Swallow confiscada en el Massachussets, o por medio de una
reexportación legal a partir de la base de Madeira, como en
el caso del Navio The Eagle, en 1704.
Después de la liberalización del comercio en 1720 las colonias inglesas de América enviaron regularmente,
sobre todo a partir de Boston y de Filadelfia, cargamentos de productos tales
como madera para duelas, harina,
millo, cera, alquitrán y calderas de hierro, todo a cambio de la codiciada
malvasía. (Alejandro Ciuranescu, Historia de
Santa Cruz, 1998.t.11: 42 y ss.).
1603.
Criollos canarios significados nacidos en Garachico,
Tenerife
Juan de Ponte y
Fernández Clavija
Hermano del anterior,
llegó a Caracas en 1603, después de haber permanecido algún tiempo en Isla Margarita.
Preocupado por temas agrícolas, ha de ser considerado como el introductor de los primeros árboles
frutales llegados
de España, concretamente de Canarias. En Caracas fue alcalde ordinario desde 1604; luego
ocupó los cargos de Procurador General y Alcalde de la Santa Hermandad,
así como Familiar del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición.
(Carlos
Acosta García, 1994:569 y ss.)
1603.
El
Ayuntamiento de la isla de Tenerife adoptó la decisión de levantar una iglesia
con su correspondiente plaza en el lugar que hoy ocupa el Puerto de La Cruz.
Por
lo general, este tipo de decisiones se tomaban con el propósito de fundar en un
determinado sitio, ya que a partir de la plaza de la iglesia se comenzaba a
construir el resto del núcleo de población.
Se
puede asegurar con cierta certidumbre que a partir del 3 de mayo de 1651, la
ciudad del Puerto de La Cruz inició su andadura como uno de los puertos más
importantes de la isla de Tenerife, junto a los puertos de Garachico y de S/C.
de Tenerife.
Durante
la primera mitad del siglo XVI la actividad portuaria del Puerto de La Cruz
estuvo vinculada a la exportación de azúcar a los mercados Europeos, para
después comenzarse con la exportación de vinos durante la segunda mitad de ese siglo.
En el
siglo XVII, con la firma de la paz en 1604 con Inglaterra, se incrementó
notablemente la exportación de vinos a dicho país y por lo tanto la actividad
en el Puerto de La Cruz. Hasta 1666 el negocio de la exportación de vinos se
mantuvo en expansión gestionado por comerciantes ingleses y portugueses.
Durante este siglo la población de esta ciudad fue de unos 2.800 habitantes.
Estos habitantes procedían de Europa y de otras islas de Canarias
(Fuerteventura sobre todo) así como de la isla de Tenerife.
En el siglo XVIII, el mercado del vino sufre una gran
recesión, entre otras causas debido al Tratado de Methuen de 1703, debido al
cual, los vinos portugueses tienen un trato preferente en los mercados
británicos, sin embargo aún con todo ello, el Puerto de La Cruz, siguió siendo
el puerto del mayor volumen de importancia de toda Canarias. (Francisco
Herrera, 2012).
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